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La cumbre de la OTAN nos acerca a la guerra de Ucrania

29 junio, 2022 By amarias 2 comentarios

Era de esperar, y el éxito deseado consistía en eso. La cumbre de la OTAN en Madrid que reunió a prácticamente todos los líderes del mundo occidental (y a algunos invitados con los que se quiere estar de buen rollito) se está desarrollando conforme a lo esperado: Rusia se recupera como enemigo y a China se le somete a un  estricto seguimiento, como sospechoso principal.

No parecía posible escuchar a Stoltenberg, el secretario general y portavoz de la Alianza, desgranar las conclusiones del primer día de reuniones, sin sentir un escalofrío: el apoyo decidido a Ucrania, la condena firme a la invasión rusa, el aumento del despliegue armamentístico en la base de Rota, dibujaban un sombrío panorama, a pesar de las sonrisas de satisfacción de los convocados y, en particular, de nuestros Jefes de Estado y de Gobierno, anfitriones de una reunión que discurre conforme a un impecable protocolo y un estupendo programa.

La afirmación oficial de que el mundo vuelve a la situación de tensión que creíamos no volveríamos a vivir cuando la antigua URSS y la vieja Norteamérica rivalizaban  en conmover los cimientos de la paz conseguida luego de la segunda guerra mundial no es una buena noticia. Si se creía que los jefes de Estado de este lado de la tensión iban a ofrecer algún cable al que Putin pudiera agarrarse para llegar a un acuerdo con Zelenski que terminara con la contienda, el deseo era erróneo.

Estamos más metidos que antes en la guerra contra Rusia. Incorporación de Suecia y Finlandia a la Alianza, más y mejor armamento y más ayuda económica a Ucrania para que resista en su holocausto heroico, una demostración de solidez y confianza en las fuerzas propias y más fuerte condena al jerarca ruso (criminal contra la Humanidad), además de poner en funcionamiento un disco ámbar para regular a China.

No parece, ni mucho menos, una bravuconada. Aunque la OTAN sigue delimitando con precisión el marco de la guerra, es imposible no entender que, aún utilizando el territorio del país amigo para depositar sobre él todo tipo de armas, cada vez más sofisticadas, pero sin poner (aún o sin que se sepa) las botas propias sobre la Ucrania invadida, la OTAN y la Unión Europea están en preguerra con Rusia. Falta solo una pequeña chispa para que el polvorín estalle.

Cierto que no tenemos otra opción. Ayer, en 24H, un desconocido, desmemoriado y rancio Jorge Verstringe (¿o era un sosias?) elucubraba sobre guerra evitables, egos dolidos y no se qué opinión de que la OTAN era un Organismo agresor, gringófilo y prepotente. El que, se jactó, se había abstenido de votar a favor de la entrada en la Alianza, votando en contra -fue el momento álgido de la estupidez con la que obsequió al programa- defiende ahora la posición de Unidas-Podemos en el Gobierno de España. No a la OTAN, no a la guerra, no a dotar de más presupuesto a los Ejércitos, no a las Bases norteamericanas y, en fin, ¡viva la paz!. Si nos atacan, ya lo han advertido: saldrán a parar los misiles con banderas blancas.

Con estos mimbres en el Gobierno, y a pesar del indudable éxito de Pedro Sánchez y la magnífica actuación de Felipe VI (¡y de Doña Letizia!) como anfitriones de la Cumbre, no se entiende que el Presidente del Gobierno de coalición siga criticando al Partido Popular por su falta de apoyo y no tenga el coraje de disolver la Legislatura y convocar elecciones, sacudiéndose -a cara de perro- esa incómoda lepra que corroe su credibilidad y emponzoña sus logros.

Publicado en: Actualidad, Política, Seguridad Etiquetado como: Cumbre de Madrid, felipe VI, Finlandia, OTAN, Pedro Sánchez, Putin, Stoltenberg, Suecia, Unidas Podemos, Valodomir Zelenski, Vestringe

¡Seguridad!

28 enero, 2022 By amarias Deja un comentario

La preocupación por la seguridad personal ha crecido tanto que las empresas que se ofrecen para garantizarla figuran entre las mayores oferentes de empleo. Han proliferado,  entre otras,  las opciones de estar protegido contra ladrones de viviendas, asaltantes callejeros y merodeadores de mala catadura aunque, por lo que tengo leído y oído, no tanto como las de ser robado, asaltado o ser víctima casual de un tiroteo entre narcotraficantes, terroristas y la policía o el grupo de control de fronteras.

