Estamos oyendo que es necesario un gran pacto de Estado entre todos o los principales partidos políticos y esos agentes sociales singulares que son los sindicatos y las corporaciones de empresarios, como si la firma de ese acuerdo, cuyos términos concretos no se ha preocupado nadie de sugerir, fuera el armisticio capaz de poner fin a la hipotética guerra socioeconómica que nos está dejando sin empleo, sin ilusión, sin actividad y, al paso que va la cofradía, sin futuro.
Poniendo un ejemplo de los que le gustarían al muy mediático -y respetable, aunque para mi gusto, demasiado centrado en convertir lo obvio en certero- ex Presidente cántabro Revilla, lo que necesitamos para cambiar la tendencia es provocar una reacción química, en la que, con los componentes actuales, añadiendo los catalizadores y algún reactivo, se consiga un producto final de la composición deseada.
Es una reacción, sigo en la fase simulada, fuertemente endotérmica (hay que poner mucho calor, concreto, para los que hayan olvidado la fisicoquímica), nada espontánea, desde luego, y como casi todos los procesos reactivos, después de una primera etapa de iniciación o cebado, continúa por sí sola, alcanza una gran velocidad de transformación y, al cabo de un cierto tiempo, languidece y se detiene, bien porque se han consumido todas las sustancias de partida, se agotó el catalizador, se perdió la fuente de calor u otras razones que explicitaría mejor un Premio Nobel.
Mi propuesta para activar la economía española se concentra, primero, en generar un catalizador. He trabajado durante años como asesor del Banco Mundial y, aunque soy consciente de que esta entidad multilateral recoge algunas críticas, me seduce como modelo. Responde a la idea de destinar recursos financieros y técnicos para poner en marcha proyectos, que se corresponden con un banco de propuestas alimentado de manera continua.
Los proyectos son supervisados en la fase de propuesta, durante su ejecución y a la finalización, por equipos de especialistas mixtos, formados por funcionarios del Banco, expertos internacionales independientes y representantes de la comunidad beneficiaria, quienes analizan los datos de progreso de los trabajos, emiten sus críticas o hacen sus propuestas de mejora, que se convierten en compromisos de actuación inmediata.
Necesitamos una entidad de desarrollo, que entienda de proyectos, construya con urgencia la evaluación de las necesidades de recursos y haga una previsión de sus consecuencias -las de cada uno- en relación con el empleo y la actividad económica. Las grandes y medianas empresas pueden y deben ser alimentadores de esa pipeline de proyectos, pero no solo: la Universidad, los sindicatos, las agrupaciones de autónomos, las corporaciones empresariales, las entidades financieras, etc.
La financiación de los proyectos se haría con los recursos concentrados en un Banco de Activación Nacional, que se alimentaría con las aportaciones de un porcentaje de todos los depósitos bancarios (un 0,7%?), de todos los ingresos impositivos del Estado (un 0,7%), y de las aportaciones de business angel (corporaciones profesionales, inversores privados, etc).
Lo más importante es garantizar la transparencia del funcionamiento del modelo, por lo que los expertos, además de garantizar su cualificación en el tema en el que intervengan, deberán tener sus retribuciones perfectamente tasadas y, por supuesto, dignas, pero modestas.
He escrito ya muchas veces que no me creo que nadie sea tan magnífico como para merecer unos honorarios centenares, miles o millones de veces superiores a otro ser humano, y que la única justificación (léase con comillas) que encontraría para tal despropósito es que trabaja en el dominio de la corrupción del sistema.
Escribo ahora que no me creo en los pactos de Estado, sino que doy por supuesto que en una economía doliente todos los agentes tienen que arrimar el hombro y aportar lo que mejor puedan y sepan. Digo ahora que, en España, hoy, no se está haciendo lo que se debe. Se está mareando la perdiz. Y los centollos se los comen en otros ágapes, mientras a 6,2 millones de personas (casi 2 millones de familias) no le llegan más que unas migajas…o ni eso.
Es la química, estúpido.