La Doctora -en el sentido de licenciada en Medicina- Carmen Montón ha dimitido ayer, 11 de septiembre de 2018, de su cargo de Ministra de Sanidad, en el que, según el líder de Unidos Podemos, Pablo Iglesias, “estaba haciéndolo bien, ya que había recuperado la asistencia sanitaria universal”. (1)
Tenemos muchos temas sustanciales por resolver en este país -los dos más importantes son, ya no sé porqué orden, la cuestión de la generación de empleo de calidad y la cuestión del separatismo catalán-, pero el personal tiene cuestiones intrascendentes con las que distraerse, y los políticos disfrutan alimentando esos temas inanes, como fórmula para no abordar lo sustancial y, abotargando las opiniones, consumir el tiempo de juego tanteando el balón en medio campo. (Ya que el equipo español, que ahora entrena el asturiano Luis Enrique, ha cosechado dos triunfos inesperados en sus enfrentamientos internacionales, utilizo términos de ese argot, indicando de paso, que el fútbol es uno de los placebos más socorridos, y que la temprana eliminación del equipo nacional de la Copa del Mundo ha supuesto un jarro de agua fría sicológica sobre los primeros cien días del gobierno de Sánchez)
Una de las cuestiones intrascendentes que ocupa hasta la exasperación el doctrinario mediático, es el traslado de los restos del otrora Generalísimo y Caudillo de España por la G. de Dios, Francisco Franco, hoy denostado dictador y despreciado guerrero, desde su auto erigido mausoleo en el Valle de los Caídos. Una mega obra, visible para todos los que salen de Madrid hacia el norte como un permanente testimonio de que hubo una guerra civil que ganaron los de derechas, o sea, los buenos y que el jefe de Estado que implantó, entre otras cosas, el sindicato vertical, en su visión partidaria y megalómana, pretendió convertir en un monumento a la reconciliación nacional.
Aunque la cuestión es bien conocida, no está de más repetir aquí que en ese cementerio forzado, junto a Franco y José Antonio (Primo de Ribera, cofundador de la Falange) hay miles de cuerpos de republicanos, -anónimos o identificados como fallecidos en juicios sumarísimos, represaliados en la postguerra, y prisioneros que sufrieron en la construcción del monumento la expiación por muerte en accidente-. No están solos, pues también se enterraron, algunos igualmente sin identificar o sin hacerlo correctamente, miles de cuerpos de aquellos fallecidos en la contienda incivil, que estaban defendiendo, ya por convicción o porque les tocó en suerte ser reclutados en territorio dominado por los rebeldes, el Alzamiento contra la República.
La decisión expresada por el presidente Sánchez de mover los restos de la momia franquista (es momia, pues fue embalsamado, según consta) a otro lugar, y hacer del lugar un centro de meditación por la memoria de la guerra que significó la consolidación de la separación de las dos Españas, unido a la intención expresa de generar un documento sobre la verdad de esa lucha fratricida, es un ejemplo reciente de la incomodidad que supone mover la mierda, lo que, como es bien sabido, genera mal olor y fuerte repugnancia, indiferentemente, a espíritus delicados y a los que no lo son tanto. Estoy de acuerdo con Francisco Maruenda (sin que sirva de precedente) en que hay mucho escrito sobre esa batalla gigante de destrucción nacional, para todos los gustos, y que cualquiera puede documentarse como le venga en gana en los miles de libros publicados.
El otro tema de distracción es el de los máster, ya sean de Pablo Casado, de Cristina Cifuentes, o incluso de la tesis doctoral de Pedro Sánchez (aunque ésta parece que sí, que existe y que, además, sirvió de base a un libro con coautor que se puede adquirir aún en las librerías) . Supongo que hasta el ministro Pedro Duque sabe ya que la Universidad necesita una urgente y profunda reforma, lo que no tiene nada que ver con el prestigio de los títulos. Las carreras que se pueden cursar en España han crecido de forma desmesurada, a razón de la obsesión de las autonomías y los departamentos universitarios por engordar sus nóminas, y han disminuido, paralelamente, el prestigio de muchos centros docentes y, claro, de sus titulaciones. No de todos, me apresuro a puntualizar.
Que haya alumnos que hayan obtenido sus títulos con menor esfuerzo que otros compañeros, no es lo habitual, pero sospecho que siempre ha sido así. No rebaja el nivel del título el que algún enchufado lo consiga por la puerta de atrás, sino que -en mi lectura- lo que revela que algunos con acción de poder sobre los docentes lo obtengan sin el mismo curro, es que ese título da prestigio.
Lo miserable es que existan profesores que se dobleguen ante demostraciones del poder o concesión de privilegios a ellos mismos, otorgando titulaciones y firmando aptos y hasta sobresalientes a quienes no han cursado las enseñanzas a cuyo control estaban obligados. Las defensas de quienes obtuvieron, a todas luces, por sus cortas explicaciones, sin merecerlo, esos títulos, mueve a lástima; por ellos mismos, por su estúpida obsesión por adornarse con plumas falsas; y levanta la indignación contra sus mentores, sus protectores, aquellos que fueron los cómplices necesarios para que salieran con el penacho en la cabeza, con los laureles que no merecían.
Pero el mérito de los que cursaron, -seguramente, además, con altísimas exigencias -esos mismos máster o esas carreras, sin ayudas de nadie más que las de su saber y entender y la eventual coincidencia con un azar generalmente nada propicio, debe quedar incólume. Ellos han contribuido al prestigio del título que otros han querido obtener sin sudar la camiseta.
(1) Me parece muy bien, aunque lo que hay que conseguir es que esa asistencia médica universal no se siga deteriorando. Quienes tenemos, por desgracia, que acudir con regularidad a ese servicio, hemos visto cómo ha venido perdiendo calidad, y de forma acelerada, en estos últimos años: no se han renovado plazas de personal, se han perdido facultativos experimentados (que se han jubilado, muchos de ellos, de forma forzosa, después de alargar irregularmente su contratación, superada ampliamente la edad), no ha habido tiempo para forma a sustitutos, existen excesivas pruebas -muchas, innecesarias, lo que colapsa los servicios auxiliares- debido a la disminución del “buen ojo clínico” y, sobre todo, al temor que tiene el personal sanitario a ser acusado de negligencia o no haber cubierto todas las opciones.
Y aún más: ¿se puede creer que la cobertura farmacéutica de la Seguridad Social no sea general en España? Ver para creer: en Cataluña no se dispensa a los titulares de tarjeta sanitaria de las autonomías de Madrid o Andalucía “porque no se han firmado los acuerdos”. Eso lo viví personalmente; me temo que en el País Vasco será parecido.
La foto es de una de las aves más atractivas y, por ello, fotografiadas con mayor frecuencia, allí donde se hallan. En España hay varias colonias de flamencos (Doña y el Delta del Ebro, las más conocidas; esta segunda, sedentaria desde hace unos años).