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Muerte de un Papa

6 enero, 2023 By amarias Deja un comentario

Se celebraron ayer -5 de enero- las exequias de Benedicto XVI, Pontífice máximo de la Iglesia católica hasta que decidió dimitir del alto designio de ser representante de Dios en la Tierra, cediendo el báculo papal, la tiara y la delegación transmitida por medio de un Concilio, al Papa Francisco.

La figura de la representación, que tantas páginas eruditas ha venido provocando en los Códigos civilistas de todo el mundo, no tiene idéntico desarrollo en el Derecho canónico, bajo la verosímil y respetable razón en que el mandante, el principal, el representado, no se manifiesta más que excepcionalmente. Y, cuando lo hace, es por medio de signos, señales que exigen la interpretación de formados exégetas de sus hierofanías.

El Papa ahora fallecido fue un reputado intérprete de las Sagradas Escrituras, que son, para las religiones con devociones más extendidas, la expresión escrita de la voluntad divina y, por tanto, una guia irreemplazable de los designios que nos tiene encomendados a los mortales. Para su representante en la Tierra, esas páginas sagradas son un libro de instrucciones al que acudir, como orientación permanente, fuente para refresco de los credos, caudal de inspiración para enseñar y propagar su doctrina.

Joseph Ratzinger -el nombre civil del Papa fallecido- escribió muchos libros sobre teología, analizando con rigor, desde una muy profunda formación humanística, cientos de textos religiosos y filosóficos, para obtener conclusiones o propuestas sugerentes y, desde luego, sensatas.

Quisiera comentar ahora, como homenaje particular al fallecido, algunos detalles de uno de sus libros más admirables: “La vida de Jesús” (Edit.Planeta, 2012).

Es sorprendente, para quienes hemos estudiado las Sagradas Escrituras como mensaje divino en su dicción literal (particularmente, en lo referente al  Nuevo Testamento) que se nos ilustre sobre el plano simbólico y metafórico de los textos sagrados.

Los Reyes Magos no existieron  y son, seguramente, solo un símbolo, una referencia integradora de los tres continentes conocidos entonces: Asia, Africa y Europa. No venían de Oriente, obviamente, sino de Occidente y, posiblemente, de España (Tartessos). Sus edades también son trasunto de las tres edades del hombre, de la juventud a la vejez. No hubo una estrella fugaz, sino una confluencia planetaria que, según estudios astrológicos recientes, confirman el fenómeno hacia los años 5 ó 6 a. de C., cuando Jesús debió nacer.

El libro (escrito, sin duda, con objetivo divulgador) comenta antes, confrontando la interpretación que se ofrece con textos de profetas, santos y eruditos previos, el misterio central de la encarnación divina en María que, Ratzinger, coin prudencia, expresa que está aún por resolver. Desgrana, sin embargo, dándoles el carácter de irrefutables, las palabras cursadas entre el ángel Gabriel y la virgen. Un texto delicioso para creyentes y que mueve, también, al respeto para escépticos.

Descansa en paz, representante de Dios. Ahora sabrás, por fin, si has cumplido su mandato. A los que aún vegetamos por aquí, tierra de lágrimas e ignorancia, nos queda el trabajo de entender tus propias explicaciones.

 

Publicado en: Actualidad, Religión

Una religión sin dogmas

26 octubre, 2020 By amarias Deja un comentario

Debo ser uno de los pocos no creyentes -aunque me apresuro a escribir que respetuoso con la fe de otros- que se ha leído completa la última Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, que se ha dado a la publicidad el 3 de octubre de 2020, en Asís, la víspera de la Fiesta del “Poverello”, el santo nacido en esa localidad italiana del que Jorge Mario Bergoglio ha tomado el nombre y la especial advocación.

La carta solemne del director de los católicos, sumo pontífice de los adeptos a esa religión, me ha sorprendido por su formato y, desde luego, por su contenido. Aún con mayor énfasis que la anterior (Laudatio si), se me asemeja mucho a un buen trabajo de fin de curso, una excelente tesina, con sus referencias bibliográficas perfectamente indicadas, en número de 288, párrafos epigrafiados y capítulos con sugerentes títulos.

No pretendo, en absoluto, minimizar ni ridiculizar el escrito del Papa Francisco. Es, en mi opinión, un excelente repaso a los problemas que tiene pendientes la comunidad internacional, como consecuencia de los diferentes tipos de egoísmo que debilitan, emponzoñan o destruyen la actividad humana, desde el nivel individual al colectivo de mayor ámbito, es decir, la Humanidad.

El móvil del amor, entendido como fundamento de la ética universal, es revisado desde distintos ángulos. La parábola del Nuevo Testamento, en la que un judío que ha sufrido el asalto y apaleamiento de unos bandidos, yace malherido en un camino por el que pasan, sin hacerle caso, un sacerdote y un levita, en tanto que un samaritano lo atiende, cura y lleva a una posada, dando  instrucciones y dinero al posadero para que lo cuide hasta su vuelta, le permite extraer una sencilla filosofía sobre la verdadera caridad- El “trasfondo de un desafío de siglos”, las relaciones “entre nosotros”, que Francisco precisa que no son ni los creyentes ni los que tienen en común una raza, una cultura o una religión, sino todos los seres humanos.

Ese repaso, sistemático, a las diferentes categorías de “otros”, permite a Francisco referirse a los marginados económicamente, a los migrantes, a las organizaciones internacionales, a los nacionalismos y populismos. Nada que un agnóstico, abierto al concepto de ciudadanía y solidaridad universal no pueda compartir y desear, como un objetivo permanente incumplido. El lenguaje papal es moderado, expresiones como “el mercado no lo resuelve todo” no sorprenden ni al más feroz de los neoliberales. Referencias al cuidado del medio ambiente y al desarrollo de los países como necesidades conjuntas, o a la obligación de subordinar la economía a  la política (y no al revés) encuentran acomodo  sin problemas en intelectos de derecha como de izquierdas.

