Permite que mi deseo de poseerte rompa las barreras
que impedirían que tu cauce se desborde,
vamos a desparramarnos en las rocas,
tú y yo en catálisis fatal,
sin que nos preocupe volver, así que lo demás
es lo de menos.
Sin premisas, ni miedos, condición inocente, yo te ordeno
que la ida sea infinita, sin rumbo, sin destino,
sin que nadie se atreva a sugerirnos
lo equivocados que vamos con las prisas,
lo inadecuado del atuendo, o lo mal preparados
que estamos para el viaje ni lo poco
que acertamos con la vez y con el sitio.
Mientras tomas asiento en el hueco especial de mi regazo
siéntete portavoz de la verdad amando estas cadenas
que, entre besos, te unen las manos a mis manos,
porque nos van a dar fuerza para escapar,
sigue las instrucciones de este juego.
Suelta amarras y excesos, haz del río
que en tí habita, corriente impetuosa
que salte por encima de cuanto existe y da razón,
alud de instintos sin rival, que se desborde
hasta ocupar el horizonte de mi cuerpo.
Yo transformaré los signos de confusión que nos guiaron hasta aquí
en galletas de amor, y, en dosis adecuadas, haré hartas las cosas,
pocas, inadecuadas, impropias para lides, -infelices-,
que seleccionamos para llevar con nosotros a este viaje.
Lo convertiré con mimo, lo prometo,
en sabor perdurable a risas del otoño,
a miel y hojuelas, y, para postre, en uvas contagiosas.
(Poema 17 de “No tenemos a nadie”, @angelmanuelarias, 1996/1997)
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