La palabra estrategia es, desde hace décadas, uno de los vocablos preferidos en las escuelas de negocios y, por tanto, en las empresas: toda corporación debe tener una estrategia a corto, a medio, y a largo plazo, una misión y una visión.
Esta terminología que se traduce en informes, documentos y planes de desarrollo de negocio que raramente se ajustan a la realidad venidera -aunque se supone que sirven para orientarse mejor hacia ella-, ha contagiado a las vidas personales. Existen estrategias para conseguir un puesto de trabajo, mejorar de posición en él, no hacer el ridículo en un “medio maratón”(el de diez km), comprar o vender acciones en bolsa con rendimientos superiores al mercado, y hasta para postularse como ganador en la vida del más allá, en el supuesto de que tengamos la oportunidad de entrar en ella por alguna puerta.
Empiezo aquí una serie de artículos, que numeraré correlativamente, para explicar estrategias salvajes, esto es, de animales, y analizar su posible aplicación a la vida de los humanos. Me consta que algunas han sido ya presentadas como ejemplos de comportamiento que, salvando distancias, permiten sacar deducciones aprovechables. Si espero que el lector saque algún provecho de mis reflexiones es, sobre todo, porque añadiré un ingrediente menos común: el de la ironía.
Estrategias de confrontación desde la desigualdad: La abeja común contra el avispón asiático
¿Cuál podría ser la estrategia del que tiene todas las de perder?
El avispón asiático (Vespa simillima xanthoptera (1)), como su nombre común indica, es originario de China, y algunos parientes próximos se han afincado en Japón y otros lugares de una amplia zona, en donde comparte hábitat con la abeja común. Se trata de un insecto muy agresivo, y de notable tamaño si se compara con las abejas: cuando se observa una fotografía de ambos animales que permita cotejar sus respectivas dimensiones, se comprende bien que, en caso de ataque, una abeja no tiene nada que hacer.
En Europa estos avispones eran desconocidos; había otras muchas especies de unos y otras, pero por estos lugares occidentales los primeros hacían su vida independiente de las segundas, y las abejas melíferas tienen establecido, además, un acuerdo de no agresión -tácito- con la especie de los humanos, -la más peligrosa de todas-, que entraña una forma de colaboración sui generis, a la que no voy a referirme ahora.
Sucedió que, hace un par de años, llegaron a Francia, en un contenedor procedente de un puerto de China, algunos avispones hembras de la especia asiática. Desde entonces, se están propagando con rapidez, apoyados en su fertilidad y en que se han encontrado que las abejas melíferas de aquí son de lo más inocente. Incluso los que están más interesados en detener su avance, los apicultores, desconcertados, no han dado aún con un método eficaz para combatirlas y, hasta que no den con la tecla -si es que lo consiguen- asisten consternados a la destrucción de las colmenas de sus fieles cooperadoras en la producción de miel, jalea real y cera, que tan buenos beneficios les proporcionaban. (2)
Porque los avispones adultos se alimentan de frutas maduras y néctar, pero -¡ay!- cuando tienen larvas que cuidar, el avispón madre, desde lo profundo de su colmena, las incita, con mordiscos persuasivos, a buscar carne fresca. Y la que les resulta más apetitosa es la de las abejas y las de sus larvas. Así que, cuando una de las exploradores detecta una colmena, la señala con sus feromonas para encontrar luego el camino, y vuelve luego con un ejército de colegas que, en pocas horas, deshacen la defensa de las pobres abejas, matándolas con cruel frenesí, sin que los aguijones que clavan las infelices invadidas les dejen huella apreciable (necesitarían más de ocho o nuevo pinchazos de su veneno, y, como es sabido, además, cada vez que una abeja pierde su aguijón, está condenada a morir).
Los sabios entomólogos, presionados por la necesidad, han puesto al cubierto que, en sus zonas de origen, las abejas melíferas (de la especie apis cerana) habían desarrollado una estrategia especial para el momento en que detectaban a un avispón de patrulla cerca de su colmena.
