No habían coincidido hasta entonces, pero la casualidad los reunió en aquella mesa. Eran, más o menos, de la misma edad, ya avanzada la cincuentena. Gumersindo Centeno, bigote y barba algo descuidados, traje brillante por el uso, una corbata a cuadros demasiado ancha para lo que ahora se estila, parecía fuera de sitio.
Petronilo Maldotado, cabello ya entrecano dominado por un toque preciso de brillantina, terno caro de mezclilla, corbata firmada por la casa Carmani, también.
Su proximidad física en la mesa 16, junto a otros invitados a un desayuno al que asistía el Presidente del País de Maravalla, Dr. Corcovondo Inflado de los Ijares, que tenía lugar en el prestigioso Hotel Palace de la Putain, era producto, en efecto, del azar. Maldotado había llegado tarde a la convocatoria, cuando el conferenciante ya había empezado a hablar y se encontró con que no tenía sitio en la mesa que le habían designado previamente.
-Me temo, Sr. Maldotado, que las demás autoridades, creyendo que no vendría, han movido algo sus asientos, para estar más cómodos y no queda sitio en su mesa -le explicó la azafata, una atractiva joven de casi metro ochenta, que le sacaba la cabeza y a la que siguió, con la mirada fija en sus rotundas posaderas.
-La culpa la tuvo mi chófer. Creyó que el desayuno era, como otras veces, en el Hotel Pritz, y, cuando me dí cuenta, habíamos perdido un tiempo precioso -dijo Petronilo, aceptando que se le ubicara en la mesa 16, en un sitio de espaldas al estrado y con vistas a una columna.
Maldotado, empresario de éxito, estaba destinado a ocupar la mesa 2, el lugar preferente, justo enfrente del conferenciante, el Presidente del Círculo de Empresarios, y con la oportunidad de compartir espacio y mantel con el Presidente del País, los Ministros de Industria y Finanzas, y la Secretaria General de Inversiones Inespecíficas (amante del segundo), además de con el Rector Magnificiente de la Universidad de Maravalla capital, el cardenal Primario, el director del periódico de mayor difusión (La Gaceta Pertinente) y el Jefe Superior de la Policía Para-Científica.
Centeno, por su parte, estaba en ese desayuno por necesidad. Llevaba varios meses en paro, tenía hambre, y se le había ocurrido apuntarse a aquel acto, inventándose una ocupación que no tenía: Director ejecutivo del Club de Defensores Ambientados.
Maldotado, mientras un camarero le servía un té con hierbabuena, entregó a los dos inmediatos vecinos que tenía en la mesa 16, una tarjeta en la que figuraba su nombre impreso en huecograbado y el logo de su grupo, diseñado por Jacinto Maroscal. La vecina de la derecha, sacó del bolso un cartoncito que la acreditaba como ayudante del ayudante de la Secretaria de Inversiones Inespecíficas. Petronilo se disculpó, murmurando en voz ininteligible que se había olvidado las identidades en casa.
Había devorado casi todos los canapés de la mesa y lo que estaba escuchando en aquel acto no le interesaba, pero era quizás el único que había cumplido aquel día su objetivo.
FIN