Al socaire

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La sombra de Emilio Alarcos es alargada

22 abril, 2022 By amarias 1 comentario

Mañana, día del Libro, se cierran las Jornadas Científico-Humanistas en Homenaje a Emilio Alarcos Llorach, cundo se cumplen los cien años de su nacimiento. La “Semana Magna del Centenario”, organizada por la Cátedra que lleva el nombre del filólogo, se ha desarrollado con el lema: “Bajo el signo poliédrico del filólogo y maestro” y han contado con el patrocinio de la Universidad de Oviedo y la participación de decenas de alarquianos, entre alumnos, admiradores y seguidores de las enseñanzas de quien fue el introductor, aplicador y difusor del estructuralismo en España.

He sido alumno -reconozco que nada brillante- de Emilio Alarcos, en tiempos en los que tenía por ayudante a  Josefina Martínez Alvarez, que había sido su alumna y con la que se casaría unos años más tarde, y hoy directora de la Catedra Emilio Alarcos. Yo, con la carrera de Ingeniero de Minas recién terminada, era profesor de Algebra en la Escuela Técnica y me había inscrito (tenía matrícula gratuita, por mi condición académica) en Filosofía y Letras… por amor.

No tenía mucho tiempo libre. Debía compaginar mi trabajo en Ensidesa con mis horarios de clase como docente, pero gracias a esa fórmula, pude estar más tiempo con mi futura esposa y asistir a algunas lecciones.

La Facultad de Filosofía de Oviedo tenía entonces una altura académica sin rival. Emilio Alarcos, Gustavo Bueno,  Vidal Peña, Carlos Cid, entre otros muchos, fueron a la vez artífices, cómplices y sufridores del ambiente especial que se generó en aquel reducto singular, en donde se estaban gestando y puliendo personalidades como Amelia Valcarcel, Francisco García Pérez, María Luisa Alvarez de Toledo, Gustavo Bueno hijo, …, por citar solo a algunos de nuestros amigos de entonces.

Pasó el tiempo, y las vidas de Emilio Alarcos y Josefina Martínez tuvieron un entronque especial con las de mi padre, Angel Arias y su segunda mujer, María Isabel, que era prima de Josefina. Esa circunstancia facilitó muchas vivencias comunes para ambas parejas, y los varones se hicieron muy amigos. Mi padre y Emilio tenían la misma edad, una afición y curiosidad por casi todo, en especial por la música, disponían de una inteligencia privilegiada, adobada con espíritu crítico y  socarronería.

En cierto modo, además, las formaciones universitarias de los cuatro se complementaban: dos brillantes químicos y dos estudiosos de la creación literaria.

Esa amistad tuvo también reflejo especial en que mi padre fue el padrino de Confirmación de Miguel Alarcos Martínez, hijo de Emilio y Josefina. La personalidad emergente de aquel niño debió calar hondo en el selecto criterio de mi padre, porque mi hijo Miguel, recuerda que, cuando llamaba a su abuelo, éste (puede que por hacerle de rabiar), algún día le preguntó: “¿Qué Miguel? ¿Miguel Alarcos?”

A poco de fallecer mi padre, Emilio y Josefina estuvieron en mi casa de Madrid. Fue un momento muy grato para todos. Yo tenía varios libros de Alarcos en casa, tomé aquel en el que había analizado la poesía de Blas de Otero, y le pedí que me lo dedicase. Sin dudar, escribió en la primera página: “A Angel Arias II, en el misterio de la amistad heredada de su padre”.

No tardó mucho tiempo en irse también Emilio Alarcos. Junto a una carta de condolencia a Josefina, envié un poema a Miguel Alarcos. Pasó aún más tiempo.

Cuando presenté mi libro de poemas Sonetos desde el Hospital, le pedí a Miguel Alarcos que hiciera la presentación en la librería Cervantes y, si le apetecía, un análisis del poemario. Miguel me demostró un afecto y una altura intelectual que me dejó desarmado y…encantado. Hizo el análisis de algunos de mis poemas (“como lo hubiera hecho mi padre”, me indicó), puso música a varios, y hasta escribió un acrónimo con mi nombre (que era el de mi padre) lleno de sugerencias y cariño.

Fue el comienzo de una amistad especial. Que perdura, se intensifica y se complementa con más y más detalles y anécdotas con el paso del tiempo. En el misterio de la amistad heredado de nuestros padres.

En el afecto a Josefina, una mujer llena de sensibilidad e iniciativas.

La enfermedad me impidió asistir al homenaje a la memoria de Emilio Alarcos. Hoy, en el Día de la Tierra, envío mi afecto a esa familia con la que me unen tantos recuerdos, mejores palabras. La música, la poesía y la magia de lo imperecedero.

Publicado en: Actualidad, Asturias, Literatura, Personal, Poesía Etiquetado como: Emilio Alarcos, homenaje, Josefina Martínez, Miguel Alarcos, Universidad de Oviedo

Sobre el rebaño

10 enero, 2022 By amarias Deja un comentario

El Rebaño -con el desconcertante subtítulo de “Cómo Occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica”- es el título del ensayo de Jano García, que vió la luz en 2021 auspiciado por la Editorial La esfera de los Libros. Se trata de un libro interesante, sin duda, con reflexiones nada despreciables sobre los grandes ejes que rigen el pensamiento colectivo (fundamentalmente, el español) en estos momentos peculiares de nuestra Historia, y que el autor ha tenido el acierto -y la picardía- de separar en capítulos con asunto definido.

La fértil imagen del rebaño, con sus elementos de acoso y sus perros guardianes, y esos a veces misteriosos amos del cotarro, que señalan con criterios que no precisan ser explicados, el camino que debe seguir la masa para no ser tributo, tanto del desprecio del resto de la grey como de los hipotéticos enemigos exteriores, queda ya expresada con brillantez en los primeros capítulos.

