Al socaire

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Archivo de octubre 2019

Más madera

28 octubre, 2019 By amarias Deja un comentario

Los violentos han aumentado. Se siente, la violencia está presente.

Podríamos admitir, por la cuenta que nos tiene, que lo que ha cambiado es solo la apariencia más arisca de una característica propia de la naturaleza humana, que hubiera tomado carrerilla, favorecida por circunstancias e impulsada en nuevas razones.

No resulta sencillo, esto es, comprensible para el observador o el analista, reconoce qué es lo que provoca esta eclosión de descontentos llevados al precipicio de la violencia Incluso aunque fuéramos capaces de descifrar y poner orden en la mezcolanza de argumentos con entidad suficiente para movilizar los ánimos de aquellos colectivos afectados por injusticias, reales o presuntas, deberíamos preguntarnos por los propósitos de aquellos acompañantes (side riders) que no teniendo relación directa -¡ni indirecta¿-con el mensaje, añaden por su cuenta, tensión disruptiva y violencia.

Vale, sí. No estamos dirigiendo el contrato social hacia los valores de calma, solidaridad, colaboración o igualdad. Y si entre los que me leen, hay quienes me juzgan pesimista por expresar esta idea, me defiendo alegando que no invento nada; solo atiendo a los síntomas.

Los principios que rigen la violencia son comunes. Los estallidos del ánimo existen desde la niñez, pero son cortos, pasajeros y se juzgan como anómalos. A nivel colectivo, ya no es tan cómodo definir la violencia, cuando estalla, como la excepción. Porque si la paz social es lo apetecible y saludable, no es evidente que sea “lo normal”.Algo de la condición bastarda individual se cuela con fuerza, en momentos históricos, en los recovecos en donde se apoyan los postulados de solidaridad, bien común y ética social (¡tan plausibles!) y conduce, periódicamente, al caos, a la falta de entendimiento entre humanos, al estallido de las revoluciones.

Parece, pues, que, como una constante, dos fuerzas opuestas compiten en el magma del orden social. Son los dos principios que se contraponen sin que haya un vencedor claro: la libertad e independencia frente al determinismo y fatalidad del comportamiento humano. En cada uno de nosotros, la batalla se libra, incluso cada día. Cuando el terreno de la pendencia es lo colectivo, hay que ser muy fuerte en el control para que la libertad individual no sucumba ante la manifestación de una postura colectiva.

Admitido que el punto violento está dentro de nosotros y que una vez que ha entrado en ebullición, sus efectos son extremadamente contagiosos, y exigen un gran autodominio para ponerlos a raya, nos veríamos forzados a reconocer una vía genérica que explique comportamientos no basados en razones, sino en imitaciones, cuando los humanos se entregan a lo grupal.

Es preocupante, en este sentido, que cada vez haya más violentos manifiestos y que no sepamos por qué lo son y, por tanto, no sepamos -desde el orden social- cómo sofocar su fuego de descontento.

Afloran, al principio con apariencia inocente, desde los niveles más bajos de violencia, poniendo en solfa y ridículo a cuantos lucen, en estado de reposo, un  semblante más beatífico que el de  las imágenes de santos de peana en las iglesias. Y contagian. Convierten, como mutantes, a ciudadanos que estando a priori dispuestos a participar en “pacíficas manifestaciones callejeras”, contagiándolos, en violentos. Y se éstos permanecen fieles a su intención de comportamiento pacífico, los hacen ignorantes o disimuladores (a sabiendas) lo que se mueve detrás de sus pancartas con lemas inocentes.

Vale lo escrito para el caso de quienes se manifiestan ahora en tierras catalanas detrás de mensajes como  “Diálogo”. “Llibertat”,  “Unidad” o el imperativo “Spain, sit and talk”- No se identifican, para salvar su intención con los exaltados, inmersos en la delincuencia punible, que protagonizan excesos muy violentos en las retaguardias.

Conviene no perder de vista los argumentos de esos pacíficos que no alcanzan a ver, más bien no quieren ver, debido a las anteojeras que solo les piden dar visibilidad a sus argumentos ante cualquier autoridad que pueda resolverlos, que en la trasera y aledaños a sus marchas con apariencia de guante blanco y bonhomía se mueven decenas de encapuchados o enmascarados que, -¡por el gusto de armar bulla¡-, se lían a ostias y porrazos con las fuerzas del orden. Tienen sus propias consignas, trazadas de antemano desde los cuarteles del catastrofismo, muy distintas a los lemas “oficiales” y al propósito  expresado por la mayoría sumisa, en un pulso contra el Estado.

La cuestión debería tener grados, aunque ya no los tiene. A nivel individual como colectivo, la progresión en las escalas de violencia debería ser gradual. Así se espera, por lo menos. Si se llega hasta cierto punto de rotura, el break limit point debería servir de contención lejana, porque, en estado cabal,  no se desea ir tan lejos- En el individuo en estado “normal”, cuando se percibe ese límite se detiene la manifestación de violencia o disgusto: nadie quiere aparecer como homicida ni culpable de lesiones a otros,  … ni siquiera se estaría cómodo siendo detectado como destructor de mobiliario urbano, incendiario de bienes ajenos.

Tampoco debería ser de recibo querer pasar por cómplice de los infractores. Ese límite también existe.

Resulta, sin embargo, que nuestra valoración del pacifismo sufre conmociones en momentos especiales. La desazón por el incumplimiento de las normas propias o ajenas y los comportamientos del otro que rompen la esencia de lo que estimamos correcto, no se limita a exteriorizar nuestro disgusto moviendo la cabeza, quejándonos con la pareja o con los amigos. No podemos ignorar al que se comporta de forma irregular y a desaparecer del lugar o de la proximidad de quien produjo el hecho malicioso. No vale aquello de “caló el sombrero, fuése y no hubo nada”, hay que actuar, porque hay que atajar la violencia en su estado primigenio.

