En nuestro pequeño país se está hablando mucho, otra vez, de renovación generacional. Nuevas caras, en efecto, de jóvenes que están en su treintena -e incluso no la alcanzaron todavía- han ocupado algunos puestos de relevancia.
Sobre todo en política. Porque, la verdad sea dicha, en las empresas -especialmente en los grupos de cierta entidad- las modificaciones en los lugares donde se toman decisiones no son tan importantes.
Si nos ceñimos a analizar lo que está sucediendo en España en el marco político, deduciríamos sin problemas que la razón principal por la que personas sin experiencia significativa anterior ocupan los lugares de mayor proyección mediática es por abandono de sus mayores, conscientes de pronto del desgaste que produce a la imagen de los partidos un rostro muy visto y, especialmente, si la formación política -o sindical- está contaminada por casos de corrupción.
Claro que el ejemplo de lo que pasa en el Partido Popular es excepcional, puesto que, aunque en segundas líneas destacan (es un decir) cabezas más juveniles, el tono cansino del Presidente Rajoy y sus mensajes pontificales inanes dotan a esta formación de un gusto a rancio que quizá es solo reflejo del alcanfor con que se conservan las esencias propias de la derecha patria.
Entre los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos tienen de momento, según las encuestas, las mejores posibilidades de seguir ganando votos. Las pieles tersas y las meninges ilusionadas y frescachonas han introducido un nuevo hacer política, más orientado a los modos que a los fondos.
Vox me huele a viejuno, y, sobre todo, suena a hueco. El PSOE e Izquierda Unida (plural o no) están en una fase de reconstrucción interna de tal magnitud que me hace temer que, de tanto querer cambiar mensajes, los pintores se queden con las brochas en la mano.
Por eso, llamo la atención del riesgo de abandonar a los que tienen experiencia, reduciéndolos al ostracismo injusto. Vale para todos. No se vea en los mayores, porque sería un error imperdonable, solo las manchas de corrupción, agotamiento o incapacidad. Hay muchos que peinan canas que son, no ya aprovechables, sino imprescindibles, si se quiere avanzar sin equivocarse o corregir sin despropósitos.
Tampoco se vea en los jóvenes, porque sería un desliz muy grave, solo la capacidad de cambiar, trastocándolo todo. La Humanidad es vieja en intentos fallidos y en ilusiones despilfarradas. No por ser joven se es mejor ni más honesto, y no por ser joven, desde luego, se es más inteligente ni -claro está- se puede alardear de tener más conocimiento.
Consigamos que, en esta hora de reflexión renovadora, los equipos del buen querer hacer se conformen combinando personas de todas las generaciones útiles, siempre que evidencien su honestidad, su cordura, sus ganas de trabajar por mejorar las cosas. Y, sobre todo, no permitamos que, por exceso de empuje y cortedad de experiencia, las ilusiones se estrellen contra las paredes de lo imposible.