Es en el tercero en donde se presentarel meollo de la argumentación principal : Una nueva moral para todos.Con reiteradas alusiones a la vida e ideas de Antonio Gramsci, el filósofo marxista que sirve (o sirvió) de apoyo intelectual a Podemos y a otros partidos de la izquierda populista, Jano García avanza su idea de que “muchos partidos cambiaron su discurso para adecuarlo al momento”, de manera que los líderes adaptaron sus mensajes con impulsos emocionales, sin real contenido ideológico, para que la masa no tuviera problemas en aceptarlos.

La propuesta es muy atractiva. Falto de una directriz ética superior, a la que ignora o menosprecia, alejada la masa de la proteccción y guía “para todo” que supuso en la Europa cristiana la religión, ayuna de líderes fiables, la mayoría se ha hecho muy vulnerable, atenta solo a seguir las imposiciones que se supone emanadas de la mayoría, pero que, en realidad, surgen de simples soflamas gestadas en cada momento, de manera oportunista por quienes solo pretenden sacar partido de su debilidad.

Así sucede con las ideas respecto al feminismo, la homosexualidad, el cambio climático, o el racismo, por destacar solo algunos ejemplos de cómo, sin verdadero debate ni análisis crítico, los líderes políticos perfilan sus posiciones, tratando de apropiarse de la emoción de la masa, a la que destinan sus mensajes. No se trata de exponer argumentos sólidos a favor o en contra de una u otra postura, sino, sencillamente, de inflamar los ánimos.

Jano García expone certeros ejemplos que demuestran lo artificial de muchas discrepancias. ¿Es feminista aquél que levanta su voz airada por la supuesta discriminación de la mujer, pero tolera sin problemas que el vecino obligue a llevar velo a su pareja? ¿Tiene verdadero sentido negar la existencia de la homosexualidad y otros comportamientos sexuales no “admisibles”, apelando a teorías que ya se ha probado son absolutamente falsas? ¿Por qué quienes están convencidos de que el cambio climático exige medidas inmediatas, cuando no urgentes, no actúan de acuerdo con esos criterios? De verdad, ¿alguien en su sano juicio puede apoyar sin rubor que la raza, el género o el origen de nacimiento de la persona deben actuar como elementos “a priori” de clasificación?

La capacidad de olvido del rebaño juega a favor de su manipulación. Es significativo que “la sociedad actual apenas recuerda lo que hace tres días le escandalizó o enervó” (pág. 266). El libro entra en fase más polémica cuando duda que las “nuevas tecnologías abrieran la puerta a un mundo mejor” (pág. 275, aunque yo modifiqué la forma de expresar la idea, para darle coherencia con mi texto). Cita al coronel Pedro Baños para reforzar la idea de que las grandes tecnológicas, y por ende, los Estados, “llegan a conoernos mejor que la familia y las personas que nos rodean” y, por ello, están en situación de orientar nuestras ideologías o…inclinar nuestro voto en las siguientes elecciones.

No he querido hacer, ni mucho menos, el destripe (1) del libro, puesto que lo que ofrezco en este comentario son, más bien, las reflexiones que me sugiere su lectura. Por eso, reservo al lector el placer de descubrir las ideas, que a modo de Conclusiones abiertas, expone Jano García. Por cierto, uno de esos influyentes (2) nque tienen millones de seguidores (@ellibrepensador) y cuyas ideas y comentarios son aceptadas como dogma de fe por miles de jóvenes con menos de cuarenta años, que, aunque se molestarían si se les considerara parte del rebaño, no pueden sustraerse al gran atractivo (y servidumbre) de creer que están de vuelta de todo lo importante.

Como yo tengo más de setenta años y tengo mucho del camino andado, a riesgo de parecer un petulante, concluyo por mi cuenta: Ni me impresionan las ideas -desde luego, brillantes, de Jano García-, que en buena parte tienen el tufillo del “dejà vu” o “dejà lu”, ni tengo ya fuerzas para levantar ni el brazo ni la ceja para manifestar mi admiración por el descubrimiento del término de “alogocracia”, que, en ausencia de una definición oficial, haría referencia al control que los sentimientos ejercen sobre nuestras decisiones.

(1) spoiler, para los modernos, aunque la RAE no admite este anglicismo.

(2) influencers, para los modernos, aunque a RAE no admite este anglicismo.

 

Publicado en: Actualidad, Cultura, Literatura, Sociedad Etiquetado como: El rebaño, Gramsci, Jano garcía, La Esfera de los Libros, Occidente

Autores, libreros, feriantes

24 abril, 2021 By amarias 2 comentarios

En España se editan anualmente del orden de 90.000 ejemplares. Si consideramos que hay casi 700.000 títulos “vivos” (aquellos que aún se pueden encontrar en las librerías o en los stocks de las editoriales), concluyo que hay bastante donde elegir.

Como es sabido, desde 1989, cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro, con la intención de favorecer el hábito de la lectura, apoyar las editorial y defender los derechos de autor. El gremio de libreros trata de aprovechar la fecha para vender algo más, movilizando a la potencial clientela, ofreciendo los volúmenes con una modesta rebaja del diez por ciento y, en muchas ciudades, organizando Ferias en las que se exponen en casetas alineadas, además de algunos libros, a ciertos autores elegidos.

Siempre me ha impresionado ver las colas de felices compradores esperando, con su volumen en mano, que el autor elegido estampe en una de las páginas de respeto del libro dedicatorias del tipo: “A Fulanito (aquí, el nombre de la persona designada por el comprador), con todo afecto”. He imaginado que la inmensa mayoría de los libros adquiridos de esa forma no se leerán nunca. Porque, en verdad, la inmensa mayoría de los libros que se adquieren y que, en muchos casos, figuran en una estantería junto al televisor, la foto de un familiar y el jarrón de flores secas, no se leen.

Soy un lector convulsivo, aunque un mal lector. Tengo en casa unos seis mil ejemplares (de vez en cuando mi adorada conviviente me hace algún expurgo) a los que he dedicado, en algún momento de sus vidas en mi hogar, varias horas, si bien no puedo decir que los haya leído de cabo a rabo. Algunos y, desde luego, todos los que han servido para alimentar mi carrera profesional, los he leído más de una vez y hasta los tengo subrayados (más bien, coloreados, pues no acostumbro a leer con lápiz en mano).

