Debo ser uno de los pocos no creyentes -aunque me apresuro a escribir que respetuoso con la fe de otros- que se ha leído completa la última Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, que se ha dado a la publicidad el 3 de octubre de 2020, en Asís, la víspera de la Fiesta del “Poverello”, el santo nacido en esa localidad italiana del que Jorge Mario Bergoglio ha tomado el nombre y la especial advocación.
La carta solemne del director de los católicos, sumo pontífice de los adeptos a esa religión, me ha sorprendido por su formato y, desde luego, por su contenido. Aún con mayor énfasis que la anterior (Laudatio si), se me asemeja mucho a un buen trabajo de fin de curso, una excelente tesina, con sus referencias bibliográficas perfectamente indicadas, en número de 288, párrafos epigrafiados y capítulos con sugerentes títulos.
No pretendo, en absoluto, minimizar ni ridiculizar el escrito del Papa Francisco. Es, en mi opinión, un excelente repaso a los problemas que tiene pendientes la comunidad internacional, como consecuencia de los diferentes tipos de egoísmo que debilitan, emponzoñan o destruyen la actividad humana, desde el nivel individual al colectivo de mayor ámbito, es decir, la Humanidad.
El móvil del amor, entendido como fundamento de la ética universal, es revisado desde distintos ángulos. La parábola del Nuevo Testamento, en la que un judío que ha sufrido el asalto y apaleamiento de unos bandidos, yace malherido en un camino por el que pasan, sin hacerle caso, un sacerdote y un levita, en tanto que un samaritano lo atiende, cura y lleva a una posada, dando instrucciones y dinero al posadero para que lo cuide hasta su vuelta, le permite extraer una sencilla filosofía sobre la verdadera caridad- El “trasfondo de un desafío de siglos”, las relaciones “entre nosotros”, que Francisco precisa que no son ni los creyentes ni los que tienen en común una raza, una cultura o una religión, sino todos los seres humanos.
Ese repaso, sistemático, a las diferentes categorías de “otros”, permite a Francisco referirse a los marginados económicamente, a los migrantes, a las organizaciones internacionales, a los nacionalismos y populismos. Nada que un agnóstico, abierto al concepto de ciudadanía y solidaridad universal no pueda compartir y desear, como un objetivo permanente incumplido. El lenguaje papal es moderado, expresiones como “el mercado no lo resuelve todo” no sorprenden ni al más feroz de los neoliberales. Referencias al cuidado del medio ambiente y al desarrollo de los países como necesidades conjuntas, o a la obligación de subordinar la economía a la política (y no al revés) encuentran acomodo sin problemas en intelectos de derecha como de izquierdas.
No hará daño a nadie, al contrario, leerse la Encíclica del Papa Francisco. Está muy bien escrita, perfectamente documentada, generosamente neutral en cuanto al tratamiento de la idea de Dios. Un personaje necesario, omnipresente, esgrimido por el Pontífice como referente de autoridad, pero desprovisto de toda connotación de Ser exigente y punitivo, sino con la imagen plácida y próxima de Jesús, un ser humano que ordena hacer el bien y amar a todo el mundo, como nos vienen repitiendo desde Aristóteles a Kant y defendería cualquiera al que no obnubilara la visión de su bienestar, si lo entiende como un premio a su trabajo y condición, y no como una obligación para compartir y ayudar a los que no tienen bastante para vivir ni perspectivas de mejorar porque se lo impide la insolidaridad de los demás y su situación marginal.
No conozco las razones (si es que existieron algunas, aparte de su personal ambición por generar hechos noticiables) por las que el Presidente de Gobierno español Pedro Sánchez, su esposa y otros miembros de su cohorte han ido al Vaticano este pasado fin de semana. Pero sí puedo decir que, si se toma la molestia -entre una y otra de sus homilías dominicales- de leer uno de los ejemplares de Fratelli Tutti que, según cuentan, le regaló el Papa Francisco, le vendrá bien. Puede citar cualquier párrafo de la misma sin temor a generar crítica alguna, salvo en los impertinentes que a todo quieren sacar punta.
Lo que no encontrará es referencias al dogma cristiano. Y esa enseñanza, dejar el dogma de lado para concentrarse en abordar con eficiencia los problemas humanos, en este momento duro por el que atravesamos, en que el escenario se nos ha llenado de dogmáticos de pacotilla, supongo le vendrá muy bien. A él, a sus colegas de gobierno de coalición y a la oposición. Desde la extrema derecha a la extrema izquierda, todos pueden asumir sin desdoro que o vamos todos juntos a la solución, o nos hundimos sin remedio.