Al socaire

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Cuadragésima Sexta Crónica desde el País de Gaigé

26 diciembre, 2022 By amarias Deja un comentario

El año termina en Gaigé con buenas noticias para el Gobierno: la inflación parece haber encontrado su techo, el precio de la energía en esta última semana ha descendido a niveles de hace dos años; los Presupuestos generales para 2023 aprobados a finales de noviembre, que suponen un gasto record en las partidas sociales, de más de 270.000 millones de euro, reflejan un ambiente de básica sintonía entre los partidos que forman la coalición.

Este idílico paisaje contrasta crudamente con la inusitada tensión que se creó en la esfera política al conocerse la decisión del Tribunal Constitucional de acoger el recurso de amparo presentado por el Partido Popular denunciando la irregularidad de que se incluyera en la tramitación de la ley de reforma de los delitos de sedición y malversación (parte del peaje pagado a los independentistas catalanes por apoyar las futuras cuentas), dos enmiendas que implican la modificación,  por un lado, de la Ley 6/85 del Poder Judicial en cuanto al régimen de nombramientos del Consejo General, con vulneración de la Constitución, que exige la mayoría reforzada de 3/5 y,  por otro, la Ley 2/1979 del Tribunal Constitucional, al eliminar el poder de este alto Tribunal para decidir sobre la adecuación de los nuevos magistrados que hayan de integrarse en él.

Estas cuestiones, en  un ambiente general de desapego a los asuntos  políticos -preocupada la gente por mejorar su propia capacidad para afrontar la crisis, y con una economía en recuperación después de la pandemia y oportunidades evidentes de generar y aprovecharse de la circulación de dinero negro-, acaparan escasa atención de la calle. Estamos en Navidad, el ambiente es festivo y las familias están dispuestas a echar mano de los ahorros forzados por dos años de confinamiento, sin pensar en el mañana.

En la votación sobre el recurso presentado por el Grupo Popular, los magistrados de ideología conservadora, con su exigüa mayoría, provocaron una Sentencia del Tribunal Constitucional que obligaba a  extraer de la Ley en trámite las dos enmiendas. Los partidos populistas -dentro y fuera del Gobierno-, contrariados por una decisión que avalaban algunos serios antecedentes jurídicos (permita el lector que cite, sin más detalles, al desgraciadamente fallecido hace años, el magistrado Tremp (Pablo) que me fue presentado por amigos comunes) se explayaran en insultos inexcusables contra la independencia y honestidad de los magistrados. En Gaigé, la agresividad contra las instituciones alcanza cotas inaceptables, amparada por la permisividad y tolerancia ejercidas a favor de individuos que interpretan su oportunidad de dar opinión como un ejercicio de mendacidad e insania.

La capacidad para olvidar de los ciudadanos de Gaigé queda puesta de manifiesto en múltiples aspectos. No se conoce el resultado de la investigación acerca de los sobres con balas, con ojos ensangrentados o material deflagrante que, en otras tantas ocasiones, sirvieron para generar puntual alarma social distractiva. Sigue sin saberse el detalle y responsabilidades finales (y, por supuesto, en número exacto de fallecidos) en los sucesos de Melilla de junio pasado. Sobre la extraña carta publicada por el gobierno de Marruecos haciendo referencia a oscuros acuerdos sobre las ciudades de Ceuta y Melilla y las reivindicaciones del Frente Polisario, que causó la ruptura de relaciones con Argelia y encareció la factura de gas, nada se sabe.

Su Majestad el Rey de Gaigé ha leído como aperitivo de la Nochebuena, su Mensaje de Navidad. Estuvo formal, más bien frío, ligeramente insinuante acerca de la gravedad de los problemas institucionales (¡cómo olvidar que parte del Gobierno es republicano e independentista!). Ya a nadie extraña que en una fiesta religiosa, no se haga ninguna referencia al sentido de la celebración: la filosofía cristiana, aún en un Estado aconfesional. debería estar presente.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias, País de Gaigé

La Nicolasa aguanta el tipo

6 diciembre, 2021 By amarias Deja un comentario

El 6 de diciembre de 1978, festividad de San Nicolás de Bari, más de 15 millones de españoles votaron que sí a una pregunta muy escueta: ¿Aprueba el proyecto de Constitución?. Con ese abrumador respaldo, de casi el 92% de los que participaron en el referéndum, el 29 de diciembre de ese año entró en vigor.

Han pasado 43 años y, a pesar de que -sobre todo en esta última década- se vienen lanzando varias andanadas contra la Norma Suprema -sobre todo, desde la izquierda mediática, la Nicolasa resiste. Desde luego, una de las razones fundamentales de su supervivencia es la dificultad que los Padres de la criatura idearon para mantenerla estable: unas mayorías parlamentarias prácticamente inalcanzables. Y, dada la evolución del espectro político, los acuerdos para tocarle incluso un pelo -digamos, aspectos como cambiar el término de “disminuídos” por el de “personas con discapacidad”- se han hecho prácticamente inviables.

Aunque alguno de los componentes de la actual coalición de Gobierno esté clamando por revisar el título segundo y avanzar por la vía de los puñetazos encima de la mesa hacia una República con monarca (el multifacético spindoctor Iván Redondo ha encajado incluso esa idea en su nueva columna de La Vanguardia -antes, La Vanguardia  Española-) o hacia una España definitivamente desmembrada en la que las dos autonomías más potentes en reclamar privilegios para sí hagan lo que les de la gana, el presidente de Gobierno, el muy hábil Pedro Sánchez, ha aprovechado la celebración para afirmar  que “la Constitución es la hoja de ruta” para su gobierno.

Puede sonar desconcertante. Antes de que el término entrase en poder de la semántica política, la “hoja de ruta” era el documento en el que el responsable del transporte -el capitán de un barco de transporte, por ejemplo- anotaba todas las incidencias relevantes del viaje. Se trataba de una información capital para analizar, una vez llegado a destino, aquellos aspectos de la travesía que podían haber afectado a la carga y, por tanto,  ser relevantes para el destinatario o, en su caso, para la solicitud de una compensación a la compañía aseguradora.

Pero estoy seguro que el Presidente se confundió en los términos. Porque no pensaba en la acepción, más moderna, impuesta por los usos del lenguaje, siempre algo místico – por no decir, ininteligible-, de los políticos, por la que una “hoja de ruta” es el documento que marca el destino al que se desea llegar. No, Sánchez, quería haber significado que la Constitución del 78 era un lugar de partida y que le servía como guía para conducir su política hacia donde la coyuntura se lo permitiera.

Deseo de corazón que, con este timonel y sus jaleadores, no nos estrellemos contra las rocas.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias, Política Etiquetado como: celebración, Constitución, discapacitados, disminuídos, hoja de ruta, Iván Redondo, Monarquía, Nicolasa, Pedro Sánchez, San Nicolás de Bari

Dudas

19 abril, 2021 By amarias 1 comentario

La mayor parte de los políticos españoles actuales han adquirido la base de su formación universitaria -los que la tienen, claro- en las Facultades de Derecho, Económicas o Sociología. Se ha puesto de moda la expresión “tiene estudios de…”, para indicar pretenciosamente que se han pisado las aulas universitarios (o los patios) uno o dos años, insinuando que basta respirar el aire de los antes respetados recintos para conseguir marchamo científico.

