El título de este comentario lo tomo prestado de un poema de Blas de Otero, en el que, al referirse a una conversación escuchada entre dos humildes mujeres, subraya cómo la elipsis de la “n” que hubiera debido servir para concordar el plural de ambos sujetos -cielo e infierno- con el verbo, nos pone frente a una verdad: es el infierno el que está aquí. El cielo, ni se sabe.
Hay revuelo en los media -virtuales y reales- porque se divulgó la existencia de unas decenas de miles de cuentas bancarias en Panamá. Más revuelo, por cierto, en Argentina, España, Islandia y otros pequeños países -Marruecos, emiratos, Siria,…- o en la órbita de las economías de Estado. Silencio respecto a Estados Unidos de América (1), incluso Alemania o Francia, grandes feudos de la evasión institucionalizada. Parecería que se trata, en cierto modo, de una filtración cuidadosamente dirigida para hacer explosiones controladas.
Acabo de escuchar a Joaquín Estefanía recordar en la cadena Ser, que el libro La edad de Hielo, de Diego López Garrido -magnífico libro, de un excelente profesor-, ya había contado de pé a pa, el mecanismo de la evasión fiscal en los paraísos fiscales. Lo suscribo. Y aún existen otros, más antiguos, que hablan de lo mismo.
En realidad, ya lo sabemos todo, sin necesidad de esperar a que ningún periodismo de investigación nos desvele verdades como puños que deberían formar parte del acervo colectivo. Me parece que fue en “La gran crisis: cambios y consecuencias”, de Martin Wolf (en otra galaxia ideológica a la de Diego), en donde aparece la constatación inquietante de que muy pocos superan la lectura de la página 28 de un libro serio. (Lo hace con referencia al registro estadístico de las páginas leídas de la versión digital del libro de Thomas Picketty -“El capital en el siglo XXI”- best seller indiscutible de los últimos años.)
El lector tiene a la disposición de su curiosidad suficiente información para parecer informado desde los tiempos de Maricastaña del “escándalo de los Panamá-leaks” que ahora aflora. ¿No lo sabía, no lo había imaginado? ¿Tuvo que esperar a que alguien le pusiera el lápiz rojo sobre la noticia de que familiares con vínculos más o menos directos con magnatarios y gentes de relumbrón tenían cuentas con cantidades importantes de pasta en Suiza, Panamá, Luxemburgo y otros cuantos paraísos?.
No hacía falta, santo dios, que aparecieran en las listas caídas de los mal custodiados protocolos de un bufete panameño que disfrutaba, hasta ahora, de un prestigio que se les fue por las cañerías de internet.
No se conoce, -ni se sabrá, que a tanto llega mi perspicacia- un dato esencial: cuánto dinero guardaban en sus cuentas bancarias los titulares de ese cielo fiscal que habían encontrado en Panamá. Algunas declaraciones de guardianes del tabernáculo de la desfachatez ya indican que no hay por qué suponer ni que las cuentas estaban vivas ni tampoco que no estuvieran perfectamente regularizadas. Los palafreneros hacen lo imposible para que el leak se vaya cerrando, pues.
Me he leído suficientes libros de cómo funciona el mundo, y de cabo a rabo. Por eso, no me creo que aquellos que piden a sus hermanos, familiares o íntimos colaboradores -mejor que ellos mismos, por pudor insano-, que abran una cuenta en un paraíso fiscal, lo hagan para dejar allí unos dinerillos ahorrados con mucho sudor o surgidos de una herencia de un pariente (como en las novelas rosa). Cuatro perrillas para poder disfrutar sin agobios de unas vacaciones en beatíficas playas, en los pocos días que tienen de vacaciones. Pero ese saber no ocupa lugar, porque está más allá de la página 28.
Hablemos claro, si así os parece. Lo han hecho porque desconfían de las gentes de ese país al que, en apariencia, se esfuerzan en dedicar sus desvelos desde un puesto de la mayor relevancia, ya sea como mandamases del Estado, como magnates de los negocios, como artistas de relumbrón. Temen que la estabilidad de su status se resquebraje y la inmensa mayoría que los aplaude y venera, acaben descubriendo que les hacen trampas, que les roban.
Desconfían de nosotros, de nuestra fidelidad. Por eso, evaden nuestras plusvalías y las ponen a lo que creen el mejor recaudo. Lejos de nosotros, a salvo de nuestro infierno.
Para saber cómo acaba la historia, hay que leer más allá de la página 28. Algunos, ya lo sabemos.
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(1) Como mi amigo Angel Alda me hace notar, los Estados Unidos de Norteamérica, tienen en Delaware su propio paraíso. La concentración de sociedades unipersonales en ese pequeño Estado es asombrosa: casi un millón de imaginativos nombres para florecientes empresas que no tienen empleados. Muchas de las grandes corporaciones españolas -la mayoría de las que cotizan en el IBEX, en particular- han encontrado allí un buen lugar en el que depositar parte de sus elucubraciones corporativas, para evadirse de las tensiones fiscales que generan a los altos ejecutivos insoportables dolores de cabeza.