La oferta de seguridad alcanza a establecimientos bancarios, comercios, restaurantes o medios de transporte público y privado. Es cierto que, en particular, los Bancos han puesto mucha distancia mecánica entre sus empleadoso y nuestro dinero (mediante autómatas, dobles claves, programas de acceso prácticamente ininteligibles, canales virtuales, reducción de oficinas y bancarios, etc.), pero se nos ha hecho habitual encontrar a la puerta y en el interior de comercios e instalaciones de todo tipo, hombres y mujeres de uniforme con tolete y esposas que se pasean por los locales con mirada inquisitiva o saltan como un resorte si el detector de metales de la puerta lanzan un pitido.

No tengo claro cómo se realiza la selección de trabajadores de muchas de estas compañías, porque no parecen, a primera vista, con sus uniformems de otra talla,  tipos que, si tuvieran que vérselas a la carrera tras un ladrozuelo o reduciendo a puñetazos a un presunto infractor (al margen de que les aconsejaría que se tentaran la ropa antes de hacer alarde de ninguna habilidad física que pudiera dañar a personas), salieran ganando. No son ni altos, ni tienen aspecto de ser fuertes ni de estar físicamente preparados; algunos parecen a punto de entrar en fase de jubilación o ser amigos del encargado de contratración. A lo mejor son expertos en artes marciales o tienen conexión permanente con el grupo de primos de Zumosol, pero tengo dudas sobre la forma cómo garantizan “nuestra” seguridad.

Durante algún tiempo estuve convencido de que los preferidos para llevar la placa de “Seguridad” eran quienes hubieran pertenecido a los cuerpos ad hoc del Estado y sus diversas Administraciones públicas (ejércitos, policías, guardias civiles…) o, por lo menos, hubiera actuado como encargados de controlar la entrada de las discotecas y los puticlubs habiendo dedicado antes, durante o después, muchas horas a la musculación y siendo duchos en la ingesta de anabolizantes.

Ahora, en el que los incumplidores de las normas han proliferado, la crispación aumentó y los pequeños delicuentes (poseedores de perros que no retiran sus cacas o los llevan a los paques y alcorques para disimular su obligación de recogerlas; fumadores recalcitrantes, bebedores  convulsivos, especies múltiples de engorrinadores sin perdón de nuestras calles, expertos en mezclar residuos que no corresponden en los contenedores; etc) rivalizan en número e impunidad con los grandes delincuentes (falsificadores de cuentas de resultados; mafiosos que se dedican al negocio de falsificar marcas, robar autos, apoderarse de joyas, traficar con drogas y armas; cárteles para acordar precios; políticos que favorecen a sus amigos y afiliados; etc), pregunto: ¿nos han orientado a defender nuestra seguridad, la que más nos interesa, con nuestros propios medios y decisiones?

Mientras aclaro mi respuesta, me propongo escribir en mi siguiente Comentario sobre la Seguridad general, la que se refiere a la tranquilidad que supone verse libre de guerras, invasiones, atentados terroristas, catástrofes naturales y/o provocadas, etc.

(seguirá)

Publicado en: Actualidad, Seguridad Etiquetado como: compañías de seguridad, delincuencia, hurtos, robos, seguridad

Espectáculos de variedades (Segunda Parte)

7 noviembre, 2021 By amarias Deja un comentario

La divulgación de temas científicos o técnicos supone, por parte del aspirante a divulgador, la combinación de la voluntad de hacer llegar un tema a conocimiento general, con la capacidad de selección de los aspectos más cualificados del mismo. El divulgador no es, en general, un científico él mismo, pero debe disponer de una formación suficiente para que su trabajo tenga sentido, no introduzca errores y, al eliminar aspectos del proceso que ha permitido a los más sabios llegar a sus propias conclusiones, no hacer sus conclusiones ininteligibles o falseadas.

Estamos en un momento delicado para la difusión del conocimiento. Los medios de difusión masiva, al alcance de cualquiera, están favoreciendo, tanto la aparición de la figura del falso divulgador que, en realidad, lo que realiza es una labor de emponzoñamiento y falsificación de la verdad, contagiando los conocimientos de mentiras, aberraciones y supuestas conclusiones sin valor alguno. Existen miles de envenenadores de la ciencia, algunos de los cuales alcanzan, merced a la falta de criterio selectivo y conocimientos de muchos de aquellos a quienes tienen acceso por las redes telemáticas, la categoría de máximos influenciadores de opinión, esto es, de “influencer”.