El esplendor de la titulitis se magnifica para aquellos que completaron estudios con cursos trimestrales o semestrales e incluso cortas estancias en el extranjero,  especialmente si la estadía les ha proporcionado un título en inglés que adorna o embellece semánticamente su teórica capacidad para participar, con apariencia de credibilidad, en la postulación para tomar decisiones que afecten al resto de los ciudadanos.

Por supuesto, de nada serviría tener el mejor currículum académico en cualquiera de esas disciplinas, en el marco del teórico reparto de competencias institucionales -porque no me estoy refiriendo a la competencia para ascender en la escala privada, sino solo en la pública-, para acceder a algún puesto relevante de las administraciones públicas, si los futuros rectores de las polis no pertenecieran a un partido político que les aúpe.

Porque aunque algunos “independientes” serán elegidos por el dedo divino del jefe de filas de cualquier facción con opciones de llegar a mando en plaza, para reforzar la proyección mediática de la oferta electoral, en realidad, se trata de militantes “tapados” o vergonzosos.

Las últimas décadas y, en especial, la procelosa deriva implacable de la lucha partidaria hacia el folclore, han supuesto la incorporación a los primeros puestos de la dirección de los asuntos políticos a personas que se han distinguido en gestas que poco tienen que ver con la gestión administrativa y, aún menos, con el conocimiento de la realidad. La ciencia que les servirá para ejercer en su tarea pública parece que la adquirirán por contagio y, en todo caso, para los más bisoños, se puede creer que están preparándose para dar el salto a la privada, llevándose consigo la información y la experiencia adquirida equivocándose con lo que es de todos.

Cojo ejemplos, casi al azar, del juego que se nos hace con lo público. Tenemos a un venerable sociólogo con título emitido en francés y experiencia docente foránea, como ministro de las Universidades a las que desconoce; a un astronauta en paro cuya relación con tecnología no cósmica es nula, como ministro de investigación y ciencia; a un filólogo en la lengua catalana que se dedicó a escribir panfletos como aficionado al periodismo, elevado a paladín prófugo del separatismo; a un sociólogo de aspecto descuidado, empachado según muestra a cada rato por sus lecturas infantiles del izquierdismo, empeñado en resucitar de su sepulcro con siete sellos al marxismo-leninismo ( y que, por cierto, aumentó su currículum revolucionario como vicepresidente sedente del peor gobierno de España -por ahora-), y, en fin, ahí tenemos en los bancos azules, marrones y rosas, a esposas, maridos y amantes asiduos a páginas de la prensa del corazón, conviviendo felices junto a ladronzuelos de siglas respetables, o maestros de metafísica, amigos de las puertas giratorias y hasta gentes que pasaban por allí y gritaron “¡Soy de los vuestros!”.

Si es que el lector cree que estoy criticando o adjetivando solo lo que luce en el actual Gobierno, no son mejores las alternativas. Ahí van licenciados en derecho que nunca ejercieron la abogacía en otro foro que en mítines, titulados en ciencias de la información que han hechos sus mejores dientes llevando la agenda de tareas de sus jefes, abogados de Estado dimisionarios, politólogos que conocen de economía lo justo para abrir una cuenta corriente, negacionistas de todo cuanto se afirme desde enfrente, tipos suaves especialistas en hablar alto y duro, instigadores oficiales a la bulla, etc.

Claro que no todo es así, gracias a Dios, pero lo que hay es suficiente para que nos llevemos las manos a la cabeza.

Otras veces me he atrevido a comentar la singularidad española y hoy quiero volver por mis andadas. La generación de los que tienen entre, digamos, sesenta y setenta y cinco años en España, ha tenido pocas oportunidades de demostrar su valía con puestos de trabajo y actividades relevantes. Ganándoles en edad, sus mayores, muy longevos, han impedido -no solo con buenas artes- que llegasen a sitios desde los que pudieran desbancarles. Por abajo, los más jóvenes, sin la limitación del respeto a sus mayores, les han comido la tostada, apoyados por el fugaz conocimiento que dan las antes llamadas nuevas tecnologías (informática, telecomunicaciones, etc.); donde a los ancianos de la tribu nos obligaban a aprender latín, griego, geometría euclídea y filosofía, estos retoños de menos de cincuenta años -y muy especialmente los que tienen entre treinta y cuarenta primaveras- no saben de tir ni per, sino solo de que la huida hacia delante es la mejor solución para escapar de un mal presente.

Hablando el otro día con un amigo que buscaba ingenieros con currículum para no se qué real academia, y que se lamentaba de no encontrar perfiles relevantes que se acercaran a los de lo ancianos que ya ocupan sus sitiales, me vino a la cabeza, en la que vuelve a crecer el pelo (gracias a la quimio) que la “experiencia verdadera” (esa que, en lenguaje paladino, afirmaba que “cortando testículos se aprende a capar”) no figura en la trayectoria curricular enseñable.

No quiero presumir de mi propia sabiduría, pero se bastante de lo que no está en los libros. Y, por eso, tengo dudas allí donde los que más alardean de conocimiento les han cosido las certezas que venden en la feria.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias, Política Etiquetado como: dudas, partidos, política, políticos

Estrategia sin proyecto

8 febrero, 2020 By amarias Deja un comentario

La tremenda exposición mediática de los ministros del gobierno de España, está dando como primer resultado -lógico- el incremento del desconcierto. No sería honesto negarles buena voluntad para hacer las cosas bien, pero a su falta de experiencia y conocimientos (ya nos hemos acostumbrado que el paso por las Administraciones públicas es un camino hacia la puerta giratoria), se une la falta de coherencia en temas importantes.

En política internacional, la desafortunada gestión del asunto Delzy Rodríguez -la vicepresidenta del gobierno de Maduro que tuvo la desfachatez de venirse a España pretendiendo contrarrestar la visita del presidente encargado Guadó- ha provocado no solo el descrédito del ministro Abalos (enredado en su deslavazada y mendaz explicación de lo que sucedió en el aeropuerto de Adolfo Suárez, en Barajas), sino que también ha arrastrado la credibilidad, ya bastante erosionada del propio presidente Sánchez.

Poco importa que la verdad se vaya cebando sobre las mentiras acumuladas: es mucho más grave que la equivocada exposición del ministro de Transportes y los apaños verbales del propio Presidente, faltos de coherencia, haya venido a poner de manifiesto que no hay homogeneidad en el tratamiento del problema venezolano  por parte del Gobierno. Los ministros del clan Unidas Podemos deben demasiado a Maduro (y todo indica que en el magma putrefacto está también atrapado el ex presidente Zapatero) como para apoyar sin tapujos a Juan Guaidó, como se comprometió a hacerlo la Unión Europea y el propio Sánchez cuando no tenía otras ligazones.