No hará daño a nadie, al contrario, leerse la Encíclica del Papa Francisco. Está muy bien escrita, perfectamente documentada, generosamente neutral en cuanto al tratamiento de la idea de Dios. Un personaje necesario, omnipresente,  esgrimido por el Pontífice como referente de autoridad, pero desprovisto de toda connotación de Ser exigente y punitivo, sino con la imagen plácida y próxima de Jesús, un ser humano que ordena hacer el bien y amar a todo el mundo, como nos vienen repitiendo desde Aristóteles a Kant y defendería cualquiera al que no obnubilara la visión de su bienestar, si lo entiende como un premio a su trabajo y condición, y no como una obligación para compartir y ayudar a los que no tienen bastante para vivir ni perspectivas de mejorar porque se lo impide la insolidaridad de los demás y su situación marginal.

No conozco las razones (si es que existieron algunas, aparte de su personal ambición por generar hechos noticiables) por las que el Presidente de Gobierno español Pedro Sánchez, su esposa y otros miembros de su cohorte han ido al Vaticano este pasado fin de semana. Pero sí puedo decir que, si se toma la molestia -entre una y otra de sus homilías dominicales- de leer uno de los ejemplares de Fratelli Tutti que, según cuentan, le regaló el Papa Francisco, le vendrá bien. Puede citar cualquier párrafo de la misma sin temor a generar crítica alguna, salvo en los impertinentes que a todo quieren sacar punta.

Lo que no encontrará es referencias al dogma cristiano. Y esa enseñanza, dejar el dogma de lado para concentrarse en abordar con eficiencia los problemas humanos, en este momento duro por el que atravesamos, en que el escenario se nos ha llenado de dogmáticos de pacotilla, supongo le vendrá muy bien. A él, a sus colegas de gobierno de coalición y a la oposición. Desde la extrema derecha a la extrema izquierda, todos pueden asumir sin desdoro que o vamos todos juntos a la solución, o nos hundimos sin remedio.

 

Publicado en: Actualidad, Política, Religión Etiquetado como: Bergoglio, Francisco, Fratelli tutti, neoliberalismo, política, San Francisco, Sánchez

Dios

27 diciembre, 2019 By amarias 2 comentarios

Paseando por Toledo hace un par de años, a la puerta de un Convento de los muchos que conforman el carácter severo del callejear por la Ciudad Imperial, avisté a una monja, ya anciana, que parecía estar atisbando el exterior como con miedo de acceder a él y yo, curioso, me acerqué a ella, decidido a entablar conversación.

Sorprendentemente, la encontré receptiva y dicharachera. Así pude enterarme que, después de más de sesenta años de clausura, había sido autorizada para acompañar y cuidar a su hermana, gravemente enferma, residente en no sé que pueblo lucense.

La mujer no parecía tener prisa; al contrario, se mostraba encantada con la charla, y yo disponía de tiempo y curiosidad bastante para darle réplica y, de paso, enterarme de algunos detalles de la vida conventual. Así que, después de algunos minutos, me atreví a insinuarle: “Vd., madre, que por lo que me cuenta lleva desde los dieciséis años rezando a Dios y consagrada a Su servicio, habrá tenido, sin duda, momentos en los que habrá entrado en conversación espiritual con El. ¿Qué se siente? ¿Qué recuerdos tiene de esos momentos que supongo mágicos?”.

No pretendía provocar, sino mantener la corriente de simpatía que se había creado entre nosotros. La monja me miró desde lo profundo de su plácido rostro, quedó pensativa durante unos intensos segundos, y dijo sin muestra de reproche alguno, suspirando: “Ay, nenín, ¡Si, por lo menos, El silbara!”

Tengo ya más de setenta años y, aunque un blog no es precisamente el lugar más adecuado para airear las propias miserias, no sorprenderé a mis seguidores y simpatizantes si afirmo que no soy creyente, lo que no me impide declararme respetuoso con quienes practican una religión, desde la convicción y la entrega al servicio de los demás; y,  en particular, por mi propia formación, me siento interesado por analizar el comportamiento de los que se dicen practicantes de la religión católica y por su estructura de poder terrenal.

Esta fue la religión de mis padres y de muchas de las personas ya fallecidas de mi familia a las que guardo un imborrable afecto; en ella fui educado. Entre los libros de mi mesita, siempre se encontrará una Biblia, cuya lectura me entretiene, ilustra y sugiere. Puedo, además, presentar ejemplos de personas excelentes, con las que mantengo una gran amistad, y que se dicen y actúan como católicos, movidos por una fe que juzgo misteriosa y la esperanza en una vida mejor que se me antoja fruto de la fantasía.

Podría, seguramente, decir algo parecido, si mis circunstancias personales -de nacimiento y origen- hubieran sido diferentes, de otras religiones y creencias. Seguro que la mayoría de las que tienen una trayectoria históricamente consolidada pueden ofrecer ejemplos de personas de irreprochable conducta y estricto servicio a la ética universal, combinadas con la fe y la creencia, asumida como intocable, de que su religión es la única verdadera.

Nada de eso, ni lo mucho que leí, ni lo que oigo y veo, de allegados y amigos que pueden ser ejemplo de vida para muchos, me ha convencido para doblegar mi escepticismo de que exista un Dios y de que, si existiera, se ocupara de nosotros.

