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La falsa recuperación de la Mezquita de las Tornerías

19 junio, 2021 By amarias 4 comentarios

El centro de Toledo, como es bien sufrido por quienes lo conocemos al margen de una visita de un par de horas dirigida a uña de agencia de viajes, es la imagen fiel de una ciudad abandonada. No existen opciones cómodas para residentes, el comercio carece de calidad (las espaditas toledanas hace tiempo que vienen de China) y, aquellos empresarios que han arriesgado ofrecerla, han fracasado, por falta de ayudas, imagen corporativa e información al visitante.

He escrito en este blog y en otros foros, varias veces sobre Toledo, que tiene muchos encantos, aunque ocultos. Adolece de presentación atractiva de su misterio, sepultado por  un exceso de conventos cerrados a cal y canto y en su mayoría vacíos, y que no ha sido capaz de encontrar la fórmula para atraer y fijar residentes, funcionarios, comerciantes, incluso hacer rentables las visitas efímeras de las hordas de curiosos indocumentados que la patean (ahora hay que decir, con aún más dolor, que la pandemia obliga  emplear el tiempo pasado: pateaban).

La Junta de Castilla La Mancha, llevada, en mi opinión, de una falsa idea de lo que necesita la ciudad imperial para despertar de su abandono, ha decidido, aprovechando el colapso pandémico,  “rehabilitar la Mezquita de las Tornerías”, una enseña poco conocida del pasado multicultural que ha sido sistemáticamente destruido por el abandono, la incuria y el desconocimiento.

Ese edificio histórico está situado en el centro mismo de la ciudad vieja, y tiene su entrada antes de la curiosa rehabilitación, aún en curso, desde la Plaza de Solarejo.

Según eruditos análisis sobre la Mezquita (utilizo fundamentalmente el libro de Clara Delgado, “Toledo islámico”), la edificación tiene un diseño similar al de la mezquita de Valmardón o del Cristo de la Luz, y existen fuentes históricas fidedignas que la mencionan en uso desde el siglo XII. Los mudéjares toledanos la utilizaron durante la Edad Media cristiana, y su importancia queda reflejada en que llegaron a constituir una cofradía propia.

La Mezquita ya fue rehabilitada hace 20 años y hace algunos menos, acogió una Feria de Artesanía. Se trata de uno de los monumentos menos conocidos de Toledo, conservado gracias a su sólida arquitectura y por encontrarse cimentado sobre sillares de época romana. Su patio interior, abierto entre soportales que protegían de las inclemencias del tiempo y daban frescura al ambiente, era un ejemplo virtuoso de la escasa representación del arte y usos mozárabes.

La nueva actuación sobre la Mezquita ha servido para destruir todo ese valor, en la idea -en uso pernicioso desde hace décadas, alimentada por el complejo de culpa por el maltrato destructor y negligente con el que hemos dejado caer edificios valiosos – de recuperar, en el sentido de sacarla a la vista,  a toda ruina, piedra o resto de demolición anterior que se descubra en el subsuelo al removerlo con las palas mecánicas.

El casco histórico de Toledo tiene, desde luego, muchas oportunidades de descubrir restos del pasado en cada agujero que se haga en el terreno: es una ciudad antigua, que ha sufrido múltiples embates guerreros, la superposición de asentamientos de pueblos que despreciaban lo que habian hecho los vencidos o los que se marcharon. La “recuperación del pasado” ha ido poblando los sótanos del casco de restos ruinosos, que se cubren impúdicamente con placas de metacrilato para que los eventuales visitantes puedan contemplar, con mirada distraída, trozos de viejas construcciones superpuestas, sin gracia ni uso, inútiles incluso para comprender la Historia.

Los nuevos asalteadores de recintos históricos han decidido realizar una profunda excavación de más de dos metros en el suelo del edificio singular, a partir del nivel de la Plaza de Solarejo. El placer de estos descubridores de patrimonios sepultos debió haber sido inmenso.