Pero la misma presión mediática, el afán de saber el porqué de lo que nos sucede, explicado de forma sencilla para que el más lego pueda creer que lo entiende, fuerza también a personas que, por su nivel de conocimientos, deberían manifestarse con prudencia ante la justificación de los fenómenos naturales, a salir a la palestra opinando con impostada solvencia lo que, en puridad, deberían expresar como conjeturas.

En el caso de la erupción volcánica de la isla de la Palma, el fenómeno natural se está viendo acompañado de la aparición de decenas de expertos en vulcanología (unos más serios y documentados que otros, desde luego) que, en la presión por explicar en tiempo real lo que está sucediendo, han caído en el error de poner al descubierto las oscuridades del trabajo científico, que, cuando es forzado a expresarse sin matices, empaña su credibilidad ante quienes, por escasez de conocimientos y la urgencia en llegar a conclusiones, solo se quedan por las ramas.

Cuando la eclosión del volcán palmeño, desde hace hoy más de cuarenta días, ha roto bruscamente la calma isleña de los últimos cincuenta años (la últimas erupciones en la Palma han sido las del volcán de San Juan, en 1949 y el Teneguía-Cumbre Vieja de 1971), los expertos definieron la erupción como estromboliana. Los materiales que lanzaba el volcán se concentraban en explosiones esporádicas, de poca violencia y con emanaciones de lava discontinuas y densas. Al cabo de unas semanas de actividad, la erupción pasó a ser hawaiana, con lavas más fluidas y, tanto, con mayor difusión y facilidad de movimiento sobre el terreno. Por la evolución de la salida del magma y de los gases, no se descarta que podamos pasar revista a otros representantes de la tipología vulcaniana , como la peleana (tapón en el cráter por la lava consolidada) o vesuviana (explosión violenta, con gran emisión de ceniza y lava viscosa).

Tantas explicaciones eruditas no solo no empañan, sino que magnifican, el dramatismo de la realidad por la que están pasando los palmeños. Una fuerza magmática, de naturaleza en gran medida imprevisible en su capacidad de destrucción (por lo que ya les parece) ha llevado por delante casas, plataneras, carreteras, animales domésticos y buena parte de la capacidad de sustento económico de la isla. Lo que les interesa no es cómo se llama la erupción, pues lo que les gustaría conocer con exactitud es, ya que la lava y las cenizas, y los gases altamente contaminantes, siguen saliendo por las bocas volcánicas ahora aparecidas en la isla, cuál será su modo de vida en el futuro, ahora que más de dos mil familias se han quedado, literalmente, sin nada.

No es pues, cuestión de científicos. Se trata de la solidaridad y, también, de la incorporación de una capacidad de gestión del territorio frente al futuro que permita acotar con máxima solvencia los riesgos de vivir sobre un volcán. Se ha expresado en estos días, con toda crudeza, la capacidad del ser humano para olvidar las desgracias sobrevenidas con el paso del tiempo. Instalarse de nuevo en las zonas afectadas por la lava, puede ser atractivo y barato, pero será siempre peligroso. Cuando el gobierno promete (Sánchez lleva ya seis viajes realizados a la isla en su haber) que hará todo lo posible para recuperar La Palma, a algunos nos gustaría saber a qué se refiere.

Y como divulgador científico, a mi me apetecería saber si, además, de poner eruditos nombres a las manifestaciones volcánicas, tomar muestras y medidas que, sin duda, ayudarán a mejorar el conocimiento del comportamiento efusivo del magma en una de las regiones más activas del globo, podrían haberse evitado los cuantiosos daños materiales acaecidos. Preventivamente, acotando las zonas de mayor riesgo, con análisis sobre el terreno y, una vez iniciada la erupción, con actuaciones destinadas a forzar el camino de las lenguas de magma hacia lugares donde hubieran provocado menor destrucción.

 

Publicado en: Actualidad, Seguridad, Sociedad, Tecnologías Etiquetado como: estromboliano, hawaiano, La Palma, Pedro Sánchez, recuperación, vulcanólogo

Amenazados por la seguridad

26 diciembre, 2016 By amarias Deja un comentario

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La probabilidad de que seamos víctimas de un atentado perpetrado por un fanático islamista conduciendo el camión que acaba de robar a punta de pistola, ha aumentado en los últimos años. Sigue siendo, desde luego, muy pequeña (sin necesidad de calcularla con exactitud, intuyo que será del orden de trillonésimas) (1).