Tengo para mí, como otros pensadores más cualificados que me precedieron en el escepticismo de la fe, que el “hecho religioso” ha sido perfeccionado y adornado,- a partir de la consciencia de la finitud de la existencia humana y de nuestra pequeñez ante el gigantesco despliegue cósmico cuyo fundamento aún no hemos logrado desentrañar-, por circunstancias, alimentado por mentes imaginativas, sostenido por miedos a catástrofes y guerras, poblado de formulas mágicas y adornado con milagros aparentes y sucesos inexplicables, conformando un mosaico con interés etnográfico pero poca chicha metafísica.

Esa “forma divina”, un concepto abstracto de extraordinaria fortaleza, ha tomado, según los tiempos y los pueblos, distintas apariencias y, en cuanto a su hipotético mandato, esa petición de contribuir a restaurar el orden celestial que regiría el destino superior de la conducta humana, ha dado lugar a santos y mártires, pero también es culpable de aberraciones, guerras, asesinatos en su nombre.

En el caso preciso de la religión católica, ha venido a concretarse hoy, al margen de mitos y fantasías, y superando su pasado oscuro, en la permanente invocación a la ética universal, magníficamente representada en “amaos los unos a los otros”, o, por lo menos “no hagas a otro lo que no desearías te hicieran a ti”. Y para algunos de los seguidores excepcionales de esta creencia, significa, como ejemplo de entrega encomiable, la voluntad de esforzarse en ayudar a los demás, haciendo la vida de los desfavorecidos menos dura, y la de los sufrientes menos gravosa.

Si hace falta invocar a Dios para actuar así, tengámoslo presente, difundamos ese mensaje de devoción a un mandato superior. Que trascienda y cobre fuerza general, donde no existe otra forma de convencer el ánimo individual a no dañar, a obrar el bien, a ser solidario.

Y como lo siento, lo escribo: Afortunados sean aquellos que no necesitan invocar a Dios para entregar su tiempo, su inteligencia y su capacidad, para mejorar lo que les rodea, superando barreras de creencias, razas, orígenes, ideologías y tendencias. Porque ellos no verán tampoco a Dios, pero nos ayudarán a sentir que la especie humana tiene sentido por sí misma.

Publicado en: Actualidad, Religión Etiquetado como: creencias, Dios, religión

Feliz Navidad, amigos

23 diciembre, 2019 By amarias 3 comentarios

Fechas son estas que exaltan la piedad,
y sirven de pretexto a toda fiesta:
cuando llega al calendario Navidad,
siempre lo humano a diversión se apresta.

Luces y colores llenan la ciudad
hay sitios que regalan una cesta,
pobres y ricos igualan su verdad
dando al jolgorio rienda manifiesta.

Echan de menos las almas quizá a Dios
porque entrar en misterios siempre cuesta
y es más cercano emparejarse a dos,

asunto al que la carne está dispuesta,
dejándose del placer llevar en pos
sin hallar hasta ahora la respuesta.

23.12.2019 @angelmanuelarias

(Nota: Este Soneto no forma parte del libro Sonetos desde el Hospital, del que quedan unos pocos ejemplares disponibles. Todos los beneficios de la venta se destinan a la Asociación Española Contra el Cáncer. Ayúdala, ayúdanos. Ayúdate.

Y, si te gusta la poesía, disfruta con el libro. Gracias

Compra el libro “Sonetos desde el hospital”


Aunque inicialmente la tenía identificada como cojugada montesina (galerida theklae), que es muy parecida a la común (galerida cristata), puesto que solo se distingue de ella por pequeños detalles, y para lo que es preciso observarla atentamente, la de la fotografía me parece ahora, analizada con tranquilidad, una cojugada común.

La cristata presenta como signo más distintivo su cresta, que se desarrolla en abanico, en tanto que la cristata la lleva puntiaguda y con las cañas de las plumas, separadas; el pico es más corto y no tan puntiagudo en la montesina, lo que revela sin mayores dudas que la sorprendida en las orillas del pantano de Navacerrada es una cojugada común: pico largo, mandíbula recta y listas del pecho poco marcadas.

Publicado en: Actualidad, Personal, Poesía, Religión Etiquetado como: AECC, cáncer, cojugada, cojugada montesina, felicitación, fiesta, Navidad, soneto, Sonetos desde el Hospital, subvención

Jerusalén

12 diciembre, 2017 By amarias Deja un comentario

La declaración del presidente estadounidense Donald Trump “reconociendo” Jerusalén como capital de Israel, ha avivado las ascuas de la tensión entre palestinos e israelíes. No hay por qué engañarse, sin embargo. La gravedad del conflicto entre esas dos colectividades, tan desiguales en medios (económicos y, por ende, militares) y en apoyos internacionales -aunque muy similares en población (unos diez millones, si bien con amplia dispersión geográfica- tiene fecha de inicio (1917, declaración Balfour), varias de escalada (1948, 1972, …) y carece de perspectivas de solución.

El atractivo mediático de la manifestación del mandatario norteamericano proviene de su carácter de desafortunada, por inoportuna. Jerusalén es una tierra sagrada, por donde para las tres religiones monoteístas con más creyentes del globo tienen detectado un agujero negro de conexión con lo celeste. Allí están el Huerto de los Olivos, el Muro de las lamentaciones y el lugar en donde Mahoma fue arrebatado al cielo, emulando al profeta Elías. Si el Papa católico no se hubiera afincado en Roma, los devotos del Nuevo Testamento deberían reivindicar Jerusalén como el Lugar Sagrado por excelencia.

