Rafa Nadal, tenista con unas capacidades físicas excepcionales, ha conseguido su 21º (léase “vigésimo primero”) Gran Slam, es decir, ha sido 21 (léase “ventiuna”) veces ganador de uno de los cuatro torneos oficiales que organiza cada año la Federación Internacional de Tenis. Nadal es especialista en pistas de tierra batida, y ha sido ganador del Rolad Garros, trece veces. Los otros tres Gran Slam son el Torneo de Wimbledon, en césped o hierba; el Abierto de Estados Unidos en tierra dura y el de Abierto de Australia en cemento o tierra dura.
Hay voces que piden que a Rafa Nadal debiera dársele el Premio Princesa de Asturias y que es una injusticia no concedérselo. Pero el gran deportista mallorquín ya obtuvo ese preciado galardón en 2008, cuando era Presidente del Jurado Juan Antonio Samaranch, quien, al leer el acta del Jurado, dejó claro que se le concedía “tanto por la trayectoria deportiva como por la categoría humana” del premiado. El Presidente de la Real Federación Española de Tenis de entonces, al felicitar al deportista, afirmó que “era un ejemplo para la juventud mundial”.
Rafa Nadal sigue siendo hoy un ejemplo, acrecentado, y no solo para la juventud mundial.
Es una persona de éxito, que ha sabido sacar partido de sus habilidades físicas, enfocándolas, correctamente orientado, hacia el tenis como profesión. Porque Rafa Nadal es un deportista profesional. Su fortaleza, su capacidad para entrenar sin descanso y su indudable facultad para el sacrificio y aptitud mental para la concentración en momentos difíciles en la pista, cuando otros podrían dar por perdidas las opciones, le han permitido ganar, a lo largo de su carrera, unos 115 millones de euros ( 2,8 millones tras haber ganado en Australia). A estas cantidades hay que sumar los derechos de imagen.
Es de destacar, también, que el deportista, a salvo de un breve período, ha mantenido su domicilio fiscal en España (y el de las sociedades que administran y gestionan su patrimonio), sin utilizar las trampas de evasión de otros genios del deporte profesional, que han fijado sus domicilios en paraísos fiscales. Nadal ha sido investigado en alguna ocasión por Hacienda (en 2012 se le obligó a cambiar la sede de las empresas de imagen) y, aunque subsiste alguna confusión sobre el resultado de tales pesquisas, declara, cuando se le pregunta que “está al corriente en el pago de impuestos”.
Nadal es importante para la débil autoestima colectiva de este país desde el que escribo, por muchas razones. Cuando juega, nos hace vibrar y sufrir al mismo tiempo, liberando después una gran dosis de adrenalina complaciente colectiva cuando gana. Cuando pierde, ante alguno de los colosos de este deporte visual de masas, lo hace ante otro ídolo, al que no tenemos otro remedio que reconocerle sus virtudes, con lo cual hemos llegado a tener repartidos los afectos y perder con Rafa, aunque duro, es más dulce. Sucede algo parecido a los encuentros del Atlético de Madrid frente al Real Madrid: cuando gana nuestro Atleti, se produce una explosión de orgullo colectivo para sus seguidores; cuando pierde, la derrota, siendo amarga, es dulce, porque todo queda en casa de los madrileños. Si perdiera contra el Barça, … sería otra cosa.
Nadal es un ejemplo para la niñez y la juventud porque es sencillo de formas, habla con claridad y sin ampulosidad; se explica con modestia, tanto si gana como cuando pierde. No es guapo, pero tiene buena planta y sabe sonreir con una candorosidad de niño bueno. En cierto modo, es un ave Fénix humana: varias veces le han dado por exhausto, finiquitada su carrera, y aquí está, demostrando que la experiencia es un grado, también en estas lides (por cierto: Novak Djokovic tiene 35 años, uno menos que Nadal; y Federer anda ya por los 40).
Nadal es amigo del Rey de antes, y no lo rehúye ni se avergüenza de que lo fotografíen junto a él en su retiro de león de invierno en Ab Dahbi.
Ignoro si esto contribuye a mejorar la imagen del caído -mujeriego; presunto evasor fiscal; evadido sin razones-, que no ha conseguido aún verse compensada en el resentimiento colectivo, alimentado desde el propio Gobierno, por las muchas virtudes -salvador de la democracia nacida de una cesárea y con aspecto delicado; impecable imagen exterior de España mantenida durante cuatro décadas; simpático personaje que nos alivió el rostro de una dictadura casposa y nos apartó de otra asonada militar; conseguidor de increíbles contratos que fortalecieron el crecimiento internacional de nuestras empresas más emblemáticas (como se dice ahora)-.
Cuando leo que el actual presidente del Gobierno ha asumido la representación institucional en la Feria Mundial de Dubai (a tiro de piedra de Abu Dahbi), en detrimento de la aparición del Rey Felipe VI, para evitar especulaciones sobre un eventual encuentro paterno-filial, me pregunto qué tipo de estupidez se nos da con el agua del grifo a los españoles (copio la frase de mi admirada Isabel Coixet, que atribuía al agua catalana, el empeño independentista de una facción de sus co-provincianos).
Niños, jóvenes, aprended de Rafa Nadal. No es necesario que compréis una raqueta de tenis ni os apelotonéis para pedir la vez en las pistas municipales. Buscad en vuestras capacidades, aquello que os permita destacar o, al menos, ganaros la vida con honradez.
Y, sobre todo, aprended de Nadal una forma de comportamiento que tienen millones de vuestros coetáneos aunque no aparezcan en los medios públicos ni practiquen deportes con resultados de élite: ser sencillos, desacomplejados, mirar los triunfos con el mismo color de gafas que los eventuales fracasos. Con los primeros, robustecemos la personalidad y, tanto mejor, ganamos dinero (honorarios, salarios, premios). Con los segundos, nos consolidamos como humanos, descendemos del pedestal divino al que solo están destinados unos pocos, hacia la arena en donde masticaremos la tierra de la que estamos hechos los demás.
Bueno…y si, además, alcanzáis a ver ejemplo en los miles de investigadores, ingenieros, físicos, médicos, abogados, escritores, filósofos, …, que hacen su trabajo con marchamos de perfección y a los que no se les dedica ni un segundo en los media…yo os apludiré desde mi sencillo sillón de contemplador de las incongruencias que forman parte de la vida.