No es necesario alardear de dotes de adivinación para concluir, sin que aún haya finalizado la Cumbre del Clima de Chile 2019, celebrada en el más bien frío y lluvioso diciembre de Madrid (España), que esta COP 25 pasará sin pena ni gloria, agrupándose con sus antecedentes, ante la indiferencia general.
Tan grave afirmación venida de un ambientalista no negacionista como me siento, debería tener explicación, pero me encuentro cansado de oir repetir las mismas cuestiones y haberme convertido yo mismo en eco de los manidos tópicos: las Cumbres del Clima no sirven más que para poner de manifiesto la falta de unidad entre los países, y la terrible grieta que existe entre los países más desarrollados y los que aún tienen algo de naturaleza por consumir para apoyar su propio crecimiento.
Esta esquemática apreciación no necesita contar con el permido de la activista mediática Greta Thumberg y de los intereses (oscuros o no) que mueven su sencillo doctrinario y fundamentan su exótico peregrinaje en exhibición de que no sabemos cómo evitar la producción de CO2 equivalente sin renunciar a lo que nos gusta.
Leeremos así, dentro de unos días, que los líderes del mundo (a salvo de los mandatarios de Estados Unidos, China y Rusia) expresan su voluntad de tomar medidas contra el avance de la temperatura media de la Tierra; que Brasil, la India y otros países con grandes masas de población empobrecida y déficits democráticos importantes, solicitarán apoyos económicos sustanciales para preservar la parte de foresta que aún les queda. Y, en fin, leeremos magníficos manifiestos con grandilocuente terminología, por el que se nombrarán nuevas comisiones para analizar las urgentes medidas que se estima son necesarias para contener el avance de las aguas marinas sobre las costas debido al deshielo polar y al impulso fortalecido de corrientes hialinas y mareas gigantes, el aumento de depresiones en altura e inundaciones catastróficas en bajura y, en fin, a la apelación a la necesidad de solidaridad internacional para que los más pobres y habitantes de las zonas deprimidas de la Tierra no padezcan más hambrunas, más guerras, más silencios.
Ayer, mientras contemplaba desde mi casa, sentado en mi sillón preferido (el único que tengo) el inútil periplo de la adolescente Greta. acompañada de su cohorte de periodistas ambientales y decenas o quizá miles de concienciados ciudadanos por el ambiente (los mismos que dejan cacas de perro en las aceras, conducen vehículos todoterreno por las ciudades, fueron de viaje de novios a Mali y no perdonan acudir cada año en avión a la llamada de su merecido relax vacacional), dibujé en mi libreta de notas el dibujo que ilustra este comentario. Justicia para el clima: la pedimos nosotros, sus verdugos y los cómplices de su deterioro.
Podéis comprar aún mi libro de Sonetos desde el Hospital. Con sus beneficios, no ayudaré a la disipación de la amenaza climática, pero contribuiremos, con un grano de arena simbólico, pero de contenido poético, a la lucha contra el cáncer. Gracias por colaborar.