Seguramente por no abrir demasiado pronto la caja de hojalata donde guardamos nuestras preocupaciones caseras (1), el PSOE ha decidido iniciar con un debate sobre el futuro de Europa, un ciclo que recogerá varios “diálogos con la ciudadanía“.
Si las versiones acerca de lo que se discutió el 26 de febrero de 2013 son correctas, el comienzo ha sido ilustrativo para reflejar lo que pensamos de Europa desde nuestra silla mal emplazada del patio de butacas, con la visión dificultada por la columna de los Pirineos y la desagradable sensación de habernos perdido el primer acto de la representación.
Por una parte, Rubalcaba y Valenciano escenificaron la opinión de que Europa “no nos quiere” y que, para los españoles “Europa es más una pesadilla que un sueño”. Expusieron, por tanto, la opinión desde la silla esquinada, del espectador mal encajado.
Por otra, Solana (Javier) y Almunia, discreparon de esta opinión derrotista, reprochando a sus compañeros de partido la desafección, y defendieron que Europa ni impone, ni dicta, ni deja de querer o no querer a España. Lo que sucede, en su opinión es que las instituciones europeas no reciben una consideración diferente de los ciudadanos de la que dispensan a sus propias instituciones. Reflejaron, pues, la opinión, desde el escenario, de los autores o responsables del teatro.
¿Para qué nos quiere Europa?. No tengo respuesta clara. Podía elucubrar con el tópico de que se nos ve como propietarios de un territorio agradable para instalarse en vacaciones o como pensionistas, con una buena comida y un paisaje variado. Somos consumidores poco exigentes con una tendencia señalada al gasto en alimentación y, paralelamente, a lo superfluo…
Supongo que la principal característica que se percibe desde fuera es que somos vulnerables, fáciles de convecer, ignorantes del valor real de lo que poseemos. Tal vez la respuesta más atinada nos la esté proporcionando un tal Sheldon Alison, que ve la situación desde otra galaxia, que es la del dinero: somos el lugar ideal para encajarnos cualquier metáfora, y rentabilizar esa fantasía en propio provecho (o sea, en el ajeno).
En Asturias, ese centro de experimentación de lo que acabará sucediendo a escala o dimensión hispana, se ha vivido de una ilusión similar hace ya un par de décadas. Se la llamó y llama -porque ha pasado a formar parte del lenguaje chungo- “el Petromocho“, una supuesta inversión multimillonaria árabe y que resultó ser un engaño. Si Eurovegas se convertirá en un Euromocho madrileño está por ver, pero los comportamientos locales recuerdan demasiado a tufos de aquel sueño, que tuvo un despertar mojado en orines calificables de infantiles.
No fue, sin embargo, la única pelota que le colaron a esta querida región por el ángulo de la ingenuidad defensiva. Fue, incluso, la que menos coste le supuso, porque se descubrió a tiempo la fantasía. Otras, siguen echando humo, consumiendo trasiegos, generando agujeros a la ilusión y al empleo, empujando al Paraíso natural hacia el abismo de un futuro más pequeño.
Ay, si se pudiera trasladar de sitio la silla para sortear la columna que nos impide ver qué se cuece en el escenario…Pero, cada vez que intentamos cambiarnos de asiento, para ocupar una de las butacas que vemos vacías y que nos ofrecerían mejor visión de lo que pasa, viene un acomodador y nos da con el chuzo en la cabeza, y…oficialmente, con maneras de chicos aplicados, nuestros representantes se prodigan en tímidas sonrisas, en lugar de dar puñetazos y patadas a las puertas que se nos cierran.
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(1) Me refiero al debate sobre la necesidad de una Reforma constitucional, o, como ya empieza a denominarse en ciertos círculos, sobre la forma de plantear una “Tercera Transición” (si supiéramos dónde estamos y, por supuesto, hacia dónde queremos ir).