Majestad,
Esta será la última de las cartas que, al menos de momento, le escribiré. Es Vd., el destinatario formal, pero siendo altamente improbable que las lea, podría pensarse que se trata de un mero recurso literario, un divertimento de autor vanidoso con pretensiones de que sus ideas alcancen mayor difusión con ese artificio.
No lo niego. Al fin y al cabo, quienes somos conscientes de nuestro limitado ámbito de poder, tenemos que confiar en la fuerza de la palabra. Pero hay algo que, a riesgo de repetirme, ha guiado mis palabras. Tengo claro que la situación demanda liderazgo, y estoy convencido de que la gestación de un líder reclama tiempo y recursos.
Desconfío de las improvisaciones: soy partidario de la inteligencia y el método, y veo mucho más riesgo en la intuición que en la reflexión compartida. Admiro a los que tienen características de líder y sitúo como primera de ellas la capacidad para motivar al grupo y saber apoyarse en los mejores. Por eso, no tengo fe de los visionarios que se encuentran a sí mismos legitimados para ponerse a la cabeza de los descontentos, utilizando su malestar, como un ariete, para derribar andamios y columnas.
Me gusta apreciar que los que se ponen al mando de un proyecto, tienen consolidada trayectoria. Saber de dónde vienen, lo que han hecho, cuáles son sus orígenes, me parece imprescindible y una necesaria garantía para valorar su previsible comportamiento futuro. No temo a los cambios, porque así se avanza. Pero antes de acometer cualquier cambio se debe prestar suficiente atención al efecto de retirar soportes, no vaya a ser que, por haber calculado mal, se eliminen algunos de los elementos clave que sostienen el templo de nuestra democracia, y nos encontremos con parte del edificio destruido y sin el cobijo con el que la protegimos hasta entonces.
Hay mucho que corregir, desde luego, pero es más lo que debemos proteger, y así no correr el riesgo de tirar al niño con el agua de la bañera (das Kind mit dem Bade ausschütten), como advierte la metáfora alemana, incorporada, por su fuerza expresiva, a todos los idiomas.
Como ingeniero, estoy convencido de que la estructura industrial de nuestro país necesita ser reforzada y ampliada, y la complejidad de la cuestión, en un escenario con tecnologías que se desarrollan exponencialmente, exige un planteamiento científico y técnico, además de político, porque la ciencia no acude si no se la llama, pero tampoco aparece si no se la crea y alimenta.
Como jurista, estoy convencido de que necesitamos leyes para impulsar nuestra vida común, pero no tantas que generan un bosque impenetrable salvo para quienes dispongan de la sierra con la que abrirse camino en él. Debemos simplificar de forma importante el resultado de una actitud legiferante que no ha atendido, por los efectos, al fin sino a los medios, olvidando que la educación debe poner de manifiesto el valor de la ética y que el derecho escrito, y no solo el sancionador, ha de ser recurso excepcional y no el registro enciclopédico de lo que a cada gobernante se le antoje incluir como norma. Si de algo vale recordarlo, cuando la Historia consolidada ha hecho a Dios hablar, recogió sus mandatos con muy pocas palabras.
Defiendo, en fin, Majestad, que se escuche a todos, pero se de a cada uno la prioridad en lo que es más capaz. Para presentar necesidades, que se atienda a los que las tienen, valoradas con la sensibilidad colectiva que debe potenciarse y tamizarse desde la ética. Para obtener soluciones, que se escuche y de cancha a los que saben, ofreciéndoles campo en el que contrastar sus reflexiones y hallazgos, sin dejar que se sepulten en el griterío de los que, sin conocer el fondo, solo buscan protagonismo o puede que solo favorecer a intereses de otros.
Necesitamos líderes, pues. Pero, si no se trata de cambiarlo todo, sino de perfeccionar y mejorar lo que existe, manteniendo que la componente final de las fuerzas de todos sea el centro izquierda, es decir, el progreso consciente desde donde estamos en cada momento hacia la distribución mejor del resultado común, con la vista puesta en las necesidades de los que tienen menos, garantizando lo que tantas veces se ha dicho que es irrenunciable: renta mínima, educación y servicio de salud para todos, vías abiertas para que no se desperdicie ni malogre el talento .
Por todo ello, lo relevante no es mejorar el diagnóstico ni perfeccionar el análisis de los defectos, sino atender a poner en marcha de inmediato las soluciones. Sin ofender a creyentes, para ser bueno no hace falta creer en Dios, y para ser eficaz en un propósito colectivo, no veo desventaja alguna en que el Líder, poniendo solo el marco y sin que descienda a detalles, sea quien representa a la Monarquía, es decir, Vd., Felipe VI.
Estoy seguro de que no soy el único republicano que apoya esta propuesta y termino, pues, con una espinela, esta décima carta.
Perro viejo soy al que nada inmuta ya que al paso
cualquier propuesta ajena el necio encuentre vaga
teniéndose por normal despreciar cuanto otro haga
y en vez de atención, prestarle a las ideas poco caso.
Creo en un futuro mejor, sin confundir lo pasado con fracaso,
y para ahogar rencores, doy valor a inteligencia y al trabajo,
importando poco al fin, procedan de arriba o más abajo.
No extrañe, lector cabal, que le tenga por real destinatario
de las reflexiones que acojo en mi pretencioso epistolario
y contenga impulso de enviarlas, sin miramientos, al carajo.
En Madrid, a veinticuatro de enero de 2015.