En el terreno internacional, el desencuentro con Estados Unidos ha crecido, también, por dejar pasar las oportunidades. La crisis del campo se entronca con dureza con las desmedidas medidas del gobierno de Donal Trump que, enfadado por la competencia de Airbus, ha preferido golpear en la mejilla del más débil, es decir, la cuota de los productos españoles introducidos en el mercado americano, imponiéndoles unas duros e injustos gravámenes en frontera. Y todo se ha hecho mientras las lentejas y los garbanzos norteamericanos, junto con otros productos de indudable valor añadido (para las empresas de USA) inundan las estanterías de nuestros supermercados y presionan sobre nuestra competitividad tecnológica.

La llamada de atención de un sensato ex ministro Borrel, desde su retiro dorado europeo, advirtiendo que es bonito ser defensor de la necesidad de tomar medidas urgentes contra el cambio climático, pero que hay que calcular buen los costes y decidir quién va a pagarlos, no deja de ser una llamada general acerca de lo cómodo que es presentar sobre el papel medidas que mejoren teóricamente los puntos en los que se está mal, sin saber calcular, o negarse a hacerlo, lo que cuesta ponerlas en práctica y asignar las cargas a quienes deberán soportarlas. Y no es sencillo porque estamos en un sistema en equilibrio (por muy desgraciado que pueda parecer) y tocar a alguno de los pilares que lo sustentan, sin atender a la estabilidad de todo el tinglado, puede provocar efectos no deseados: empresas que se van o quiebran, aumento del paro, regiones perjudicadas, aumento de las desigualdades y de la ineficacia, aunque el resultado deseado hubiera sido el contrario.

No es posible desviar la mirada del negocio catalán, en el que se ha hecho fuerte la falta de solidaridad y la desvergüenza. La visita a Cataluña del presidente Sánchez, acompañado de su pepito grillo Iván Redondo, entregado a la pleitesía al títere puigdemoniano Torra, ha dejado el descubierto que el gobierno dirige su atención al que más ladra, con preferencia a los que más sufren. La España vaciada, la España marginada, la España despreciada, es enviada con empujones al lugar del castigo, en tanto se pone en primera línea de atención a los que chillan, arman jaleo, incluso delinquen confiados en que saldrán impunes.

Me temo que el Gobierno está dejando cada vez más evidente que tiene una estrategia. Lo que no tiene es proyecto.


 

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias Etiquetado como: Abalos, Cataluña, Delzy Rodriguez, Josep Borrel, Juan Guidó, proyecto, Sánchez, Torra, Venezuela

Hacia las profundidades, y más allá: Cuartas elecciones

21 diciembre, 2019 By amarias 1 comentario

Puede que sean buenos tiempos para la lírica, pero la complejidad de la situación española en este final de 2019 precisa dosis doble de valeriana.

Seguimos, mal que nos pese, mirando mucho al guirigay de Catalunya, estrujada por un liderazgo multicéfalo empeñado en destruir con soflamas, desprecios y bravuconadas lo que hemos conseguido entre todos -por supuesto, con catalanes empujando entre los mejores-, en la versión más cutre del mozo del martillo.

Con un President de la Generalitat sin otro carisma que su indolencia, inhabilitado -in tramitando- por desacato a la Junta Electoral, teledirigido por un prófugo de la justicia y aplaudido por una caterva de irresponsables políticos, el paso de los días no hace sino empeorar la situación de conflictividad, confusión y miserias, dentro de la región catalana y aumentar su distancia patológica con el resto del país.

Posiblemente estemos más cerca que nunca de perder el norte. La voluntad del presidente en funciones del Gobierno central, el supremacista Sánchez, insólitamente expresada al día siguiente de conocerse el resultado de las terceras elecciones generales, formando coalición espuria con el aglomerado de aluvión de Unidas Podemos, ha dejado sin otras opciones al PSOE que lanzarse en los manostijeras de ERC, la facción independentista más ladina de los secesionistas catalanes.

No va a haber gobierno, vaticino -y me alegro-, debido a las propias dificultades de una negociación con un partido en el que su líder está en la cárcel, condenado en firme a 13 años por gravísimo incumplimiento de la Constitución (esa Norma Suprema que -por imperativo legal, desde luego, con los adornos verbales que se quiera admitir en demostración demencial de tolerancia- estamos todos obligados a acatar, obedeciendo lo pactado como regla básica de convivencia.

Como a camarón que se duerme se lo lleva la corriente, y la Unión Europea esta en liquidación, el Tribunal de Luxemburgo (la Corte Suprema de la Justicia Europea) ha aportado su bloque de conglomerado jurídico de pacotilla a la apestosa situación de desentendimientos, que tiene el mal tufo de lo que nos lleva a la catástrofe periódicamente a los españoles, al dar un golpe de tuerca a favor del despropósito independentista catalán, para complacencia y experimentación de bárbaros. Como sucede con los débiles, los que manejan la paleta nos utilizan para escarmiento en mejilla ajena de los más fuertes, con los que no se atreven, sin importarles (al contrario) que nos empeoren la situación y nos estén empujando a liarnos a porrazos entre nosotros y a desear no pertenecer a un núcleo duro europeo que no nos quiere más que como comparsas del bailongo.

No se entiende bien, tampoco, por qué ese gusto de nuestras instituciones por orillar los peligros. El magistrado Marchena (al que el contertulio Maruenda llama por su nombre de pila coloquial, Manolo, en manifestación infeliz de no se qué simpatía), gozoso sin duda por haber tejido una sentencia condenatoria a los levantiscos, que la mayoría ha juzgado impecable, se metió en el berenjenal de preguntar al Pontificado jurídico si se podía fumar mientras se reza, o era mejor rezar mientras se fuma. En lenguaje algo más jurídico, el Presidente del Tribunal Supremo, que el pueblo creía poseedor de la verdad última, se interesó por conocer, a desmano, si el hoy condenado Junqueras, siendo aún preso cautelar, debería ser autorizado a desplazarse a Bruselas para tomar posesión de su acta de diputado europeo, ganada en la penosa lid de los desencuentros catalanes. Fue así que el altísimo tribunal de la moribunda Unión Europea, formado por doctísimos juristas independientes de toda mácula y poseedores de variopinta condición ideológica, dictaminaron que no hacía falta que hiciera viaje alguno el revolucionario, porque desde el mismo momento en que los resultados de las elecciones son firmes, ya gozan los diputados europeos de tal condición y de la derivada inmunidad. Ergo, si aún no estaba condenado el procesado, su enjuiciamiento debería contar con autorización del Tribunal europeo, vía el correspondiente suplicatorio. Horror.

La cuestión es muy divertida, si uno fuera teutón, belga o francés, pero tiene tintes burlescos si uno es amigo de que las cosas se hagan bien, pero que no te toquen los pinreles gentes ajenas al fregado que nos traemos. Desde luego, se trata de una victoria de la abogacía de tomo y lomo, defensora del delincuente Junqueras, encontrando una vía procesal para generar barullo y conseguir el aplauso de los seguidores del secesionista y, aún más fuertes, los del prófugo Puigdemont y demás mafiosos de la cuadrilla partidaria de dividir España, aunque sea a costa de hundir Cataluña.