De los distintos sectores que llaman mi atención, tengo más nutridos los de Poesía, Historia y Filosofía. Por supuesto, hay varias decenas de libros de Derecho, Economía, Cálculo Estructural, Medio Ambiente, Agua y muchos de…Ornitología y Botánica. También tengo unas cuantas estanterías atiborradas de libros para aprender y ejercitar idiomas y muestras de mi interés por ciertas lenguas, con ejemplares de novelas, diccionarios y Geografía e Historia de los países que he visitado o me gustaría visitar.

No he podido sustraerme al deseo de editar alguno de mis libros, y he caído en la tentación de editar, en papel, tres de ellos: Dos libros de poesía (Absueltos de Todo Don y Sonetos desde el Hospital) y una recopilación de mis entradas al Blog en el que escribo desde 2007, que publiqué con mis comentarios en 2009. De este último, vendí dos ejemplares (y se me quitaron las ganas de editar más recopilaciones). Del primero de los libros de Poesía se editaron 1.500 ejemplares y se agotaron todos; del segundo, edité mil ejemplares, dedicando sus beneficios a la Asociación Española Contra el Cáncer y está prácticamente agotado (debiera estarlo, sino fuera por la pandemia, que me impidió dar tres recitales que tenía programados).

Tengo, por tanto, mucho material no publicado en papel. En este mismo blog sí he dado a la publicidad telemática casi veinte libros (que el curioso puede localizar si husmea por los apartados y categorías que figuran en la lengüeta de la derecha).

No dejo de escribir. Mi última obra literaria es un libro de cuatrocientas páginas (Con Vencidos, 2021,@angelmanuelarias), en la que utilizo mi imaginación y algo de conocimiento histórico para glosar la vida de alguno de mis antepasados, encajándolos en el período en que les tocó vivir. No me imagino firmando ejemplares de ese libro (o de los otros que escribí) en una caseta. Porque cuando comprendo que detrás de esos 90.000 ejemplares editados en España (¡solo en España!) hay un autor y toda una cadena de profesionales (impresores, maquetistas, editores, distribuidores, libreros, financieros, etc.) se me arruga cualquier intención y me pregunto: ¿Para qué escribimos?

¡Si nadie lee!

Publicado en: Actualidad, Literatura, Medicina Etiquetado como: Absueltos de todo don, Con Vencidos, Editorial, feria del libro, lectores, libro, Madrid, Sonetos desde el Hospital

A la de una, que inventen la vacuna (Soneto)

28 abril, 2020 By amarias 2 comentarios

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(Soneto para jugar a la rayuela, o cascayu)

A la de una, que inventen la vacuna;
a la de dos, nos saquen de este encierro
a la de tres, verdad digan alguna
a la de cuatro, no falte digno entierro.

A la de cinco, tenga yo fortuna
a la de seis, paseémonos sin perro
a la de siete, vigilantes con la hambruna
a la de ocho, avisos con cencerro.

A la de nueve, viejos en la cuna
a la de diez, perdónenme si yerro,
a la de once, soñando con la luna.

A la de doce, me quiten este hierro
a la de trece, vuelva aquí la tuna
y a la de catorce, fuera el testaferro,

28 de abril de 2020

—

Uno de mis dibujos más enigmáticos -y queridos, por lo que significa, en mi opinión de realización conseguida-, y que también he pintado a óleo en formato grande (el original, a lápiz y acuarela, tiene la dimensión A3, habitual para mis creaciones pictóricas, por la facilidad de llevar el bloc en mis excursiones o mantenerlo sobre mis rodillas mientras veo una película en la tele; me es muy difícil concentrarme en la pantalla).

El título es, en sí mismo, un desafío y proporciona una pista: “El hijo de la afrenta”. Una mujer y dos hombres. Ella lleva un extraño ser en brazos, casi cayéndole al suelo por la poca maña con la que lo sostiene; ese hijo (según el título) tiene cuerpo humano, de infante, y cabeza de pájaro. Los dos hombres tienen diferentes actitudes: el central, protector, extiende sus brazos para abarcar tanto al otro hombre como a la mujer. El de la izquierda del dibujo lleva el pecho abierto y de él está extrayendo un masa confusa de intestinos y naturaleza. El rostro de la mujer adúltera refleja inocencia y candorosidad; pudor, incluso.

Estaría claro que, tratándose de un adulterio, el sufridor de la afrenta sería el marido cornudo, que abre su pecho, en expresiva bondad, hacia la mujer amada, siendo desconocedor de que el niño que lleva su esposa en los brazos no es suyo.

Pero una única interpretación no encajaría con la polivalencia que siempre -casi siempre- pretendo dar a mis cuadros y dibujos. La mujer, cuyo rostro recuerda a las magníficas hembras de Botticelli, ( la Venus de su Nacimiento, en concreto), es un trasunto de esa diosa pagana, como es sabido, es símbolo de erotismo y fertilidad.

El niño es, en realidad, un demiurgo, un semidios, una mejora de la raza humana, que será capaz de volar como un pájaro, además de estar dotado de la inteligencia y el poder propio del hombre. No se representa, pues, un adulterio, sino una concepción consentida. Y “el hijo de la afrenta” es, por tanto, una promesa de futuro, que su padre putativo acoge con cariño y promesa de dedicación.

 

Publicado en: Actualidad, Literatura, Personal, Poesía Etiquetado como: angel manuel arias, coronavirus, rayuela, soneto, sonetos desde la crisis

La evolución de China novelada por una periodista

10 mayo, 2018 By amarias Deja un comentario

Georgina Higueras, periodista, ha escrito una novela sobre China ofreciendo al lector una visión personal, intensa, de dos momentos de la historia reciente de ese macro-país. Lo hace utilizando y, en mi opinión, muy bien, el recurso literario de hacer que la protagonista vuelva a China después de varios años, tratando de reencontrarse con una amiga de la que perdió la pista desde la época en que estudió allí.

