Las tecnologías de información y comunicaciones se ha mostrado muy capaces para desgarrar las costuras del tejido empresarial tradicional, haciéndolo, allí donde penetran, muñones sanguinolentos. Por eso, quienes tengan la capacidad creativa para encontrar una aplicación de las mismas en algún lugar de la estructura de producción y servicios, pueden probar a arrancar un bocado de la actividad clásica y, aunque carezcan del músculo para engullirlo, tratar de poner velas a alguna gran corporación, para que sus ejecutivos se fijen en su trabajo, y les compren la idea antes de que el excesivo éxito les queme las débiles entrañas financieras.
Es un momento, sin duda, apasionante, en el que se están cambiando las formas de resolver las cuestiones básicas de la Humanidad, que se traducen, eliminando toda hojarasca sentimental y florilegios, en vivir de la mejor manera posible. Las Empresas de Base Tecnológica (EBTs), que en España, como en todo el mundo, se llaman start-ups, se esfuerzan en presentar soluciones nuevas a los viejos problemas. Observando el crecimiento de las que tienen éxito, sin embargo, se detecta que el trabajo que realizan no es de simple sustitución: al manejar herramientas muy eficaces para el tratamiento y difusión de la información, el crecimiento de su facturación es exponencial y, combinadas con nuevos materiales, otros hallazgos, economías de escala, etc., están provocando un cambio dramático, no solo en el hacer de las cosas, sino en la distribución de las plusvalías y en la demanda de trabajo, en calidad y cantidad.
De ahí el interés de las empresas establecidas para controlar su futuro, de las dos maneras posibles: ahogándolas o, si no fuera posible, adquiriéndolas antes de que les hagan más daño. Las start-ups que sobrevivan a esta ley de la selva, serán, posiblemente, los factores principales de la nueva economía.
Disculpe el lector tan largo prolegómeno, porque lo que deseo proponer es acercar el concepto de start-up a las dos formaciones políticas que, en este momento sensible para España, están protagonizando lo que se presenta como una nueva forma de tratar los problemas socioeconómicos de siempre. Ciudadanos y Podemos representan, en este sentido figurado, una versión actualizada, tecnológicamente más agresiva, del clásico dualismo entre izquierda y derecha que, mientras el campo político estuvo en orden, quedaba suficientemente representado por el Partido Popular y el PSOE.
No será tan fácil, quizá, descubrir cuál es la nueva tecnología que enarbolan orgullosos, como base de su funcionamiento, los equipos de Ciudadanos y Podemos: mezcla elementos muy variados, que van desde la presunción de honradez y credibilidad frente a corrupción y engaño; eficacia frente a acomodación o molicie;generación de más actividad frente a estancamiento, falta de iniciativas o declive; etc. Puede que los creadores de estas empresas políticas de hipotética base tecnológica vean elementos nuevos -juventud, formas de comunicación, frescura de ideas, movimiento ciudadano, trasparencia, democracia renovada, …- pero no lo son tanto, en mi opinión. Defendidos con mayor o menor perspicacia y fortuna, esos “elementos positivos” de la comunicación política, existen, existirán y existieron en toda sociedad, y el que en un momento dado de la Historia tengan mayor relevancia no deja de ser coyuntural.
Las nuevas tecnologías que Ciudadanos y Podemos, cada uno desde su lado de la parcela ideológica, pretenden implementar para sustituir a los dos partidos que antes centralizaban la disputa (lamento, personalmente, dar por finiquitada sin pena ni gloria a Izquierda Unida, que representaba algo así como la industria del carbón y del acero de la política), son menos aparentes.
Para Podemos, su programa tecnológico virtuoso incluye expertos en energías alternativas, ya sean la solar, la eólica, y la investigación de laboratorio de la fusión y la pila de hidrógeno. Es hermoso oírles trasmitir la “buena nueva” a sus capitanes, con bellos himnos al sol, al viento, a la madre Tierra, a las riquezas naturales recónditas, y al futuro deseado pero aún lamentablemente imposible, que nos hará mejores, aunque a la mayoría de los que estamos cubiertos de barro, empujando del carro, nos provoca recelos.
En el caso de Ciudadanos, la nueva tecnología es menos sofisticada, más de gabinete. Supone repasar los cálculos del Partido Popular, poniendo de manifiesto algunos errores detectados por los que no les cuadran las cuentas. Resulta significativo que el comité científico de la derecha liberal copernicana, la Academia del mercado y la filosofía de le monde va de soit meme, los eruditos laureados de la ortodoxia oficial -llámense Rajoy, Cospedal, Aznar o el lucero del alba- les afeen sus pretensiones de corregir errores, llamándolos pichoncitos, torpes, ingenuos y otras lindezas estilísticas del tenor.
La verdad es que el empuje de las start-ups ha llegado al parqué político, y lo ha hecho con todas las de la ley electoral. Y, como ha intentado hacer, bien aconsejado, Pedro Sánchez, se trata de atajar rápido su impulso que huele a demoledor. Lo ha hecho con un acuerdo de mínimos con Ciudadanos que puede calificarse, sin problema, como una declaración de no agresión. Supongo que nadie se creerá, en su sano criterio, que se pretende incorporar a ese pacto edulcorado a Podemos.
No, la start-up verdadera en política es Podemos. El invitado a incorporarse, con su mera abstención, es el PP. Porque ya habrá tiempo para tomar una decisión sobre el otro partido, si es que tiene fuerza social y económica para mantenerse en el mercado.