Para que no crezca y nos arrolle. Como el escenario donde nos movemos los humanos se ha vuelto bastante global (pero ni un ápice más solidario que antes), expresar violencia con métodos destructivos tiene el premio de la difusión. No debería ser el objetivo principal, pero se ha convertido en un objetivo muy apetecible. Los violentos y sus acompañantes (o al revés), pueden saber casi al instante de los cientos de lugares donde la violencia ha conseguido desatar sus amarras, arrollando a los pacíficos.

Todos podríamos saber que las manifestaciones de extrema calentura ajena se desatan siempre con un motivo concreto, creíble, cumpliendo al signo de que el movimiento de la voluntad exige una razón asumible y cercana, comprensible: ya sea la subida de los billetes de metro, la sospecha de un amaño en el cómputo de votos que hurta una segunda vuelta al otro candidato, la insondable sensación basada en infundadas mentiras de que el resto de España nos roba, el cierre repentino de una fábrica o de la actividad de un sector de los que fueron estratégicos (¿para qué o quién?) que deja sin trabajo a decenas, cientos o miles de trabajadores, el hartazgo de una política empañada en corrupción y arribismos, …

Pero…¿de veras es necesario llegar a la violencia exterior, grupal, para conseguir algo que la razón juzga como aceptable y el resultado final revela como posible?

Si se quisiera protestar de veras, con intensidad argumental que conmueva los cimientos de nuestra sociedad,  haría falta apelar a motivos muy hondos: la desigualdad entre los seres humanos crece, el futuro extremadamente complicado, la escalada climática que no dará tregua ni permite vislumbrar paz para nuestros hijos y nietos, la concentración de fabricación de cacharros tecnológicos en pocas manos y lejanas, la proliferación de autómatas… toda esa amalgama de novedades sin resolver genera un panorama previsible de desempleo y hambruna, la insolidaridad, la escasez hídrica, el hambre, la codicia, … yapuntan, en fin,  a que una confrontación entre bloques de quién sabe ya qué pelaje y que nadie se atreve a pronosticar sus consecuencias.

Pero esas razones, para las que no tendríamos respuesta (ni parecen preocupar a los que nos dirigen sin rumbo), no cuentan como factor de movilización. Estamos ocupados en contemplar cómo se manifiestan a cada paso grupos concretos con intereses minoritarios, particulares, reforzados por violentos mercenarios, que queman bienes públicos y privados y ponen a prueba la preparación (física y sicológica) de las fuerzas del orden.

Nos estamos contentando con la contemplación del disgusto por los que reclaman que se les corrija lo inmediato, haciendo la trampa de que su visión local es la que interesa a todos.

Tendríamos que mirar más alto. Lo que en realidad une a chilenos, argentinos, bolivianos, hongkoneses, uigures, tunecinos, catalanes, andaluces, asturianos, no es más sencillo, pero tiene un denominador común que lo hace asimilable y comprensible, aunque, desde la cortedad de visión se pueda sentir como algo que no nos contagia.

Porque aunque se trate de estallidos sociales que podemos estimar como locales, peculiares, concretos, surgidos ante una situación que un grupo particular percibe como injusta, y que moviliza a sectores afectados -más o menos numerosos-, para manifestarse en un momento y que es oportunamente canalizada por elementos con capacidad de organización para que el malestar alcance una dimensión externa, no son locales. Son manifestaciones generales de lo que nos está pasando. De lo que nos va a pasar.

Ni siquiera es anormal que los que se dicen pacíficos juzguen con  simpatía que esas manifestaciones se lleven a cabo cuanto más violentas y aparatosas, mejor, porque les dará visibilidad a sus argumentos y captará atención mundial a su protesta. Se equivocan al imaginar que, después de todo, apagada la revuelta, todo se resolverá sin más deterioros que unos cuantos policías y manifestantes heridos, tal vez algunos muertos, unos desperfectos físicos cuantificables y que, a la postre, será la vuelta al aquí paz y después gloria.

Preocupada nuestra sociedad por las violencias individuales, descuida juzgar y atajar las colectivas, y confunde las colectivas con manifestaciones de grupos concretos, aislados, suponiendo para su tranquilidad que no se verá afectado el núcleo de la convivencia.

Pero se afecta. Cada vez  más. Las violencias colectivas son de otro percal y precisan de otro tratamiento al de las violencias individuales. No se puede confundir las violencias que, en su estado exacerbado, pueden provocar hasta el asesinato del ser que antes fue objeto de deseo, o convivió como vecino sin tacha, o resultó demasiado resistente ante un robo armado. Esos casos aislados se resuelven con el Código penal, y son, en suma, solo la cúspide de las violencias poco visibles de las alcobas, las disputas circunstanciales de bar, las rencillas soterradas de familia, los tejemanejes de los cuarteles de la droga y el vicio, donde solo entra sin permiso el diablo Cojuelo.

Están proliferando otras violencias grupales que no se corrigen con el código penal, porque no se puede meter a toda una población en la cárcel que, además, esgrime en su defensa que es pacífica y no tiene nada que ver con los violentos, aunque les haya dado visibilidad.

El método de actuación no es sencillo. Se debe separar, ante todo, identificándolos correctamente, a todos los violentos que se han incorporado a la manifestación del descontento pacífico, para no caer en demasías.

Y comoestán creciendo tanto, debemos preocuparnos sin tardanza en detectar por quçe el número de violentos que se manifiestan ha aumentado, en nuestras calles y en las de otros, y que ahora van coordinados, vuelan juntos, y no tienen más objetivos que romper el sistema. Empiezan a ser demasiados para mantenerlos a raya.

