Me lo temía desde hace tiempo. Cuando ví que empezaban a proliferar esas esterillas con la leyenda “Bienvenido a la República independiente de mi casa” en los rellanos de las escaleras, empecé a sospechar que un movimiento contestatario, imparable, estaba asentándose entre nosotros.
Porque el lema nos va como anillo al dedo. Cierto que, dentro del mosaico variopinto de temperamentos españoles, algunos tendemos más al aislamiento que otros. Eso es historia, amigos. Pero, si rascamos un poco en nuestra pretendida solidaridad y bonhomía, por mucho que estemos a la cabeza de donación de órganos o de defender que hay que ayudar al desarrollo y contaminar algo menos, allá en el fondo, lo que nos gusta más es la tranquilidad de no tener que dar explicaciones a nadie, metidos en casa, en ropa interior si no hace frío, y viendo una buena película o esperando que nuestra selección de lo que sea demuestre al mundo lo buenos que somos.
Que vascos, catalanes, asturianos, gallegos, cazurros, murcianos o tordesillanos tengamos el prurito, picazón o molestia de preferir recluirnos en el reducto complaciente de la intimidad, con los nuestros, y cuanto más nuestros, mejor, tiene razones históricas profundas que no es del caso referir, una vez más. Eso está metido en nuestra idiosincrasia. Sabemos que hay que desconfiar de todo lo que no huela al mismo pelaje que nuestra dehesa.
El buey suelto, bien se lame. Pájaros de la misma pluma, vuelan juntos. Quien con infantes pernocta. excrementado alborea. Etc. Por eso, ¡Viva la independencia! ¡Viva Cataluña libre! ¡Viva la ruptura del Estado español, que nos oprime! ¡Viva el País Vasco libre! ¡Viva Asturias independiente!¡Viva que viva la libertad para encerrarnos en nuestra casa, con la esterilla en la puerta, advirtiendo de nuestra feroz defensa de lo íntimo, lo que nos distingue de todos los demás, lo nuestro!
¡Gracias, Ikea! ¿Tenéis algún mensaje más en la recámara?