Si es verdad que en momentos de crisis es cuando el ser humano encuentra las mejores opciones, estamos bien servidos. Las guerras frías y las sopas calientes parecen haberse instalado entre nosotros y, desde luego, todo apunta que están aquí, como se suele decirse, para quedarse por una temporada.
A escala amplia, la actividad frenética de acumulador de tensiones que desarrolla el presidente del otrora país líder mundial, responde perfectamente al paradigma de generar dificultades (reales o, mejor, inventadas), para terminar disolviéndolas como azucarillos en vaso de agua. Hay que saber hacerlo y hay que contar con que se tiene -aún- la sartén por el mango. El Sr. Trump se ha revelado, para quienes no lo conocíamos tanto, como un maestro en el arte de calentar la olla para acabar sirviendo un caldito de chicha y nabo.
Claro que, mirado con más atención, las salvas del Presidente norteamericano del norte de México, tiene sentido para sus admiradores. Defender mayor autarquía e independencia -incluso energética- para los suyos, cerrando fronteras y aumentando gravámenes a las importaciones foráneas, va en contra de la filosofía económica de los que opinamos (por intuición y convicción formal) que se debe avanzar en la solidaridad internacional y en el apoyo a los que más lo necesitan, por cuestiones no solo éticas. Sin embargo, suena bien para quienes se preocupan solo del corto plazo cuando éste favorece sus intereses particulares y cierran ojos a las necesidades de los demás, creyendo que no les afectarán jamás las consecuencias.
No será por contagio, sino porque las conjunciones cósmicas están favoreciendo el crecimiento de los individualismos, de los separatismos y de las incomprensiones hacia las necesidades de los otros, pero empiezo a creerme que estamos a punto de vivir (ojalá no) un desencuentro internacional de gran envergadura. Al fin y al cabo, como se encargó de poner de manifiesto Clark cuando explicó por qué se produjo el desastre del catorce del pasado siglo, todo es cuestión de que aparezcan “sonámbulos” junto a ambiciosos sin escrúpulos en el panorama de la toma de decisiones relevantes.
Miro hacia nuestro pequeño país y me parece que hemos perdido sentido de la mesura y que encontramos placer en buscar las cosquillas de los otros, contentos con mirarnos los ombligos propios. Es cada vez más cierto que vamos hacia unas elecciones anticipadas, pero porque la voluntad del jinete Sánchez y su equipo es hacer las cosas bien, aunque sea a la trágala, sin parar en consecuencias. Y no basta con tener buenas voluntades, ni siquiera con poseer la percepción de las mejores ideas. Ponerlas en práctica exige negociaciones, discusiones, consensos y…dineros.
El peligro de descomposición orgánica, sin embargo, no viene de la falta de apoyos que se irán desplegando, como un manto funesto, a este gobierno de circunstancias, sino en el sentido contrario. En los apoyos que reciba, puntualmente, que acabarán conformando un muñeco sin capacidad de supervivencia, a base de mordiscos y pegamentos. Las declaraciones de quienes dicen haber ganado también la ceremonia de censura a Rajoy, actuando desde la sombra repartiendo abrazos de oso, vienen a probar que no se lo van a poner fácil, en absoluto, al gobierno de Sánchez.
Tampoco le va a facilitar ni el agua ni la sal el Partido Popular, o lo que surja de la recomposición de la derecha española bajo el nuevo mando de Pablo Casado, exiguo elegante de unas primarias con sangre e insultos, habidas por necesidad en la coalición de intereses conservadores que perdió la censura por la corrupción evidenciada de algunos de sus significados jerifaltes.
El mini Programa que el flamante presidente del PP expuso en su campaña fraticida y repitió ante los compromisarios el 21 de julio de 2018, pone de manifiesto que vuelve la derecha de verdad, la que defiende el liberalismo de mercado y el centralismo y control de los poderes públicos sin ambages ni tapujos. Que Ciudadanos, el partido de Rivera y Arrimadas, haya perdido pie por defender posiciones de sensatez, no deja de ser una medida más de la polarización de la política española: hacia la derecha extrema y el populismo mediático del Podemos -fagocitador de la izquierda genuina-. En el medio, el PSOE en reconversión y Ciudadanos in cerca d´autore, a lo Pirandello.
Sin embargo, lo más preocupante, en mi opinión, sigue siendo el agua de Cataluña, como oí decir, con gracia pero con tristeza inocultable a la directora Isabel Coixet. Algo les están dando a los catalanes con el agua, que les hace ver las cosas de manera esperpéntica. Aunque la alcaldesa hiperactiva en los gestos en que se ha reconvertido Ada Colau está en la lucha por recuperar para la gestión pública el agua de Barcelona (operación de titanes donde las haya), no parece que sean los catalanes que viven en la capital del condado los afectados, sino los de las periferias, o sea que el agua que malbeben debe venir de otras fuentes.
El minipresident Torra no para de decir tonterías, que quedan magnificadas y convertidas en peligrosos axiomas cuando las pronuncia desde el balcón de su Generalitat o desde Alemania o Bélgica. Sus insultos al resto de los españoles (y, dentro de ellos, a la mitad de los catalanes) no tienen ninguna gracia, y aventuran el crecimiento de tensiones que no se van a resolver en diálogos de despachos. Puede que caminemos hacia una federación republicana de miniestados, en los que se traduzca la descomposición de la llamada España grande, una y libre. No me gustaría verlo por el camino de las descalificaciones, los populismos sin fondo, las historietas falseadas de profesoruelos de historia adaptada.
En fin, la acumulación de tensiones sobre el Rey Felipe VI ha subido algunos enteros en la segunda y tercera semanas de julio de 2018 al difundirse unas conversaciones de naturaleza incalificable entre la ciudadana alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein y el ex comisario Villarejo, según se cuenta, con la complacencia de un antiguo presidente de Telefónica, en la que afirma, en deficiente español y en una grabación editada a saber cómo, que el dimitido Rey Juan Carlos la utilizó como testaferro para ocultar la procedencia de las comisiones sobre los negocios en los que participó. Todos suponemos, leyendo entre líneas, que se refiere a las intervenciones del monarca “emérito” en el apoyo a empresas españolas por tierras de sus primos árabes, que, dicho sea de paso, bien les han servido a aquellas.
El ventilador mediático funciona con plena complacencia. El derrame de inmundicia en torno al Monarca al que Preston calificara de salvador de la democracia en un febrero ya muy pasado, abarca a los negocios de Nóos y a las interioridades hipotéticamente rijosas del octogenario general, educado por el mismo personaje (según la autoridad de Boris Izaguirre) que Carmen Bordiú Franco, la bailarina de Mira quién baila.
Poco interés tienen -para mí, al menos- estas historias de salón de casa de muñecas, sino fuera porque apuntan, en lo que ya se debe considerar como operación de acosos y derribo organizada, contra la forma de la Jefatura del Estado, que es, por la Constitución de 1978, la Monarquía y que es, en mi torpe criterio de observador desde la marmita, una seria garante de que los españolemos no nos desmadremos, una vez más, por el camino de decidir a garrotazos quién tiene más razón.
Sonámbulos, el mundo va de sonámbulos otra vez. La anormalidad como sustrato de riesgo.