Es obvio que la Covid 19 está provocando tremendas conmociones en todas las esferas, abriendo grandes interrogantes sobre la necesidad de encontrar formas de colaboración internacional y gestión que permitan aliviar los problemas actuales -sanitarios, humanitarios, políticos y económicos- y recuperar, si fuera posible, la senda de crecimiento, lo que para el “mundo occidental” parece especialmente complicado.
No quiero en este Comentario introducirme en el debate sobre la manera cómo los diferentes Estados están tratando cuestión de controlar el avance generalizado de la pandemia, salvo para subrayar que este virus ha puesto de manifiesto, una vez más, las dificultades de los seres humanos con responsabilidad de tomar decisiones que afecten a terceros -políticos y gestores empresariales incluidos-. Problemas ciertos para comprender la naturaleza de las interacciones con otros agentes, delimitar y comprender los daños colaterales y no obsesionarse en resolver los problemas inmediatos de su colectividad, como si estuviéramos aislados en una cápsula.
Los signos son generales. Los advertimos en el debate por la presidencia norteamericana (en donde un candidato no me despierta confianza y el otro carece de mi simpatía); en la reciente historia con tomas falsas sobre el Debate de Investidura que no fue sobre el desgraciado Estado de la Nación. Miremos donde miremos, se pone de manifiesto la debilidad de los entramados que marcaban diferencias entre izquierdas y derechas, aquellos (ya viejos, no por obsoletos, por inutilizados) sueños de compatibilizar teorías liberales y socialdemocracia. Carecemos de vías de solución eficaces (o, por lo menos, creíbles) y solo vemos cómo nos calientan la cabeza y vacían los bolsillos.
He repasado alguno de los síndromes que esta Covid ha levantado entre la ciudadanía. El forzado aislamiento, la separación de los seres queridos, el temor a que el virus nos agarre con gravedad, la persistencia de noticias que nos aclaran que se mueren cientos, miles de personas cada día, y que no aparecen las vacunas ni se nos presenta un horizonte de tranquilidad creíble, están provocando depresiones, signos exacerbados de locura o enajenación, algún suicidio. Conozco gente que no sale de casa por ningún motivo y otros que han llevado la obsesión por el control y la limpieza a límites tales que están vecinos a la estulticia. Entre el personal sanitario -como más significado entre los colectivos que tienen que lidiar con los enfermos de pandemia- las tensiones que causa la Covid poseen perfiles específicos (angustia ante la propia incapacidad, sensación de impotencia, dolor ante e padecimiento ajeno al que no se sabe cómo paliar suficientemente y, en fin, sobresolicitación laboral)
Pues bien, el síndrome que más curiosidad me levanta es el que podíamos llamar “síndrome del autónomo eficiente”. Me refiero con ello a aquellas personas que están orgullosas de haber tomado todas las medidas para que a ellos no les pase algo malo y, cuando se encuentran con alguien que ha caído en la desgracia de ser atrapado por el maligno, se esfuerzan en mostrarle lo que han hecho mal y, por tanto, le presentan un cuadro de auto-culpabilidad. “¿Tienes cáncer de próstata, de mama, de colon? Pero ¿te hiciste todas las pruebas? ¡Yo me las hago cada seis meses!” O “Yo no tomo tales o cuales alimentos” . O “Yo corro kilómetros todos los días”. Como enfermo de cáncer, se muy bien que no por no ser fumador, ni bebedor, ni tener antecedentes familiares de mi patología, y aunque he llevado una vida relativamente sana, se puede librar uno de se atenazado por graves tumores.
En el caso de la Covid, las medidas de separación y aislamiento, evitar las reuniones numerosas, llevar mascarilla y lavarse las manos con frecuencia con hidrogel, son necesarias, pero no sirven para garantizar que no te contagies. No lo digo yo por alarmar, es lo que está comprobado a poco que se haga el seguimiento masivo de los millones de contagiados. Factores genéticos, sociales, de entorno, parecen ser muy influyentes. Y ahora, además, para mayor desconcierto, unos sabios virólogos han descubierto que la Covid china a mutado en España a una cepa agresiva, que sería la causante de nuestro peor comportamiento colectivo a la pandemia y nos hace responsables colectivos de una Covid española, por más que a lo mejor ese hallazgo (aún no comprobado) pueda venir en ayuda de los expertos nacionales que nos han estado llevando desde marzo de desconcierto en desconcierto, según prueban las hemerotecas.
Cuando oigo a un/una orgulloso/a vencedor/a de la Covid esgrimir sus armas -aislarse físicamente, ordenar la compra por internet, hablar solo por teléfono o videoconferencia, en fin, haber convertido la casa en un búnker- me pregunto si, aunque consigan librarse individualmente del ataque de la pandemia, no habrán echado a perder -ojalá que no definitivamente- su vida.