Las creencias religiosas son importantes, pero tener esperanza de un futuro en esta Tierra son imprescindibles. Los palestinos que aún resisten en el territorio, sufriendo la realidad de su impotencia para contener con tiragomas y soflamas el avance inexorable de Israel, encuentran en la declaración de Trump un argumento que les recuerda su humillación de pueblo menospreciado, subvencionado, constreñido. Palestina ni siquiera es un país es, para casi todos los Estados con mando en plaza, solo un “observador de las Naciones Unidas”.

Este Comentario no pretende recoger la Historia de Palestina, entremezclando episodios sobrenaturales con realidades existenciales míseras. Por supuesto, el abandono de la cuestión territorial para que se resuelva entre las dos colectividades afectadas, (incapaces ahora de convivir pacíficamente -las llamadas potencias se han encargado, durante más de un siglo, con Inglaterra a la cabeza, de hacer la convivencia imposible-), dejaría como vencedor a Israel, que posee la fuerza militar y el poder económico. Si el nuevo “día de la Ira” tuviese el seguimiento que reclaman algunos imanes enardecidos, solo resultaría en varios miles de jóvenes palestinos muertos contra algunas decenas de soldados israelíes, ante la impasividad general.

Aunque, como escribió Cicerón (Orator, 46 a.C.) “¿Quid enim est aetas hominis, nisi ea memoria rerum veterim cum superiorim aetate contexitur?” (“De qué vale la existencia del hombre si no se la pone en relación con la memoria de lo que hicieron nuestros antepasados?”).

De nada. Somos prisioneros, por nuestra limitación para ahondar en lo que nos trasciende, de lo que nos vincula al pasado. Por esa razón, Jerusalén -cargada de mitos y alegorías, pero con una Historia densa y veraz-, es imprescindible para árabes, judíos y cristianos. Y en estas fechas, en que se conmemora el nacimiento de Jesús, la ascensión al cielo de Mahoma o se renueva la esperanza de que el Mesías verdadero aparezca por esa ventana metafísica, Trump hubiera debido contener sus simpatías y su devoción hacia el grupo que lo hizo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

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Un mosquitero común observa entre el ramaje de uno de los árboles que jalonan el recuperado paseo a las orillas del Tajo, en Toledo. Caía la tarde otoñal y yo, cámara en ristre, a la búsqueda de imágenes del siempre esquivo mosquitero musical, me topé con una pareja de estos acrobáticos pajarillos, revoloteando entre las hojas donde se refugian los insectos que les sirven de alimento.

Publicado en: Actualidad, Religión, Sociedad Etiquetado como: Balfour, conflicto, Jerusalén, mosquitero, Palestina, Trump

Otras gentes:(4) Gentes del libro

29 agosto, 2017 By amarias Deja un comentario

Según la versión clásica del Islamismo y su relación con el derecho, “gentes del libro” son aquellos que practican una de las tres religiones monoteístas que tienen su base en el Antiguo Testamento: cristianismo, judaísmo e islamismo, considerado por todas ellas un libro sagrado.

Cuando  la península ibérica estuvo casi totalmente bajo dominio musulmán, estas gentes o pueblos Libro (gente de la dhimmah) vivían bajo la protección del sultán, siendo sus derechos y deberes diferentes, pudiendo practicar su fe y mantener determinadas prerrogativas a cambio de impuestos, que eran muy superiores para los no islamistas.

La reaparición de la yihad, guerra santa por causa de Dios, -invocada por fanáticos del Islam que, en versiones bastante incoherentes entre sí e ininteligibles desde una posición moderna y deontológica, pretenden implantar una interpretación rígida de los preceptos supuestamente transmitidos por un arcángel al profeta, y no dudan en inmolarse o cometer atentados indiscriminados contra poblaciones que disfrutan de la libertad que han traído la implantación de sistemas democráticos y, en general, oficialmente no confesionales-, ha conmovido la sensación de seguridad de las democracias occidentales.

El vertiginoso envenenamiento de las pacíficas concepciones del Islam, en que, como se esfuerzan en repetir creyentes, admiradores o antiguos educandos en esa religión, se basan sus preceptos, ha aportado incomprensión y recelo hacia todos los practicantes de la doctrina de Mahoma.

Nos sentimos directamente amenazados por estos fanáticos, y, en la confusión entre creyentes y radicalizados, muchos ven en cualquier musulmán -incluso en quienes tienen aspecto árabe, cobrizo o negroide- un potencial sospechoso, un enemigo de nuestra libertad.

Contagioso, el mal está extendido por doquier y no resulta posible identificar una sola causa de la difusión de adeptos a esa doctrina herética. Se propaga utilizando promesas de placeres terrenales y futuros, concentrando extorsiones que implican manejos de dinero y poder, adobando mentiras, lanzando amenazas y provocando terror; es alimentado por drogas, robos y saqueos, no desdeña el ejercicio de autoridad malsana, se cuela como presión de grupo contra crédulos, necesitados, iluminados o sicópatas, supone la falsificación de la historia y el desprecio a la interpretación humanista del Corán, se apoya en la marginación y pobreza reales, crea y mantiene guetos, ritos y vestimentas que separan y se retroalimentan.

Cierto que quienes invocan el nombre de Alá, para embarcarse en acciones terroristas que han causado ya decenas de miles de víctimas civiles (en el sentido o acepción de “no militares”) proliferan con mayor intensidad en países en los que la religión islámica es oficial o de seguimiento mayoritario, pero desde el atentado de las Torres Gemelas en Nueva York, son muchos, harto frecuentes, y con efecto mediático muy alto por sus características de actuación indiscriminada, los individuos radicalizados que actúan en Occidente y,  especialmente, en Europa.

