Sin ganas de abrir un nuevo debate sobre el tema, me apunto a la opción expresada por el maestro Alonso Quijano de que la experiencia es la madre de todas las ciencias.
Cierto que si el asunto hubiera surgido en una tertulia académica (de esas que ya no se estilan), hubiera defendido a la Filosofía, pero no está el horno para bollos ni florituras reposteras, sino para empanadas. Y no de las rellenas de bonito o carne guisada, sino de esas mentales que, a los que tenemos el alma señalada por los zurriagazos de la cruda realidad, nos hacen temer que el aprendizaje colectivo es imposible, y que, por mucho que se haya escrito, analizado o dicho, la inmensa mayoría sigue siendo crédula, y se traga lo que sea, con tal de que se le adorne convenientemente.
Me parece que la corrupción, en particular, la de los que manejan dineros públicos, es inadmisible, pero la solución a ese problema, en el que ahora se ceban, como truchas al atardecer en tarde tormentosa de verano, todos los líderes políticos, es sencillo, pues basta adoptar este principio: “pocas manos y muchos ojos”. Se lo oí decir a Sergio Fajardo, gobernador de Antioquia, en una magnífica entrevista que le hizo recientemente Jordi Evole.
Tengo escrito, además, que no soy de los partidarios de que nos flagelemos con la obsesión de ser calificados como uno de los países más corruptos del mundo. Con seguridad, no lo somos. En todas partes cuecen corrupciones.
Si en algo podemos aparentemente distinguirnos, separándonos especialmente de nuestros vecinos de porte inmaculado, es que nuestros corruptos han sido, por confiados, además de ladrones, torpes para ocultar mejor el resultado de sus fechorías. Los que los eligieron -culpa in eligendo-, merecen ser calificados de cómplices más que de engañados, y los que debían vigilarlos y no lo hicieron -culpa in vigilando-, por mucho que intenten escurrirse, no se salvan con menor sanción que la de ser designados como incompetentes, y, por tanto, inútiles para seguir en las labores de cuidar lo de todos.
Tema distinto y, desde luego, muy difícil, es analizar cómo salir de la crisis, y muy en especial, resolver la necesidad apremiante de crear empleo, generando nuevas actividades y empresas que tengan continuidad. Tampoco es menos importante, arbitrar nuevas formas de distribuir las plusvalías que se produzcan por el juicioso empleo de los recursos humanos, naturales y físicos.
Para mayor dificultad del cierre categorial, no se puede descuidar que, puesto que la situación es de emergencia, habrá que echar mano -justificada, transparente, gradual, ordenada y procurando evitar medidas confiscatorias- al patrimonio de los que más acumulan, sobre todo, al ocioso.
Me produce, por ello, gran alarma personal que las argumentaciones, claramente improvisadas en lo económico y con nulo apoyo tecnológico, de los sabiondos chicos de Podemos (aunque no ignoro que detrás también se incorporan algunos canos), magníficamente adobadas con palabras duras como puños, ajustadas al guión, contra los partidos mayoritarios, no sean contrastadas por interlocutores que, puestos enfrente, además de alardear de parecida labia, sean capaces de aportar ideas viables sobre cómo mejorar la realidad, y no entren en el juego de buscar solo la descalificación desde la ética.
La ética, como el valor a los militares, se supone a los políticos. Y, si se descubre que a alguno le falta, se le hace consejo de guerra deontológico y se le manda al paredón del escarnio.
Claro que es necesario, como catarsis, meter a unos cuantos de los corruptos en la cárcel. Pero me temo que si nos proponemos meter en jaulas a todos los que tengan manchadas las manos de esa mierda, no vamos a tener plazas suficientes.
Contentémonos, pues, con amedrentar para siempre a los que lo hayan sido y, sobre todo, dejemos el terreno marcado con advertencias de peligro a todos los que se hubieran propuesto serlo. Implantemos un sistema estricto de control del gasto público -atentos a porcentajes, comisiones, revisiones de contratos, etc. pero no ignoremos que donde más se ha perdido es en adjudicaciones de obras inútiles-.
Pongamos ya el foco en lo que más interesa al futuro: crear empleo.
Cuando me entero con sorpresa de los beneficios de las grandes empresas, crecientes en épocas de crisis; cuando observo que el lujo y la ostentación con la que viven algunos no solo no ha disminuido, sino que ha aumentado; cuando veo que la investigación, la enseñanza, la Universidad, la sanidad y todo aquello que sustenta nuestro estado de bienestar, sigue confiado al buen hacer de unos cuantos, capaces de abstraerse del fragor de incompetencia que les rodea, … echo de menos que salgan a la palestra, exponiendo sus ideas, no a jóvenes politólogos, no a economistas o historiadores con la cabeza caliente, no a miembros de partidos viejos proclamando a quien quiera escucharlos que van a renovar sus estructuras, ni siquiera a teóricos de partidos nuevos alardeando de pureza, sino a gentes con experiencia concreta, viajados y bragados, conocedores de cómo funciona la realidad, tanto la española como la internacional, y que, con base en ello y en su voluntad de servir al bien público, nos propongan ideas factibles, cuantificadas, serias y serenas, que puedan obligar sin escapatoria a los que tienen más y que nos comprometan a todos, en ese objetivo irrenunciable de salir rápido del agujero sin que haya vencidos, sino solo convencidos.
Porque la experiencia es la madre de la ciencia, en especial, de la ciencia que da de comer a las familias. Por otros caminos, me atrevo a vaticinar que se llega a una mayor descomposición social, a ahuyentar a inversores, aspaventando a los dineros, profundizado, con cada tormenta estéril de improperios y descalificaciones, en un desánimo improductivo.
Si no lo corregimos, gane quien gane en próximas elecciones, con ese panorama, cuando se disipe el humo de las ilusiones, nos encontraremos atrás, bastante más atrás.
El mundo es global y no se puede pretender jugar en solitario. El sistema económico imperante es el capitalismo de base liberal y no es factible, sin que se nos caigan encima los cascotes de la pirámide, cambiar sus cimientos, ni hace falta. A un país intermedio como España, solo le es preciso reformar con inteligencia la parte que nos sustenta. Teniendo presente que, como en toda selva, al que se separa de su rebaño natural, se lo comen los depredadores.