El muy ilustre profesor Dr. Alvarodejo, prestigioso especialista de fama mundial en el apasionante campo de la Etiología, completaba el curso de conferencias magistrales que impartía en la Universidad de Prestóme , obligando a sus alumnos, en la última práctica obligatoria para aprobar su asignatura, a acudir al Laboratorio de Supervivencia de la cátedra, en donde tenía instalado un simulador complejísimo.
Se trataba de una situación muy temida por los aspirantes al título de Master en Apropincuación de Comportamientos Sutiles (Sc. Mr. in Subtle Behaviour Perception), prestigiosa cualificación que garantizaba puesto de trabajo como funcionario en la Secretaría de Estado de Supervivencia en el Mundo Hostil (Survival in an Unfrienly World). Era, con todo, un trámite imprescindible, puesto que no se podía conseguir la titulación sin superar esa prueba.
Eran pocos quienes obtenían el aprobado que les abría el paso hacia el título o certificado, ya que la mayor parte de los alumnos, sucumbían, -dicho sea, al menos teóricamente-, a las exigencias planteadas por el simulador.
Las pruebas se desarrollaban en dos días, sin que el alumno sometido a las mismas, pudiera salir del Laboratorio, pedir ayuda, alimentarse de otra cosa que preparados energéticos, ni fueran autorizados a consultar documentos, apuntes, o la Wikipedia. Solamente les estaba permitido evacuar sus necesidades fisiológicas a través de sendos canutos, que conducían, unidireccionalmente, a las redes de saneamiento generales del recinto.
No existe constancia fehaciente acerca de la forma concreta en que se desarrollaba esa singular práctica de Laboratorio y en qué consistían, con total exactitud, los ejercicios. Sin embargo, merced a diversas deducciones imaginativas, la filtración conseguida gracias a confesiones de algunos alumnos suspensos y la declaración, arrancada mediante una sustanciosa compensación económica y una paliza, a uno de los maestros del Laboratorio, ya jubilado, se ha podido inferir una parte del método de selección.
Parece ser que, en la primera fase, los alumnos deberían comportarse durante cuatro horas como un hembra de ciempiés, quilópodo o escolopendra, del orden anomorpha, en fase adulta, procurando alimentarse de los animales que correspondieran a su capacidad digestiva, y, al mismo tiempo, defendiéndose con éxito de sus enemigos naturales, utilizando correspondientemente el órgano de Tömösvary y aquello que estimaran pertinente, siéndoles propio. La prueba parcial se consideraba superada si conseguían efectuar una cópula, para lo que, además, deberían poner de manifiesto el esternito mediante masaje de esa zona contra las hierbas húmedas que se les proporcionaban para lograr la estimulación.
En el ejercicio siguiente, el examinando se veía transportado a la singular naturaleza de un macho de conejo de Lemuria, (el único carnivorous rabbit del que se guarda reseña) cuya primera actuación habría de ser la de devorar el quilópodo que había conformado su anterior existencia. Como en el caso previo, la superación de la fase implicaba soportar airosamente un par de horas de existencia, salvando el pelaje del singular roedor de aquellos enemigos, naturales como artificiales, que, de manera tan imprevisible como insaciable, aparecerían por su entorno: humanos incrédulos, hobbits y habitantes de la saga de Zelda. Como es bien sabido, esa criatura, de tamaño superior al de un perro mediano, de apariencia inocente pero provista de afilados dientes, podía despedazar en unos instantes a cualquier animal más pequeño, y devorarlo sin pausa, destrozándole las entrañas después de desgarrarle la piel o la coraza con sus caninos; aunque su hábitat inicial era Australia, donde fue primeramente detectada, la especie se hallaba en la actualidad extendida por todo el orbe, como reseñan los anales de la estultogeografía, que suelen advertir del peligro de encontrarse con ellas y confiar en su apacible aspecto.
Seguían así, a lo que parece, otros ejercicios, en los que el alumno habría de defenderse también de enemigos de su propia especie, superando las dificultades sin pestañear -o hacerlo poco- y sin dudar en el empleo de todo tipo de argucias, armas, mentiras, empujones y zancadillas. En la etapa final, cuando ya se avistaba el final de la prueba y, por consiguiente, los alumnos veían segura la obtención del preciado galardón, el infeliz egresando se veía confrontado a la actuación más difícil, pues debía, como nuevo Lacoonte, devorarse: esta vez, a sí mismo.
Solo entonces se abrían las compuertas del simulador y el alumno recibía, de su maestro, la corona de laurel y el ósculo en la frente que le suponían el anhelado aprobado. Para obtener una nota más alta, era preciso no salir del simulador, y que el educando se estacionara, embelesado, en la fase penúltima. El profesor solo concedió una matrícula de honor, a un estudiante que confundió la entrada al aparato con su salida; desgraciadamente, el quilópodo anomorpha no concedíó ningún valor al diploma, y se cagó encima.
FIN