El atentado sufrido por pacíficos transeúntes de las Ramblas de Barcelona, el 17 de agosto de 2017, perpetrado por un grupo de individuos, al parecer dirigidos por un imán de Ripoll, y cuya extensión y número aún no está completamente clarificado, ha puesto de manifiesto demasiadas cosas para dejarlas en la nube de la ignorancia. He aquí algunas:

  1. Los terroristas yihadistas, son la mayor amenaza actual contra la seguridad ciudadana. Puede que no consigan amedrentar ni afectar a la libertad ambulatoria de la inmensa mayoría, pero la diversidad de sus métodos y su misma existencia, con células que se han formado y crecido en el territorio europeo (y, en lo que más nos afecta, español), y, por tanto, camufladas como “ciudadanos normales”, exige una actuación policial y de las fuerzas de seguridad, coordinada, seria, inteligente, completa. Esta actuación ha de desarrollarse también, contando con la colaboración ciudadana: hay riesgo también de radicalización de fanáticos en la permisividad y la excesiva  tolerancia cuando está en peligro nuestra vida y la de ciudadanos pacíficos, que nada quieren entender ni saber de esa antihistórica, antiética y criminal iniciativa religiosa. Se nos pide que no nos amedrentemos, y puede que, en general, se consiga -aunque las limitaciones ya existen, y los gastos extras por la seguridad, aumentan-, pero debemos también ser vigilantes y actuar defensivamente ante el riesgo. Ignorar al otro, al semejante, genera un espacio de ocultación para el diferente, el potencial asesino, el fanático que usa la religión como justificación mortífera.
  2. La falta de coordinación policial, los errores y omisiones en la transmisión de información sobre individuos peligrosos o en vías de radicalización, es inadmisible. Da lo mismo que sean treinta mil o cien mil los radicalizados con perfil criminal. Las redes de información, en una época digital y de comunicaciones, han de funcionar a la perfección y no hay excusa para que no haya sido así, para que no sea así. Cierto que la policía no puede vigilar a todo sospechoso (no sería admisible legalmente), pero los atentados han demostrado que no existen “lobos solitarios”, sino grupos coordinados, dirigidos por cabecillas extremistas, educados en la interpretación elucubrante de la doctrina de Mahoma, amparados en su libertad -la nuestra, la que deseamos para nuestra sociedad- para urdir actos terroristas.
  3. Nuestra sociedad, devenida fundamental agnóstica, e incluso crítica de valores históricos vinculados a la religión cristiana, ha caído en la trampa de una excesiva tolerancia. Nuestros representantes públicos se abrazan sonrientes con sátrapas y tiranos nuestras ministras y empresarias se ponen la mantilla o visten “con recato” para no contrariar o escandalizar con la exhibición de su cabellera, sus brazos o piernas al descubierto…y aquí nos hemos acostumbrado a la visión de una pobre mujer cubierta con velo hasta las cejas y con un paño que tapa hasta la menor curva de su sobrepeso, acompañada por un tipo en camiseta que mira sin ocultar su apetencia rijosa ante cualquiera fémina infiel en pantalón corto.
    En fin, si queremos abortar definitivamente esta lacra que nos ha surgido, abandonemos -al menos, de momento- la idea de llevar a la democracia a países islámicos, aplaudiendo primaveras árabes conducidas por un par de centenares de jóvenes voluntariosos concentrados en una plaza pública.  Controlemos el comercio de armas  (también, al detalle), preocupémonos de la verdad de la integración de los inmigrantes y mejoremos hasta el límite la bondad de nuestra policía contra esa delincuencia organizada, que no dude en utilizar cualquier medio para atentar. Y alertemos a los pacíficos contra los excesos de confianza.
  4. Y, como cristianos, judíos, agnósticos o practicantes de cualquiera de los múltiples
    caminos para solucionar nuestra necesidad de explicar nuestra existencia, podemos recordar lo que ya Gilles Kepel en 2000 escribía en su libro “La Yihad” -aparte de algunas equivocaciones de perspectiva que se detectan desde la evolución posterior del terrorismo islámico, al que daba por prácticamente finiquitado-: “El declive de la ideología abre a los musulmanes un vasto espectro para determinar su futuro y emanciparse del corsé dogmático (…)” enlazando con la tradición de sus sociedades que “se caracteriza  por una extrema plasticidad en cuanto a las mutaciones del universo”.
    Esta plasticidad es la que debería unir, hoy más que nunca, a las gentes del libro, con los agnósticos, y los demás creyentes, en la ética universal que, para muchos -entre los que me cuento- es la doctrina suprema del ser humano.
    —-
    Mientras estaba a la caza de una buena fotografía de avutardas, en Villafáfila, esta  avecilla vino a posarse sobre un murete cercano, con graciosos revoloteos. Es un macho de lavandera boyera (motacilla flava), con su plumaje de verano, que gusta de los campos de alfalfa, para criar, y que abandonara en el invierno.

La hembra y el ave joven  pueden confundirse con la bisbita campestre, que tiene el mismo porte, mismos hábitats (en tierras pan llevar ibéricas).

 

Publicado en: Actualidad, Política, Religión Etiquetado como: islamismo, libertad, libro, motacilla, policía, radicales, Ramblas, religión, seguridad, terroristas, vigilancia, Villafáfila

Ciberdios

11 julio, 2017 By amarias 2 comentarios

Espero que no se escandalice nadie (no demasiado) porque haya mezclado dos palabras que, cada una en su ámbito, merecen máximo respeto para los fieles de las respectivas religiones.