Además de documentar los cuatro arcos de sillares conocidos, los trabajos arqueológicos permitieron identificar -lo que ya se sabía, por otra parte- los restos un edificio desaparecido que ocuparía un área aproximada de 140 metros cuadrados. Con la capacidad imaginativa que cabe suponer a todo investigador de despacho, los expertos que han intervenido sobre el hallazgo, entienden que pudo haber sido utilizado como cisterna, como lugar de baños, como depósito de letrinas…

Se sabía ya que el edificio era un remake. La mezquita habría sido construida durante la dominación musulmana de Toledo, y habría utilizado materiales de construcciones anteriores, piedras que podrían haber sido talladas en épocas romanas. El acceso  se realizaría en el siglo XII  por una plazoleta frente a la fachada principal, desde la calle de Martín Gamero.

Ahora, la llamada “adecuación integral” pretende ejecutar una labor arqueológica que ponga de relieve las estructuras más antiguas de la edificación. ¿Para qué?, me pregunto. ¿Qué uso puede darse a un conjunto de ruinas?

He tenido ocasión de visitar los trabajos y adquirí la impresión que el edificio romano que se demolió para construir la mezquita podría albergar un depósito para almacenar agua de la que siempre estuvo necesitada la ciudad, con el objetivo de servir para el baño y aseo de los patricios del casco .

La actuación supondrá eliminar elementos incorporados en 1990 y avanzar, se dice, en la interpretación del inmueble, ofreciendo al público visitante una historiografía del monumento, muy del gusto de la actual corriente arqueológica de “poner en valor” los edificios históricos hasta ahora bien conservados, destruyéndolos del todo.  Para más inri, se elevará la altura del edificio en uno o dos pisos para albergar funcionarios de la Junta, cuya función real está por definir.

God save Toledo

 

Publicado en: Actualidad, Cultura, Turismo, Urbanismo Etiquetado como: Clara Delgado, Junta de Castilla la Mancha, mezquita de las Tornerías, Toledo, Toledo islámico, Toledo mudéjar

Procesiones y espectáculos

31 marzo, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

España hace décadas que dejó constitucionalmente de ser católica, aligerándose así del peso de la desgraciada connivencia de una parte del clero con la ignorancia sociológica. Como en otras materias, el estriptís fue tan completo que se arrancó algunos trozos de piel en el empeño.

Pero el agnosticismo oficial no impide que durante la llamada Semana Santa, en muchos pueblos se organicen procesiones, que cuentan con la presencia de representantes religiosos y políticos casi por un igual, cada uno ataviado con los atributos de su particular devoción, que exhiben como quien sabe aprovecharse de una oportunidad.

Las comitivas de encapirotados, secundando el paso de figuras de cartón piedra llevadas por esforzados porteadores, acompañados de damas enmantilladasy  tocadores de tambores y timbales, constituyen, sin duda, todo un espectáculo.

Debe reconocerse, sin embargo, que el objetivo originario del despliegue, que hay que confiar se mantenga para la mayor parte de quienes forman parte de las procesiones -la devoción ante el misterio del sacrificio divino como ejemplo para sus descarriadas criaturas-, ha quedado completamente desdibujado.

No hay más que fijarse en los centenares de curiosos, -en muchos pueblos, miles- que se agolpan en las aceras y balcones para contemplar el paso de los séquitos que se organizan en muchos pueblos de la España agnóstica, pertrechados de cámaras de fotos, y que lanzan una y otra vez luces de flash sobre encapuchados, imágenes y resto de fanfarrias.

Ahitos de espectáculo, esos infieles se irán después, tranquilamente, a quebrantar ayunos y abstinencias en torno a cochinillos o corderos asados o vulnerarán un  momento previsto para recogimiento y penitencia agrupándose, impíos, en discotecas y botellones en donde se entregarán a uno de los pecados más abominados por las leyes mosaicas.

