La Estrategia de Seguridad de un estado moderno -como he venido poniendo de manifiesto, incluso de manera reiterada- no puede quedar limitada a la existencia de unas Fuerzas Armadas, independientemente de su dotación y cualificación. La seguridad, entendida como valor de resguardo y garantía de la libertad en una sociedad democrática, involucra factores (riesgos y amenazas y contramedidas para corregirlos o amortiguarlos) tanto internos como externos, y muchos de ellos, son imposibles de separar claramente, por lo que hay que tratar de acotarlos en la medida de las posibilidades propias.
La tradición que vincula Fuerzas Armadas y seguridad provoca falsas apreciaciones. Del lado de quienes tienen algún poder sobre la dotación y calidad de los Ejércitos y su equipamiento, como del lado de los receptores de los mensajes en los que se emplea como vehículo la presentación del “poderío militar”.
En realidad, las paradas y desfiles militares, con la exhibición de armamento sofisticado, no tienen como destinatario principal al potencial enemigo exterior. Su objetivo es impresionar al crédulo ciudadano interior y llevarlo a la convicción tranquilizadora de que su seguridad está garantizada, de que el gobierno del Estado es fuerte (Bueno…tampoco quiero minimizar que los desfiles militares son un espectáculo en sí mismo y contribuyen a la dosis de circo que la sociedad necesita junto al pan).
He tratado de desarrollar en esta serie de artículos la idea de que la seguridad es una necesidad de satisfacción compleja y de imposible cobertura total. Los peligros son muy variados, su detección exige atención continua y su eliminación (total o parcial) demanda cada vez más una mayor cualificación, que convierte el objetivo de la seguridad en una tarea multiprofesional y de alta cualificación.
Las Fuerzas Armadas solo cubren una parte de ese conjunto poliédrico y dinámico. Confiarles, por otra parte, funciones adicionales sin tener en cuenta su preparación y medios, conduce a anomalías, fallos de resolución de objetivos, y, por supuesto, a despilfarros, malestar y, posiblemente, incluso, a aumentar los riesgos en lugar de corregirlos.
Quiero traer aquí la mención que Zygmunt Bauman en su libro “Miedo líquido” hace de la idea expuesta por Adorno ante la percepción de que las estrategias propuestas por “los intelectuales” se hayan abandonado antes de que pudieran cumplirse. A quienes entiendan que la realidad está inmersa en un camino de confusión, no queda más que “enviar el “mensaje en una botella”. El náufrago que demanda ayuda, lanzando la botella al océano, no puede resolver ninguna de las incógnitas de su estado: no sabe si el mensaje llegará a algún sitio, ni en qué momento, ni si, en el caso remoto de que la botella sea recogida, si el recolector la abrirá, leerá el mensaje y actuará en algún sentido,
Como ingeniero, mi formación me lleva a tratar de encontrar las soluciones a los problemas que detecto o se me confían, y hacerlo de forma t técnicamente más eficiente y económica a mi alcance y el de mis colaboradores. Loque se llama, en el argot, MTD (mejor tecnología disponible). Como amigo de filosofar, tiendo también, en aquello que percibo como complejo y no soluble en corto plazo, a lanzar mensajes en botellas.
Para un país intermedio, sin capacidad para desarrollar armamento nuclear, la posibilidad de un conflicto con arsenal atómico entre potencias, la convierte en objetivo potencial, blanco preferente en caso de que la guerra se plantee contra el lider de su bloque de alianzas (o propiciado por el). La necesidad de pantallas de protección antimisiles aparece así como clave ante la eventualidad de una escalada del conflicto en el que, como tanteo previo para evitar la no deseada, y temida, Mutua Destrucción Masiva Asegurada, los líderes prueben sus fuerzas atacando a un “hermano pequeño”. Esa línea de investigación -incluida la detección e interceptación de objetos dinámicos- debería ser objetivo prioritario de la investigación aplicada propia.
Hablar de pantallas antimisiles, o protecciones contra posibles ataques cibernéticos o mejor dotación en vehículos blindados o detección de minas antipersonal, son ejemplos concretos. Demasiado concretos.
