Desde que se formó el Gobierno de coalición entre los diputados del PSOE y las facciones de Unidas Podemos que consolidaron al ambicioso proyecto de Pedro Sánchez como Presidente de Gobierno (con la valiosa abstención de los republicanos independentistas de ERC), a los españolitos de a pie no nos faltan temas para entretener el café de media mañana.
En realidad, no diría tanto que vivimos en continuo sobresalto, sino que más bien se ha instalado en nuestro ánimo la parsimonia relajada con la que se contempla el estreno de una obra de teatro de la que no acabamos de captar el argumento. Podría incluso suponer que las primeras semanas del nuevo Gobierno son aptas para construir un relato lleno de enjundias, dimes, diretes, declaraciones pomposas y desmentidos rutilantes.
Todo se va asemejando a la versión en pantalla grande, pero cutre, de la Regenta, con la que Leopoldo Alas “Clarín” realizó un biópic con personajes de Vetusta, acertado heterónimo de mi pueblo natal, Oviedo. Esa ciudad alegre y confiada que dormía la siesta, más arcaica que heroica, bien puede traslucirse en la España actual, despreocupada de la política, que duerme plácidamente la siesta de su ignorancia respecto a lo que nos fuera a pasar.
Me apunto, claro, a la corriente de dar un voto de confianza al nuevo Gobierno, aunque necesitaría más fe y menos información para imaginar que todo saldrá tan bien como los voceros oficiales se empeñan en presentarnos, y carezco de la mala uva y el tono agrio con el que los derrotados en las últimas elecciones siguen anunciando la Apocalipsis.
Vale, lo admito. Se nos han colocado en el Gobierno dos grupos de ministros, alineados férreamente en torno a sus respectivos jefes de fila, que, por muchos abrazos que se den en público, tienen ideas, públicos a los que contentar y deseos de protagonismo diferentes. No puedo digerir la boa de que un matrimonio acapare una vicepresidencia y un ministerio, ni tampoco que, repasando las nóminas de los que están en las primeras y segundas líneas del poder político, haya más vínculos familiares, incluso, que en las muy nepotistas Universidades españolas.
Admito también que la derecha, vencida y convencida de su homogeneidad a fuerza de tanto repetírselo desde los medios informativos y del bloque de la desigual izquierda, no sea capaz de poner en orden sus ideas, y se empeñe en criticar todo lo que hacen o no hacen los de los Ministerios, en vez de clarificar qué programa alternativo van a presentar cuando se rompa la actual coalición o le fallen los apoyos desde los independentistas.
El Gobierno se esfuerza en sacar medidas del sombrero mágico, sin valorar las consecuencias y esta precipitación debería tener su sanción económica. Se ha subido el salario mínimo y la medida debiera ser aplaudida si realmente supusiera que todos los que actualmente tienen un trabajo mal remunerado fueran a cobrar más sin que se viera amenazado el puesto del que, mal que bien, sacan para los garbanzos.
Porque si el dinero saliera de darle a los rabiles con el que el Tesoro fabrica los billetes, no habría más efecto que provocar algo más de inflación, y aquí paz y después gloria. Pero como estamos en una Unión Europea (Krugman ha vuelto a decir que o del euro fue un error), toda subida salarial no vinculada a la productividad provocará pérdidas de empleo, ya que los costes empresariales se ajustarán casi automáticamente reduciendo las cargas laborales, con el objetivo elemental de mantener beneficios, o la viabilidad de las empresas y los emprendimientos, especialmente en aquellos que tienen pocos empleados, se manejan en el sector agrario o de servicios domiciliares o en negocietes de chicha y nabo.
No se confíe el Gobierno en que los agentes sociales le estén aplaudiendo con las orejas, porque es cierto que la empresa de mayor tamaño, el capital más receloso y las fortunas de buen asiento necesitan estabilidad en el escenario. Las cosas tienen que hacerse con su ritmo y no a golpe de voluntades e inspiraciones geniales. Y tenemos demasiada prisa en los Ministerios. Me repito hasta la saciedad: somos un país intermedio, y dependemos mucho de lo que hagan otros. Sacar pecho a destiempo nos ha pasado siempre factura.
El caso Abalos ha puesto una nota exótica sobre las consecuencias de no tener una política clara en temas sensibles. Habíamos apoyado, siguiendo el acuerdo europeo que España había propiciado, al venezolano Guaidó, como presidente encargado de Venezuela (curioso nombre para lo que se creyó alternativa a Maduro) y ahora estamos haciéndole morritos al régimen chavista. La historia verdadera de la visita nocturna del Ministro de Transporte a la zona de aterrizaje de aviones privados en el aeropuerto de Barajas encaja con la cultura del vodevil.
Porque ya se puede completar el relato, sacudiéndose de las mentiras urdidas sobre la marcha por Abalos para justificar un tema menor. La vicepresidenta venezolana, Deniz Fernández, quiso venir a Fitur, aprovechando el viaje de la delegación del Ministerio de Turismo del país hermano. Pero la policía de fronteras, en el trámite de pasaportes, descubrió que la señora tenía prohibida la entrada en la Unión Europea o, si se quiere ser menos fino, estaba en busca y captura por presunto delito de tráfico de drogas y otras lindezas y los diligentes funcionarios anuncian su detencion.
Molesta tanto como asustada, la Sra. Fernández llama a sus amigos de Podemos y éstos despiertan al superministro Abalos, que acude raudo para solucionar el embrollo, al tiempo que los policías de fronteras alertan al Ministro de Interior, que es la autoridad a la que deben obedecer. Después de varias llamadas telefónicas y la evaluación de lo que debería hacerse, la vicepresidenta, cabreada pero libre, accede a marcharse a otro lugar, aunque el mal ya estaba hecho. Porque no es cierto que el aeropuerto internacional de Barajas no sea territorio español y no resulta creíble que las reuniones se mantuvieran en el avión y no en la zona de autoridades, y que a la fugada de la justicia europea, amiga de varios ministros podemitas (y, al parecer, del propio ministro de Transportes e Infraestructuras) n se le ofreciera un lugar discreto donde pasar la noche y el disgusto.
Hoy, 31 de enero de 2020, se ha sabido que Ciudadanos y Partido Popular concurrirán juntos a las elecciones de Cataluña (Torra anunció por sorpresa, incluso para sus aliados de gobierno, que su legislatura estaba agotada). País Vasco y Galicia. Otro craso error de la derecha, si así piensa sumar votos. Y el preludio del canto final de Ciudadanos, del que cabe decir aquello de “quien te vio y quien te ve y sombra de lo que eres).
Un grupo de buitres comunes (llamados también leonados por el color de su pelaje, gyps fulvus) observa desde los farallones de Olite (en Navarra) a los cuidadores que les proporcionan regularmente alimento, ya que la falta de animales muertos por causas naturales en la zona los hace dependientes de ese suplemento nutricio.