Se acercan, aparentemente sin miedo, y le invitan con movimientos de sus antenas, señalándole la entrada de su casa común. Cuando, confiado, el gigante se ha adentrado lo suficiente en el domicilio ajeno, en lo que imaginará es una muestra de sumisión ante su superioridad, se agrupan en tropel en torno al intruso, y, batiendo sus alas con frenesí, consiguen que la temperatura suba por encima de los 40 o 45ºC , que es el máximo que puede soportar el avispón, que muere de sobrecalentamiento, atufado.
Resulta, por ello, que no puede volver con los suyos a avisarles de lo que había encontrado, y la colmena de abejas puede seguir su existencia tranquila.Lamentablemente, las abejas europeas (apis mellifera) no han desarrollado esa estrategia, y, ante el ataque de los avispones asiáticos, no saben cómo defenderse.
Encuentro que la aplicación al mundo de los humanos es inmediata. Si un gran consorcio pretende hacerse con un sector del mercado de distribución de cercanías, las actitudes posibles son dos: dejarse vencer o convencer por el gigante, abandonando resignadamente el sitio que se ocupaba, o, dejando que se instale en el territorio que ocupan -no necesariamente invitándolo a hacerlo, desde luego-, pero, en lugar de realizar una defensa aislada, coordinando su actuación en unión de los demás pequeños comerciantes.
Me resulta curioso que nuestros mercados de cercanías, hace apenas cuatro o seis décadas ocupados por comerciantes locales -las emotivas “tiendas de la esquina”, cuyos propietarios fiaban sin problemas, anotando en hojas de papel de estraza las cuentas por cobrar de sus clientes, y que éstos liquidaban cuando disponían de efectivo, hayan sido sustituidas, por una invasión de dos especies muy diferentes. Las instalaciones de las grandes cadenas, que se establecieron en las afueras, en gigantescas superficies cedidas a precios de conveniencia por los ayuntamientos, y, cuando los pequeños comerciantes tuvieron que cerrar sus tiendas, ahogados por las deudas, se instalaron en las cercanías representantes de una especie foránea, resistente al ataque de los avispones, que es la abeja asiática: el comercio chino.
No se conoce aún cómo se las arreglan esos industriosos humanos abejínidos para subsistir, aunque se sabe que no tienen horario, que actúan todos coordinadamente, que son misteriosos como las noches de primavera y otoño, y que aprovechan las necesidades de los abejínidos autóctonos, y su manifiesto carácter acomodaticio, para crecer y multiplicarse.
Y esta es la primera estrategia salvaje que ofrezco para meditar.
(continuará)
——-
(1) Considerada como la especie Vespa velutina, en otros lugares.
(2) Lo que se les ha ocurrido, hasta ahora, a los humanos, no ha sido especialmente brillante. Repiten esquemas antiguos en la creencia de que situaciones distintas, cuando son tratadas con una fórmula que tuvo éxito anteriormente, van a resolverse igual.
Una de las ocurrencias más tontas ha sido, sin duda, imaginar que. disparando a una colmena de avispones con una bomba incendiaria, iban a conseguir quemar a toda la población que se cobijase en su interior y, en particular, matar al avispón reina.
Tururú, El núcleo de la colmena de avispones asiáticos, en donde se cobija la reina madre está especialmente protegido, y se ha revelado extraordinariamente resistente a este tipo de ataques. Peor aún, los avispones, al sentir el calor, al que son muy sensibles se dispersan rápidamente y, algunos, enfilando al humano que les disparó, lo atacan con virulencia. Sus picaduras son muy peligrosas, porque tienen mucho más veneno que las avispas locales, y se han reseñado algunos apicultores que lo han pasado muy mal.
Me ha encantado esta idea que has puesto en practica. Además, es muy amena muy real.
Un apunte no estratégico: la media maratón son algo más de 21km, no 10.
Pero, Antonio: ¿no captaste la ironía? En cualquier caso, gracias por el apunte, por si a alguien le provoqué confusión.