Si son la avanzadilla destructora que se coloca en la “cabeza mediática” de la máxima visibilidad de los que tienen el argumento que los llevó a la calle, aún podríamos pensar que todo puede volver a estar en orden algún día. Tranquilizaría imaginar que esos encapuchados, armados de barras de hierro, tirachinas de plomo, adoquines y hasta armas, no son parte del argumento, y que no lo necesitan para destruir. Su disposición a priori vale para cualquier algarada, porque gustarían de la violencia como fin en sí mismo: se añaden al jaleo para conseguir la subida de adrenalina, como si fueran al gimnasio, enfrentándose a la policía y a los que defienden el sistema, en un ejercicio premeditado y emocionante.

Si a esos violentos mercenarios, incluidos los violentos que arman algaradas de colegio, no les une ninguna ideología, si no les interesa el propósito ni la voluntad de expresar lo que les incomoda o hiere a los pacíficos a los que acompañan, podemos estar a salvo. No son peligrosos a largo plazo, son aves de paso.

Dediquemos el esfuerzo a saber qué es lo que desean los pacíficos de la manifestación, qué cosas desean que se cambien, hagamos bueno el diálogo acercando posiciones desde el Estado que puedan convenir a todos.

Borremos del imaginario el objetivo a los violentos sin causa, cuyo objetivo se cumple cuando al día siguiente, en los media, aparecen sus fotos con rostros enmascarados y las muestras de los destrozos que han causado. Tranquilicémonos pensando que esa parte destacable, destructora y letal, no tiene que ver con los propósitos de aquellos que solo quieren que se les haga algún caso, que nos sentemos a negociar, que las autoridades hagan lo posible por solucionarles lo suyo.

¿Y si no fuera así? ¡Ay! No deberíamos, los que alardeamos de ser pacíficos, ver con indiferencia el crecimiento del número de los violentos. Es el termómetro de los riesgos de nuestro estado de bienestar social. Si los que tenían argumentos que se podían resolver desde el diálogo y la discrepancia “civilizada” han decidido que ya no merece la pena discutir, sino solo liarse a porrazos unos contra otros, si aplauden la visibilidad que les dan los violentos, la sociedad habría entrado en disposición para la guerra.

Ahí está el peligro. Cuando se inicia una guerra, porque ya no valen las palabras, solo sirven las armas, al menos, hasta que las dos facciones hayan medido sus fuerzas en la cruenta batalla.


Un bando de espátulas (platalea leucorodia) surca los cielos, hacia sus lugares de invernada en quién sabe qué lugar de la región mediterránea. Distinguible sin  confusión, incluso a distancia en estas formaciones migratorias, por su ancho pico en forma de cuchara, con las patas estiradas y largo cuello. A la luz del día aparece como de blanco plumaje (en su vestido invernal), que se embellece con una mancha naranja en el pecho y un moño conspicuo en la etapa reproductora, cuando llegue la primavera.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: Chile, Hongkong, manifestaciones, violencia, violentos

Vergüenzas: cabras, crisis y desconciertos (y 2)

20 octubre, 2019 By amarias Deja un comentario

Quisiera creer que todo este jaleo, el maldito quilombo que nos cerca la tranquilidad como una boa, y nos atufa con su hedor, es/fuera una pesadilla. Pero no lo es, quiá. La realidad nos muestra su cara más fea, sus tentáculos de hidra, su cabeza de medusa vociferante y zafia y parece estar dispuesta a permanecer entre nosotros sin cambiar de pelaje durante un largo tiempo. Porque no sabemos cómo librarnos de ella, quitarle la piel de algas inmundas, sacarla de sus casillas para lanzarla al foso del olvido.

Han confluido múltiples factores negativos y su reunión ha conformado en nuestra vida de ciudadanos medios, anónimos y contentos con vagar del molino a la noria y de la noria al molino lo que se ha dado en llamar una tormenta perfecta. Solo que esta no nos ha traído el agua, ni se prodiga en tormentas, ni se desparrama en inundaciones y torrenteras que causan derrumbes, cosechas perdidas y hasta muertos.

Esta no estaba anunciada y, por tanto, si hubiéramos podido estarlo, no estábamos preparados para protegernos de sus efectos.

Como base de todo, sucedía que nos encontrábamos en un prolongado período electoral, una subespecie de calma chicha inconsciente, personajes a la búsqueda de autor (Oh, Pirandello), digo, de un líder y un equipo que pareciera suficiente capaz de sacarnos de la crisis económica, social y política, que se nos agarraba a los pies de la economía y la sociedad con la pegajosidad de un barro de ciénaga o se nos escurría con la viscosidad de la lamprea.

Sin otra idea para cambiar de escenario que convocar nuevas elecciones, el gobierno en funciones de Pedro Sánchez y todos los líderes políticos en funciones que hubieran tenido algo que decir, se embarcaron en la aporía de que un repetido debate con los mismos argumentos nos cansaría a muchos votantes y revolvería el cotarro de los resultados. Dudando si esta no-medida sería suficiente para mejorar escaños, el jefe de gobierno y sus asesores pensaron que sería buen momento para cambiar de sitio la momia de Franco, desviando así la atención del personal de cualesquiera otros asuntos más importantes y, desde luego, más urgentes.

Se aplicaba el viejo principio que relata a la perfección el viejo cuento judío de meter la cabra en la casa para que, al sacarla luego, los que soportaron la presión y el tufo en la habitación exigua, se sintieron aliviados y agradecidos a quien vino a liberarlos

Pero al abrir la puerta, nos dimos cuenta de que se habían incorporado al recinto real, o se encontraban ya allí sin ganas de salir, otras muchas cabras y que eran todas más fuertes, de cocear más grave, y de mayor molestia.