Son muchos los sectores de las llamadas tecnologías de doble uso que deberían constituir objetivos de investigación de los centros públicos y, si se trata de centros de participación público privada, contar con ayudas especiales. El tratamiento masivo de datos, la comunicación encriptada y la seguridad de las comunicaciones, los materiales de gran dureza e impermeabilidad, la generación de energía en unidades transportables, la desalación portátil y tecnología de membranas, la nutrición sintética, el control de ataques informáticos (seguridad digital), el desarrollo del grafeno, la detección y corrección de plagas biológicas, etc. ¿Un país moderno debe dedicarse a profundizar en todas ellas? ¿Cómo elegir algunas? ¿Confiar en que los centros de investigación, públicos o privados, hallen su propia “piedra filosofal”? Sería ridículo confiar en que la descordinación consiga el éxito que necesita la mayoría.
No se conseguirá un efecto relevante sin centrar la cuestión de la seguridad con la participación de toda la ciudadanía y, por eso, me reafirmo en la idea de crear rápidamente una milicia civil, consciente de los riesgos básicos, preparada para asumirlos y que sirve de enlace natural entre los cuerpos estrictamente defensivos.ofensivos y el resto de la población. En ese contexto, reactivar la idea de patriotismo, trasladar a niños y adolescentes la necesidad de mantener una cultura de cooperación, libertad y co-responsabilidad, la configuro también como un elemento más de la estructura de defensa. El “enemigo” no está necesariamente armado con artefactos bélicos.
Permíta el lector que ponga el enfoque en algo muy actual y concreto. En una corta entrevista al general Miguel Angel Ballesteros, responsable del Instituto de Estudios Estratégicos de la Defensa, que la periodista Pepa Bueno le realizó en la SER (el 18 de marzo de 2018), ésta se interesaba por conocer “para qué sirve el (nuevo) armamento” al que se destinarían, preferentemente, los 10.000 millones de euros que la ministra Dolores de Cospedal había anunciado recientemente. La cauta respuesta -como corresponde a un militar de alto rango en ejercicio profesional- se concentró en glosar, por ejemplo, la necesidad de adquirir nuevos vehículos combinados BMR (acróstico por Blindados Medios de Ruedas) de tracción 8×8 sobre ruedas, fundamentales para operaciones en el exterior,
Se trata de carros de combate de fabricación española, probados en misiones propias y en otros países (Egipto, Arabia Saudita y Perú), cuyo modelo se ha ido perfeccionando, y que, como reconoció el general, tienen una antigüedad media de 40 años, ya que su renovación se ha ido demorando, por lo reducido de los presupuestos.
Me viene también a la memoria inmediata el comentario de Donal Trump cuando visitó Japón en febrero de 2018 y apoyó el propósito de instalar sistemas de protección antimisil norteamericanos Aegis, con un alcance de 900 km, frente a la amenaza de Corea del Norte. Se habla de cifras cercanas a 40 mil millones de euros. “Esto significa muchos puestos de trabajo para nosotros y seguridad para Japón”-dijo el presidente norteamericano . La renovación del armamento del Ejército español, supondrá puestos de trabajo para nuestro país: las inversiones en Defensa suponen un retorno de 2 euros por euro invertido, según la expresión de Ballesteros, que recordó que “la disuasión es carísima.”
Pero no nos engañemos. El mantenimiento de la sociedad del bienestar será cada vez más cara, en sí misma, porque los peligros, sus efectos colaterales, y el nivel de su percepción aumentan exponencialmente. Mientras estemos dispuestos, y nos sea posible, pagar para compensar la angustia de esa sensación de riesgo, la apariencia de protección se mantendrá. Los agentes políticos han aprendido rápidamente que, ante la aparición en escena de un “cisne negro”, una concreción de peligro no prevista o no atajada a tiempo, tienen que reaccionar indicando que “se están tomando medidas para que no vuelva a ocurrir y las víctimas están teniendo asistencia inmediata”.
Debe tenerse en cuenta, por otra parte, al plantear una estrategia contra los riesgos, que éstos no están repartidos de forma uniforme. Suiza, por ejemplo, entiende que el riesgo de un ataque nuclear o de un atentado terrorista de cariz islamista en su territorio es despreciable. Japón, como acabo de recoger, entiende que el riesgo de sufrir el primero -y de un concreto enemigo. es altísimo. En España, el riesgo de sufrir un ataque terrorista de fanáticos islamistas es muy elevado.