Sin embargo, y especialmente a los que vivimos en la inopia occidental, nos preocupa muchísimo. Por supuesto, muchísimo más que los atentados mortíferos que se producen casi a diario en aquellos países en donde el credo musulmán ha estallado en facciones irreconciliables y a los que no hace mucho tiempo aún, los Estados más ricos de la desunida Europa consideraban colonias.

No quiero minimizar el tema, sino que trato de ponerlo en su dimensión, si es que podemos realizar ese ejercicio de ponderación.

Es lógico que nos preocupe la seguridad, aunque lo es menos que identifiquemos seguridad con la necesidad de protegernos frente a los ataques indiscriminados, que son, por consenso, aquellos que se producen contra la “sociedad civil”. Esta construcción sesgada del concepto ha desarrollado en nuestro entorno la desagradable sensación de que corremos riesgo en cualquier sitio, y de que cualquiera puede vulnerar nuestra paz individual. Desde el de las Torres Gemelas, cada nuevo atentado se apoya sobre la escalera de los precedentes, y la inquietud sube peldaños, a pesar de los mensajes estereotipados que apelan a mantener la calma, e incluso antes de que se investigue la autoría y sus perversas razones.

La amenaza de la seguridad es, paradójicamente, el reflejo irónico de la situación. Con el mismo título que ahora utilizo, un profesor de la National Law School of India University, Chandan Gowda, escribía en 2007, un lúcido artículo sobre el tema, que rememoraba una escena de la película Milana, de la productora Kannada, en la que, el protagonista, al atisbar un mendigo ante el complejo residencial de Bangalore, en donde tenía un apartamento, gritaba, angustiado: “¡Seguridad!”.

La tensión entre la sensación de poder y la ansiedad por sentirla amenazada, crece, no solo por las amenazas reales sino, también, aunque no me atrevería a exponer taxativamente que como razón principal,  porque los “encargados de la seguridad” se encargan de potenciarla, generando pro doquier la necesidad de protección, porque todos tenemos algo que perder, desde propiedades a la vida.

Animados por esta corriente alcista de inseguridades, en todas partes -grandes centros comerciales como pequeños comercios del ramo, vagones de metro y entradas de discotecas tanto como de restaurantes, entidades financieras como filantrópicas, estadios deportivos de la capital del reino como ferias de pueblo de chicha y nabo- se ven personas uniformadas, ataviadas con porras, pistolas, esposas y walkietalkies,  dispuestos, “a defendernos”.

Solo que hemos perdido la referencia, y no sabemos ya bien de qué nos defienden.

En realidad, deberíamos saberlo, pues la respuesta se encuentra en la formulación de la propia pregunta. Reconozcámoslo: nos defienden de nosotros mismos. Porque todos nos hemos convertido en sospechosos, y aceptamos el ser observados como tal por cualquier agente, sin importarnos su cualificación, formación e intención, la mayor parte como detentadores improvisados de una autoridad de procedencia difusa.

Como el enemigo potencial es genérico, así lo son los supuestos medios de defensa y, en consecuencia, adquiere una complejidad y diversidad indefinida el elenco de quienes se arrogan tanto la decisión de protegernos como la de protegerse ellos. Hemos convenido, en un apriori ridículo, que nuestro mundo está poblado por presuntos delincuentes. Puede ser el vecino, el colega de empresa, un miembro de nuestra familia, o el mismo ministro de Interior. Nos parece ahora imposible  discernir qué circunstancias o móviles transformarán al inocuo prójimo en un estafador, un ladrón o un asesino.

Para salvar nuestra honestidad puesta en entredicho, dóciles hasta extremos indescriptibles, dejamos, con rostro impávido, que el billete de cincuenta euros que entregamos a la cajera para pagar la compra del supermercado, recién salido de la máquina expendedora de la entidad bancaria que especula con nuestro dinero, sea paseado una o diez veces por la máquina detectora de falsificaciones. Haremos cola, sumisos como borregos camino del esquileo, para pasar por un arco de la vergüenza antes de entrar en el recinto de exposiciones o conferencias, prestos para vaciar de los bolsillos el llavero, la billetera y depositarlos junto al cinturón y el móvil en una bandeja. Por supuesto, casi nos desnudaremos, después de despedirnos de la colonia y el botellín de agua mineral, antes de abordar el avión que nos deberá conducir hasta cualquier destino, porque nos han convencido de que así disminuye el riesgo de que la máquina voladora no explotará a medio camino.