Si estamos abocados a unas cuartas elecciones, lamentaremos carecer de un partido a quien votar que nos aporte algo de tranquilidad externa a los pacíficos (el gran triunfo de la izquierda mediática -El País y la SER a la cabeza- ha sido hundir a Ciudadanos, arrinconando su antiguo líder Ribera a la confusión con la masa uniformizada de la derecha, en la que se decía había entrado en el panel de mando un demonio carpetovetónico llamadoVox-.

Solo nos queda confiar en que el triunfo en las elecciones del Partido Popular, servido en bandeja por el PSOE y una izquierda populista sin ideología ni programa, no nos descalabre aún más en una falta de entendimiento sin mesuras.

Ah, y no podemos olvidarnos del deterioro climático. La COP 25, de Chile-Madrid, ha venido a demostrar que no seremos capaces de detener el avance de la temperatura global, si es que los especialistas en predecir catástrofes del Panel Climático tienen razón. Desearía que no la tuvieran, porque, como ya vaticiné desde mi percha, los países más desarrollados y los que no lo son tanto, pero aún tienen carbón y bosques que consumir, no se pondrán de acuerdo. Que Estados Unidos, Rusia, China o la India sean reticentes a firmar acuerdos de contención de la piromanía es anécdota. Lo más importante es que estamos en la filosofía del “sálvese quien pueda” y, por supuesto, ni miles de adolescentes Greta Thumberg podrán salvarnos del naufragio con sus mecánicas proclamas tremendistas.

Publicado en: Administraciones públcias Etiquetado como: Cataluña, elecciones, Greta Thumberg, Junqueras, Pedro Sánchez, Tribunal Europeo

Lost Agosto

3 septiembre, 2019 By amarias 3 comentarios

Titulo -excepcionalmente- en inglés (al 50%), este Comentario, para subrayar que Agosto está perdido. No “perdido en la traducción” (hermosa y sugerente película, Lost in traslation, bajo la dirección de Sofía Coppola).

Perdido para nosotros, que lo hemos dejado pasar con propósitos incumplidos; ojalá, al menos, hayamos conseguido desconectar de lo que nos preocupa u ocupa sin gracia. Si no ha sido así, si nos hemos perdido en Agosto, lost in August, no hay por qué atormentarse: la vida sigue.

Agosto se ha convertido en un mes no totalmente inhábil a efectos administrativos y penales (como los abogados en ejercicio sabemos muy bien). La maquinaria que alimenta de forma continua las demandas para cubrir las necesidades ciudadanas no permite la inactividad de quienes tienen, por mandato constitucional, la obligación de atenderlas. Aunque este mes de agosto estuvo prdido políticamente, desde el momento en que nuestros representantes actuales en las Cámaras han decidido tomarse una vacatio, que tenemos derecho de pataleo a considerar inmerecida.

El caso es que los servicios de comunicación de las Administraciones no han cesado su actividad durante el mes de agosto, y los ciudadanos hemos tenido ocasión de percibir y sufrir sus efectos. ¿Quién no se encontró en el buzón, al volver de unos días de asueto, el aviso de que tiene pendiente de recogida una carta certificada de alguna de las dependencias de la Administración pública? ¿Oculta esa nota apurada del cartero en el que nos indica que pasó por nuestro domicilio en ausencia nuestra, una multa, un apercibimiento de inspección tributaria? ¿Será acaso una comunicación de la Tesorería de la Seguridad Social expresando que se nos abonarán los retrasos? Tal vez, ¿la respuesta a una solicitud que formulamos en la impertinente hoja fotocopiada que recogimos de uno de los montones de la conserjería del estamento, allá en el lejano junio?

Si tengo que juzgar por la cola de ciudadanos que aguardaban, con su boleta de aviso de entrega frustrada en ristre, a que la pantalla mostrase la combinación algebraica que habían obtenido del expendedor para atención en la oficina de correos, diría que fue intensa la actividad de los departamentos administrativos en agosto. También lo fue, en misteriosa conjunción, el trabajo de los servicios de Correos que, a pesar de los publicitados esfuerzos y cambio de imagen, aún tiene margen de mejora. Por ejemplo, en que los repartidores, que supongo mal remunerados y trabajando a destajo, no se inventen ausencias de receptores para terminar rápido su trabajo.

Por lo que oí, la respuesta más común que recibían mis expectantes colegas sufrientes desde este lado de las administraciones era: “Lo siento, pero la notificación ha sido devuelta al emisor por haber transcurrido el plazo para retirarla”. Siete días, quince días, el día siguiente, según los casos.

Yo me había encontrado en mi buzón una Nota de Entrega fallida emitida por el repartidor el día 14 de agosto, que apareció en mi casillero el día 30. Mala suerte. El plazo estaba vencido. ¿Qué hacer para reclamar el reenvío de la comunicación, u obtener una copia ? El amable funcionario de Correos me orientó: “llame al 010”. Cuando llegué a casa, eso hice.

Después de cinco minutos de espera, me atendió una amable señora o señorita que me ilustró de que mi tema no tenía nada que ver con el Ayuntamiento. “Diríjase al Ministerio correspondiente”. Ante su gentileza, quise ofrecerle mi colaboración desinteresada: “Gracias. Quisiera advertirle que el contestador me ha venido informando de que me atenderían sin falta en tres minutos y, sucesivamente, dos y uno, según pasaba el tiempo, lo que no fue realidad, pues Vd, tardó dos minutos más en recoger mi llamada en espera”. “No tengo nada que ver con eso- me aclaró-. Eso es cosa del sistema de respuesta automática”. Le agradecí nuevamente su amabilidad, y me dirigí  -virtualmente, claro- a la web del ministerio.

Maravilla. La web me permitió enviar un mensaje sin problemas a un Servicio centralizado de Información, en el que procuré ser escueto y directo en referir mi problema. Pocas palabras y al grano. A la mañana siguiente, recibí una contestación concisa, en la que se me indicaba que me dirigiera a la oficina más cercana a mi domicilio de la Delegación correspondiente en la plaza y pidiera el certificado cuya entrega no había sido posible “directamente” en ese Servicio, que la forma de computar los tiempos en Correos me había hurtado hasta el momento.

Después de aguardar ser atendido durante una hora aproximadamente, con lo que tuve ocasión de hacer algunas amistades circunstanciales -había solo una funcionaria para solucionar las más variopintas cuestiones, una especie de ventanilla única multifunción con busto parlante-, me dieron, al fin, la combinación algebraica para obtener atención personalizada. Otros minutos de estar atento a las pantallas y, hélo ahí: premio, Diríjase al puesto tropecientos.

Avanzo entre mesas vacías, y el amable empleado público que se disculpó por atenderme mientras mordisqueaba un bocadillo -“estamos en cuadro”, aclaró- me ilustró, después de comprobar mi identificación y escuchar atentamente por dos veces el motivo de mi educada presencia ante su pertinente autoridad, de que no figuraba en mi expediente informático ningún documento pendiente de entrega.

Cuando le expliqué, tratando de hallar las palabras precisas en el fondo de mi atoramiento sin mostrar enfado, de que sí debía tenerlo, pues allí estaba como evidencia la Nota de Entrega frustrada, y el hecho también fehaciente que desde el Ministerio me habían expresado, por escrito, que podía recogerlo en esa oficina, me puso en claro lo que, en su docta opinión, sucedía:

“En el Ministerio no tienen ni puta idea de lo que sucede en las Oficinas regionales”.

