Aprovechar las propias ventajas diferenciales para conseguir posicionarse mejor en el mercado, está en el adn básico de todo empresario. Los dragones de Komodo proporcionan un ejemplo eficiente de utilización de las cualidades naturales, y de la importancia de saber esperar para hacer que desarrollen sus efectos.
Los dragones de Komodo quieren búfalo
El llamado dragón de Komodo (Varanus komodoensis) es, en realidad, un lagarto. Puede alcanzar los tres metros de longitud y superar, en la edad adulta, los 130 kg de peso. Su corpulencia le obliga a tratar de cazar presas adecuadas a su talla, aunque, en realidad, es un animal frágil y poco dotado para las grandes aventuras: no es veloz como el tigre, ni tiene las fuertes mandíbulas de cocodrilo, así que debería estar condenado a alimentarse simplemente de la carroña abandonada por otros animales depredadores.
Durante mucho tiempo, se atribuyó al dragón de Komodo una capacidad peculiar: se sabía que su boca era un foco de bacterias infecciosas, y se extendió entre los estudiosos naturalistas la creencia de que, si conseguía morder a otro animal, en pocos días, el desgraciado fallecería de una septicemia incontrolable, es decir, una infección generalizada.
Pero resulta que no es así. Investigaciones más precisas han venido a probar que el varano de Komodo utiliza un complejo método de caza, centrado, no en las bacterias de las que es portador, sino en un veneno que inocula con el menor mordisco, y que, por contener un poderoso anticoagulante, causa en su presa una pérdida terrible de sangre, debilitándola hasta causarle la muerte.
Los dragones de Komodo, debido a su poca movilidad, tienen que apostarse en los lugares adecuados, por donde conocen que sus potenciales presas han de acudir. Un lugar por el que, más tarde o más temprano, todo animal de la zona deberá hacer su aparición, es allí donde haya agua. Otros animales depredadores también acostumbran a tener su puesto de caza en las cercanías de los abrevaderos naturales, aprovechando, además, que un animal agachado para beber pierde atención y es, por ello, más vulnerable.
Pero el de Komodo, aunque puede lanzar una rápida dentellada, no aguantaría el paso de una persecución en distancias incluso cortas. Tampoco puede saltar sobre su víctima potencial. Si, por un azar doblemente venturoso, consiguiera morder en la pata de, pongamos, un búfalo, que se hubiera acercado a beber en una charca en donde se encontrara al acecho, su presa habría escapado de inmediato a la carrera, y, aunque falleciera al cabo de un par de días, se encontraría a kilómetros de distancia, imposible, por tanto, de alcanzar por él.
Lo que hace el varano, para controlar ese riesgo, es actuar en grupo. Cuando uno de ellos consigue poner sus dientes venenosos en un búfalo -apetitosa pieza, por tamaño y carnes-, que se haya acercado a la charca que entre todos vigilan, ya sea para aliviarse del calor, beber, o, -si acaso ya estuviera enfermo-, buscar algo de tranquilidad, los demás acuden con la máxima presteza que le proporcionan sus patas de lagarto, y lo rodean, mordisqueándolo, por turnos, cuando se presenta oportunidad.
Deben tener mucho cuidado de no ser alcanzados por la cornamenta del búfalo, que puede causarles destrozos importantes. Pero si su labor de acoso y derribo tiene éxito, y el gran bóvido se ve en la imposibilidad de escapar, al advertir que una decena de dragones -o más- le tiene rodeado y a cada intento de huir le lanza una dentellada (minúscula, pero eficaz), solo será ya cuestión de paciencia.
Al cabo de dos o tres días, debilitado hasta la extenuación, dando tumbos por la pérdida de sangre y la infección, el búfalo se dejará caer definitivamente. Sin esperar a su muerte, los dragones le desgarrarán las entrañas y lo devorarán entre todos.
En el mundo empresarial, no es infrecuente observar estrategias basadas en las ventajas diferenciales. Todo el mundo sabe, seguramente desde antes de que Samuelson lo expresara de forma impecable, que la manera óptima de hacerse con una cuota de mercado -a escala de empresa como de región o país- es seleccionar aquellas fortalezas que permitan ofrecer algo con mejor cualificación que la mayoría: por tener recursos naturales adecuados en el territorio, disponer de una Universidad especializada en ciertos temas de investigación aplicadas y aplicables, por ofrecer mano de obra cualificada, (mejor si más barata), o por estar apoyada la implantación por subvenciones oficiales o inoficiales, cuando no con contar con terrenos o equipamientos a precios más ventajosos, incluso regalados.
En el caso del dragón de Komodo, debo hacer notar, que no ha habido, por su parte, cambio de estrategia. Lo que hubo fue diferente apreciación del método utilizado por él desde la perspectiva de quienes lo analizaban. Se creyó que el medio diferencial eran las bacterias y el efecto, la septicemia en la víctima, cuando lo relevante eran la inoculación de un medio anticoagulante, la cooperación en grupo, y la paciencia.
A veces me detengo a observar cómo se comportan los dragones humanos con los búfalos empresariales. Los búfalos son animales nobles, quizá con gran peso, herbívoros, un tanto inocentes, lo que se dice: buena gente. Han estado trabajando durante años, tal vez, por varias generaciones, para poner en pie un negocio, que está afincado en su zona, con prestigio.
De pronto, aparecen, como surgidos de la nada, unos cuantos tipos hambrientos, deseosos de hincar el diente en la parcela del buen búfalo. No lo atacan a la primera, porque no les merecerá la pena; tampoco se acercarán demasiado, para no recibir una cornada. Le darán un mordisquito por aquí, otro por allá, esperando que se debilite y se hunda, preso de las deudas.
¿Que el lector se ve en dificultades para encontrar ejemplos para aplicación de esta estrategia? Pues me parece que es la que utilizan los franquiciados en no pocos casos. Observe con atención cuando pasee por la ciudad, y se encontrará con que cada vez hay menos búfalos y más dragones de Komodo.