Gaigé ha terminado la última semana completa de mayo de 2022 celebrando el triunfo de unos atletas excelentemente bien pagados, conseguido en un campeonato europeo de especial relieve. Dicen que hubo más de cien millones de espectadores viendo la retransmisión en directo y que más de 20.000 aficionados madrileños se desplazaron a París, en uno de cuyos estadios se celebró la final del torneo.
El Real Madrid, uno de los equipos de fútbol que alimentan la afición por el circo en la capital de Gaigé, se alzó con la copa y la parte del león de los dineros en disputa, venciendo por la mínima (uno a cero) a la formación inglesa que lleva el nombre de Liverpool.
Aunque se ensalza de la nacionalidad de los equipos y el compromiso con la afición de los jugadores, lejanos están los tiempos en los que los colores de las camisetas eran defendidos por oriundos. Solo Carvajal es español de entre los titulares del Madrid. Y aunque este club es propiedad de los socios (Pérez, Florentino, es solo su representante cualificado), se ha hecho habitual que fondos de inversión detenten el poder de decisión en los equipos más famosos.
En la historia de Gaigé este acontecimiento deportivo, con la que está cayendo, no debiera significar nada especial. Se trata, en fin, de un juego, en el que solo participan activamente los 22 jugadores que ocupan el campo, moviéndose por él con cierto orden, dominando la intención infantil de darle patadas a un balón sin descanso hasta tratar de introducirlo entre tres palos, defendidos por un gigante con manos de gato.
No se ha disipado el polvo levantado por el viaje increíble del rey de antes, don Juan Carlos, que decidió, nuevamente mal asesorado, acercarse un fin de semana al lugar en donde reinó durante cuarenta años, para participar en una regata de vela en San Xenxo y, de paso, recalar en Madrid para mantener un encuentro familiar con la familia, antes de volverse a su lugar de confinamiento y destierro. En mi opinión, que coincide con observadores más avezados en sacarle punta a las noticias del día a día, un nuevo flaco servicio a la Jefatura del Estado, al ser presentado este viaje como una cuestión de placer y particular. Como si no hubiera más y mejores ocasiones para asomar el careto real, por cierto, muy ajado, que la edad no perdona.
Escucho hoy, 30 de mayo, al juez Castro (José). el polemista miembro de la judicatura, hoy felizmente jubilado, que hace de su ideología un ariete con el que golpea la institución real, revistiendo sus opiniones de conocimiento jurídico. En un programa de sobremesa de la televisión pública, “Todo es Mentira”, pretendió ridiculizar al ex ministro García-Margallo que le preguntó si entiende que los fiscales que no encontraron motivos para encausar a don Juan Carlos, y a los que había calificado de poco profesionales, habrían cometido “prevaricación”. “Los fiscales no dictan sentencias, luego no pueden incurrir en prevaricación”, replica el juez, a lo que el prudente Margallo precisa que él se limitó a hacer una pregunta, no a pontificar.
El presentador del programa, Mejide (Risto), aprovechó para hacer una pregunta muy interesante: ¿Conoce vd. si hay fiscales o jueces en las cárceles españolas? (resaltando que se conoce el encarcelamiento de representantes de todas las profesiones -de familiares del Rey, abajo-, pero no ha trascendido que los representantes más elevados del poder judicial sean objeto de reproche penal. No hubo respuesta al hilo, pues el interpelado no tenía noticia de que el brazo duro de la Justicia hubiera llegado a caer a plomo sobre los que juzgan, cuando son sospechosos de delinquir.
Por mi parte, haciendo gala de mi regular memoria, recuerdo la reciente condena (2021) al magistrado canario Alba (Salvador), condenado en última instancia por el Tribunal Supremo, por prevaricación, cohecho y falsedad en documento público por actuaciones contra la también magistrada Rosell (Victoria). Pero no hallo más ejemplos, ni en mi coleto ni en internet. Los jueces evitan juzgar a sus colegas.
Hay muchas cuestiones que ocuparon la realidad en Gaigé, pero en mi vocación de poner el lápiz rojo de este relato donde me pete, quiero subrayar el profundo deterioro de mi región de origen, Asturias, falta de directrices e impulso político. La disputa mezquina por llevar la Escuela de Minas de Oviedo a Mieres, para aprovechar malamente un campus casi vacío resultado de la caída estrepitosa de la actividad industrial y minera, ha puesto de manifiesto, una vez más, la división de las pequeñas fuerzas regionales en temas en donde su hacen daño entre sí, sin beneficio para nadie.
Asturias es, por derecho propio, desde hace años, la capital de Gaigé, el lugar del Despropósito. Las comunicaciones por vía aérea o ferrocarril de la región con el resto del país han caído de forma alarmante, y esta esquina del mapa español, que tanto dio por la industrialización en el pasado reciente languidece, es decir, se muere, sin que haya voces que sean capaces de enderezar su agonía.