Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas en España en 2015 han servido para poner de manifiesto varias cosas, que los especialistas en analizar a posteriori -lo que tantas veces no han sido capaces de predecir-, se encargarán de remover una y otra vez, sacándole todo el jugo posible.
Como el mayor interés del presente descansa en producir los hilos que sirven de apoyo para construir un futuro mejor, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre las consecuencias de los posibles pactos que supondrían alcanzar las mayorías para garantizar lo que se ha dado en llamar “estabilidad de gobierno”.
Desde luego, este análisis debe tener en cuenta la diferente situación que se presenta según se trate de municipios o de autonomías, de acuerdo con la legislación que rige la interpretación de los resultados en los comicios. En los Ayuntamientos, el alcalde electo es el cabeza de la lista más votada, aunque si no tiene la mayoría simple, un pacto entre otros partidos puede suponer que esta coalición post electoral le arrebate la alcaldía, en la votación de investidura.
En Madrid, parece seguro que un pacto entre Ahora Madrid y el PSOE hará a Manuela Carmena alcaldesa de la capital de España, aunque Esperanza Aguirre haya capitaneado la lista más votada, con un concejal más que los conseguidos por esa agrupación controlada por Podemos. El talante conciliador de Carmena, su serenidad como valor personal y los mensajes con irrefutable presunción de sinceridad por los que la candidata expresa su voluntad de tender puentes entre los extremos ideológicos de la ciudad, predisponen a suponer que dará a esta ciudad la dosis de apaciguamiento colectivo que precisa.
Bienvenido sea el pacto, pues, a posteriori de las votaciones, si bien quiero poner de manifiesto que los pactos entre partidos con características ideológicas marcadas no suelen funcionar. No sirven para generar estabilidad persistente durante la legislatura -acaban rompiéndose por los motivos más diversos, incluidos el trasfuguismo de alguno de los representantes- y, sobre todo, tienen el grave riesgo intrínseco de hacer perder la visibilidad de la identidad del partido que ha entrado como minoritario en la coalición, que arriesga por ello el que en las próximas elecciones sea castigado, tanto si las cosas han ido bien como, sobre todo, si han ido mal.
En fin, me apresuro a señalar lo que considero el factor diferencial de Madrid en estas elecciones, y su valor para avanzar en democracia.
Porque creo que el gran mérito de Ahora Madrid y del PSOE en esta jurisdicción no ha sido poner de relieve las diferencias ideológicas, sino el haber hecho pivotar la campaña en dos candidatos de consenso, razonables y serios: Manuela Carmena y Angel Gabilondo.
Ambos serían buenos alcaldes, en cuanto representan el buen sentido plural que debe presidir una sociedad madura y progresista, y en donde el primer regidor, precisamente por vivir el día a día de la ciudad, ha de estar lo más lejos posible de las discrepancias teóricas para atender a la solución de los problemas diarios y la mejora de la población en la que viven.
Como Gabilondo no compite por la alcaldía, ya que figuró en la lista del PSOE para la Presidencia de la autonomía, la posibilidad de que pudiera haber sido ese buen alcalde que Madrid necesita pertenece al terreno de la imaginación. Y en el campo que le compete, no tiene opciones reales de batir a Cristina Cifuentes, a la que, -y lo digo sin solicitar el perdón a mis amigos de la izquierda razonable, ni pretender el aplauso de mis amigos de la derecha liberal-, veo como una potencial buena presidenta de la Comunidad de Madrid, dotada también del sentido conciliador y positivo que necesita esta sociedad vapuleada por la crisis, la corrupción y la incomprensión hacia el que piensa lo contrario, sin saber matizar por qué.
Tendremos en Madrid, pues, si mis previsiones son correctas, dos pactos de signo diferente: PP y Ciudadanos, para aupar a Cifuentes a la Presidencia de la autonomía, y el de Ahora Madrid (con su núcleo en Podemos) y PSOE, para que Carmena sea alcaldesa. Más emoción, casi imposible. La teoría del pacto, puesta a prueba.