La desconfianza se habrá generalizado, pero los resultados prácticos son mínimos frente a la versatilidad del mal que nos acecha, atento a descubrir agujeros en la malla protectora. Vigilaremos, sí, al vecino, pero solo para enclaustrarnos más en nuestro  miedo al otro, aislándonos. Nos protegeremos en el anonimato, en la masa impersonal, renunciamos a nuestra individualidad, para no ser detectados.

Y, para colmo, ni siquiera sabríamos qué hacer, si nos aventuráramos a actuar como miembros voluntarios de una Stasi descabezada,  con el resultado de nuestra improvisada investigación. ¿Denunciarlo a la policía? ¿A qué policía, si admitimos que es inoperante, y que se limitará a rellenar un formulario cuyo desarrollo posterior nos causará solo molestias? ¡Si, cuando somos víctimas de un robo, nos llenan la casa de polvo en busca de huellas que no conducen a ningún resultado!

Mejor no actuar, no saber, no querer, mantener un perfil bajo con el que pretender pasar desapercibido. No hay que fiarse de nadie y, en especial, de aquellos que tienen otro color de piel, hablan otra lengua, manifiestan otra forma de pensar, tienen afinidades culturales, sociales, sexuales o patológicas que no compartimos, pertenecen a una agrupación social o deportiva distinta a la de nuestra devoción, profesan o se confiesan próximos a una religión diferente, vienen de otro pueblo, ciudad, provincia o nación…

—

(1) Si alguien quiere tomar la molestia de estimarla con más exactitud, -reto tipo de las aplicaciones del teorema de Bayes para calcular la probabilidad de sucesos condicionados-, tenga en cuenta que la población mundial se acerca a los 7 mil millones de individuos, de los que no más de un 15% son devotos, en variados niveles, de la religión musulmana. De entre éstos, habiendo incluido como seguidores del Alá de Mahoma a algunos a los que no habría que calificar, sensu strictu,  de tales, no parece razonable  admitir que más de cien mil estén fuertemente radicalizados. En elucubración aún más exigente, no deberíamos admitir que más del tres o cuatro por ciento de entre ellos estuvieran dispuestos a inmolarse, al mismo tiempo o después (abatidos por la policía en un control posterior) de haber cometido un atentado. Si, además, imponemos la condición de que ese estúpido fanático suicida tenga la oportunidad de asaltar a un camionero, apropiarse de su vehículo, conducirlo a toda velocidad por el paseo de una ciudad en la que se esté celebrando una fiesta o una ceremonia multitudinaria, y que nosotros nos encontremos casualmente en ella, las opciones de que seamos utilizados como bucos emisarios de su hiperdevota imbecilidad, son realmente escasísimas. De trillonésimas.; es decir, de 1 entre un trillón, que es 1 millón de billones, la unidad seguida de 18 ceros.

(2) Las lavanderas son aves que señalan el fin del otoño entre nosotros, y nos llegan, en buena parte migrantes, para ocupar durante el invierno espacios próximos a los tíos y aguazales (bellísima palabra, que sirve para significar los charcos de lluvia), pero también parques y jardines, en donde se consagran a una búsqueda incesante de insectos, con pasos acelerados y vuelos cortos, moviendo su cola como una agachadiza.  A diferencia de la mayoría de las paseriformes, y a pesar de estar casi todo el tiempo moviéndose a ras de suelo, no parecen tenernos miedo, y se dejan aproximar por niños y adultos curiosos, para moverse súbitamente, con un aletear rápido, posándose un par de metros más allá, lanzando ocasionalmente un grito suena como “tsii”, mas bien metálico.

Las lavanderas son, como su nombre sugiere, más fáciles de encontrar junto a las corrientes fluviales relativamente tranquilas, en donde encuentran más fácil alimento. En algunos sitios, se las llama pajaritas de las nieves, pititas. Entre aficionados a la ornitología, se distingue a las dos especies más comunes, según el color de su plumaje, como motacilla alba o cinerea (esta última, llamada popularmente lavandera cascadeña, es menos abundante, con obispillo y vientre amarillos)

Publicado en: Actualidad, Política, Seguridad, Sociedad Etiquetado como: atentado, cinerea, lavandera, miembro, motacilla alba, plumaje, seguridad, trillón

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