En su libro “Sapiens” (publicado en español por Penguin Random House, Grupo Editorial Imagen, 2015), un aún joven profesor de Historia, Yuval Noah Harari, confeccionó en 2013 el relato de la Humanidad -resumiendo conocimientos científicos, biológicos e históricos- con el hilo argumental (que figura como subtítulo) de que una facción de monos con cerebro desproporcionado y voluntad de correr erguidos, evolucionó “de animales a dioses”.

Me interesa enfatizar, ante todo, que la idea de la evolución de una especie capaz de llegar a alcanzar el conocimiento integral del cosmos y, por tanto, encontrar la respuesta a los interrogantes que han sido cubiertos con mitos, leyendas, elucubraciones y teorías más o menos consistentes, me ha apasionado siempre. Es más, quien haya tenido el interés y se haya tomado la molestia de seguir mi corpus doctrinal (si tengo alguno) admitirá que ese objetivo común para la Humanidad es, en mi opinión, el único que da sentido a la evolución de la especie.

Harari termina su primer libro (escribió posteriormente otro, “Homo Deus”) con una pregunta: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?”

A esa pregunta, tengo mi respuesta, y ya elaborada. Sí. Unos entes huérfanos crecidos en el ciberespacio, con capacidad plena para destruir nuestra especie.

El triunfo de la cibernética sobre la Humanidad se prepara en varias fases, algunas de ellas coincidentes en el tiempo y con efectos y capacidad de crecimiento exponenciales.

El efecto más simple es la pérdida de empleo masiva que las aplicaciones cibernéticas provocan sobre las formas tradicionales de hacer las cosas en la última etapa de la evolución autónoma del Sapiens.

Las máquinas y  las comunicaciones sustituyen eficazmente a los seres humanos y solo unos pocos pueden sobrevivir tecnológicamente, siendo el resto de la Humanidad -por falta de tiempo, formación y aptitudes- incapaz de situarse en la nueva pirámide laboral, que será ocupada por autómatas. La generación de plusvalías quedará concentrada en unas pocas manos empresariales, y su distribución no alcanzará más que a un grupo restringido de la especie, incluso a través de la mejor  asistencia social.

Pero el peligro verdadero por el que se vislumbra (al menos, profetas jeremíacos como yo) el final de la especie, vendrá de la mano de lo que hoy aún llamamos ciberataques. Creemos que podemos atribuir su autoría a seres humanos y, para nuestra tranquilidad, imaginamos que detrás de un virus informático, un colapso repentino de las comunicaciones, un apagón informativo, está un sapiens.

Puede que no, o puede que el sapiens no sepa lo que puede provocar con su acción, y la posibilidad de esta opción produce escalofríos, porque se atisba cuál sería el final de nuestra especie, ocurrido con brusquedad brutal y sin objetivo.

Porque puede estar detrás de lo que provocó la hecatombe un grupo terrorista al que no interese el control sino solo el daño, en la confianza de que un dios acogerá con complacencia el holocausto. Puede estar un imbécil o un megalómano al que se haya concedido -democráticamente o por tolerancia estúpida- la potestad de manipular un arma letal -nuclear o, mejor y más barata, un ciberataque masivo- y  que sea incapaz de valorar las consecuencias del comienzo de una guerra nuclear o cibernética.

Puede estar la autoría, simplemente, en un programador muy inteligente, pero circunstancialmente algo descuidado que colocó en mal lugar una instrucción pensada, en realidad, para detener un ataque cibernético global y no para provocarlo.

Puede que un megaordenador haya creído llegado el momento de depurar al Sapiens que lo ideó de su falta de solidaridad y su genuina estulticia.

Tengo escritos algunos poemas sobre esta cuestión, aunque prefiero ceder la palabra a un libre pensador oriental que vivió entre los siglos XI y XII (murió en 1123 a los 83 años), Omar Jayyam, al que ya cité otras veces:

“No creas que me da miedo el mundo/o que no soporto que me deje mi alma./Ineludible es la muerte y nada me aterra./Temo tan solo no vivir cuerdamente” (pág. 79, Rubaiyyat 118. Colección Visor de Poesía, 1981)


Este macho de verderón común (chloris chloris) fue sorprendido por la cámara llevando en el pico unos copos de lana con los que hará más confortable el nido en el que, posiblemente, la hembra ya habrá puesto algún huevo. Es un ave que no es raro encontrar en zonas urbanas, aunque se muestra siempre cauteloso ante el ser humano.

Las hembras de la especie se distinguen por el matiz pardo más deslucido y no el verde musgoso de la espalda del macho y, sobre todo, si se las puede observar de cerca, por el tenue listado del manto.

 

 

Publicado en: Actualidad, Poesía, Religión, Sociedad Etiquetado como: ciberataque, éspecie, final, guerra, guerra nuclear, historia, humanidad, Jayyam, Rubaiyat, Sapiens, Yuval Noah Harari

Soneto a un yihadista

5 junio, 2017 By amarias 5 comentarios

En el nombre de Dios deja de juzgar.
No pretendas ampararte en tu creencia
cuando lo que te dirige es la demencia
de fanáticos que acuden a inventar
mandatos del más allá para captar
adeptos crédulos a la indecencia
de que inmolando a otros, residencia
se obtendrá del Paraíso, viejo cantar
carente de la mínima vigencia
que hoy repugna no ya a ética, a un altar
en que se venere la divina ausencia
con respeto a los demás. Hazte tratar
tu fijación, pide ayuda en conciencia,
mas, si quieres morir, hazlo sin matar.

