Majestad,
Los responsables de las instituciones del Estado, ante cualquier suceso que haya impactado en el ánimo de la ciudadanía, causando inquietud, se han acostumbrado a utilizar frases tópicas, a las que acuden como mantra. Comparecen de inmediato ante los medios -“la opinión pública”, se dice ahora- para repetir algo que no guarda relación con el suceso, ni supone una explicación acerca de las razones por las que no se actuó para prevenirlo.
Esas declaraciones de mandatarios y autoridades de lo más diverso, reflejan, si se trata de un suceso puntual, solamente la voluntad de sacudirse de encima la responsabilidad por falta de vigilancia o capacidad de prevención anterior, y desvían la atención hacia las medidas, típicamente excesivas y en buena medida arbitrarias, que se anunciarán en los próximos días para evitarlas en lo sucesivo. La realidad está llena de ejemplos: inútiles y costosas medidas de investigación de equipajes y pasajeros en los viajes en avión o en tren, o en la recogida de información de huéspedes hoteleros, o en la exigencia de datos personales innecesarios, redundantes y, desde luego, excesivos, para cualquier trámite, etc.
Su figura no está ajena, ni mucho menos, a tales manifestaciones de cinismo. Yo le prevengo sobre su utilización excesiva, particularmente, en los discursos que le tocará pronunciar a lo largo de su reinado, que le deseo largo, aunque intuyo que no será fácil mantenerlo incólume. Parece natural que, ante una desgracia, se manifieste sensibilidad ante las circunstancias de quienes son inferiores o subordinados. Pero, si no se está trabajando para solucionar los problemas que las han causado, esa manifestación de simpatía encaja con el más puro y cruel cinismo.
Expresiones como “Estamos hondamente preocupados” o “Se está haciendo todo lo posible” o “Hemos tomado medidas inmediatas para corregir”, por citar solo algunas de las más frecuentemente esgrimidas , son vacías. Peor aún, contienen el germen de la firme sospecha de que ni existe real preocupación, ni se piensa en cambiar los métodos, los modos o las personas para que el daño no vuelva a producirse.
Me detengo en esta carta en el problema del paro. Es real, acuciante, afecta especialmente a los estratos económicos menos favorecidos, a los jóvenes, a los que tienen edad superior a los cincuenta años. La pérdida de actividad económica se concentra en empresas transformadoras fabricantes de productos que demandan alta mano de obra no cualificada, en autónomos especializados en actividades ahora automatizadas, en sectores tecnológicos que están afectados por la aparición de nuevos materiales, recursos más baratos, maquinaria más eficiente.
Majestad, la crisis económica, de hondas raíces tecnológicas en los países más desarrollados, y su indudable relación con la globalización de los transportes y las comunicaciones, ha restringido brutalmente la cantidad de trabajo disponible. En un país intermedio, como España -caracterizado por un nivel científico medio, insuficiente cultura de emprendimiento, una estructura empresarial desequilibrada y concentrada en pocos sectores industriales, una tendencia de consumo excesiva para su capacidad de producción, etc. (permítame que no me detenga ahora en desarrollar esta cuestión)-, la creación de empleo no puede subordinarse a la iniciativa individual.
Tampoco es posible admitir que se vaya a generar suficiente empleo para compensar la pérdida de población activa provocada por una crisis que es, no es posible dudarlo, estructural. Hay que pensar en la mejor redistribución del trabajo disponible, además de aprovechar todas las oportunidades de generar actividad económica, y relacionar el salario con el sostenimiento de la economía familiar.
Un salario, Majestad, ha de ser, ante todo, digno: y la dignidad supone que ha de ser suficiente para sostener al empleado y a quienes dependan de él. Y, en contrapartida, un salario indigno, Majestad, es aquel que pretende remunerar por encima de toda fantasía, una pretendida gran capacidad de dirección, o como impulsor de iniciativas de un ser humano. ¿O es que se puede creer que alguien, por muy tocado que se encuentre del dedo de la madre Naturaleza, puede ser acreedor a ser remunerado hasta cien o… mil veces más que otro ser humano, en razón a misteriosas -por no transparentes ni, con seguridad, explicables éticamente- dotes para la gestión?
Tiene ya España demasiados bares, restaurantes, peluquerías, mercerías, y, en general, tiendas de las que se podían llamar de la esquina, (en las que se incluyen, claro está, los miles de establecimientos comerciales regentados por familias chinas y en número creciente, también por marroquíes), en los que se venden productos alimenticios o de primera necesidad. Animar a que los particulares sin experiencia empresarial alguna, sin conocimientos de contabilidad, sin capacidad para juzgar los riesgos de un negocio, creen su propia empresa, es inducir a muchos a que pierdan sus ahorros o se endeuden de por vida.
Una cuestión diferente ha de ser la de apoyar a creativos con formación universitaria que, con suficiente conocimiento del estado de la cuestión y utilizando su capacidad de trabajo, solos o en compañía de otros con inquietudes similares o complementarias, quieran desarrollar o poner en el mercado un producto nuevo, con posibilidades para su comercialización a nivel internacional. Detectar estas capacidades, impulsarlas con apoyos públicos, es una necesidad urgente para nuestro país.
Pero las mayores opciones de generación de actividad están, en mi opinión, en relación con el crecimiento de las empresas de mediano y gran tamaño (tenemos muy pocas en España) que, con su conocimiento del mercado, sus relaciones comerciales ya establecidas, sus centros de investigación y desarrollo aplicados, tienen la mejor visión internacional de por dónde han de transcurrir las líneas de demanda integradas e, incluso, cuentan con excepcional capacidad para influirlas o dirigirlas.
A los dirigentes de esas empresas, a sus principales accionistas, ha de dirigirse un concreto mensaje de colaboración activa, para que se coordinen, se hagan más transparentes, participen con mayor conciencia social en la reinversión de sus beneficios y en la asunción de cargas impositivas superiores y, en correspondencia, sean reconocidos, si admiten -lo que no está sucediendo- su responsabilidad y la convierten en compromiso, como respetables líderes de nuestra economía. Solo así será creíble el mensaje de que están actuando, como es obligación ética de un gestor de empresa, en beneficio de la colectividad y no con la obsesión de obtener el máximo beneficio de la ignorancia en la que la mantienen.
Termino mi carta, hoy, Majestad, a dieciséis de enero de 2015
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