Llevo varias semanas sin escribir sobre la guerra en Ucrania y a duras penas me contengo, porque cada día alguna información ensombrece el panorama. La confrontación se dilata en el tiempo, repite esquemas, aumentan los muertos, los heridos, los desplazados, los desaparecidos. La destrucción de vías de comunicación, edificios y fábricas empuja con cadencia de apariencia inexorable hacia la hambruna y la ruina al pueblo invadido.
No solo Ucrania, y tampoco Rusia, sufren los efectos de una guerra que nunca debió empezar, como se va poniendo cada vez más claro de manifiesto. Pudo haber sometimiento temprano por parte del invadido. Pudo el invasor haber calibrado con mayor exactitud los efectos en carne propia de su acción deplorable. Pudieron los Estados que apoyan a Ucrania analizar mejor los daños propios al sancionar a Rusia. Puede China intervenir como pacificador para resolver el conflicto de manera negociada y rápida.
Me temo, sin embargo, que todo eso que el observador inocente juzga como medidas que hubieron debido adoptarse, han sido perfectamente analizadas y calibrados sus efectos. Estamos ante un conflicto consentido, alimentado a sabiendas o soportado con resignación por los actores. Y tengo claro quiénes son los verdaderos beneficiarios de esta guerra, porque solo hace falta analizar someramente quién está detrás del envío de armas, víveres y pertrechos a los combatientes, y quiénes están pagando las consecuencias y quiénes sacarán provecho de la reconstrucción y de los réditos por los préstamos para acometerla.
Esta guerra fue evitable. Como casi todas las que conocemos del pasado, y especialmente cuando han involucrado a varios agentes, pudo no ser o no tan cruenta. Podía haber tenido lugar el sometimiento temprano del invadido para evitar mayores daños; la Historia nos ilustra de sometimientos que han traído prosperidad y mejores conocimientos al pueblo atacado.
Entiendo que la guerra está enquistada. Siguen produciéndose ataques de parte y parte, se suceden las muertes de civiles y las destrucciones de edificios, batallas y escaramuzas por zonas de territorio, barrios de ciudades y fábricas de valor estratégico. La información de que se dispone del conflicto es interesada de parte, seguramente falaz o falseada.
El conflicto ha adquirido la dimensión de un pulso económico y estratégico que trasciende del campo de confrontación principal. Europa está siendo crecientemente castigada con medidas de restricción de entrega de gas por parte de Rusia, agudizada por una estrambótica gestión de las fuentes alternativas. Se podría pensar, además, que los daños que se dicen dispuestos a infligir al invasor de Ucrania están siendo dosificados, medidos: se envían armas de relativa potencia destructiva, se amenaza más de lo que se actúa.
En esta situación de desconcierto, cada vez más teatralizada, me ha extrañado en particular la sesión de fotografías del matrimonio (Olena y Vlodomir) Zelenski que publica la revista Vogue. Su autora es Annie Leibovitz y, más allá de la primera impresión que produce el que el Presidente de Ucrania y su esposa permitan que se les fotografíe en pleno conflicto, si se lee la entrevista y analizan las fotografías se advierte que los rostros de la pareja reflejan decisión, temor, cansancio, angustia y determinación. Son el testimonio de una injusticia histórica, de una grave dejación de la diplomacia internacional.
Porque no quiero verlos muertos, con pie de foto de condolencias. Quiero Ucrania libre, europea, nuestra.