Georgina no renuncia a su formación periodista para poner en pie su relato. “En busca de mi hermana china” (Edit. La esfera de los Libros, S.L., 2018). En realidad, el argumento literario se resume con precisas pinceladas en la propia carátula del libro: A finales de los setenta, muerto ya Mao, Beatriz, una española estudiante de postgrado en Historia, obtiene una beca para estudiar en Beida (la Universidad de Pekín) y se hace amiga de Zhou Xin, estudiante de arqueología. Treinta años después, sin haber tenido contacto entre ambas, con una vida compleja tras de sí, Beatriz vuelve a China para reencontrarse con Xin.

Pero la novela es un repaso muy interesante, contado desde el conocimiento, desde dentro -y con una visión crítica y culta del país- de los acontecimientos históricos y la cultura, desde la perspectiva de los convencionalismos, los oportunismos personales y las posiciones ideológicas cambiantes.

La narración está separada en breves capítulos, con títulos que parecerían el encabezado de artículos periodísticos. La formación/deformación de la licenciada en ciencias de contar cosas, se advierte también en la manera en que se detalla la conversación con algunos de los personajes de la novela, que parecen responder a un cuestionario. Todo ello, lejos de hacer perder agilidad al relato, lo introduce en una zona de gran atractivo: conocer detalles de la vida y de la política chinas, contada por hombres y mujeres a los que es imposible no conceder una existencia real.

No se lo que tiene de autobiográfico la novela de Georgina. Seguramente, en lo que corresponde a la visión del país, del ambiente universitario de la ciudad de Pekín, e encanto de los descubrimientos arqueológicos de Xi´an, y, muy en particular, al perfil detallado de algunos personajes, bastante.

Cuando alguien lee la novela de un amigo -y Georgina lo es, y cuenta con mi aprecio profesional como uno de los mejores periodistas de este país- puede correr el riesgo de tratar de identificar pasajes y momentos con la vida real del autor/autora. Esa tentación no tiene interés para mí. La novela me pareció sugerente, espléndida en su concepción de contar lo que alguien sabe de un país aún misterioso, al margen de los eruditos (y falsarios en gran medida) libros de economía o historia académicos.

Le encontré un aliciente más, que me recordó -en una asimilación de ideas sorprendente, incluso para mí- “La naranja mecánica”, de Kubrick, en la que los malvados protagonistas incorporan palabras y expresiones rusas cuando hablan entre sí. Los principales personajes de Georgina son gente buena, de ética irreprochable, de un bilingüismo contagioso. He anotado, por curiosidad, las palabras y expresiones chinas -traducidas al español- que se vierten en la novela. Más de doscientas. Constituye, en este sentido, también un acicate para iniciarse en este complejo e imprescindible idioma del presente y, claro, del futuro.

Un libro, en fin, entretenido y, al mismo tiempo, ilustrativo.


La portada del Libro del que hago corta recensión en este Comentario es magnífica (tomada, por lo que creo deducir de AGE Fotostock, y con derechos de autor). Me permito, por tanto, ilustrarlo con una de las más hermosas fotografías que he tomado recientemente, en homenaje a Georgina y a nuestra amistad.

Se trata de una pareja de camachuelos (Pyrrhula pyrrhula), fringílidos de aspecto inconfundible, discretos en su comportamiento (aunque no se puede decir que sean tímidos), que se pueden encontrar con alguna frecuencia en las zonas de sotobosque y hayedos del norte. Esta pareja nidificante, en concreto, posó para mí en la frontera de un bosque de castaños bastante abandonado y una pomarada cercana al río Narcea.

Publicado en: Actualidad, China, Cultura, Economía, Literatura, Tecnologías Etiquetado como: camachuelo, China, Georigina Higueras, la hermana china, libro

Otras gentes: (2) Los tipos con carácter

3 agosto, 2017 By amarias Deja un comentario

Hay tipos enérgicos, con genio, que solemos definir coloquialmente como “gentes de carácter”. Hasta no hace mucho tiempo, a los jefes -no solo en los Ejércitos- se les exigía tener carácter, equivalente no ya a dotes de mando, sino como a la capacidad para imponer su criterio entre los subordinados.

Porque se admitía que quien había ascendido algunos peldaños -pocos o muchos- por la escalera del poder, tenía más información, inteligencia y capacidad que las gallináceas que nos encontrábamos más abajo. Ya fueran profesores universitarios, directores de departamento, subsecretarios de Estado o bedeles de un establecimiento, las “gentes de carácter” indicaban, con tono y gesto inconfundibles, que había que seguir sus instrucciones, o… exponerse a las consecuencias (suspenso, marginación, congelación de salarios, paralización de expedientes, vueltas al patio, etc.)

El paso del tiempo y el cambio de época trajo como consecuencia la pérdida de aprecio hacia la característica del “carácter”, al menos entre los directivos de empresa. Se valoran ahora más, dicen, los “jefes colaborativos”, los “creadores de equipo”, los “jefes que no se imponen, sino que convencen”.

Por supuesto, no me creo -o muy poco- en los fundamentos de esa corriente, en lo que pueda interpretarse como que el jefe ha de ser “blandito” y acomodaticio, para sacar el máximo rendimiento a un equipo. Los jefes han de saber lo que quieren, tener las herramientas para hacerlo cumplir- premiando a unos y penalizando a otros- y, aunque no sepa exactamente cómo hacerlo, más le vale poder criticar (con rudimentos, por básicos que sean, pero certeros) lo que han hecho sus subordinados, para no convertirse en un títere a expensas del grupo sabihondo.

No son estos tipos con carácter a los que me vengo refiriendo hasta ahora, los que más me enervan. Al fin y al cabo, allá las organizaciones con la valoración que hagan de las personas. Si me fijo en los directivos de empresa españoles y hago un rápido análisis comparativo con los de otras nacionalidades -y claro está, no los conozco a todos-, aquí son muy apreciados los tipos “hechos a sí mismos” y, además de la opción de ser “hijo de papá” para asumir el mando de una empresa familiar, antes de mandarla al concurso de acreedores, en los grandes grupos empresariales -estos es, lo que llamamos aquí grande- no escasean los que han hecho sus dientes con los dineros públicos, para poder aplicarse bien después en la gestión de los privados.

