Como a una buena parte de quienes hemos atravesado, a pie desnudo y cargando con nuestro propio bagaje emocional y económico, el largo itinerario que va desde el franquismo intenso de la postguerra civil hasta el presente, se me ha quedado en el camino la hipótesis académica de que los partidos políticos se mueven por ideologías.
Por eso, la situación que estamos viviendo en este momento postelectoral en España me parece deplorable. Los discursos de los líderes de los partidos y los de sus voceros significativos se concentran en ideas sin valor alguno, a los efectos de la solución al problema nuclear que nos afecta, que es resolver la cuestión de generar trabajos suficientemente remunerados en nuestra economía y que disminuyan el paro a un nivel soportable.
Si el PP que capitanea con un tono vital mortecino Mariano Rajoy cree que todo se resuelve en seguir haciendo lo mismo, es decir, dejando que los intereses económicos decidan lo que les conviene, aviados vamos. Porque esa hipotética recuperación a la que tanto se acude desde el gobierno en funciones, depende con alfileres del empuje de la recuperación del consumo en otros países, es decir, del aumento de su capacidad de compra de nuestros productos exportables o de la voluntad de aquellos ciudadanos -preferiblemente, extranjeros- con mejor poder adquisitivo para aprovechar las ocasionales ofertas hotelera y gastronómica (lo de cultural, merecería mención aparte).
La ambivalencia del programa de Ciudadanos, que ha sido capaz de mirar a su derecha como a su izquierda sin mudar un ápice su posición de guardián de las esencias, revela que su propuesta es académica, o como dice su portavoz económico más cualificado, Luis Garicano, surgida del “profesionalismo” (palabro que oí por primera vez a mis colegas franceses en la gestión del agua y que, aún hoy, sigo sin saber aplicar con el necesario rigor semántico).
Respecto al PSOE, solo se me ocurre indicar que es posible que los tiempos modernos no hayan visto a un partido de la supuesta izquierda socialdemócrata tan desplumado. En este momento, y cuando acabo de escuchar hasta que se me produjo un conato de vómito mental, el discurso de propuesta de investidura del candidato a la Presidencia de Gobierno Rajoy, no veo más solución provisional del tinglado parlamentario y, al mismo tiempo, opción para salvar algunos muebles y retirarse lamer las heridas de una guerra intestina trapacera, que abstenerse en la segunda votación, o, como ya insinué malévolamente en otro Comentario, dejar que el número mínimo necesario de sus diputados voten a favor.
La opción de un Gobierno de cambio se perdió cuando Podemos no quiso abstenerse en la votación que hubiera hecho presidente a Pedro Sánchez.
Nada veo como propuesta viable en la izquierda plural, es decir, en el aviario conformado por Podemos y Izquierda Unida, y no se me ocurriría proponer una revisión del modelo aberrante de lo que sería una antinatural coalición entre PSOE y Unidos Podemos, consorcio de circunstancias al que habría que llamar a independentistas y, seguramente, a los de Ciudadanos, conformando un caballo de Troya parecido a un patchwork de los que hacían las abuelas para cubrecamas.
Lo que sí pediría, desde mi humilde pedestal, es que no se nos convoque otra vez a las urnas. Ya basta de marear la perdiz. Anuncio desde ahora que, si se vuelven a presentar los mismos candidatos, ejerceré mi derecho de ciudadano descastado con la política trapacera, a no votar. Me dolerá un poco, pero se me pasará tan pronto vea el resultado de esas terceras elecciones. Si hay quien piensa que esto de elegir diputados se parece al reparto de fichas de dominó para jugar una partida, que no cuente conmigo.
Ah, se me olvidaba mencionar tres de los elementos que centran las discusiones de nuestros representantes políticos y a los que no concedo valor significativo en cuanto a su capacidad de resolver el problema de base, es decir, el paro:
a) la corrupción de los políticos y funcionarios, que podrá haber sido y quizá estar siendo aún escandalosa, pero no admito que pueda superar más del 0,5% de la obra pública, y que no es, por tanto, económicamente importante, aunque lo sea, y mucho, desde la perspectiva ética. Mucho más importante es la activación de los flujos económicos en sectores de mayor crecimiento. La corrupción, además, se desvanece -al menos, la detectable por vías normales- con mayor control.
b) la mejora de la educación, empezando por la formación profesional; me parece teóricamente muy bien, pero en lugar de reformar por reformar, lo que necesitamos, sobre todo, son gentes muy bien preparadas en las mejores tecnologías, buenos maestros y objetivos para las aulas. No se improvisa, ni valen trampas ni ocurrencias. Hace unas semanas, el decano de un colegio de ingenieros técnicos, se atrevió a decir que ya no había dos tipos de ingenieros (carrera larga y carrera corta). Eso es una clara adulteración de la valoración de la realidad tecnológica, y apuntar a profundizar en la vía de nuestro ostracismo tecnológico. Cuando leo que los egresados de formación profesional son “técnicos superiores”, me reafirmo en que nuestro sistema de enseñanza ha caído en el grave error de confundir calidad con denominación; se reproduce endogámicamente, y los genetistas saben bien que esto produce aberraciones.
c) la defensa del sostenimiento de un estado social con altas prestaciones sin tener en cuenta el origen de los fondos. Este es, por supuesto, un problema de base ideológica, y en ello me reafirmo como socialdemócrata. Pero no soy ingenuo. Para que los servicios públicos puedan mantenerse, hay que conseguir un flujo estable, y creciente, de recursos. No es cuestión de teorías, ni de apoyar con fe ciega la economía liberal o venerar al postkeynesianismo como doctrina verdadera. Aquí no es cuestión de propuestas, sino de manejar con mano de hierro y guante de terciopelo la gestión de lo público en el mar de una realidad cambiante y en la que España es un agente menor.
P.S. He elegido esta foto de un ave que parece estar a punto de lanzarse al vacío, desde un precario equilibrio. Los pájaros tienen una cualidad específica: saben volar. Echarse en brazos del aire es, para ellos, un juego de pájaros.