4 de junio 2017 @angelmanuelarias

Publicado en: Actualidad, Poesía, Religión Etiquetado como: altar, inmolación, matar, morir, poema, religión, terroristas, yihadista

Celebrando la Navidad

22 diciembre, 2016 By amarias 1 comentario

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Mi nieta mayor -Carlota, que acaba de cumplir los seis años- empieza a sacar algunas conclusiones para destrozar el mito de los Reyes Magos. Ha descubierto que el enviado especial de estos misteriosos seres, que ha hecho su inesperada aparición en el Colegio donde le enseñan (teóricamente) a discernir lo que se sabe de lo que se ignora, para desearles felices fiestas, “debe ser muy amigo del director, porque se reía mucho con él”, y como hablaban en inglés, supone, en deducción impecable, que “los Reyes de este año me parece que no vienen de Oriente, sino de Irlanda”.

Peor se lo habían puesto a Sofía -aún con cinco años- que, desde hace dos, prefiere sentarse en el regazo del Rey Baltasar, para contarle sus infantiles deseos, “porque es el  único de verdad. Los demás tienen barbas postizas”. Y es que en su Colegio han tenido la suerte de contar con un voluntario que procede de algún lugar del Africa tropical, esa que cantaba el anuncio de Cola Cao.

Mis otras dos nietas -Alejandra y Claudia- superan todas sus dudas de inmediato ya que “los Reyes de verdad tienen mucho trabajo y contratan a personas”, verdad incuestionable, al provenir, respectivamente, de su “hermana mayor”.

Me divierte, como a todo adulto, utilizar la credulidad y la imaginación de los infantes para colarles mentiras que hubiéramos deseado verdades. Me preocupa, sin embargo, que esas características de vulnerabilidad se mantengan cuando nos hacemos mayores, aunque, en estos casos, nos cuelen las mentiras porque renunciamos a utilizar la capacidad de raciocinio elemental con la que, sin embargo, acabamos desvelando la conspiración de los adultos tan pronto alcanzamos “el uso de razón”.

El otro día escuché decir a un infante, que “los Reyes no traen juguetes a los niños pobres, porque a ellos ya les regalamos los niños ricos los que nos trajeron el año pasado”.

No se alarmen los creyentes, que este Comentario no va de religiones. Siento como mucho más grave la desidia con la que admitimos como axiomas y verdades irrefutables multitud de elucubraciones sin fundamento, y nos dedicamos a propagarlas sin más, entre adultos.

Me temo tener serios fundamentos para compartir que hemos construido nuestra convivencia social desde grandes mentiras, que agrietan los principios que debería ser muy firmes. Las bases del desarrollo, la utilización de los recursos, la protección de la propiedad, la explotación de la debilidad de los otros, la administración interesada de la Justicia, la defensa de la economía de mercado, la generación de oligarquías y plutocracias, la incapacidad para gestionar lo público desde la honestidad,…

Las redes sociales se han plagado de ejemplos -algunos, tan ingenuos que dan lástima- de la ignorancia casi general, surgida de la falta de interés por utilizar el raciocinio para desenmascarar su falsedad.  Y este período de festejos viene a desplegar, cada año, cientos de mensajes que entran por la puerta abierta de tener fe en lo que no vemos, con tal de que lo soporte alguna autoridad, sea una actriz de renombre, un futbolista de élite o Perico de los Palotes.

Voy con los ejemplos más simples: Colonias que seducen presuntamente al más pintado, autos de relumbrón que se ofrecen a precios de saldo, loterías que están esperando por nosotros para hacernos millonarios, grandes superficies que asocian, sin pudor, la felicidad de la Navidad y su celebración, con diversas vituallas, entre las que figuran, los langostinos y el turrón.

Hace ya unos cuarenta y tantos años, en el curso de una velada que estaba dedicada a la creación poética navideña, tres jóvenes vates (Manuel Sirgado, Tomás Recio y un servidor), colamos, entre verso y verso, un poema improvisado al alimón, en el que el niño Dios se transformaba, por arte de birlibirloque literario, en un pavo relleno. No imaginábamos, creo, que estábamos siendo precursores de la degeneración colectiva de los sentimientos.


He fotografiado una hembra de ánade azulón, a punto de emprender su vuelo a ninguna parte. Afirmo esto, porque, presa en un parque citadino, se le han cortado las puntas de las alas primarias. Su aletear, por tanto, resultará fallido.

Por el ángulo de la toma, no se distingue el espejuelo azul, bordeado de blanco, de esta especie. Este ánade real, se distingue de la especie friso (anas strepera), porque en ésta, las alas especulares son de color gris oscuro, tirando a ocre.

Cuando están cambiando las plumas réfiges -se dice que se hallan en eclipse- los dos sexos se parecen mucho y, durante tres o cuatro semanas, no pueden volar. Es el momento en que, allí donde su caza indiscriminada no está prohibida, algunos individuos de nuestra especie, aprovechan para cazarlos fácilmente.

 

Publicado en: Actualidad, Religión

Compatibles

17 diciembre, 2016 By amarias 2 comentarios

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Supongo que a todo el mundo, alguna vez en la vida -ojalá que de vez en cuando-,  le haya ocupado la mente la idea de si nuestra existencia tiene algún sentido, y, en el supuesto que sea así, si tiene que ver con la existencia de un ser superior a nosotros.

Sin necesidad de apelar a profundos pensamientos filosóficos, y haciendo un esfuerzo de simplificación, el abanico de opciones a los que conduce tan delicada, pero sustancial cuestión, se reduce a dos:

-a) ese ser superior existe, ha generado todo cuanto vemos, incluso está en el origen de nuestra propia capacidad creativa, y es posible establecer con él una relación de mayor o menor proximidad. Las religiones tienen su principio en la elaboración de esa convicción, porque implican fórmulas de culto al creador. Existen, en el doctrinario de la mayoría de esas formas de tratar de conectar con lo metafísico, múltiples anécdotas, historietas, cuentos chinos y europeos -algunos, se podrían juzgar, sin riesgo, de estrambóticos- que desarrollan la urdimbre de esa presencia del hacedor o sus enviados en nuestro hábitat, para darnos órdenes, consejos, e incluso ayudar a que nos matemos unos y otros.