No pretendo ridiculizar, sino señalar como hecho histórico, una decadencia. Las procesiones, como las corridas de toros, como lo fueron los lanzamientos de cabras desde los campanarios, las luchas falsas de moros y cristianos o las quemas falleras, forman el residuo de memorias colectivas de las que se ha perdido la referencia.

Los devotos resultan, en las costosas maniobras procesionales, rara avis. Como en los bautizos o en las bodas, los fotógrafos, -profesionales como aficionados-, no están en lo que se celebra, sino ocupados en dejar testimonio para un luego. Sin saberlo, quizás, se han convertido por ello en los protagonistas de la ceremonia global. Lo mismo que las pléyades de informantes que rodean al famoso, que persiguen, hostigándolos, a encausados, artistas, políticos, y que, con su presencia masiva, construyen su propio espectáculo.

Como España es hoy por hoy tierra de procesiones y espectáculos, propongo que se exprima aún más, la opción de aprovechar los rescoldos de nuestro pasado religioso. No solo por Semana Santa. Saquemos a pasear a los santos, a los penitentes, a los majos y siervas, con cada ocasión litúrgica. Si el pueblo llano no está por penetrar en las iglesias, que salgan a la calle. Y que, como motivo turístico, se declare todo el año momento procesional, temporada alta para gozar del espectáculo.

Publicado en: Religión, Sociedad, Turismo Etiquetado como: . sacrificio, agnosticismo, cartón piedra., católico, devoción, espectáculo, oportunidad, procesiones, Semana santa, turismo

Downtown Toledo

27 enero, 2013 By amarias2013 2 comentarios

blogToledo

Está la ciudad en que nos nacieron y, luego, esas otras en donde por circunstancias de la vida, hemos pasado nuestro tiempo. A veces, algunos años, y por ello, se han incrustado con vivencias, gentes, anécdotas, que nos hacen quererla como parte nuestra. Toledo es una de esas ciudades desde la que construyo mis afectos y distancias con el territorio.

Escribí ya en otras ocsiones que Toledo, el Toledo histórico, la ciudad que figura en todos los itinerarios turísticos como la Imperial, la cuna de las tres culturas, el lugar de tránsito obligado para quienes pretenden conocer España, es una ciudad con un presente frustrado, falso, equivocado.

Porque el Toledo downtown, el casco en donde se concentran más monumentos que en ninguna otra ciudad española no levanta cabeza. No solamente no se yergue sobre sus glorias, sino que hunde su rostro, herida, entre oropeles de comercios de baratijas, turistas atolondrados, silencios espesos que llegan a lo más profundo del alma de quienes la escuchamos cuando se apagan las luces y se van las hordas de visitantes apresurados y se retiran el par de decenas de funcionarios a sus lugares de dormitorio.

Toledo no muestra su monumentalidad, su historia, su enseñanza cultural excelsa, sino las vergüenzas de una sociedad consumista, inculta, apocada, estéril. Rebajada hasta casi desaparecer -por culpa de un no saberla mostrar, por carecer de vida actual, caricatura fantasiosa de ciudad, podría encontrar una referencia de éxito en Segovia -que no le llegaría, en esencia, ni al calcetín de la hidalguía-, pero no lo consigue, falta de alguien que la entienda e impulse. Que la quiera, en fin, con poder y ganas para ponerla en el mostrador de su mérito.

¿Culpables? Muchos. La falta de vida real tiene que ver con el comercio orientado estúpidamente hacia un turista de paso y con prisas que quiere plasmar con fotografías de alta resolución de monumentos y calles cuyo nombre ignorará siempre; tiene que ver, por supuesto, con la escasez de habitantes en su casco histórico, que orienten la ciudad hacia su realidad y se desmarquen de una fantasía de museo para recorrer en dos horas detrás de un tipo con una bandera de colorines.