Obtuve, debo reconocerlo, más información. Lo que había hecho hasta entonces, siguiendo instrucciones de otro empleado del servicio, hacía dos meses, estaba mal hecho. Me faltaban muchos documentos para que el Expediente (cuyo número me resultaba ilegible, pues el sello automático de la máquina de recepción de documentos quedaba interferido por el texto de mi Solicitud “ahora no sellamos fotocopias, es todo automático”, resonaba en mi recuerdo) pudiese ser tramitado. “Seguramente lo que le comunican en ese certificado es que su Expediente está paralizado”, continuó el del bocadillo, al que debí despertar conmiseración.

Cuando llegué a casa, me encontré con que, desde la dirección de correo electrónico del Ministerio al que yo había contestado con un “Muchas gracias”, emocionado por su diligencia (ahora sabía que fantasiosa o descoordinada) me replicaba con un enigmático “Consulta no admitida. El procedimiento adecuado para consultas es dirigirse a la web del Organismo”.

Me di cuenta, de pronto, que estaba tratando con un autómata. Con autómatas.


La golondrina dáurica (hirundo daurica) es una pariente rolliza de la golondrina común (hirundo rustica), difícil de diferenciar en vuelo, salvo para ornitólogos cuidadosos. Su tamaño es bastante mayor -18 cm frente a 10 cm- si se incluye la larga cola, aunque es algo más corta en la dáurica. Carece de las manchas blancas en la cola de la común y el adulto no tiene la garganta de color castaño rojizo ni la franja pectoral oscura, casi negra con luz escasa o a contraluz.

Encontrarse con un adulto de dáurica alimentando a su retoño ya volantón, en un paseo por el Tajo, es una experiencia inolvidable.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias Etiquetado como: agosto, autómata, correos, entrega, funcionamiento de la administración, funcionario, hirundo darurica, nota, servicio, servicios regionales, web

El derecho a la huelga de los taxistas

25 enero, 2019 By amarias 1 comentario

La magnífica red de transporte público de Madrid-capital, mi concienciación ambiental sin resabios tecnicistas de que hay que restringir a lo indispensable la utilización del vehículo propio  y, no en último lugar, la drástica reducción de mis ingresos por la engañosa jubilación activa, me han desconectado bastante del mundo del taxi como usuario.

Sin embargo, el tratamiento experimental (fármaco vs. placeb0) que recibo desde hace un año y su intenso seguimiento -sufragado por Roche y la Unión Europea-, me acercaron al funcionamiento de las plataformas VTC; es decir, de Uber y Cabify.

De esa experiencia personal, surgió la convicción de que el “gremio del taxi” tiene bastante que aprender en punto a la calidad ofertada. Los conductores de los vehículos que me atendieron en este año (más de cien viajes), todos sin excepción -españoles como extranjeros- respondían a una base de homogeneidad de muy alta gama, eran el resultado eficiente de una concienciación de que debían brindar al usuario un servicio irreprochable.

Tengo suficientes familiares, amigos y conocidos entre los usuarios del servicio público del taxi en Madrid o Barcelona para poder afirmar que el mundo del taxi no ha conseguido eliminar, sino al contrario, las ha exacerbado, las actitudes negativas, molestas, incluso desagradables, de algunos individuos que se dicen taxistas porque ocupan un auto con licencia para ese cometido.

La amabilidad, corrección en la vestimenta y cortesía de los conductores de TVC, la limpieza exquisita de los vehículos que usan (privados como de las empresas), la puntualidad del servicio (incluida la llamada al móvil si el estado de la circulación provoca el mínimo retraso), la atención general al pasajero sin la menor interferencia del capricho del conductor (temperatura, emisora de radio, velocidad, lugar de parada, etc.), la conversación respetuosa o el silencio concentrado a voluntad del pasajero, parecen ser las normas principales que rigen la actuación de quienes conducen los impecables automóviles, soportados, puede uno imaginar sin esfuerzo, por una estructura que funcionaba sin fisuras.

Qué alivio saber que el conductor del coche que me recogía en el aeropuerto, en los Juzgados o en el Hospital, para conducirme a casa no mascullaba improperios cuando le comunicaba la dirección, quejándose porque había tenido que esperar nosécuántas horas para conseguir aquel miserable viaje que yo le estaba demandando. Qué tranquilidad saber que no tenía que tapar mis pituitarias para evitar, en lo posible, el flujo del tabaco o del sudor que impregnaban el vehículo. Qué agradable sensación poder indicar, antes de iniciar el viaje, si deseaba o no escuchar esa música, o ese comentarista radiofónico o concentrarme en el silencio. Qué maravilla resultaba advertir que el conductor recogía mis pertrechos del maletero y los depositaba con cuidado en la acera e, incluso, se ofrecía a llevarlos hasta el portal.

Por supuesto, aunque no conozco a todos los taxistas de Madrid o Barcelona, doy por seguro de que una mayoría son serios, educados, responsables y cumplen con lo que cabe exigir a su profesión, como servicio público. El Ministerio de Transporte ha dado a conocer que existen 65.973 licencias de taxi en España frente a 13.125 licencias de los Vehículos de Transporte Concertado (VTC). Sabemos también que en Madrid son 15.576 los taxis frente a los 6.559 vehículos VTC(es decir, el 29,6% del total)  y en Barcelona, respectivamente, 10.991 frente a 2.283 (el 17,20%). No parece que las cifras alcancen características de escándalo.

Escribo estas líneas el 25 de enero de 2019, cuando los taxistas de Madrid y Barcelona llevan en huelga de varios días. No tengo muy claro lo que piden exactamente, aunque me esfuerzo en entender que su exigencia fundamental es que se implemente una regulación que restrinja la libertad de contratación de vehículos a las plataformas de transporte concertado. La regulación del transporte es competencia transferida las autonomías, que son las que se encuentran con la patata caliente de esas reivindicaciones.

En la Comunidad de Madrid, donde aún gobierna el Partido Popular con el apoyo de Ciudadanos, la patata quema las manos de mi colega de carrera de ingeniería Angel Garrido,  emparedada su capacidad de acción entre el gobierno central donde aún coaligan PSOE y las fuerzas separatistas y oportunistas y el equipo local de la supermagistrada Carmena, ocupada en la prolongación de su mandato en la alcaldía con nuevos mimbres. En la Comunidad catalana, el desbarajuste competencial ha puesto el protagonismo para resolver el conflicto en la incalificable Ada Colau y las mareas.

Puede que los taxistas tengan alguna razón, pero la razón que tienen debe ser poca, y la poca que tienen, la han perdido, para mí al menos, por la forma de reclamarla.

Porque, como ciudadano, como usuario del taxi cuando lo necesite o me de la gana y como trabajador autonómo o empleado que no tiene forma de presentar sus deseos, y argumentar sobre sus derechos más que en los tribunales de justicia o por la vía de los representantes políticos legítimamente votados, no quiero ser rehén de nadie, y menos aún de quienes detentan la responsabilidad de ofrecer un servicio público.