La dura pelea contra de la Desunión europea contra el Brexit duro está provocando atroces fisuras en el ya deteriorado edificio donde hace décadas anidaron las cigüeñas de la colaboración a tope de quienes históricamente habían ventilado sus diferencias a porrazos. El árbitro de la paz se convirtió en instigador de infamias. Porque el imperialismo que hoy representa Trump y su equipo de águilas rapaces, ha dicho basta a sostener de rositas la amalgama de intereses europeos.

Por ello, enzarzado en una guerra comercial que se sabe perderán con el poderío creciente de China y los productores de la Asia cada vez más despierta, el lobby norteamericano a recurrido a la cabra de imponer aranceles a productos europeos con el propósito confeso de proteger a su industria aeronáutica del dumping de Airbus. Cada vez más necesitados de víctimas, el amigo USA ha encontrado en el débil moflete de los productos andaluces (olivas, jamón, queso,…) la fórmula de castigo ideal, porque si se pudiera interpretar que han confundido churras con merinas, lo que han sabido es dar en la cresta al chico del pelotón, para que tomen nota los gallitos de cabeza.

¿Qué otras cabras hay? La actitud de China rechina aún más, debiendo estar muy cegato quien no ve cómo los fuertes tentáculos del gigante asiático se aprietan, implacables, sobre la economía mundial, con base en un potencial tecnológico que se ayudó a generar desde occidente creyendo que se contentarían con ser clientes y no productores de lo que se les enseñó a hacer, incluso a hacer mejor y más barato.

Ah, pero junto a tantas y tan poderosas cabras, se ha incorporado la resurrección de una cabra muy especial, que nos toca muy de cerca, porque está metida hasta las ingles en nuestra idiosincrasia de ponerlo todo en solfa aunque nos conduzca al propio desastre. Hablo, claro, del fenómeno independentista catalán, la marea que se ha convertido, al mal parecer, en incontrolable con los mimbres y cartas que tenemos, y que, aunque se nos diga para despertar algo de consuelo que solo representa a la mitad de los habitantes de esa región, se ha revelado capaz de mantener a raya al estado de Derecho y, lo que me resulta en verdad imposible de asimilar, a las propias fuerzas del orden.

Me hago algunas preguntas sobre la naturaleza de esta última cabra: ¿Por qué se está siendo tan tolerante con los revolucionarios catalanes? ¿Es que hay temor institucional a utilizar todo el poder disuasorio del (supongo, claro) moderno y eficiente instrumental de la policía y la guardia civil, capaz de someter en pocas horas a esos grupos rebeldes (de orden de dos mil personas, se nos dice), despejando su naturaleza de “incontrolados” y “anónimos”?

Parece que hay alguna intención de que la excelente preparación de nuestras fuerzas del orden aparezca como doblegada ante unos cuantos antisistema y su caterva seguidora de mozalbetes indocumentados. No se si es culpa de la indecisión o inexperiencia de Grande-Marlaska o de la voluntad de ser condescendientes con el desorden hasta que las aguas vuelvan a su cauce por sí misma. Pero si se tiene/ha tenido el temor de que una actuación firme de los garantes del orden por ley contra los insurrectos que están causando tales daños y muestran tanta agresividad como todos hemos visto contra bienes públicos y los propios agentes, provoque un crecimiento de los desmanes, en mi opinión, se está equivocado. Los pacíficos somos, en cualquier circunstancia, la inmensa mayoría. Y los que asaltan, hieren, queman, roban, matan, son la hez y la disidencia de cualquier oportunidad de diálogo.

El presidente de la Generalitat, Torra, ha reflejado de forma suficientemente diáfana de qué lado se encuentra. El instiga la cabra del desorden ciudadano, con sus soflamas de meliflua catadura. Porque nada me hará cambiar, aunque no reconozca a Catalunya, que la inmensa población de Cataluña es pacífica, es solidaria con el resto de España y es leal a la Constitución y a las leyes.

—

La foto corresponde al interior de la puerta de uno de los servicios higiénicos de un Hospital de Madrid, decorado -no se calcular en cuánto tiempo- por ociosos que parecen desear comunicar su vacío intelectual, su cortedad expositiva.

Publicado en: Actualidad, Cataluña, China, Internacional Etiquetado como: cabra, Cataluña, China, crisis, estados unidos, mundial, productos andaluces, Trump, vergüenza

Cataluña en pie de guerra…pacífica (1)

19 octubre, 2019 By amarias Deja un comentario

Imposible no dedicar unas palabras a la grave situación que está viviendo Cataluña. Se trata, sin duda, de una movilización de esa región contra el Estado, que tiene su presunta justificación inmediata en la publicación de la Sentencia condenando a los políticos que lideraron el movimiento secesionista de la región catalana, y que apoyaron esa actuación ilegal con malversación de dineros públicos.

¿Tiene explicación la organización de una revuelta popular contra la actuación reglada -apreciar en juicio justo (y con total publicidad, presuntos hechos delictivos- de uno de los estamentos del Estado de Derecho?

No, no la tiene, ni la puede tener. España es uno de los países con mayor libertad y amplitud en el uso de facultades y derechos, y su legislación garantista ha servido de modelo (y envidia) a otros. Pero el hecho es incuestionable: desde que se conoció el fallo de la Sentencia (hago esta matización en lugar de referirme a la Sentencia en su totalidad, que califico personalmente como dotada de una formulación jurídica impecable y con sesgo marcadamente benevolente hacia los condenados), Cataluña se ha visto envuelta en una tensión social de extrema gravedad.

