La necesidad de un reajuste del espacio político español es urgente y, aunque no alcance ecos ni fanfarrias, clamorosa. Existen, como se detecta sin esfuerzo, problemas internos de liderazgo, aunque lo que resulta más grave es la escasa devoción externa que provocan dirigentes más bien grises, cuando no sospechosos de corrupción, adictos a la revolución contra constitucional, o confusos y variables en sus postulados ideológicos.
Sospecho que esta ausencia de carisma viene provocada, además de por déficits personales, por las carencias, solapamientos e incongruencias, de fondo y de forma en los programas de los partidos.
Con el partido de Gobierno sometido a la presión judicial de procesos que confirman la teoría conspiratoria de su financiación irregular y con la imborrable sospecha de que han sido muchos los representantes del pueblo que han puesto sus manos en el camino entre las arcas públicas y los contratistas de obras y servicios, es difícil sustraerse a la sensación pegajosa de que los tentáculos de la corrupción son alargados y correosos…
El mal de la gestión pública interesada parece venir de antiguo -no solo en nuestro país, claro está- y, por ello, resulta más consustancial con el conservadurismo, esto es, con la derecha. Pero no hay que engañarse: el riesgo de que los poderes públicos tomen decisiones con las cartas marcadas es la combinación del propio poder y de la ausencia de controles. Por tanto, puede afectar tanto a diestra como a siniestra.
La regeneración política ha de teñirse de honradez, aunque es más importante para todos que aporte ideas.
Por el centro/centro derecha, con Ciudadanos hay más verbo que sustancia. Albert Ribera, tiene buen decir y excelentes maneras parlamentarias, y se encuentra bien secundado por Arrimadas y otros. Intentó un golpe de mano con el PSOE de Pedro Sánchez y, pasado el tiempo, aún no soy capaz de dilucidar a quien perjudicó más pues dejó a ambos partidos con la huella del contagio con lo que no gusta del otro a sus simpatizantes.
Es hora de cambio, sin embargo, y ha de venir (no hay otra) por la izquierda. La viabilidad de la sustitución de viejos odres por nuevas vasijas no es, sin embargo, sencilla. La resistencia coriácea de los avezados paquidermos de los partidos tradicionales es estupenda, goza de buena salud.
Aunqueno se les vea, controlan muchos reductos del PP, del PSOE, de Izquierda Unida (PC?) y, naturalmente, de los partidos regionalistas.
En el terreno de la izquierda moderada la ambigüedad es tremenda y la fuerza de voto directa, escasa. El problema de fondo es aquí que la mayoría de los impulsos juveniles de cambio se han alineado (y, aunque mutando, siguen ahí) con la simpatía y frescura que irradiaba de Podemos. La realidad ha puesto muchas dudas en ese movimiento de cambio revolucionario, lo que no le quita fuerza ni atractivo, porque no aparecen alternativas que maticen la diferencia entre revolución y evolución.
El acceso de la izquierda al gobierno obliga a pactar entre partidos cuyos líderes se esfuerzan hoy en marcar diferencias, muchas veces teñidas de descalificaciones personales. Con esa actitud, no se ve el camino de salida; solo el discurrir por el laberinto.
Los partidos independentistas con base regional no lo tienen mejor, aunque en este caso la cuestión proviene, no ya de la repulsa que provoca en parte de los votantes, que sustenten ideas insolidarias con el resto de España, sino de su incapacidad para plantearse seriamente la viabilidad económica de su modelo, faltos de tamaño crítico, con servicios asistenciales que cada vez demandan mayor aporte de medios y, por tanto, resultan más caros.
Opino que la mayoría de recambio debiera configurarse en torno a un proyecto de minimos, coherente, práctico, adecuado al modelo de futuro que precisamos como Estado intermedio, y olvidar los extremismos ideológicos,las descalificaciones personales, y las fantasías irrealizables. El tropel que levanta el polvo del camino no se asemeja al ordenado grupo de eficientes representantes que precisamos, no ya para avanzar. Para que los intereses ajenos no nos aplasten.
Cuidado: acabo de leer en un diario que los noruegos llaman a “cometer una infracción de tráfico”, “hacer una españolada”. Una nueva Leyenda Negra se puede estar teniendo utilizando nuestra reiterada incapacidad para ponernos de acuerdo en lo importante. Sea lo que sea.