No puedo quitar de mi cabeza el rostro de un par de energúmenos (desconozco su posición en el gremio de taxistas madrileños, pero debe ser importante) gritando blasfemias, amenazando a otros ciudadanos, envenenando la imagen exterior del país, enfrentándose a las fuerzas del orden -que hacen su trabajo, nada fácil, de garantizarlo-, paralizando vías públicas y dificultando con ello el transporte a los aeropuertos y estaciones ferroviarias, a las Ferias y Certámenes, y, en fin, quitando tiempo para ir al trabajo, al ocio a a sus hogares a cientos de miles de inocentes, ajenos a su problemática, como los taxistas son ajenos a la suya particular.

Hay que revisar el derecho a la huelga, señores legiferantes. La huelga de los taxistas ha puesto, otra vez, el dedo en la llaga de un derecho demasiado laxo, incompatible con la necesidad de mantener servicios públicos y con la honestidad y seriedad exigible a quienes están obligados a ofrecérnoslos sin mácula. No quiero que se me utilice como rehén de ninguna pretensión, por legítima que parezca a quien la ponga sobre la mesa. Ni controladores de vuelo, ni conductores de metro o autobús, ni pilotos de aviación, ni encargados de seguridad de centros públicos, ni, sin pretender ser exhaustivo, taxistas. Como no sería tolerable -ni imaginable, seguramente- encontrarnos con una huelga de guardias civiles, militares o policías nacionales.

La huelga de taxistas ha significado un aldabonazo sobre la democracia, la libertad económica, la capacidad de negociación de los políticos y el uso torticero de medios para conseguir lo que un colectivo reivindica como justo. De todos esos factores, hemos sido rehenes, lo estamos siendo mientras dure la huelga de los taxistas.

En mi opinión, además, se han disparado un tiro en el pie. Salgan como salgan del conflicto, habrán perdido.


Este ave que sale del agua dando aletazos apresurados, es un charrán común (sterna hirundo), con su plumaje de verano, distinguible sobre todo, en este caso, dado el ángulo de la toma fotográfica, por la “boina” negra de la cabeza, que le llega a la altura del ojo; aunque no se aprecie claramente aquí, el pico del ave es rojo anaranjado, que pasa a ser de color gris negruzco en invierno. Las primarias interiores, traslúcidas, contrastando con las exteriores, más oscuras (formando una cuña) y el comportamiento cuando está pescando, pues se cierne y zambulle con brusquedad cuando detecta una presa, son otras características de este ruidoso y simpático miembro de la compleja familia de los charranes.

 

 

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias, Transporte Etiquetado como: Barcelona, Cabify, competencia, derecho, huelga, Madrid, plataforma, rehenes, reivindicaciones, taxi, taxistas, TVC, Uber

El poder judicial enjuiciado

1 junio, 2017 By amarias 2 comentarios

El descubrimiento de que el ya hoy dimitido “por motivos personales”, Fiscal jefe Anticorrupción (1), Manuel Moix, mantiene con sus hermanos una empresa en Panamá (país que se considera paraíso fiscal), ha puesto nuevamente sobre el tapete la cuestión de la independencia del poder judicial.

Resulta estrambótico que quien se encarga de la cuestión candente de clarificar qué diablos ha sucedido, y quizá está sucediendo, con el trasiego de parte de los dineros públicos para pagar comisiones a particulares o a partidos, o con la ocultación de beneficios empresariales bajo el manto ficticio de trabajos imaginarios en chiringuitos y bufetes ubicados en paraísos fiscales, utilice él mismo una herramienta sospechosa. El Fiscal jefe y todos los fiscales que forman el amplio equipo encargado de investigar la anticorrupción, han de estar lo más alejados posible de los tejemanejes de aquellos son presuntos destinatarios al sometimiento de las leyes que tipifican los delitos económicos cometidos por ellos o por formar parte de organizaciones que utilizaban para delinquir

No creo -no he creído nunca- en la vigencia de la separación de poderes, en el mundo real. He argumentado que los jueces y fiscales deben estar sometidos a un control al margen de sus propias instituciones. Como letrado, he tenido ocasión de comprobar en varias ocasiones la flexibilidad con la que la Ley -y, en la práctica, su garante, el sistema judicial- se acomoda a intereses particulares de poderes económicos o políticos. Las sentencias, incluso en el Tribunal Supremo, y según quién sea el magistrado ponente, son de muy diferente factura, consistencia y…coherencia. En fin, creo que los tipos penales y, desde luego, las penas, deben ser revisadas, ya. No tiene sentido que delitos menores estén castigados con dureza y otros, en cambio (“alarma social” a un lado), con evidente benignidad.

No me parece defendible que el éxito en las oposiciones dependan de quién ha sido el preparador de las mismas. No me parece coherente que existan familias/sagas cuyos componentes, además de una curiosa vocación a repetir modelos, ocupen plazas de jueces, magistrados, registradores, notarios, etc.

Tampoco entiendo que veamos con tanta tranquilidad la existencia de puertas giratorias entre la judicatura, la fiscalía, los altos cargos en general, y la empresa o el ejercicio privados. Y, para no hacer largo este comentario, y a riesgo de mezclar churras con merinas, defiendo la necesidad de una Escuela Superior de la Administración Pública y la convicción de que todo funcionario ha de saber que desde el pueblo llano le garantizaremos un sueldo suficiente y una carrera profesional para que no se preocupe de aquello que los demás mortales tenemos siempre en mente (ganar un sueldo digno sin riesgo a que le afecten los vaivenes de la economía), a cambio de honestidad, garantía de equidad, formación continua y servicio a los intereses generales.

Lamentablemente, esto no es así, aquí y ahora. Las interferencias de la política con la función pública son constantes, palmarias, y, en demasiados casos, dolosas. No solo dolorosas, dolosas.

No puedo entender porqué nos hemos desviado tanto del camino que aparecía trazado, y que creí estábamos siguiendo de forma entusiasta. Resultó ser un espejismo.

—

(1) El cargo es, correctamente escrito: Jefe de la Fiscalía contra la Corrupción y la Criminalidad Organizada.

La foto es de una lavandera blanca, en acrobático vuelo para captar algún insecto, quizá una efímera recién salida de su estado larvario. Fue tomada en el río Pigüeña, a su paso por Belmonte de Miranda (Asturias). Compartía su hábitat con una pareja de lavanderas cascadeñas, a las que también fotografié. Aunque eso es ya otra historia.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias Etiquetado como: administración pública, anticorrupción, dimisión, fiscales, funcionario, jueces, Moix, motivos personales, paraísos fiscales

¡Viva la Nicolasa!

6 diciembre, 2016 By amarias 4 comentarios

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(Dada la implantación generalizada de la ignorancia histórica supina, no me duelen prendas en poner de manifiesto que el título de mi Comentario parafrasea el grito de adhesión de los liberales a la Constitución de 1812, proclamada el día de San José, Padre Putativo de Jesús, el niño que se creyó Dios, con bíblicos fundamentos. Así que, como la actualmente vigente, lo fue el día 6 de diciembre, en el que la Iglesia católica conmemora a San Nicolás de Bari, Santa Claus, mi adhesión a la misma la reflejo en ese grito entusiasta).