Las gentes a las que ofrezco mi falta de aprecio en este Comentario son quienes interpretan que su posición de poder les da carta de naturaleza para despreciar, mancillar o explotar a los subordinados, ya les paguen ellos directamente o no.

Esos esclavistas “modernos”, negreros de devoción, fulanos sin respeto al otro, que se creen poseer el dominio sobre un semejante porque le remuneran -generalmente, por debajo de lo que marca la ley- o porque, en los recovecos de su mente retorcida, se imaginan que el otro les debe el favor de la existencia, no son tan escasos.

Especialistas en el maltrato, vocingleros, cortos de alcance pero hábiles en sacar partido de su posición injusta (ni son inteligentes, ni merecen su posición en justa lid, ni, en todo caso, no hay mérito ni virtud que les autorice a pisotear a otros), cuando encontremos a uno de esa subespecie, habría que hacerle la trompetilla.

Lamentablemente, no es extraño advertir que, con su inicuo comportamiento, consiguen no pocas veces sacar tajada. Se las tiene miedo, y, no ya el oprimido, sino el testigo de su exhibición de impudicia con él, se callan. En las conversaciones, nos referimos a ellas como, “gente con mal café”, “gente de mal genio”, pero mejor les va el tenerlos por “gente sin corazón”, “gente desalmada”, y, en fin, ponerlos en el sitio de “gentuza”, negreros fuera de estación, tipejos que se encumbran sobre las espaldas de otros.


La belleza del cisne -blanco o negro- es objeto de alabanzas, un tanto por tradición. Todos los niños nos emocionamos con el cuento del patito feo y los adultos quedamos una y otra vez embelesados con las interpretaciones de “El lago de los cisnes”.

En el agua, los cisnes lucen, con su largo cuello tan maniobrable, su singularidad. Fuera del líquido elemento, son realmente patosos, y su cuerpo desgarbado es evidente. ¿Qué decir de su canto? ¡Un graznido sin emoción, un tufido de trompeta!

 

 

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Otras gentes: (1) Los impacientes

23 julio, 2017 By amarias 1 comentario

Introducción

“La gente”, son los demás, pero no todos y no cualesquiera. Según el contexto, o la intención, podemos acotar con mucha libertad, como si se tratara de un elástico, lo que entendemos por este vocablo excepcionalmente flexible.

En estos comentarios con trasfondo veraniego, pretendo referirme a tipos muy especiales de gente. Pero, antes de entrar en harina, quisiera poner de relieve algunas particularidades del empleo de este genérico.

Cuando decimos, por ejemplo, “Hay demasiada gente”, estamos significando una decepción. El imaginado disfrute con la pareja, la familia o los amigos, de ese rincón que habíamos deseado despoblado, se ha visto afectado en su valoración por una aglomeración indeseada de semejantes. Nada que ver con lo que habíamos sentido cuando “Había poca gente”, o “casi nadie”. La prometida sensación de absorber, sin contaminación de desconocidos, el paisaje que creíamos recóndito, la exposición de pintura que deseábamos contemplar con calma, etc., se ha roto en pedazos, por culpa de la “excesiva gente” en relación con lo que hubiéramos considerado tolerable (según un baremo individual intrasvasable).

Pero, cuidado: “poca gente”, puede significar, en una ambivalencia memorable, que el espectáculo, el restaurante, la sala de fiestas o… la celebración popular, no alcanzan la densidad prometida o deseada de cuerpos ajenos. Para el equipo organizador de una manifestación, un certamen o para el dueño de un negocio, que haya “poca gente” es una mala noticia. Porque hay momentos en que nos apetece cumplir con el ritual de ver y ser vistos, curiosear con otros, compartir la afición, rentabilizar la inversión o zambullirnos en la algarabía de un acontecimiento programado.

El vocablo, en las conversaciones distendidas, entre amigos, refleja su polisemia cuando  tratamos de establecer nuestra teoría particular sobre los comportamientos colectivos: “La gente es maleducada”, o “desconsiderada”, o “ignorante”. Con estos giros y modismos dejamos claro que nosotros y nuestros interlocutores no somos “ese tipo de gente”. Nos separamos, pues, de “la gente”, para subrayar nuestra superior individualidad, que, claro, nadie ajeno tiene por qué comprobar, ni necesitamos refrendarla con certificado o diploma alguno.

En la empresa -y también en la política, y, por lo general, allí donde cuecen unas habas con sudores colectivos-, no es extraño oir al jefecillo hablar de “mi gente”, cuando se quiere poner de manifiesto que se cuenta con adeptos fieles, de esos que te comen en la mano.

El despectivo de gente es gentuza, que reservamos para aquellos que son “mala gente”, incluso aunque no los conozcamos de nada. Se distingue así entre quien es “una mala persona” -que es un atributo personal que enjaretamos al tercero que nos hizo alguna faena, y un “grupo de gentes”, al que por razones éticas, sociales o estéticas descalificamos en tropel. Es probable que la gentuza no nos haya hecho mal alguno, y que sea su origen étnico, su indumentaria o -en épocas convulsas, como la presente- el pertenecer a una ideología o  creencia distante de la nuestra, que será, por definición, la verdadera.

Sospecho que quedan cada vez menos “buenas gentes”, esas “gentes de buena voluntad” de la que hablaban los cánones de la conducta, “dispuestas a echar una mano” o “de fiar”. Y, desde luego, a ningún político actual se le ocurrirá referirse al auditorio como “Gentes que me escucháis”.

Aunque, en algunos textos, “gente” sea equivalente a “pueblo”, o “sociedad” en su conjunto, ahora, lo que pide el cuerpo social es apelar a “ciudadanos y ciudadanas” (indicando la localidad o el grupúsculo específico), “hombres y mujeres”, “amigos y amigas” y combinaciones similares. Yo sería partidario, como desagravio histórico, hablar solo de “mujeres” o “amigas” (entendiendo que se está incluyendo también al sexo masculino).

