Si cabe calificar de alguna forma la actual situación vivida por las Juntas de Gobierno de los Colegios profesionales sería la de desaliento. En especial, para aquellos Colegios que basaban sus ingresos en la obligación de la colegiación y en los visados de proyectos (los de arquitectura e ingeniería, en particular), el momento no puede ser más crítico.
A la situación de incertidumbre se añaden los continuos aplazamientos de la aprobación de la Ley de Servicios Profesionales. Desde hace ya más de un año, se hace circular, provenientes de organismos nunca identificados plenamente, borradores de esa Ley que daría la puntilla a los Colegios, al reducir a carácter testimonial los proyectos que deben ser visados, proclamar la colegiación voluntaria y obligar a que los cobros por los servicios sean ajustados al coste de los mismos. Tanta información contradictoria ha provocado, como es natural, la desorientación y el desánimo, al comprenderse desde los órganos rectores de los Colegios que no se está atendiendo, en absoluto, a sus observaciones.
Porque los Colegios desearían que la situación anterior se mantuviera y, eso sí, estarían dispuestos a hacer la declaración de un firme propósito de enmienda. Más transparencia, más servicios a los colegiados y más conexión con la ciudadanía en general. Por supuesto, también defienden que son un instrumento de la sociedad civil, que cumplen una función de control deontológico y que, en el caso de los proyectos, el visado implica una garantía, que podría mejorarse, desde luego, de la identidad del firmante, la cobertura de sus responsabilidades y, en una medida no bien concretada, de la calidad del proyecto.
Con el hacha del verdugo administrativo bien afilada, la amenaza del problema se ha convertido en real, sin necesidad de que se ejecute ninguna sentencia. La realidad es que las colegiaciones han disminuido en casi todos los Colegios profesionales, las bajas son un goteo incesante y los, en general, vetustos y nobles edificios en los que desarrollaban sus actividades se van cubriendo de un cierto polvo, mezcla de apatía, falta de ideas, y obsolescencia de sus actuales dirigentes.
Claro que hay excepciones. Pero son pocas, y las que hay, no por ello dejan de estar amenazadas. La supervivencia de los Colegios pasa por un profundo análisis de sus objetivos, una revisión de su oferta y la incorporación masiva de jóvenes que enderecen un rumbo que, con Ley o sin ella, está anquilosado por la artrosis de un bienestar que no estaba fundado en el servicio concreto que estaban prestando a los colegiados y a la sociedad, sino en unos ingresos garantizados por la colegiación de profesionales que, en muchos casos, no sabían para qué les servía el Colegio, ni habían pisado su sede jamás.