Los representantes de Unidos Podemos y de los partidos nacionalistas más ariscos, no van a celebrar este año la Constitución que es, todavía, nuestra Norma Suprema. No se sienten representados, no la acatan porque es reflejo de otra época y, además, la mayoría de sus adeptos no la han votado. Incluso, como manifestación superior de su voluntad de rebelión y repulsa, muchos irán a trabajar, y exhortan a sus fieles a que lo hagan. Como entre los que votaron a los partidos de la izquierda plural hay mucho desempleado, imagino que dedicarán sus labores a obras de las llamadas sociales, al fútbol o a manifestarse por ahí.

La Nicolasa no me gusta demasiado (adverbio de cantidad muy apañado), pero la voté en su momento, porque ya tenía edad y porque había una corriente de adhesión inquebrantable que suponía estar a tono con la mayoría. No nos la explicaron mucho, aunque sabíamos que unos cuantos sesudos varones habían copiado lo mejor de otras Constituciones de los alrededores y, sobre todo, estábamos ansiosos por salir a otear el aire de las libertades, que venía de fuera, como un soplo salutífero,

No nos fue nada mal, especialmente cuando, gracias a una chapuza de intento de golpe de Estado, nos convencieron de que la Monarquía servía para algo. Los españoles del bilingüismo (natural o forzado) estaban entretenidos con aumentar competencias para sus representantes autonómicos, y, poco a poco, al abrigo de un par de artículos de la Nicolasa, todas las autonomías/regiones se apuntaron al “café para todos”, poniendo en solfa el Estado social y de derecho, y creando gravísimas ineficiencias en el cuerpo de las Administraciones públicas, que dejaron, insensiblemente, de formar parte de un sistema común, para convertirse en un guirigay de rivalidades políticas.

No me gusta demasiado la Nicolasa, porque soy republicano de corazón -es decir, no creo en las distinciones de clase, ni en las sangres especiales, ni en la mano de los dioses sobre algunas cabezas o tribus-. Pero si me gusta menos -esta vez, en la cualitativo- es porque ha propiciado grietas en el conjunto de España. Grietas muy profundas, aparatosas, relevantes.

La Nicolasa no tiene la culpa de que, si se me pregunta de sopetón, puede que responda que no me siento exactamente “muy español” (no  lo voy a proclamar como Fernando Trueba, si bien los que hemos viajado mucho y vivido años en el extranjero tenemos una balanza comparativa con fieles especiales). Lo soy, de forma suficiente, consciente y seria. Soy patriota por exclusión de alternativas, por convicción natural, por herencia y trayectoria. Si se me pregunta de sopetón que soy, diré que español, como no dudaré si me preguntan cuál es mi profesión: ingeniero y abogado. Lo diré sin plantearme quiénes son los demás que participan del mismo nombre, ni cuáles son sus cualidades y méritos. Seguramente es algo distinto a sentirse del Barça o del Atleti, o del Club de Admiradores de Altolaguirre (p. ej.), porque aquello forma parte de lo esencial, de lo que no podría desprenderme sin daño.

Estoy, por supuesto, plenamente convencido de que la unión es imprescindible para mostrar fuerza ante las adversidades, para avanzar más rápido, y para evitar ser presa fácil del apetito macroeconómico de los estados grandes.  Creo con convicción dogmática en una Unión Europea fuerte, y he practicado mucho el axioma de que la masa crítica es menos vulnerable cuanto más grande. Así que, también, soy un europeo cosmopolita, un especímen del género humano, del sexo masculino, que no quiere abandonar su única creencia inconmovible: si tenemos alguna opción como Humanidad de saber qué está pasando con nosotros en el cosmos, es avanzando juntos en el conocimiento, de generación en generación, sin desfallecer.

Por eso, no veo más que desventajas en el independentismo que, además, desean total, de las autonomías, con el que se llenan la boca dirigentes que quieren pasar a la pequeña historia de su diminuta zona local. No me trago que existan las nacionalidades -grupo de gentes con un pasado común y una historia satisfactoria que contar a los niños- más que en los libros  que cuentan intencionadamente mal la Historia de los pueblos, por muy bien que hablen sus habitantes una lengua que no domino y por mucho que se jacten -nativos y advenedizos- de abandonar otra, por imputarla de colonizadora, y que es la que yo hablo mejor.

¡Viva la Nicolasa!, digo, una y otra vez. Y que lo sea por muchos años.

Se seguirán, por unas cuantos años, practicando muchas labias en analizar lo que debe cambiarse, reformarse o retirarse. Pero nuestros problemas, amigos y enemigos constitucionalistas, no vienen de ella, de un Título más o menos, de unos pocos artículos deficientemente redactados. Tenemos que resolver antes de empeñarnos en un camino montuno, la necesidad de crear más empleo, dar mejor educación, equilibrar las prestaciones sociales y asistenciales entre las autonomías y, sobre todo, recuperar el trabajo de avanzar todos juntos y no tirando de las cuerdas cada uno para su petate.

——
Hay fotografías que no tienen calidad, aunque, cuando mantenemos viva la circunstancia de cómo las obtuvimos, no podemos despojarlas del cariño con que las observamos. Ya era casi de noche, cuando descubrí, cerca del camino por el que avanzaba lentamente conduciendo mi automóvil, con las luces de cruce conectadas, un grupete de garzas. Les hice varias fotografías a la trágala, y la poca luz hizo que, a pesar de que apuré al máximo la apertura del diafragma y reduje la velocidad de disparo a lo que me pareció màs conveniente, todas las instantáneas estuvieran afectadas por el ruido. Es decir, borrosas. Esta, con la blancura del plumaje contrastando con la nocturnidad, al tiempo que el ave se elevaba, me recuerda aquél día, y que, como había olvidado poner el freno de mano en la emoción del momento, estuve a punto de perder el coche en la cuneta.

 

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias

El progre en la playa

8 noviembre, 2016 By amarias 1 comentario

dsc_0007

En 1977, el gobierno de Adolfo Suárez convocó las elecciones generales que supusieron la reapertura del melón (o de la calabaza) de los comicios libres en España, cuyo resultado propició que un año más tarde se redactaría la Constitución aún hoy vigente. Con el estado de  ánimo de aquel momento (supongo que sería verano, por el asunto), pinté un cuadro al óleo, de pequeñas dimensiones, que titulé “El progre en la playa”.

Afinando la vista se puede ver, en el centro de la escena,  a un bañista que porta una bandera roja entre los cuerpos de una playa abarrotada, ante un oleaje que, por su encrespamiento, parece no invitar precisamente a darse un chapuzón.

Al contemplar hoy el cuadro (dejando al margen su valor pictórico, que no me atrevo a juzgar), no puedo evitar una sonrisa, desde la edad, al preguntarme bajo qué supuestos me sentía identificado con el abanderado. Treintañero, casado y con un hijo (mi esposa embarazada del segundo), si me veía de paseo altanero por una playa llena de gentes entregadas al descanso, la exhibición de mi progresía, reflejo en efecto de mi comportamiento en la vida real, no dejaba de ser un ejercicio perjudicial para mis posibilidades profesionales.