Reventó la caldera en donde bullía el caldo de despropósitos secesionistas que venía siendo alimentada, inconsciente o conscientemente, desde hace ya cuarenta años (inventos y falsificación de la Historia, elevación del catalán a lengua suprema, enseñanza polarizada hacia el odio contra el resto de España, confusión e ignorancia respecto a valores y solidaridad, baja calidad de liderazgos, etc.).

Solo fue necesario encender varias mechas que estaban preparadas por expertos artificieros de desorden. Para provocar demoliciones y graves desperfectos solo es preciso situar pocos explosivos en lugares adecuados. Grupos de individuos que tapaban sus rostros y que actuaban organizados, duchos en provocar tumultos y daños, se enfrentaron a las fuerzas del orden -tal vez cogidas a desmano, tal vez poco preparadas para el envite, puede que sorprendidas por la extrema violencia-, y consiguieron captar la atención de las cámaras y de la prensa en general. Hay heridos graves, una secuela de duras confrontaciones sin sentido, decenas de declaraciones tibias, calenturientas o simplemente desafortunadas, nervios rotos, gritos ácidos, y, en suma, con los restos del caldo, se sigue cultivando en una nueva marmita el crecimiento de los odios, las disensiones ácidas, los alegatos violentos, los desencuentros dañinos, y se hace insoportable el cúmulo de incomprensiones recíprocas sepultadas bajo la imposibilidad de llegar, no ya a un acuerdo, incluso a la calma, en meses o años.

La escalada de tensión, plagada de incidentes intolerables contra los mossos de esquadra, la policía nacional y la guardia civil, debe ser calificada sin ambages con apoyada por el engaño evidente de estar realizándose una “manifestación pacífica” por parte del gobierno de la Generalitat (del President Torra, en particular), ignorando la realidad de los hechos y persistiendo en el anclaje de la emoción inaudita en un mundo paralelo inexplicable y, por la misma esencia de sus planteamientos, insoportable para todos.

La actuación de las fuerzas del orden ha de ser calificada como ejemplar, asumiendo riesgos personales muy altos en el encuentro con revoltosos que no ahorraron violencia: lanzaban piedras, adoquines, barreras e incluso dispusieron de cócteles Molotov;  utilizaron palos y porras, iban encapuchados y quemaron contenedores y coches -¡incluso de la policía!-. Se creó máxima confusión para extremar la sensación de caos.

Repito hasta la saciedad: Por encima de esas actuaciones, tutelando el despropósito independentista convertido ahora en revuelta contra el orden institucional, destaca la equívoca actuación de Torra -defendiendo con la boca pequeña la manifestación pacífica contra la Sentencia, y alentando al mismo tiempo la insurrección contra el Estado (“España, antidemocrática, holgazana y fascista es injusta con el sosegado y laborioso pueblo catalán” es el leitmotif” de su catecismo revoltoso)

Contrasta la situación en Cataluña, incomprensible para la inmensa mayoría de los españoles, incluidos, claro, los catalanes de paz y orden, con el despliegue de afectos y adhesión que la Monarquía -la Jefatura del Estado como símbolo de la unidad de España- ha despertado en Asturias, con ocasión de la entrega de los Premios Princesa de Asturias. El Rey Felipe VI no se refirió en su discurso durante la ceremonia a la grave situación en Cataluña, seguramente para no empañar con recriminaciones ni lamentos la puesta de largo como heredera de la Corona de Leonor, su hija mayor.

No hacía falta la referencia explícita. En la capital asturiana y en toda la España que vio en directo la retransmisión desde el teatro Campoamor de Oviedo pudo valorarse la profunda diferencia entre los dos ambientes: el del afecto pacífico y leal hacia la Constitución, representada por el Monarca, los Ministros y autoridades que asistieron al acto de entrega de los Premios Nobel españoles, y el de la sorpresa, el hastío y la condena hacia las manifestaciones antisociales, revolucionarias, desleales, de esas facciones de impresentables -antisistema, terroristas callejeros-  que conducen a una multitud de catalanes (no dudo que de buena fe, pero engañada por la mala fe de otros), a su destrucción como país, a la derrota de la tranquilidad, disposición a la solidaridad y buena fe que fue atribuida desde hace décadas a la sociedad catalana.


El ave de la foto es una hembra de colirrojo tizón (Phoenicurus ochuros), más pálida de plumaje que el macho, aunque también tiene la distintiva cola rojiza. Son pájaros fundamentalmente insectívoros, y bastante abundantes en nuestras latitudes, no siendo infrecuente verlos sobre las crestas de los tejados o encaramados a muretes y salientes- Al amanecer, en las áreas urbanas, este túrdido madrugador suele ofrecer su característica silueta recortada contra el cielo, moviendo la cola arriba y abajo de manera peculiar y emitiendo un breve canto prácticamente monosilábico.

Publicado en: Actualidad, Asturias, Cataluña Etiquetado como: Asturias, Cataluña, fuerzas del orden, Premios Princesa de Asturias, revoltoso, revuelta, Torra

¿Existe el centro?

8 octubre, 2019 By amarias Deja un comentario

Estaría dispuesto a suponer que cuando un grupo de personas se deciden a formar un partido político, no tienen la intención de alinearse a izquierda o derecha de ningún otro, sino de ocupar el centro. Aunque no pretendo que esta aseveración personal sea vista como lógica universal, debería aceptarse que todo líder como propietario de una opinión centrada, coherente y asumible por la mayoría de quienes estarían destinados a votarle.