Quizá aún más correcto sería, cuando hubiera que dirigirse a un público heterogéneo, aunque me desvío del tema “gente” para zambullirme a “cuerpo gentil” en la vigente tontuna, enumerar, “Querido colectivo GLTBIA, hombres y mujeres heterosexuales puros -matizando, si queda alguno que tal se considere-, a vosotros me dirijo”.

Los impacientes

El impaciente es un tipo de gente que concede, por razones ignotas, un valor desmedido al tiempo. Desarrolla sus actitudes, en especial, cuando está motorizado. Cuando el semáforo cambia de color, hace sonar el claxon de su vehículo varias veces, apremiando a que la cola se mueva a velocidad supersónica. Si encuentra el badén de entrada a su garaje interceptado parcialmente por otro vehículo, o advierte que un coche en doble fila le obligaría a hacer una maniobra más compleja de lo habitual, obsequia al vecindario con un recital de bocinazos

El impaciente se arriesga a llevar por delante al descuidado peatón que no sabe que la luz verde no es suficiente para detener su preocupación obsesiva para ahorrar unos segundos, poniendo a prueba la capacidad del motor para pasar de reposo a máxima aceleración.

El impaciente sale el primero de la sala de conferencias pero estará ya con la copa de vino y el canapé en la mano, cuando el grueso de asistentes pase al lugar del cóctel (si lo hay).

No hay que confundir al impaciente con el “jeta” o “aprovechado”, al que dedicaré atención en su lugar.

Debo señalar que “el impaciente” es poseedor de un estado transitorio y, además, vano y hasta inútil, cuando no peligroso, incluso para él mismo. No hay provecho real para el impaciente, que se pierde los títulos de crédito y la música de final de las películas, que no aguarda al coloquio de las conferencias y se va de los cócteles con el atragantón de los primeros canapés, sin esperar a que saquen las croquetitas y las tartaletas de riñones al Jerez.

En fin. Todos hemos “estado impacientes”, aunque no lo seamos. Se está impaciente ante el nacimiento de un hijo, de un nieto; impaciente por conocer el resultado de un examen, saber si hemos sido preseleccionados en un certamen (aunque sea para un micro-relato sobre la tortilla de patata y el arte de la manduca), y, naturalmente, antes de que nos indiquen el diagnóstico resultado de las pruebas clínicas, nuestras o de un allegado.

Hay gente que “se muere de impaciencia”, aunque no me consta que pasen a ocupar sitio -al menos, no inmediato- en las necrológicas. También la impaciencia puede “corroer” (hay que imaginar que algún lugar recóndito en las entrañas metafísicas). La impaciencia se debe contener, aunque no se sabe cómo, pero “tener paciencia” es un consejo que se suele dar, aunque no se pida; sobre todo, a los niños y, entre los adultos, a quienes participan en cualquiera de esos concursos estúpidos que prodigan las cadenas de televisión privadas, y en la que el presentador repite “no te precipites” al participante, como si fuera el soluto de una disolución en una marcha analítica en la que hemos confundido los reactivos.

En fin, si el lector “ha agotado su paciencia” con esta lectura concebida para pasar un rato veraniego, discúlpeme. No por ello lo juzgaré impaciente, ni yo me laceraré por parecerle pesado. Que no todos tenemos la “paciencia del Santo Job”, ni ganas de que se nos pruebe en ella.


Este gorrión sacia su sed en acrobática postura sobre uno de los arroyos del Retiro. Una joven hembra, parece. Obtener fotos de aves -tan ágiles, móviles, cambiantes- es un ejercicio de paciencia. ¡Salud!

(continuará)

 

Publicado en: Literatura, Sociedad Etiquetado como: buena gente, gente, gentuza, gorrión, impacientes

Cómico o ridículo (18)

2 marzo, 2017 By amarias Deja un comentario

A los animales, e incluso a las cosas, se los llega a coger cariño. Se de familiares y amigos que han llorado la pérdida de un perro o un gato con tanta intensidad y verosimilitud como si fuera de la familia (no me atrevo a poner el nivel más alto). La devoción a algunos objetos, que mantenemos durante décadas como recuerdo de quién sabe qué situaciones, es también conocida.

Reconozco, arrojándome la primera piedra, que soy incapaz de desprenderme, por ejemplo, de las decenas de libretas en las que, por inveterada costumbre, fui anotando durante años, apuntes de conferencias, conversaciones telefónicas, notas de las reuniones en las que participé.

Federico era un pollo. No recuerdo cuando apareció en nuestra vida familiar, en uno de los veranos que pasábamos en el pueblo. Supongo que habría sido adquirido junto a otras decenas de pollitos destinados a mejorar el sabor del arroz, cuando hubieran adquirido el tamaño suficiente para alcanzar la categoría de pollo tomatero.

La peculiaridad de Federico consistía en que acudía cuando lo llamábamos. No importa lo lejos que estuviéramos de lugar en donde sus compañeros engordaban ciegamente, a base de maíz, harina de trigo y gusanos que recogían del recinto de gallinero, si alguien gritaba: “¡Federico!”, al poco rato acudía presto, moviendo sus alas para impulsarse con aún mayor rapidez.

Para los niños de la casa, aquel pollo era un juguete especial, con el que hacíamos las inevitables pruebas de confirmación del fenómeno. Si estábamos en el jardín, y Federico se encontraba (porque así lo habíamos dispuesto) en la azotea, el animal, al instante de ser invocado, se lanzaba con arrojo propio del capitán Trueno desde lo alto, para venir al lado de quien lo hubiera llamado.

Ni qué decir tiene que el pollo sobrevivió a sus compañeros. Cuando tuvimos que volver a Oviedo, yo, como capitán de la patrulla que formaba junto a mis hermanos, di instrucciones precisas de cómo debería cuidarse, porque no tenía dudas que, al año siguiente, convertido en un gallo hecho y derecho, aquél ave singular estaría en condiciones de generar una estirpe de prodigiosa inteligencia (a nivel avícola, por supuesto).

