El Gobierno de España, cuya legitimidad original no puedo poner en duda, pues Pedro Sánchez, encabezando la candidatura socialista ha sido propuesto por S.M. el Rey en su momento para formar la coalición que le permitiera obtener mayoría suficiente en el Parlamento, ha derivado hacia comportamientos anticonstitucionales. Su posición actual, como conjunto, es antidemocrática y algunos de los ministros que lo forman, empezando por uno de sus vice Presidentes, alardean de una posición facciosa, republicana, secesionista.
Para todos cuantos hemos defendido a lo largo de nuestra vida, como compromiso de honor, el ser coherentes y cumplidores con la palabra dada, la desfachatez que trasciende en múltiples actos del Gobierno actual es signo de su descrédito y nos causa gran alarma. Que el propio alto estamento que es el mayor símbolo de la representación democrática se haya convertido en enemigo declarado de otras instituciones, que las desprecie o ningunee, es signo de la terrible degradación de la convivencia social y preludio, desgraciadamente, de momentos muy dolorosos en la Historia de España.
No estoy ahora escribiendo sobre la incompetencia del Gobierno, suficientemente demostrada en muchos ámbitos -tanto por acción descabellada como por omisión consciente-. Ya no importa que algunos de los más de veinte ministros tengan carteras cuyo contenido y cometidos, por sus actos, es desconocido para la ciudadanía, porque nada han hecho salvo cobrar sus emolumentos y generar gastos complementarios incorporando a sus Ministerios decenas de personas de confianza, con aptitudes indemostradas.
Lo que me preocupa ahora, y mucho, es el deliberado intento de destruir la institución monárquica, ninguneando y desacreditando a S.M. el Rey Felipe VI y, en el mismo movimiento, pretender, ni más ni menos, que doblegar a sus arbitrarios designios al poder judicial, garante, por su independencia de la democracia, como soporte de ella y de la convivencia. La ausencia forzada, impuesta, del Monarca en los actos de entrega a los nuevos jueces de sus mandamientos, que tuvo lugar en Barcelona el pasado 25 de septiembre, que debería haber contado -por tradición y por mensaje de solidez democrática- con la presidencia regia es más que un símbolo. Es un esperpento del camino emprendido por este Gobierno, centrado en su propia miseria intelectual e ideológica
Las palabras soeces, insolentes, del ministro de Justicia, replicando por lo bajinis (aunque de forma suficientemente clara para que lo registraran los micrófonos de ambiente) al grito de Viva el Rey pronunciado por un miembro del Consejo Superior del Poder Judicial, con un “se ha pasado tres montañas”, son representación genuina de la bajeza moral que se ha inmiscuido, como una baba apestosa, en muchos actos del Gobierno, ocupado solo de su ombligo, esto es, de la continuidad en el poder, conseguido con acuerdos contra natura.
No es la única demostración de que la Monarquía está en el punto de mira de algunos miembros del Gobierno. Iglesias y Garzón, como más significados, no se recatan en insultar al Jefe de Estado, proclamando a diestro y siniestro su intención de acabar con la Monarquía, porque “son republicanos”.
Se nos han colado varias cabras en nuestra vida social y económica y algunas de las más activas, y dolorosas, son conducidas por miembros de este Gobierno y por altos personajes que apoyan la espuria coalición. Como republicano sensato, pero también como persona de orden y constitucionalista, no puedo sino juzgar de miserables, desleales, tales actitudes y soflamas. Me asombran como ciudadano y las desprecio.
Me temo que estamos llegando, si no lo hemos hecho ya, a un punto de no retorno. Por España, por el respeto a las instituciones, por la palabra dada, por la defensa del orden y la legitimidad democrática, grito con todas mis fuerzas ¡Viva el Rey!
No estoy llamando a ninguna insurrección, porque no me corresponde, pero estoy seguro de que, o el Gobierno cambia brusca y definitivamente su deriva anticonstitucional, y se atiene con rectitud y urgencia al valor de los compromisos, juramentos y promesas que realizó poniendo como testigo al pueblo soberano ante la Norma Suprema, o estamos en vísperas de un levantamiento. No se si pacífico, aunque así lo deseo.