¿O tal vez no sea así? Cuando analizamos lo poco que se conoce de los programas de los partidos españoles, parecería que las posiciones ideológicas y las propuestas se van configurando a partir de lo que se divulga de los mítines en los medios. Y como cuando se está en presencia de simpatizantes y adeptos, en el calor de un espacio compacto, con el micrófono en la mano y oyendo el eco de las propias palabras, la improvisación genera monstruos, se va calentando así una espiral de despropósitos verbales que acaban empañando cualquier campaña, haciendo perder la visión de lo que, en realidad, pretende cada partido.

He visto ayer la película de Amenábar “Mientras dure la guerra”, que toma su título de una frase atribuida a los generales rebeldes al principio de su asonada, para designar a Franco general superior (generalísimo) en tanto se pudieran sofocar los puntos de defensa de la República y que se suponían de poca resistencia. Es una buena película, de la que no tiene sentido ahora comentar las múltiples licencias que el brillante director se toma para robustecer el magnífico papel que hacen sus actores principales, todos ellos, como se dice ahora, “en estado de gracia”.

Conecto este párrafo con los primeros de este mismo Comentario porque el biopic (lamento utilizar el palabro para hacerme entender) me produjo desasosiego, que también creí percibir como sensación dominante en el resto de la sala, al acabar la proyección. ¿Han sido nuestros abuelos tan imbéciles, tan crueles, tan doctrinarios, tan poco ilustrados? ¿Se ha acabado de raíz la terrible planta de la envidia y el desprecio hacia los intelectuales y, aún peor, hacia quienes son capaces de expresar sus dudas, sin sentirse cómodos al elegir entre blanco o negro? ¿Somos todos, en realidad, como Santo Tomases, que solo nos fijamos en aquello que nos apetece ver, y solo creemos lo que nos encaja con lo que hemos preconcebido como nuestro argumento único?

Se que el centro no existe más que en las ciencias exactas. No, no existe el centro en política. Pero lo peligroso es irse a los extremos y, más aún, lo que conduce a enfrentamientos sin fin y sin sentido es alimentar el fuego de quienes no saben, no quieren escuchar, solo atienden a lo que se les dice desde la cúpula de quienes forman, con ellos, las huestes de la intolerancia, ya sea desde una u otra ideología.

“Ahí queda eso” (magnífica, como siempre en él, la intervención de Eduard Fernández metido en un papel tan casposo como el general Millán Astray, de terrible recuerdo, presentado como impulsor de un Francisco Franco reservado, pusilánime y oportunista.


Este grupo de gaviotas sombrías (larus fuscus), atento a las entregas alimenticias de la pleamar (invertebrados, carroña, desperdicios) en Punta Umbría, se compone de individuos de varias edades. La gaviota sombría se distingue, en especial de la argéntea (larus argentatus) por tener las patas amarillas y el dorso más oscuro.

Los ejemplares del primer invierno tienen las plumas de vuelo oscuras (carecen de la cuña pálida de las primarias, característica de esta especie), y el dorso está jaspeado de marrón grisáceo oscuro. Los que se ven en la foto son, junto a las aves adultas, de segundo invierno, por sus patas rosa apagado, y el pico de aspecto oscuro (el adulto lo tiene amarillo con una mancha roja)

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: Amenábar, campaña electoral, centro, Eduard Fernández, Franco, Millán Astray, partidos, película

La España viciada

6 octubre, 2019 By amarias Deja un comentario

Parecería que acabamos de descubrir que la España rural se ha despoblado, que las poblaciones chicas sucumben ante el atractivo de las urbes grandes, y que las segundas viviendas han devorado los lugares más bonitos de nuestras costas engullendo los pueblos de pescadores donde ya casi no habitan marinos.

Parecería que acabamos de enterarnos de que los comercios llamados de cercanías han desaparecido en beneficio de las grandes superficies comerciales, que las tiendas de la esquina están regidas por diligentes naturales chinos a los que acompañan sus hijos españoles y que nos venden todo tipo de productos de los que muy pocos (si algunos) están fabricados aquí, en España. Qué digo: como ya he expresado, con aires de lamento más que de denuncia, los espárragos cojonudos vienen de Perú, las lentejas La Asturiana de Estados Unidos, los garbanzos turdesillanos de Canadá y la ropa de Zara se confecciona en Marruecos, Portugal o el Kurdistán.

Parecería que no nos dimos cuenta que hemos orientado a nuestros jóvenes -desde hace décadas- hacia la Universidad, en lugar de hacia la Formación Profesional y que no hemos encontrado sitio para los mejores expedientes que, ahora, triunfan en Inglaterra, Alemania o están empleados de dependientes en Carrefour o se han convertido en casi mileuristas a la espera de una ocasión mejor.

Se diría que estamos ignorantes de que quienes toman las principales decisiones para casi todas las más grandes empresas del país (pequeñas, sin embargo, si se las compara con la escala mundial) son personas que se deben a Consejos con sedes en Basilea, Londres, París, Roma, Berlín o Nueva York y a los que importa un pito todo lo que no sea garantizar rentabilidad a los capitales invertidos (“crear valor para el accionista”) y simular que están concienciados con el ambiente y las responsabilidades sociales corporativas, entre otros palabros de buen gusto semántico.

La España vaciada es consecuencia de la España viciada, la que pierde el tiempo en discusiones políticas sin meollo y sin abordar los grandes problemas, la que se empecina en mostrar que todo va bien, cuando la realidad nos ha llenado de agujeros, la que pide un Plan de apoyo para el sector, ocultando buena parte de los misteriosos entresijos que enriquecen a unos pocos con el trabajo de muchos, la que se cree que las burbujas (inmobiliaria, industrial, de servicios, etc.) se crean por fatalidades de la naturaleza y no por el descontrol y la desorientación frente a los mercados, la que está satisfecha porque se active el consumo de chupetes tecnológicos sin advertir que la inmensa mayoría vienen de fuera y, en el mejor de los casos, aquí solo ensamblamos algunas piezas y les ponemos la carcasa.