En las cartas que dirigía puntualmente a mi abuela y tía, que habían quedado hasta comienzo del invierno en la casa de campo, me interesaba por el estado del pollo, y recibía tranquilizadora información de que progresaba adecuadamente. En mi imaginación infantil, hasta creía que, con el aumento del cerebro propio de la edad, Federico sería capaz de otras habilidades, a poco que se le enseñara.

Grande fue mi decepción cuando, a principios de diciembre, tuve ocasión de hacer una breve visita al pueblo. Federico no estaba. Después de una investigación en la que tuve que utilizar mis habilidades policíacas, se me reconoció que, el mismo día de nuestra marcha, Federico había corrido detrás del coche y había sido atropellado por un camión. Se me había ocultado la información, se me dijo, para no disgustarme. “Mejora hubiera sido haberlo echado a un arroz”, dijo el casero, manifestando su insensibilidad.

Así terminó la historia del único ave con inteligencia emocional que conocí. Las demás gallinas con las que me crucé en mi existencia me parecieron, sin excepción, estúpidas.

Por ejemplo, es proverbial la incapacidad que tienen las gallinas para esquivar los automóviles, al contrario, por ejemplo, que las urracas, los cernícalos, los cuervos y hasta los gorriones.

Un día en que volvíamos de Guitiriz, en donde había acompañado a mi padre a visitar una concesión de caolín que prometía hacernos millonarios -jamás se cumplieron, lamentablemente, sus predicciones-, ya al atardecer, avistamos, detenidas en la carretera, picoteando alegres, un grupo de perdices. Mi padre, que conducía -yo tendría doce años-, en un hábil movimiento de volante, consiguió atropellar a dos de ellas.

Cuando nos disponíamos, con emoción, a recoger la caza, apareció una señora con muy malas pulgas que nos afeó el que hubiéramos matado a dos de sus gallinas conduciendo tan temerariamente.

Después de una discusión, en la que venció, sobre todo, la vergüenza de la torpe apreciación que habíamos tenido sobre la naturaleza de los pollos, mi padre consintió en abonar unas pesetas por las fallecidas.

Con fingida dignidad, cuando la campesina le ofreció quedárselas, renunció a tal cosa, con un: “Que le aprovechen a Vd. señora, que a nosotros no nos gusta el pollo, que somos más de pescado”. Y seguimos, tan campantes, sin referirnos al incidente.


Hace unos años, alguien puso una mascarilla a la estatuilla de Arturo Soria, el insigne urbanista, que preside el viaducto sobre la avenida de América. “Menos mal que estoy muerto” rezaba el letrero que acompañaba al acto reivindicativo de una ciudad con atmósfera más limpia.

En Madrid gobierna desde va a hacer dos años la alcaldesa Manuela Carmena, que me da la impresión que ha adoptado un perfil más bajo que al inicio de su mandato. Hace unos días se terminó el plazo para que los madrileños votáramos si queríamos que la Gran Vía se peatonalizara y que el billete de transporte público fuera único, para autobús y para metropolitano.

Bien está mantener al personal entretenido. Hoy mismo, una algarabía de bocinazos colapsó la calle Arturo Soria. A golpe de claxon y griterío, acompañados de varias decenas de coches policiales, motoristas de la nacional y urbana, una respetable (en tamaño) caravana de coches y autobuses de las academias de conductores pedían, por lo que pude deducir, que se hicieran exámenes, ya.

Lo que ya no se es si a Arturo Soria, estatua, le colocaron algún cartel esta vez. Yo no pude sacar el coche del garaje y tampoco fui capaz de concentrarme en mi trabajo, por el ruido. Había quedado a comer con un amigo, y cuando fui a coger el metro, resulta que no había servicio, al menos durante media hora, según anunciaba la megafonía. Las opiniones entre los que esperaban en vano, se repartían entre los que creían que era debido a la huelga de conductores y los que argumentaban que alguien se había arrojado a las vías.

Salí de la estación y fui andando.

 

 

Publicado en: Literatura, Personal Etiquetado como: atropello, caolín, cómico, cultura, educación, gallináceas, guitiriz, pollo

Granja humana

12 noviembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

El ensayo filosófico de George Orwell titulado Animal Farm y contado en forma de novela, podría haberse titulado Human Farm sin tener necesidad de cambiar el argumento, porque los animales de la historia son perfectamente identificables como seres humanos travestidos.

En verdad, y no solo en el idioma en el que esto escribo, se atribuyen a algunos animales defectos y virtudes para aplicarlos a los demás humanos (o a nosotros mismos), como si se reconociera que el grado máximo de una cualidad no se encuentra entre nosotros, los monos desnudos que analizó Desmond Morris.

Por eso, podemos tener hambre de lobo, memoria de elefante, ser taimados como un zorro o miedosos como los conejos o las gallinas. Faltos de coraje o de ideas, nos comportaremos como un corderito (o miraremos como uno de ellos degollado), disimularemos nuestra satisfacción con lágrimas de cocodrilo y nos arrastraremos como gusanos para pedir un favor o indulgencia.

Hay tipos que se comportan como una mosca -y, hay que prestar atención a las cojoneras-, o son molestos como ladillas. Si no merecen atención, no pasan de microbios y si son lentos como caracoles, mejor no encomendarles nada que demande prisa, ni a ellos, ni a quelonios. De tener cuidado con alguien, seámoslo con los taimados y prudentes como serpientes (consejo bíblico, además) y, como norma de felicidad, puede servir la de sentirse como pez en el agua (aunque sospecho que se siente mejor un escarabajo entre la mierda).

En el zoo humano con remedos animales, no faltan quienes tienen vista de águila, tanto para descubrir agujas en los pajares como para detectar, de lejos, a los que vienen bufando. Si encontramos a algún subordinado o criado que sea fiel como un perro, podemos sentirnos de enhorabuena, porque es más habitual que, cuando menos te lo esperas, aquel en quien confías te de una coz; que de desagradecidos está el mundo pleno, y está claro como el agua que eso de cría cuervos y te sacarán los ojos se refiere a la naturaleza de los humanos y no a la de los córvidos.

