La consolidada leyenda, con base en el texto sagrado del Génesis, por la que Yahvé creó a Eva de una costilla que extrajo de Adán dormido ha quedado destruida al revisar los expertos en lenguas arameas la traducción tan difundida. El Dios de la Biblia no hizo de cirujano con ese primer varón imaginario, sino que puso a la mujer “al costado de Adán”. Simplemente. Por lo tanto, si había dudas (no médicas) de si los hombres teníamos una costilla menos que las hembras humanas, queden disipadas: varones y mujeres tenemos, independientemente del sexo, doce pares de costillas.
Las diferencias entre los sexos humanos -me refiero a los originarios, antes de que apareciesen todas las variaciones semánticas adaptativas a la pluralidad de ejercicios de la sexualidad que proporcionan la imaginación y las tolerancias sociales- son, sin embargo, muchas. No tengo el menor propósito de glosarlas ahora para lectores adultos y no contaminados por ideologías, discursos sobre patologías y/o tendencias naturales. Solamente quiero referirme a la característica fundamental que une a todo el género humano, independientemente de su sexo u orientación sexual.
Me refiero, claro está, a la capacidad de discurrir, pensar, tomar decisiones de acuerdo con los análisis de oportunidad. Quedan pocas dudas -y ninguna académica- acerca de la pervivencia de los viejos mitos por los que las mujeres tenían menos inteligencia que los hombres. Incluso se ha desbaratado la creencia para-científica de que las mujeres están mejor adaptadas para aplicar la sensibilidad a las decisiones. Un mundo regido solo por mujeres no sería más pacífico, ni más cordial, ni más creativo. Exactamente igual que la experiencia (ésta más intensa) no ha demostrado que un mundo dominado por los hombres sea más brillante, eficaz o belicoso.
En cualquier caso, sería como avanzar a la pata coja. Renunciar a la otra mitad de nuestra especie es automutilarse. Por ello, aquellas colectividades humanas en las que se margina a la mujer, se las mantiene retraídas y ocultas, se las impide estudiar, ejercer profesiones, compartir su actividad creativa e intelectual con los varones, son, por definición, comunidades atrasadas. Es más, despreciables.
Tenemos en nuestro país, en este momento tan delicado, nuevas polémicas generadas sobre las arenas movedizas de la presunta desigualdad de géneros. Una ministra, encargada de la exótica cartera de Igualdad, aupada por su anterior pareja Pablo Iglesias jr. (ex presidente del mismo Gobierno y ex presidente de la formación Podemos) a ese cargo de representación pública, ha impulsado contra vientos y mareas la llamada ley de “solo sí es sí”, que será aprobada hoy, 27 de mayo de 2022, y que quiere dejar claro a propios y extraños que la disponibilidad para mantener relaciones sexuales por parte de la mujer tiene que tener un refrendo explícito, no vale la presunción.
Y, aunque no deseo sacar la cuestión de contexto ni expresar con aparente ironía que me parece una ley innecesaria o ridícula, cierto sector “feminista” entiende que da derecho y protección a la mujer para que, “borracha y sola” pueda volver a casa luego de una noche de juerga.
Los avances en la libertad que trajo la tolerancia y, también, el abandono o lasitud educativa, han traído como consecuencia disparos contra la dignidad y, en especial, de la mujer. La educación sexual de nuestros niños y adolescentes les proporciona material y curiosidad para malentender las relaciones de respeto e igualdad entre sexos. Cuando falta la educación moral, si la base ética no se construye con solidez y cede el recato ante el impulso sensual, quien más tiene que perder es la mujer.
No existe el derecho emborracharse, ni solo ni acompañado. Existe el deber de mantener el control de uno mismo, para poder disfrutar de la esencia de vivir, que es la compañía con los que nos aman y respetan. Y, por supuesto, las mujeres deben ser respetadas en todo momento y su negativa ante la proposición para mantener relaciones sexuales ha de ser una muralla infranqueable.
Sin embargo, algo muy intenso en mi manera de ver las cosas, me hace pensar que estamos cortando las hojas y ramitas del problema, con leyes de escasa aplicación. Revisemos las directrices educativas, los mensajes que se dan desde los media, las encendidas y vacías polémicas que se alimentan en el Congreso y en la calle, que desvían la atención del tronco que se debe analizar y, en su caso, revisar. La preocupación por recuperar “la dignidad pedida de la mujer”, o realizando infundadas agresiones al varón en general, cuando se afirma públicamente (como lo hizo la delegada de Gobierno en la Comunidad valenciana, Gloria Calero) que los hombres tenemos un problema y preguntar “¿qué os está pasando a los hombres?” (sic), crea falsos caldos de cultivode la inquietud y del distanciamiento de géneros.
Soy testigo, como millones de hombres y mujeres que hoy tienen más de treinta años -es un limite inferior de edad sin intención sociológica) de que no tenemos ni tuvimos ningún problema de convivencia sexual. Desde el respeto, el cariño, el atractivo sereno (a veces, por qué no, también pasional) recíproco, la curiosidad creativa, las ganas de crecer junto al otro.
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Hermoso relieve en madera policromada que forms parte de cuatro escenas del Génesis que pueden disfrutarse en la iglesia parroquial de Arrabal de Portillo (Valladolid), atribuídos a Manuel Alvarez y Juan Ortiz Fernández (sglo XVI)