Lo conté otras veces, pero creo que puede servir para enmarcar este Comentario. Tengo un cáncer metastásico, que condiciona buena parte de mi actividad vital pero trato de encajar, a medio camino entre la gallardía y la resignación. Un amigo sacerdote me reconocía, hace algunos meses, que pedía a Dios por mí en ese momento misterioso de la Consagración.
¿Qué le pides?, pregunté con curiosidad, siempre abierto a todas las opciones de curación de un mal tan rebelde. “Que se haga su voluntad”, fue la animosa respuesta.
La situación por la que atraviesan, cogidas de la mano, en un siniestro baile de máscaras, la inabordable pandemia, la desastrosa economía y la incómoda política, parece invocar la voluntad de Dios, como único refugio de la incapacidad humana para solucionar el terrible escenario en el que tiene lugar la representación coetánea de la destreza humana para solucionar los problemas que le atañen.
La pandemia no está, ni mucho menos resuelta, ya que el virus, además de “juguetón” -apropiándome de un caprichoso calificativo que le atribuyó, cuando se creía que venía en son de paz, el “doctor Simón”, experto epidemiólogo incapaz de reconocer que se equivoca, porque no es el autor del libreto que le han adjudicado-, es mortal y muy resistente.
Cierto que la inconsciencia de tantos jóvenes, la incredulidad de muchos adultos y el ansia general de irse de fiesta en este valle de lágrimas, contribuye a que el llamado Covid 19 se expanda a poco que se baje la guardia. Pero la comunidad científica internacional ha fracasado en manifestarse solvente, cooperativa y previsora. No tenemos la vacuna, no sabemos bien cómo protegernos los sanos y cómo tratar a los infectados, y el escaso avance se ha conseguido a base de prueba y error, es decir, o te sanan o te matan.
Peor resulta la situación en el ámbito económico, que es lo que interesa a los vivos. La paralización ya sufrida y la que nos espera mientras el bicho ande suelto, ha dado al traste con una economía que ya estaba tocada del ala, en el conflicto entre la preocupación por el medio ambiente, el avance de la automatización y la robótica y las consecuencias de una globalización de mercados sin haber definido antes dónde estaban las fortalezas.
En el prometido reparto de dineros para solventar los primeros golpes de la crisis pandémica sobre la economía, que en la Unión Europea ha afectado especialmente a Italia y España, después de una escenificación de una dura negociación entre países necesitados y países menos afectados, el presidente del Gobierno, Sánchez, ha vuelto a casa con la promesa de que nos tocarán unos 170.000 millones de euros, de los que solo tendremos que devolver la mitad.
Se que las cifras que estoy dando en este comentario son aproximadas, pero es que quiere reflejar que todo es aproximado y, seguramente, no ejecutable a la larga. Para empezar, estoy seguro de que nadie regala nada en este mundo mercantilizado y egoísta. Los países que aparecen como dadivosos han calculado, seguro, el retorno de beneficios que producirá la adquisición de bienes y mercancías por la población de los receptores, bajo la forma de productos tecnológicos, incluso agrícolas, que no seremos capaces de producir en corto plazo, al haberse hundido sectores claves y no tener claro qué vías de reactivación serían convenientes.
El pasillo de aplausos que los seguidores de Sánchez le hicieron en el Congreso, a la vuelta de su silencioso paseo por Bruselas (utilizo elementos tomados de la prensa diaria), refleja, por sí mismo, el agradecimiento de este pueblo, al cumplimiento de la voluntad de Dios.
Es también apelación a la voluntad de Dios el poner en solfa a la Monarquía, criticando a saco al rey de antes y pretendiendo que está contaminado el rey de ahora y toda la esencia constitucional del Título II, sin tener preparado, ni siquiera meditado en sus rudimentos, qué sistema de gobierno desearíamos, distinto, claro está, de la anarquía.
Al llegar a este punto, y sin perjuicio de que volveré sobre estos asuntos en otra ocasión, me declaro partidario de no apelar a la voluntad de Dios, sino al trabajo serio, eficiente, ordenado, cabal, que aglutine las capacidades de todos y nos ahorre mentiras y medias verdades. Creo en la voluntad de los hombres, aunque me temo que hacer referencia a esta posición colectiva, es clamar en el desierto. Domina el sálvese quien pueda, aproveche cada uno para su coleto las oportunidades y, para el resto, para la mayoría de los mortales, cúmplase la voluntad de Dios.