Aunque las cosas no se ven como hace años, siguen siendo motivo de murmuración ajena las cornamentas con las que se identifica a los que sufren infidelidades, ya sea por asuntos de cama o de trabajo, referencia visual tomada de animales machos -cabríos, pero también cérvidos y bóvidos- que pelean hasta la extenuación para aparearse con el mayor número de hembras del rebaño, utilizando, antes que el sexo, la testuz.

Por cierto, y sin que se sepa bien porqué, se atribuye a las gallinas la cualidad de ser promiscuas, a las ratas ser pobres y a los osos, la fealdad.

No está de mas precisar, para novatos en las delicias de esta lengua, que tenerlos como el caballo de Atila, Espartero y otros tipos que pasaron montados a la historia, no implica afición a la coyunda, sino al riesgo.

En el invierno, estés vacunado como si no, es raro que no pases unos días con una fiebre de caballo, y, en toda estación, se encontrará a especialistas en marear la perdiz o revolotear sin rumbo fijo. Se puede ser feliz como un pájaro (desde luego, no enjaulado), presumido como un pavo (real), patoso como es lo propio de los ánades, o ser tratado como un perro, que quiere decir, en este caso, mal (aunque para sí lo quisieran algunos).

Circunstancias exóticas también cuentan con adeptos en esto del lenguaje críptico, como encontrarse como pulpos en garaje o elefantes en cacharrería.

Lo dejo aquí. No quiero ser más pesado que una vaca en brazos, ni parecer más torpe que un pollo mareado, ni con menos ingenio que un mosquito, que ya serían ganas de estar por ahí pintando la mona.

Publicado en: Literatura, Sociedad Etiquetado como: asno, cocodrilo, conejo, cordero, cornudo, elefante, gallina, granja, humana, mono desnudo, Morris, Orwell, personificación, zorro

Cuento de verano: Rajoy vuelve a ganar en la Moncloa

21 julio, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

El calor era sofocante, aunque los árboles daban una sombra agradable y la sangría del botijo estaba fresca. Desde mediados de julio hasta avanzado agosto, Madrid se convierte en un horno; después, las tardes se van enfriando y septiembre tiene ya días en que hasta se puede juzgar desapacible.

El Presidente estaba relajado. Después de la tremenda tensión vivida, las apariciones públicas habían serenado los ánimos. También había contribuido, desde luego, que una parte de los madrileños se habían ido de vacaciones. Pero lo más importante es que ya no había nada por lo que protestar.

Cuando Bárcenas, el antiguo tesorero y gerente del Partido Popular había empezado a filtrar documentos con presuntos cobros de altos cargos de la organización, al parecer, producto de sobornos de empresas constructoras para conseguir contratos públicos, todos miraban hacia Mariano Rajoy, esperando que diera alguna explicación.

Excelente jugador de tute subastado, el Presidente sabía que si uno no tiene buenas cartas, hay que apoyar las del compañero y, si la pareja contraria ha cogido buena mano, lo que procede es forzar a que haga una apuesta tan alta que no podrá cumplirla.

Se había reído con Dolores de Cospedal cuando recordaba los últimos acontecimientos de julio de 2013. Después de presentada la moción de censura por Pérez Rubalcaba, todos esperaban que inmediatamente después de agosto, cuando terminara el parón parlamentario provocado por el descanso veraniego, se produjera una batalla dialéctica que acabara con el prestigio de honesto de Rajoy y permitiera a la oposición, aunque no, desde luego, conseguir la censura, ganar más partidarios que le garantizasen una amplia mayoría en la convocatoria electoral que, más temprano que tarde, acabaría obligando a adelantar la presión de la calle.

Todo había sucedido, sin embargo, de forma muy diferente.

A la vuelta del viaje del Rey a Marruecos, en donde se había hecho acompañar de todos los exministros de exteriores de la democracia (salvo Morán, enfermo) y de cinco ministros del actual gabinete, además de prácticamente todos los empresarios responsables de la Plataforma por la Competitividad, el giro de los acontecimientos había sido drástico.

Fueron días intensos, en los que apenas si se hizo caso a la delegación marroquí, sorprendida por tantos visitantes del envidiado país vecino, diciendo a todo que sí, cuando lo normal habría sido -según la tónica- quejarse por la falta de seguridad jurídica y el incumplimiento de los pagos.

La grabación de la declaración conjunta de todos, a la vuelta, a la manera de un anuncio publicitario sincopado, explicando a la opinión pública cómo funcionaba el país y la estructura de los poderes públicos, y. sobre todo, cómo había funcionado en este concreto caso, sería incorporada a la Historia de España y objeto de estudio obligatorio en las escuelas, incluso de parvularios. “Eso es lo que hay”, había concluido el Rey, en frase coreada por una multitud de personajes, todos nombres muy conocidos, rostros vinculados a la seriedad, la decencia, los valores inmutables, la ética y el respeto al Derecho.

Cuando vio que Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón eran incapaces de alcanzar las siete bazas a las que se había comprometido, Rajoy respiró satisfecho. Había vuelto a ganar en la Moncloa.

Soraya Sáenz de Santamaría les trajo un botijo con sangría recién hecha, siempre tan diligente. En la mesa de al lado, completando la pequeña liguilla de verano, Rubalcaba y José Blanco estaban dando una paliza descomunal a dos representantes de la sociedad civil, elegidos por sorteo.

Pero quién era el iluso que les habría aconsejado medirse con campeones. Ni a la altura del betún llegaban los pobrecitos, que, por supuesto, tuvieron que pagar los cafelitos y las copas.

Publicado en: Literatura, Política, Sociedad Etiquetado como: angel arias, Bárcenas, Blanco, cuentos de verano, oncloa, Rajoy, Rubalcaba, Soraya Sánez, tute subastado

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