He contado más de doscientos comercios que ofrecen espaditas de “acero toledano”, platos y pulserillas de damasquinados y trabajos de lagartera “hechos en el propio taller” -a saber dónde- , junto a otras varias decenas de tiendecitas en las que se trata de vender los “auténticos mazapanes toledanos”, algunos, incluso “hechos en el obrador del Convento”. Todos ellos, en resistencia amenazada por los constantes avances de esa misteriosa multinacional china especializada en cercanías del todo a un euro, que  ha desplazado ya con éxito de especie invasora a la tienda de ultramarinos de toda la vida y ahora se está comiendo el resto del comercio.

Pocos restaurantes profesionales hay en Toledo que venzan la resistencia del visitante a agenciarse un bocadillo de jamón york con el que saciar su apetito de devorador mixto de “cultura y comida basura”. No lo serán, desde luego, si ofrecen “típica comida mexicana”, o italiana, o “menú del día” consistente en ensaladilla rusa y filete empanado.

Claro que, de tanto estropicio, no tiene la culpa Toledo. No la tiene tampoco cuando, cada fin de semana, con regularidad exasperante, una persistente colección de borrachos -¿son siempre los mismos?- deterioran la madrugada a voces, aparcando sus vehículos en cualquier calleja con estrépito de chapas, llenando, en ausencia de cualquier policía urbana, con sus peleas etílicas sin sustancia, la paciencia hecha trizas de los que desean conciliar el sueño, porque no han renunciado a vivir la ciudad, últimos resistentes de las Filipinas toledanas, engañados otra vez con la promesa oficial de recuperar Toledo..

No tiene Toledo la culpa de que una parte fundamental de sus edificios singulares languidezcan a puertas cerradas, que pervivan tantos solares sucios, tantas casas abandonadas, crezcan los pisos en alquller o en venta. No la tiene de que edificios recuperados -se dijo- para funciones públicas, sean en realidad solo un adorno para la política de mentirijillas de la capital de Castilla La Mancha, en donde al terminar la jornada se produce, cada día de la semana, el éxodo de funcionarios no muy ocupados tras sus mostradores que ofrecen, como no pocas veces comprobé por mi mismo, lo que ni ellos mismos conocen, desmotivados quén sabrá por qué..

No tiene Toledo la culpa de la falta de alicientes para que el visitante se quede a pernoctar en él, curioso en conocer cómo vive el toledano, y deseoso de entrometerse de prestado en su misterio nocturno…porque no existe tal misterio, huído, convertido en algarabía juvenil de botellón y ligoteo, hacia las afueras, al “Toledo nuevo” de Palomarejos, Valparaíso, San Antón, …Olías, Illescas, Pinto, Getafe o Madrid (salvo para esos tres privilegiados que tienen cigarral en la otra orilla para fumarse un puro con los buenos propósitos colectivos).

Recuperar Toledo para que viva el presente, es un trabajo apasionante que se debe acometer de inmediato. Propiciando, desde luego, un comercio coordinado y con ofertas apetitosas, pero, ante todo, haciéndolo destino turístico de verdad, no un producto de rápido consumo.

¿No se disfruta paseando a la orilla del Tajo, recuperada hace poco y hoy, con descuido evidente? ¿Bastan dos horas para recorrer Toledo, o necesitamos, al menos, tres días para saber de él algo consistente? ¿Dónde pernoctar?¿Para cuándo, completar los remontes y escaleras mecánicas? ¿Qué hay que hacer para sacar todos los coches del casco histórico durante el día? ¿Debe la jefatura de policía mantenerse a dos kilómetros del centro? ¿Dónde duermen los funcionarios, qué hacen?…Y para ese comercio que langudece, ¿existe la propuesta de plantear, en una actuación colectva inteligente, qué se puede ofrecer para que el frenético fotógrafo aficionado de monumentos, se quede con otra imagen de Toledo?

Publicado en: Turismo Etiquetado como: cuna, dormitorio, segovia, tres culturas

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