No necesito enfatizar nada acerca de la rica diversidad de elucubraciones en torno al propósito principal de tanta literatura, que consiste en perfilar la estupenda y atractiva opción de que, acechando nuestras actuaciones, manteniendo activa la opción de premiarnos o castigarnos según nuestro comportamiento en la corta permanencia en el depósito sensorial que llamamos vida, ese Hacedor tan peculiar nos abra o cierre la puerta de la eternidad. Por cierto que, falta de referencias, la imaginación tiende a fracasar en la presentación de tareas verdaderamente atractivas a tan largo plazo para lo que conocemos de las humanas sensibilidades. (1)

-b) no hay tal ser superior, y aunque existiera, nada le importamos. Nuestra existencia es, solamente la que conocemos con los sentidos del cuerpo y la que podemos mejorar con las capacidades del intelecto, incluida la imaginación. Y, desgraciadamente, es finita, cortísima.

Si algún objetivo personal podemos proponernos con ese condicionando,  sería el de  ayudar a los demás, compartir los gozos con los que amamos (y, en lo que nos sea factible, generarlos), y, en caso de que quisiéramos, como sería deseable, imponernos una meta colectiva, contribuir con todas nuestras fuerzas al avance  en el conocimiento de la Humanidad, en la esperanza de que nos conduzca a algún sitio mejor, y, por supuesto, a entender qué nos está pasando, fuera de toda fantasía.

Aparece, por ello, como estupendo propósito para el subconjunto activo de seguidores de esa segunda opción (hay otra masa de adeptos que cultivan el carpe diem puro y simple) que, después de una inmensa cadena de generaciones creativas, se pudiera llegar a desenmascarar cómo se generó este panorama tan complicado y exuberante que tenemos en torno, y que llamamos cosmos, y con qué objetivo. Si, este período de aprendizaje tiene final, metodología y éxito -por los síntomas e historia del comportamiento de la especie humana, con alta probabilidad, lamentablemente, inalcanzable- y encontramos la respuesta, no habría problemas en retornar a la opción primera, sin necesidad de disculparnos ante nadie, porque la fe no forma parte del patrimonio de los escépticos.

He conducido mi razonamiento hasta aquí, para presentar dos libros muy interesantes, cada uno en su estilo, y que parten de premisas diferentes, aunque conducentes a un mismo resultado práctico. “Cosmos”, de Michel Onfray, lleva el subtítulo de “Una ontología materialista” (Editorial Paidós, 2016), ya anuncia, pues, en su carátula, el objetivo propuesto por el autor. El otro, “Dios existe”, de Antony Flew (Editorial Trotta, 2007 para la edición española), lleva un fajín que es, al mismo tiempo, reclamo publicitario y confesión ideológica: “Cómo cambió de opinión el ateo más famoso del mundo”.

Para los amigos y para mis lectores, no tengo que apuntar ahora a cuál de ambas opciones me acojo. Debo advertir, sin embargo, que el Dios sobre cuya existencia o negación ambos libros gravitan (el primero, con casi 500 páginas, deja al de Flew pequeño, con sus 165, pues lo triplica, ya que no con argumentos, sí, al menos, con la retórica de su presentación), es el Dios judeocristiano, y, en particular, la historia, dogmas y misterios tejidos o revelados en torno a esa opción, cuando se hizo carne entre nosotros,  bien fuera como demiurgo, ya como elaborada creación literaria.

Comparto con los autores el haber crecido y vivir en un entorno cristiano, aunque me separo drásticamente de la concreción partidista de ambos enfoques en una religión concreta.

Lo que me gusta de ambos libros, y es de aquí de donde extraigo el título para este Comentario, es que se puede eliminar la plantilla de ambos análisis y concluir, como si se tratara de una premisa mayor que no necesitara más aportaciones para confeccionar el silogismo completo, que todos deberíamos adoptar como fórmula de dar calidad a nuestra existencia la de crecer en conocimientos hasta donde llegue nuestra inteligencia y aportar ayuda y comprensión hacia los demás seres (en particular, los humanos), con el objetivo de mejorar el caudal de felicidad disponible en el mundo a nuestro alcance. Valores y principios tan generales, tan obvios, que por ello se ha convenido en llamarlos, ética universal.

Si al lector le parece un objetivo ingenuo, atribúyamelo a mí, y evítese leer cualquiera de los dos libros.


La fotografía que adjunto hoy me sirve, de forma peculiar, para ilustrar sobre compatibilidades cuando el fin es el mismo. El carbonero común no suele acercarse al comedero cuando lo acaparan los gorriones, a  pesar de que su pico y agilidad lo hacen más poderoso. Suele esperar a que los gorriones se sacien para tomar su posición en él, y llenar su buche entonces sin problemas.

Hoy he visto cómo ambas especies diferentes compartían el espacio del dispensador, y se atiborraban de semillas, respetándose durante un buen rato sin rencillas. Hasta que acudieron los colegas del pardal, y el párido se retiró en un abrir y cerrar de ojos. Más fuerte, pero prudente.


 

 

Publicado en: Religión, Sociedad Etiquetado como: agnostgicismo, antony Flew, Contextos, cosmos, cristianismo, Dios, Dios existe, dogma, Michel Onfray, Paidós, religiòn sociedad, Trotta

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