Prioricemos, pues. Frente a los riesgos estrictamente bélicos (aunque no hay ninguna actuación guerrera que no tenga un trasfondo económico), hay, sin embargo, otros riesgos que deberían merecer especial atención y no son militares, aunque involucran estrategias de defensa: el aumento del desequilibrio climático, real, que está provocando situaciones de estrés hídrico por estaciones y regiones, incremento del nivel del mar (es decir, amenaza de poblaciones costeras), es uno de ellos. Recurrir al Ejército para paliar los efectos a posteriori, despreciando la necesidad de actuaciones urgentes previas sobre los puntos amenazados corresponde a la estrategia del avestruz, no del ser humano sensato.
Otro riesgo detectado al que no se presta, en mi opinión, suficiente atención correctora, es el desplazamiento de personas procedentes de países o regiones pobres, en conflicto étnico o en guerra franca. La ayuda al desarrollo mantiene un nivel casi simbólico, y la persistencia de formas de Estado no democráticas y líderes manifiestamente dictatoriales en muchos países -no solo de Africa- demuestra que no existe voluntad global de solucionar el problema de raiz…porque beneficia a las grandes potencias y a los países más desarrollados. Sin embargo, la situación no es sostenible, incluso a corto-medio plazo. No podemos confiar la contención de la marea de migrantes y desplazados por la guerra a países no democráticos, a cambio de dinero (léase, Turquía y los campos de refugiados de la ya consolidada guerra siria), ni que el Mediterráneo sea el cruel compensador de los ideales de un mundo mejor para los jóvenes que huyen de la hambruna y la falta de objetivos del área subsahariana.
En fin, en la estructura económica de nuestro país, han aparecido grietas muy importantes cuya solución no se plantea con claridad. Se habla de los déficits de las pensiones, subrayando incluso que algunos pensionistas deben soportar el sostenimiento de hijos no emancipados porque carecen de empleo, y no se ha debatido con seriedad sobre el problema de la creciente disminución del trabajo efectivo, que obliga -máxime con la incorporación (legítima pero masiva e inmediata) de la mujer al escenario de la demanda laboral- a replantearse la forma de de distribuir las plusvalías de la sociedad hacia las familias, controlando la acumulación en los grandes grupos empresariales, en los que se concentra, por otra parte, la tecnología de máximo rendimiento.
La estrategia PESCO (Permanent Structured Cooperation) que la Unión Europea se plantea, con el objetivo de desarollar proyectos conjuntos de equipamiento militar (desarrollo de drones europeos, aviones de combate propios o estaciones de enfermería volantes,…) enfatiza la necesidad de unir fuerzas para asumir costosos proyectos y garantizar que la adquisición de los objetos resultantes de la i+d aplicada sea asumida por los Estados miembros.
Existe un riesgo moderno al que se debe dedicar especial atención: El de cyber ataques, o ataques informáticos. Es un claro ejemplo en el que las Fuerzas Armadas no pueden, ni deben, asumir la responsabilidad de conjurar esa amenaza, típicamente difusa y variable, y en la que el potencial agresor no está, presumiblemente, en el propio territorio. El objetivo de los ataques puede ser tanto las Fuerzas Armadas (y su equipamiento) como las empresas, en especial, las grandes.
Una buena parte del equipamiento militar moderno está vinculado a la tecnología digital (sistemas logísticos, misiles teledirigidos, etc.) y el “enemigo” puede estar (de hecho, así ha sido en los casos que ya se presentaron) actuando bajo una “falsa bandera”. Las estructuras que están bajo presunta amenaza son muy diversas: abastecimientos de agua, redes eléctricas, transporte nacional o internacional, acerías, etc. Será difícil probar, en caso de ataque, la identidad del enemigo.
Nos encontramos, pues, en un nuevo escenario, lleno de incógnitas, en el que la Estrategia de Seguridad, por sí misma, exige una Estrategia. No es un juego de palabras. Es lo que hay.
FIN
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