El tamaño del sombrero
Como es bien sabido, no nos vestimos únicamente para taparnos las desnudeces o protegernos del tiempo frío. Con el paso de los siglos, desde los primitivos homínidos que se abrigaban con pieles de animales a las veleidades actuales de la moda, ha habido tantas variaciones en el vestir y en el desvestir, que el coser y cortar se h convertido en una técnica muy apreciada y los buenos modistos son tan cotizados como los mejores futbolistas.
En un pueblo de uno de los países del Tantán, hace muchos años, resultó que, por ancestral costumbre, todos -hombres y mujeres- llevaban el mismo tipo de sombrero. Era una especie de gorra, realizada de piel de oveja, con visera por delante, que resultaba práctico y elegante a un tiempo. Eso sí, un pequeño detalle distinguía los sombreros femeninos de los masculinos: una pluma de la cola de martín pescador servía para atender mínimamente a la coquetería femenina, si ese fuera el caso.
Un día de otoño, apareció por el pueblo uno de los jóvenes que habían emigrado hacía años, en busca de fortuna. No se supo nunca ni donde había estado ni si había conseguido hacer dinero, aunque inmediatamente llamó la atención de todos.
En lugar llevar para cubrirse la cabeza la gorra de piel de oveja, lucía con ostentación un gorro de bisón, de brillante color negro.
-Es el gorro que lleva el nachalnik, el jefe, en los pueblos detrás de las montañas, donde las gentes viven en armonía y prosperidad. Todos obedecen las instrucciones del nachalnik, al que se distingue por el gorro.
-Nosotros vivimos tranquilos como estamos -se manifestó una de las mujeres, amiga de la madre del emigrante retornado-. Nos llevamos bien y compartimos lo que sabemos sin problemas.
Pasaron las semanas y el joven del gorro de bisón empezaba a ser tratado de manera distinta, con respeto.
Si había que tener una opinión sobre un tema delicado, no faltaba quien decía:
-¿Por qué no preguntamos al nachalnik?
Por supuesto, la madre del joven del gorro de bisón era la primera partidaria de que se consultara con el del gorro distinto a los demás. Sus opiniones no eran ni más sagaces, inteligentes, ni diferentes a las que hubiera podido dar cualquier otro de los habitantes del pueblo, pero el gorro parecía conferirle autoridad.
Pasaron más semanas, y una mañana apareció un mercader que llevaba un cargamento completo de gorros de nachalnik. Los había con una pluma de faisán de las nieves para las mujeres.
Tenía sombreros para todos y, por supuesto, no quedó ninguno por vender en el carromato.
El buhonero se fue; las gorras de oveja se alternaron con los gorros de bisón y, como más importante, nadie se preocupó -por algún tiempo- de preguntar opinión a otro por creer que su gorro le confería mayor autoridad.
Solo que la veda ya se había levantado. El mal ya estaba hecho. Muchos entendieron que el tamaño, la forma, el tipo de piel del gorro era mucho más importante que el cerebro. Cuanto más grande, colorido y vistoso el gorro, mayor dignidad confería a la persona que lo llevaba.