Me gustaría que se reflexionara y se actuara, sobre la manera de volver a llenar de actividad a la España vaciada. Con cabeza, sin presiones, sin ilusionismos.

Porque no consiste en habilitar en cada pueblo polígonos industriales (ya tenemos demasiados cubiertos de hartos y vacíos de empresas), no pretendiendo que la fibra óptica por sí misma va a generar empleo (¿para que cuatro privilegiados trabajen desde sus casas para la multinacional mirando un paisaje?, no aumentando a lo loco la red viaria (¿para que el asfalto cubra toda nuestra superficie y no sepamos ya cómo ir a ningún sitio sin mirar Google Map?) o reclamando ambulatorios por doquier (¿solo con especialistas en geriatría y enfermedades terminales?)y animando a llenar de “casas rurales con encanto el territorio” (¿para ser testigos de su deterioro?).

Todo ello mientras el campesino sucumbe en su pobreza o aguanta a trancas y barrancas con la media pensión de alguno de sus padres ancianos aún vivos, en tanto que el ganadero y el agricultor autónomos financian con sus productos a los supermercados o las frutas y hortalizas se pierden sin recoger en las tierras y campos.

…..

Un pareja de ánsares campestres (ansar fabalis) en las aguas de las lagunas de Villafáfila, descansa antes de tomar nuevas fuerzas para su largo viaje migratorio. Las distintas especies de ánsares no son fáciles de distinguir, siendo en ese espacio natural normal encontrar juntos a los ánsares campestres y a los comunes (anser anser).

El ánsar común es algo más grande y pesado, pero lo más distintivo es escuchar sus voces. El campestre es prácticamente silencioso, y emite solo una especie de bufido bastante grave, en tanto que el común, al ser violentado por la presencia humana, se descuelga con unos graznidos como hacen las ocas de corral. Hay análisis de especialistas que detallan las diferencias entre los ánsares basadas en la forma del pico y el entronque con la cabeza o el blanco de la frente, pero no quiero pretender una erudición que no poseo.

 

Publicado en: Actualidad, Administraciones públicas, Política Etiquetado como: campo, despoblamiento, España vaciada, España viciada, generación local de empleo, impulso territorial, territorio

Recuerdos a la madre

4 octubre, 2019 By amarias 2 comentarios

Hace ya 53 años (el 3 de octubre de 1966) falleció mi madre. Su aniversario es un momento especial para recordarla. Y lo hago con tres sonetos, dedicados a su memoria, que están incorporados a mi libro Sonetos desde el Hospital, recientemente publicado (Editor: Angel Arias, precio 10 euros, de los que 5 se destinan a la AECC).

1

Aquel rostro que dio calma a mis manos,
y de labios de amor primeros besos;
ojos que sembraron paz y embelesos
con que crecer como inocentes, sanos,

se volvieron ceniza y polvo y huesos,
ejemplo de dolor, vez de gusanos,
espejo en que vi límites humanos,
cántaro roto, fuente para excesos.

Hace años que besé la calavera
y aparté tierra de los restos tiesos,
y pedí nos curase la ceguera

y retornara a la niñez, ilesos.
Cayó el silencio, y tras larga espera,
percibí fuerte aroma de cantuesos.

2

De esa muerta asomada a una ventana
guardo el recuerdo vivo y no perece
la luz que alumbra la cuna que mece
con su mano blanca, mi madre sana.

Pasan los años y mi afecto crece
alimentado de amor en su peana
y la saco a pasear cada mañana
y le compro un helado si apetece.

Esa mujer teje jerséis de lana
que protejan del frío cuando empiece
y me ofrece un caldo o una tisana

sin que logre moverla de sus trece.
Peino su cabellera ya algo cana
con estrellas del campo que florece

y lágrimas que mi dolor emana.

3

Fue en este mismo banco que hoy escojo
para aliviar mi dolor, donde antaño
se sentara mi madre año tras año
mientras yo daba vueltas a mi antojo.

Su recuerdo me envuelve como un baño
de relajante paz y así a remojo
me curo suavemente y me sonrojo
al advertir lo frágil de mi daño.

Confiado por saber que tiene cura
el mal que me atenaza, tengo prisa
en volver sano y salvo a la cordura.

Acude un enfermero que me avisa
que estoy mucho mejor de la locura.
Mi madre muerta esboza una sonrisa.

(Del Libro Sonetos desde el Hospital, 2019, @angelmanuel arias)


 

Publicado en: Personal, Poesía Etiquetado como: angel arias, cantueso, cuna, madre, madre muerta, mano, Sonetos desde el Hospital

El relato sorprendente de la juez justiciera

2 octubre, 2019 By amarias 2 comentarios

Para llegar a ser juez en España hay que preparar unas duras oposiciones, luego de estudiar la carrera de Derecho, y para superarlas con éxito se precisa emplear un mínimo de dos años de estudio dedicados a aprender la forma un temario amplio sobre temas administrativos, legales y procesales, y para el que los opositores suelen adiestrarse con alguien que las haya superado en una convocatoria anterior, que recibe el nombre obvio de preparador.

Mi opción personal es que prefiero ser juzgado, y defenderme o defender a otros, que juzgar. La acción de juzgar es muy compleja, puesto que, aunque se suele pensar que el juez o magistrado solo tiene que aplicar la ley y ajustarse al Derecho (en sus variadas manifestaciones, fundamentalmente escritas, aunque también existen otras fuentes- -al menos, en el mundo del Derecho-, se debería exigir a quienes ostentan esa función social una experiencia y formación personal en las cosas y hechos de la vida.