He cumplido con bastante exactitud mi programa vital de aquellos años, y, desde luego, puedo afirmar con orgullo que nunca me han faltado enemigos, ni zancadillas, ni empujones para hacerme trastabillar. Sigo enarbolando la misma bandera -tal vez, algo ajada y con ciertos desgarros-, y, como prueba de que no se trataba de conseguir adeptos, sino de exhibir mi independencia, me puedo jactar de que no he pertenecido jamás a ningún grupo político.

Paseos por la playa no dejé de dar. Por eso, en estos últimos cuarenta años he visto sucederse regímenes políticos con opciones teóricamente distantes, caer estrepitosamente a ídolos encumbrados al quemarse sus alas de cera, ascender a otros por los que nadie apostaría un duro y, en mi batiburrillo vital, por fortuna, conocí a mucha gente interesante (casi siempre, anónima).

Mi tarjetero tiene unas pocas tarjetas de visita de personajes de los considerados importantes. Las personas de mi entorno escolar y académico que llegaron a ser ministros, o presidentes y ejecutivos de primer nivel de grandes empresas fueron escasos, y de ellas, no necesité acumular tarjetas. Por mis diversas trayectorias profesionales, sin embargo, he venido recogiendo tarjetas y tarjetones de quienes, cuando se cruzaron conmigo, se creían en el camino para llegar a serlo y unos pocos, ya habían llegado a su cima.

Parodiando a Emilio Botín, que lo expresó en otro contexto y con diferente intención, “gente excepcional, realmente excepcional, me crucé con muy pocos”.

No se si vendrá a cuento para el lector amigo, pero me apetece conectar esta reflexión con otra, muy actual. Los media españoles se ocupan profusamente hoy, 8 de noviembre de 2016, de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Existe, al parecer, incertidumbre respecto al triunfo de la candidatura de Hilary Clinton, propuesta por el partido demócrata. Las encuestas reflejan obstinadamente la cercanía del candidato republicano Donald Trump.

Si nos atenemos a la presentación escueta que se nos hace de ambos candidatos, con regularidad apabullante, el ciudadano español puede imaginar que la tesitura a la que se confronta al votante americano es la de elegir entre un magnate enajenado y una rica elitista.

Vista desde la distancia, la situación no parece sino una representación más, adobada con un fuerte impulso crematístico (más de mil millones de dólares ha empleado en la campaña la representante de la saga de los Clinton, y casi ochocientos millones el xenófobo más histriónico de la Historia) de lo que llama Bauman “exarcebación del miedo al extraño”, esto es, a lo desconocido (entrevista de Gonzalo Suárez, El Mundo, primer domingo de este noviembre).

Los votantes de Trump deben sentirse atraídos por la defensa y, en su caso, el alzamiento de las murallas que preserven su actual bienestar, sus negocios y sus empleos, aunque para una minoría cualificada sea simplemente un trabajo miserable. Lo extraño, para ellos, sería la entrada de más emigrantes, la polarización hacia la incipiente recuperación económica de una horda de pobres del mundo, excesiva para la capacidad de absorción que suponen tiene la economía americana.

Los votantes de Clinton -¡ay!- desean que las cosas sigan como están, y que se mantengan las murallas invisibles que preservan su actual bienestar, sus negocios y sus empleos, aunque para una minoría cualificada sea simplemente un trabajo miserable.

Ambos tipos de votantes ignoran cómo se mueve la economía y, si algo entienden de ella, es que hay que defenderse del enemigo, teniendo armas en casa (por si acaso) y potenciando la industria de armamento (y si el enemigo no existe, habrá que crearlo).

Nada habrá, pues, de cambiar en lo sustancial, y las campañas no son más que una parte del espectáculo, con su coreografía y tal, siendo lo importante no lo que se dice, sino cómo se dice.

En relación a lo que pueda afectarnos a nosotros, los españoles, es tan seguro que Donal Trump no ganará -perderá por poco, y se enredará en reclamaciones en varios Estados que harán los setenta últimos días de Obama más divertidos- como que nada cambiará para España. La constante del comportamiento norteamericano con nuestro pequeño país  es ignorarnos, salvo para venir de vacaciones y comprar espadas y disfraces de torero que serán útiles en Carnaval.

No creo que Estados Unidos de Norteamérica sea ejemplo de democracia ni de sensibilidad mundial, pero, teniendo reciente el resultado de las elecciones en España y viviendo aún la calentura mental que provoca la debilidad del ejecutivo para conseguir sacar las cuestiones principales adelante, se me ocurre plantear esta pregunta:

¿Hace falta alguna cualificación, apoyo económico especial o toque de varita milagrosa para ser presidente o ministro de gobierno en España?

Supongo que la respuesta ha de ser que sí, pero lo ignoro. No se siquiera la influencia que hayan podido tener los millones defraudados al fisco por los partidos (a la cabeza el Partido Popular) para compensar por la vía de la apropiación indebida la escasez de subvenciones a las agrupaciones políticas.

Desde 1977 hemos tenido en España 190 ministros, y la probabilidad de que, elegido al azar, un español alcance tal categoría, es casi infinitesimal. Tampoco mejora mucho el ratio si tomamos como base muestral el número de titulados superiores; el 40% de los jóvenes entre 25 y 35 años tiene un título universitario: el mayor porcentaje de Europa.

El simpático embajador norteamericano James Costos, que desplegó en España mayores empatías que todos sus antecesores, por su carácter abierto y hasta festivalero, parece sentirse capaz de arriesgarse a entender nuestra idiosincrasia con un par de pinceladas (Condé Nast TRAVELER, Pilar Guzmán, 3 nov 2016): “los españoles son orgullosos y testarudos, lo que es, a un tiempo, una bendición y una maldición”. (1)

Como ejemplo de testarudez, cuenta, cuando preguntó si podían hacer una capa española más corta y con menos volumen de la que le ofrecía la prestigiosa firma Capas Seseña, le contestaron. “No, no las hacemos”. Esta y otras virtudes de lo español le han hecho entendernos y querernos, dice.

Yo no voy de capa, pero sigo dando vueltas con mi bandera. Y si me encuentro a Mr. Costos en mi paseo, llevando él la capa (y puede que hasta una espada), lo saludaré, sin evitar que me asalte este extraño pensamiento: ¡Vaya! ¿Se tratará de un progre en la playa?.


La calificación que los españoles merecemos de James Costos (“proud and stubborn”) es muy de agradecer. Mejora incluso, en  mi opinión, la nota colectiva que merecimos de Martin A.S. Hume en 1901 (“The spanish people: their origin, growth and influence”) en la que, por nuestro origen afrosemítico, nos atribuye una “overwhelming individuality”, que nos hace ofrecer una “obstinada resistencia a obedecer a otro, a menos que hablara en nombre de una entidad sobrenatural” (citado por Miguel de Unamuno en “El individualismo español”, dic. 1902)

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias Etiquetado como: Costos, democracia. republicano, Donald Trump, El Mundo, elecciones, embajador, estados unidos, Gonzalo Suárez, Hilary Clinton, norteamericanas, playa, presidente, progre, Zygmunt Bauman

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