La detención del expresident de la Generalitat Carles Puigdemont en Alemania, poniendo punto y seguido a una escalada de agravios al Estado de derecho del que se convirtió, por voluntad propia, en portavoz principal, no significa el final de la historieta.
No lo va a ser, como lo demuestra la excelente disposición de unos cuantos miles de catalanes, entremezclados con revoltosos profesionales y descerebrados de ocasión, para bloquear autopistas, congregarse ante la delegación del Gobierno central para pedir a gritos Democracia o libertad para los presos políticos, o incluso, aplaudir las amenazas de agresión al juez del Tribunal Supremo que instruye las causas por la rebelión independentista.
No lo va a ser, porque el movimiento secesionista catalán no solamente carece de lógica social y económica, además de ser anticonstitucional y, por tanto, ilegítimo, sino que le falta un hegemón, un líder capaz de negociar con los opositores, al mismo tiempo que con el carisma de representar sin fisuras a sus partidarios.
La carencia es recíproca, en realidad. Del lado de quienes se han concentrado en defender, con argumentos de infalible peso, el Estado de Derecho y la unidad de España, falta también un hegemón. No disponemos de un caudillo capaz de ilusionarnos, no porque no estemos convencidos de que la verdad (¡ay, la verdad!) está de nuestro lado, porque en esta ocasión somos “los buenos”, sino porque los cabecillas a los que tenemos la obligación jurídica de seguir, tienen una apariencia de cochambre que nos contagia y debilita. Los argumentos, podríamos decir, son buenos, pero expuestos por las bocas enfangadas de la miseria mental de sus ponentes, resultan deplorables.
En este lado del campo dialéctico, tenemos un presidente de Gobierno hábil en el escapismo del centro de las batallas y torpe en la expresión verbal; la presidenta de la Comunidad madrileña, que disponía de un porte atractivo frente a su inmediata antecesora, resulta que quiso tener un título académico sin pasar por los exámenes reglamentarios, y la han pillado (parece ser que por denuncia pública de sus correligionarios); hay [email protected] que no se sabe en defensa de qué o dónde actúan y [email protected] que estarían mejor [email protected].
No se acaba ahí la cosa, pues de hegemones se trata en este Comentario. Las dos alcaldesas de las ciudades principales, han convertido la gestión municipal en la versión de un guirigay en el que su función más visible, y lamento escribirlo, consiste en ocultar sus contradicciones y las discrepancias entre los miembros de su gobierno.
¿Y en los partidos políticos? Entre machos y hembras alfa o beta llevamos perdidos toda esta legislatura y aventuro que alguna más de las que vienen. ¿Es tan difícil decir claramente que la secesión catalana es inviable, pero que sus reivindicaciones tienen entidad para ser analizadas con serenidad y la solución que encontremos nos puede ayudar a todos? ¿Es imposible -¡Señor!- volcar la atención de los agentes sociales hacia lo que más debe preocuparnos, que es el mantenimiento de los servicios asistenciales, la elevación de los niveles educativos, y la generación de empleo y riqueza, que implica acercar al debate constructivo a las grandes empresas, pero también ayudar a que no se pierdan los impulsos emprendedores de los que tienen buenas ideas?
¿Es tan difícil reconocer, para sacar la cuestión del debate, que tenemos una jefatura del Estado muy, pero que muy homologable internacionalmente, y que es la mejor alternativa a cualquier propuesta republicana del momento?
Necesitamos hegemones, no mamones.
…
Los gorriones que picoteaban este pasado domingo sobre este margen terrero del Parque madrileño de la Dehesa de la Villa, son representantes de la especie gorriones molineros (passer montanus), distinguible del gorrión común -con el que el no avezado en los entresijos de la ornitología se confunde- por la mancha negra de la mejilla, contrastando fuertemente con el blanco puro de la cabeza. Es algo más pequeño, menos confiado y, aunque también gregario, parece como algo más elegante.