Sé que os gusta vivir a la moda, estrenar ropa bonita, ir a sitios elegantes y, porqué no, conseguir ser el centro de atención en un grupo que os parezca interesante. A medida que se van desarrollando aspectos de vuestra personalidad y se concretan vuestras aficiones y tenéis claro lo que os gusta o disgusta, os hacéis más “vosotros mismos”.
Sin embargo, el deseo de individualizarse encuentra muchos obstáculos. Hay quienes buscan identificarse como parte de un grupo, un clan, una tribu urbana. Así, como miembro de un grupo, se sienten más protegidos. Pero no nos confundamos: no es igual pertenecer a una banda que va buscando motivos de rivalidades (casi siempre, estúpidos), para enzarzarse en peleas que pueden acabar a navajazos y exigiendo intervenciones de la policía, que ser socio de Amigos del Museo del Prado o del Atlético de Madrid (y tampoco es lo mismo ser forofo de un club de fútbol que aficionado al arte).
Travesuras infantiles
Aprendí a leer, escribir, y las cuatro reglas, en un Colegio de Oviedo, que estaba situado en la calle Cervantes. No se admitían escolares varones de más de siete años, así que cuando cumplíamos esa edad, debíamos cambiar de Centro.
Las niñas podían quedarse hasta el examen de ingreso en el Bachillerato, ya con diez años. Hasta entonces, niños y niñas íbamos a clases separadas.
Estaba ya terminando el curso, y todos nos encontrábamos bastante nerviosos y aburridos. Las lecciones de repaso, especialmente para los más inquietos, resultaban un suplicio.
Aquella tarde, Doña Adelina, la paciente maestra que se encargaba de “la clase de los niños”, escribía en la pizarra el presente de indicativo del verbo amar. Paquito, Emilio y yo mismo decidimos organizar un concurso de tiro al blanco. El armamento eran aviones de papel, que confeccionamos con gran destreza. Y el objetivo…el culo de Doña Adelina.
La maestra escribía y escribía, sin darse cuenta del pequeño jolgorio que había despertado nuestra competición, mientras el suelo de la tarima se cubría de aviones de papel, caídos en combate, luego de cumplir su misión.
En algún momento, Doña Adelina tuvo que volverse e, inmediatamente, se hizo cargo de la situación.
-¿Quién o quienes son los culpables de esta broma estúpida? -preguntó, sin disimular su enfado.
Hubo risas contenidas, pero el silencio fue la única respuesta que obtuvo.
Repitió la pregunta una o dos veces más.
Una voz delicada, desde una esquina del aula, le respondió. Era la de Mateo, el sobrino de Doña Adelina, de apenas cuatro años, que se había incorporado a la clase, como un favor, en tanto sus padres preparaban oposiciones o no sé que.
-Fueron Angelín, Emilín y Paquito, tía.
La maestra recogió varios aviones de papel del suelo, -algunos nos parecían obras maestras para el vuelo acrobático-, los cortó con unas tijeras y los prendió a los mandilones de los culpables y, como si se tratara de delincuentes, nos llevó a la clase de las niñas.
Fue un escarnio en regla. Se nos presentó como un mal ejemplo para los demás y se invitó a ls ocupantes del aula a que afearan nuestra conducta, lo que hicieron con abucheos, gritos y más jolgorio.
Estoy seguro de que mi hermana, con un año menos que yo, se contó entre las que más chillaron. Por la puerta abierta de la clase de los niños, llegaban risas y aplausos hasta el patíbulo.
Me cambiaron de colegio, como correspondía y me olvidé del incidente.
Pasaron los años, quizá hasta trece o quince. Una tarde me crucé con Mateo, el chivato. Traté de cambiar de acera, disimular, pero el sobrino de Doña Adelina me tenía localizado y se lanzó hacia mi, con abrazo.
-¡Qué alegría, Angelín! ¡Encontrarnos después de tanto tiempo! No has cambiado nada -se deshacía en sonrisas, plácemes, manifestación desatada de emociones y afectos.
Yo murmuré algunas incoherencias, pero, en esencia, me mantuve mudo.
-¿Sabes, Angelín? No he dejado ni un día de pensar en la faena que te hice…
-¿Qué dices? Tú, ¿una faena? –
-Sí, claro. Porque aquel día que me chivé mi tía, era cierto que Paquito y Emilín habían estado apuntando al culo de mi tía, y acertaron muchas veces, pero tú, en cambio…
Le corté con un brusco ademán.
-Ah, no Mateo. No me quites mérito en la historia. Acerté tanto más que los otros dos.
Me di la vuelta para marchar y dije como despedida:
-Por cierto, los años no te han mejorado nada. Sigues siendo un…
Creo que la última palabra no se oyó.
Me encantó.. Cambiamos poco con los años. Estaba preocupada por casi diez dias de silencio. Ánimo y espero que sigas deleitando con tus historias a los que las leemos y a los que las leerán.
Me cuesta mucho escribir, debido a las adenopatías periféricas, que me han reducido la movilidad en las manos. Intento evitar que pasen muchos días sin ponerme al teclado, pero soy consciente de la creciente dificultad. Gracias por seguirme.