En los cuentos, aunque sean de macroeconomía, hay que dejar siempre lugar para el misterio, o si se quiere expresarlo de manera más acorde, para la fantasía. Caperucita y su abuela salieron indemnes del estómago del lobo feroz y la bella durmiente superó los cien años de letargo y vigilia sin que una sola arruga mancillara su donosura.
En la parcela de la Granja dedicada a la vieja Europa, esa apelación mágica lleva el nombre de Unión Europea, y tiene por modelo, orientación o trasunto, los Estados Unidos de América. Si el objetivo final fuera equiparable al del estatus norteamericano, es una quimera, porque entre otras cosas, supondría la superación del concepto de nacionalidad propia, algo irrenunciable quienes se han estado matando, se matan o están dispuestos a matarse, generación tras generación, en defensa de ese arcano.
Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt en un librito titulado “¡Por Europa!”, cuya intención es transparente, señalan con razón que “en el credo nacionalista solo hay un pequeño paso de distinto a enemigo”.
La integración de los estados europeos en una Unidad común no es algo que interese, además, al gallo de la quintana norteamericano. En su momento, la creación de la OTAN pretendía establecer una línea de contención al probable expansionismo de la URSS. Esta idea de crear una protección bélica para Europa no tiene sentido ahora, en donde los puntos serios de conflicto mundial están muy alejados de esta parte de la Granja.
La tercera guerra mundial tiene muy altas probabilidades de desatarse lejos, en el Mar de la China Oriental, lugar de tránsito marítimo de gran interés estratégico, y en donde confluyen, como en un delta ficticio, los sedimentos del ansia de dominio mercantil, energético y sociopolítico, de China y varias potencias asiáticas emergentes, con una densidad de población muy alta, y el sueño imperialista norteamericano.
Sin política exterior común detectable, sin ejército propio, con una colección de nacionalismos irreconciliables e incluso emergentes, Europa tiene poco papel que jugar en la globalización como conjunto. Curiosamente, menor que el que de algún Estado comunitario, actuando de manera independiente.
Lo que se había presentado como un avance hacia la integración, la moneda única -que no aceptó Gran Bretaña, que se ha especializado en rentabilizar su diferencia- se convirtió en una rémora. Porque un euro no vale lo mismo en los diferentes estados europeos que lo adoptaron, ya que las economías internas no se comportan de igual manera -tejidos productivos, prestaciones sociales, niveles educativos, productividad, salarios, etc., desiguales. La tasa de paro es muy distinta de un país a otro y, en la pretensión de una Europa sin fronteras, el arraigo de los ciudadanos en su territorio natural está sometido a una tensión permanente.
No es, ni mucho menos, evidente, detectar, desposeyéndolos de todo sentimentalismo, cuáles serían los elementos de unión principal unos Estados Unidos de Europa. No sería la lengua común -hay más de 30 idiomas y seguramente centenares de dialectos en el seno de la Unión-; no lo es la religión cristiana, aunque cumplió su papel -incluso como elemento de tensión bélica-, pues la separación entre Iglesia y Estado se ha ido imponiendo, por fin, aunque, nuevamente aquí la singularidad de Gran Bretaña. en la que S.M. Isabel II es cabeza de la iglesia anglicana, resplandece con rancias características propias.
Es, por otra parte, la laicidad oficial europea, unida a la filosofía de la tolerancia (con tufos a dejación) la que favorece la implantación en su seno de colectividades unidas por la religión, que actúan como aglutinante extra-nacional, lo que queda demostrado por el avance de la religión musulmana en Europa; la posible integración de Turquía, cuya aconfesionalidad oficial parece goma elástica, en la deslavazada Unión de naciones, añadirá más incertidumbre a los teóricos elementos que pudieran servir de cola de pegar.
No quiero aparecer maximalista, pero la única opción válida para el futuro de los Estados Unidos de Europa es la de trasladar competencias desde los Estados a los órganos centrales comunitarios. Es decir, seguir -como un tactismo, una orientación, no como atraídos a sus teorías por un imán- J.M. Keynes y a J.K. Galbraith antes que a F. Hayek y a M. Friedman, al menos, hasta que se produzca la consolidación de una estructura básica de la Unión que fuera suficientemente resistente. (1)
El germen fértil de ese huevo salvífico, ha de estar en el eje Francia-Alemania. Doy por admitido que Gran Bretaña tendrá su “corazón partido” entre ambos Estados Unidos, ya que sus dirigentes (y su población) aparecen más vinculados a los beneficios económicos de una infraestructura propia independiente que a los que se derivarían de la solidaridad con un renacimiento europeo.
El abrazo del oso de un saliente presidente B. Obama a una caciller casi en campaña, A. Merkel, animando a profundizar en esa Unión Europea, no debería mover a engaño. La zona de la granja europea tiene asumidos como si fueran de su exclusiva responsabilidad, conflictos que no lo son. La globalización está fracasando, por razones externas. Los problemas generados por la presión migratoria siria, libia o afgana (como más significativos en número) no son europeos, si bien la proximidad de la región nos hace sentir más cerca el calor (incendiario) de la situación desestructurada de esos países.
A la zona de la granja en la que se distribuye el grano islámico dedicaré otro capítulo. Aquí bastará con indicar lo elemental: hay que reconstruir, con una actuación internacional rápida, la paz en Siria, y ello implica eliminar la ambigüedad y no alimentar la tensión interna con apoyos exteriores a ambas partes del conflicto. España ha sido, en 1936, idéntico campo de experimentación.
Por otra parte, el espejismo de las “primaveras árabes”, concreción de la obsesión por aplicar como fórmula infalible, el modelo propio a lo que sucede en lugares muy diferentes y con distintas motivaciones, de historia, religión y cultura, ha provocado más pobreza, desplazamientos, tensiones, guerras civiles, y repartido nuevas desgracias.
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(1) Con un presupuesto aprobado para 2016 de 155.000 Mill. € en “créditos de compromiso” y 143.900 Mill. € en “créditos de pago”, y un PIB de la zona euro inferior a 19,5 billones, se comprende de inmediato el limitado campo de acción de la Unión respecto a los Estados miembros. (Zona euro: Alemania, Austria, Bélgica, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Países Bajos y Portugal).