No es, lamentablemente, así, y aupados desde tempranas edades a la formidable fortaleza que proporciona el poder enjuiciar y sancionar los hechos ajenos, el riesgo para muchos jueces y magistrados es caer en el endiosamiento. Se defienden grupalmente, creyéndose o sintiéndose especiales, sin reconocer que la sociedad les ha asignado un papel de mérito, sin duda, pero de enorme responsabilidad.

En nuestro país, la tendencia a la litigiosidad, manifestada especialmente en los ámbitos del derecho civil o administrativo, ha significado que los juzgados esas especialidades se encuentren colapsados por una parafernalia de reclamaciones, más o menos fundadas o infundadas, que dan de comer a muchos abogados y que sirven para despertar bastantes recelos y antipatías hacia los que se sientan con puñetas en los estrados frontales de los tribunales.

La cuestión en el campo del derecho penal merece especial atención. La aparición de delitos de los llamados económicos en el Código penal, con penas gravísimas -con una orientación revisionista de los tipos penales, que podía calificarse de revolucionaria-, ha provocado el que las cárceles sean ocupadas con ritmo creciente por gentes de cuello blanco, mangas largas y gominas en el pelo, quitando sitio y protagonismo a los viejos inquilinos de uña negra, te mato porque eres mía o robo para comer porque no tengo otro medio de subsistencia.

Que tengamos encarcelado, y por varios años, a un cuñado del Rey de España, por haber utilizado la influencia de su alcurnia en provecho propio -sacándose unos milloncejos de nada para comprarse un chalé de los llamados de lujo- es un síntoma claro de que algo está pasando en nuestra sociedad. Que se quiera investigar al rey Juan Carlos, tenido hasta ayer mismo por garante de la democracia sobrevenida, por haber aceptado comisiones en unos negocios que hizo, en provecho de la industria del país, sacando unos contratos a sus hermanos de mentirijillas de los jeques árabes, me hace sospechar que hay una corriente que pretende acabar con la Monarquía por la vía del derecho penal.

También parece que, en la corriente autónoma de pasarlo todo por el derecho penal, la mecánica demoledora de castillos (de arena, papel o hierro), atacó y ataca sin cesar, como una amenaza imposible de quitarse en encima, a políticos, empresarios, intermediarios y gentes de especial vivir. No me resulta difícil imaginar que en los despachos de quienes dirigen los destinos del país se sigue con atención y cierto temor este continuo rebuscar por los entresijos de la mierda que sostiene nuestra economía.

Pues bien, hay una jueza que “cambió la vida de Lugo” (copio el titular de La Voz de Galicia del 28 de septiembre de 2019) y que, de haberle dado más tiempo, hubiera cambiado la vida de España. Me refiero a la magistrada Pilar de Lera Cifuentes, nacida en Cartagena en 1971 y que, después de haberse hecho los dientes en otros Juzgados, recaló en Lugo desde Mieres en el 2007, con 36 años.

La crónica dice que se dedicó a abrir decenas de macrocausas que involucraban a empresarios, políticos, proxenetas, junto a guardias civiles y policías nacionales. Denunciada por decenas de imputados que se quejaban de que los procesos no se cerraban, las múltiples quejas que se recibieron contra ella en el Consejo General del Poder Judicial, fue sancionada por “retrasos y desatención del Juzgado” a siete meses   y un día de empleo y sueldo, lo que le acarrearía la pérdida de destino. Su abogado anunció que reclamaría ante el Tribunal Supremo la suspensión cautelar de la sentencia.

El caso ha despertado mis simpatías, máxime después de conocer más detalles del trabajo que esta juez se echó sobre las espaldas. (Véase, por ejemplo, El País de 29 de septiembre de este año). La juez De Lara ha estado investigando, entre otras grandes causas que abrió simultáneamente, ni más ni menos que la red de prostíbulos que ensucian el paisaje español (anunciados en las carreteras como Clubs y Hotelitos con letreros luminosos muy aparentes). Más de 1.600 casas de seudo placer pagado en el que se ofrecen, como carnes a la venta, decenas de miles de mujeres a diario. Más del 0,35% del PIB de nuestro país (o sea, del orden de 40.000 Millones de euros) genera este negocio miserable, convertido en el tercer consumidor de esa explotación vinculada al sexo de pago, de la que, como es sabido por todos, las mujeres -latinoamericanas con hijos, desterradas del Sahel o asiáticas de la URSS bien descompuesta, etc- son víctimas principales.

Reivindico a la juez De Lara. Tardó diez años en cerrar el caso La Carioca, emitió un auto de varios cientos de páginas para imputar con solvencia a decenas de individuos que traficaban con mujeres, drogas y sobornos a empresarios, autoridades civiles y militares, y nos dio un motivo irrefutable para ponernos a todos colorados. El mal de la prostitución no tiene ninguna justificación. Solo genera inmundicia (incluido el dinero que mueve), solo se sustenta en la explotación del ser humano y en el desprecio al semejante.


Hay que prestar atención para descubrir a los agateadores subiendo, mientras devoran litófagos, trepando por las laderas de los troncos, con incansable agilidad. Viven en nuestra península, dos tipos de agateadores: el común (certhia brachidactyla) y el norteño (certhia familiaris), prácticamente indistinguibles.

El de la fotografía, por la amplia ceja y el vientre de un blanco más puro (no apreciable en ella, por las sombras), corresponde al tipo norteño, identificable sobre todo por el lugar donde fue realizada la instantánea, Asturias, ya que ambas especies tienen áreas de difusión distintas.

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