Aún sumergidos en el fango de la pandemia vírica, con un Gobierno torpe en ideas aunque excesivo en aparatosidad y una oposición con ganas de tomar el relevo pero sin ofrecer alternativas convincentes, creo legítimo preguntarse qué expectativas tiene España para recuperar el ritmo anterior al colapso económico provocado por el ataque de la Covid 19, una vez que se consiga erradicar con credibilidad el riesgo de contagio, barrer las cifras de mortalidad y abrir las fronteras -comarcales y nacionales- hacia el maná del turismo, que es nuestra única tierra prometida.
No estará de más recordar, para empezar, que a finales de 2019 -antes de que el virus procedente de China nos provocara la mayor convulsión a la economía y a la movilidad y satisfacción personal que conocieron las generaciones de la postguerra-, España estaba aún en recesión. Por tanto, la recuperación de niveles anteriores a la crisis vírica implicará, también, para resultar efectivo y no una engañifla sin perspectivas de duración, enderezar y acelerar el ritmo de crecimiento de la economía.
Labor difícil, si el único empeño consiste en repetir el modelo, aunque se adorne con una panoplia de buenos deseos y falsas oportunidades, empaquetados en el formato de medidas sostenibles, ambientalmente protectoras, apoyadas en nuevas tecnologías de las que en nuestro país somos consumidores y no fabricantes.
Hemos leído hasta la saciedad que se necesita aumentar la productividad y, con la boca más pequeña y desde algunos sectores académicos. que es imprescindible modificar la gran dependencia del turismo (incluido en el término, la hostelería, la restauración, el ocio, etc.) e incrementar el peso industrial en el PIB.
En relación con los fondos comunitarios que deberán ayudar a la reactivación (¡y que deberemos devolver, de una u otra forma!) se discute, sin concretar suficientemente los objetivos, la forma en que esos dineros han de servir para impulsar nuevos proyectos (y no sostener temporalmente a caída de los que están gravemente dañados, tapando sus agujeros contables), servir a la recuperación de las empresas existentes (y no solo favorecer a las multinacionales o a las que tienen capacidad autónoma para revivir y crecer, sino a las pequeñas empresas y autónomos que cumplen una función estratégica para cubrir necesidades de consumo). Poco debate ha habido, si alguno, para decidir si los dineros no deberían canalizarse preferentemente hacia sectores concretos, estratégicos, y no por estar especialmente relacionados con la protección ambiental, o la sostenibilidad, sino por ubicarse en el desarrollo de actividades basadas en las nuevas tecnologías y las que aún están por definir o crear (con el alcance que la imaginación que queramos dar a una terminología tan ambigua).
Con humildad, me atrevo a indicar que no es la productividad lo que hay que impulsar con preferencia, sino la creatividad. La efectiva creatividad. Los españoles tenemos fama de imaginativos, pero nos falta ese paso posterior al proceso mental, que implica poner en realidad lo que se nos ocurre.
Escribo, por supuesto, con la intención puesta en las ideas que ayuden a crear empleo y riqueza. Para dar ese empujón desde el escenario de las musas al mundo de lo concreto, se necesita, obviamente, dinero, dotar de suficientes medios económicos al creativo y no condenarle definitivamente si fracasa, pues de su empeño depende la mejora de nuestras perspectivas de futuro.
Pero no es suficiente el dinero, porque la realización práctica de una idea -¡y no cualquier idea!-precisa de orientación y conocimientos empresariales, de gestión, de finanzas, de planificación, de mercado. El genio solitario que, con empeño personal es capaz de sacar de la nada una empresa de éxito, pertenece prácticamente al mundo de la ficción. Es, en esencia, una leyenda urbana.
Me parece que las Universidades (en especial, Las Escuelas y Facultades técnicas) y las Academias encargadas de explicar a los discentes el mundo de las oportunidades de negocio -que tanto predicamento han obtenido, por títulos que dan barniz pero raras veces sirven para dar cobertura-, debieran cumplir aquí un papel mucho más relevante que la simple emisión de recetas, lecciones magistrales o casos de empresa que se dan una vez en la vida. Intuyo, por las salidas de la caja negra de los proyectos empresariales salidos de las Universidades y las Escuelas de Negocio, que los egresados no están capacitados o mentalizados para emprender sus propios negocios. Y deberían estarlo, y cuanto antes.
Las propuestas de nuevos emprendimientos debieran venir, a chorros, de los centros educativos de élite. Los docentes -en colaboración y estímulo con sus discentes- deberían poner el énfasis en detectar y proponer proyectos realizables, que impulsaran la creatividad y la voluntad de autoempleo de sus alumnos. Los trabajos de fin de carrera (grado o máster), las tesis doctorales, los equipos de investigación formados en esos centros, deberían orientarse a la detección de oportunidades, proyectos, inventos, aplicaciones que permitan crear nueva empresas o potenciar las existentes.
Puede parecer que la idea no es nueva. Lo es, sin embargo, en cuanto a su realización práctica. Pocas son las directrices emanadas desde las cátedras docentes que respondan, verdaderamente, a ese propósito de aplicabilidad para resolver problemas concretos. Cuando de una cooperación eficaz entre profesores y alumnos surgen proyectos de ese tipo, que generan empresas concretas, hay que felicitar y promocionar, difundiéndolas y dotándolas de medios, esas iniciativas.
Tenemos campos donde actuar: en el desarrollo de nuevos materiales, fármacos y tratamientos médicos más eficaces, productos alimentarios más gustosos (¿qué pasa con la investigación del sabor umami?) y mejor orientados a las necesidades personales (dietas, atención a enfermedades, preferencias, costes, etc.), robots con mayor versatilidad y enfocados a resolver fabricaciones específicas, diseños más atractivos, cómodos y baratos, en la mejora de la rentabilidad de terrenos agrícolas, en la reducción del consumo ineficiente de agua y otros recursos, en la programación de los servicios públicos, la conservación alimentaria, la reducción de costes con incremento de resistencia, aislamiento o cualidades ergonómicas, etc.
Por supuesto, hay mucho que analizar y resolver en la investigación de nuestros recursos naturales, en la preservación ambiental, en el perfeccionamiento del modelo de las ciudades, en el aprovechamiento y estímulo de las capacidades intelectuales de los niños y jóvenes, en el análisis y puesta en práctica de soluciones para mantener activos y eficaces a los colectivos hoy marginados de los sistemas productivos. Etc.
En España hay mucho recurso improductivo, demasiada gente con ganas de trabajar y colaborar en el emprendimiento colectivo que no encuentra momento ni sitio. Hay que saber orientar esa necesidad, superar esas carencias. Es responsabilidad de todos encontrar el método para la incorporación de ese potencial de ideas, esfuerzos, creatividad y ganas que está improductivo.
No, no es solo cuestión de aumentar la productividad. Hay que dar cauce a la creatividad, impulsar la generación de proyectos viables desde el conocimiento de la realidad. La mejora de la enseñanza, la facilitación de medios económicos a los proyectos, la orientación de sectores y necesidades que precisan impulso y satisfacción, son vías necesarias. El impulso a la iniciativa privada y el apoyo público no discriminatorio son factores imprescindibles para que el mundo de las ideas baje al mundo de las realidades.