Los grandes capitostes del orbe llevaban reunidos varias semanas para decidir un castigo ejemplar a uno de los reyezuelos intermedios, que había sido descubierto poniendo veneno en la mermelada de la alacena.
-En mi fundada opinión, -expresó uno de los más encapirotados mandamases, echando hacia atrás con un gesto leve, el manto de armiño que cubría, entre otras, sus partes pudendas- deberíamos estar seguros, antes de castigar a nadie, de si la mermelada ha sido o no contaminada con material perjudicial para la salud humana. Porque el supuesto veneno puede no haber sido tal, sino alguna especie o colorante.
-Me resulta increíble -argumentó otro de los que ocupaban los sitiales centrales de aquella reunión- que debemos por supuesto que quedaba mermelada en la alacena. ¿No nos la habíamos comido toda en la temporada pasada? Y aún más, inquiero que reflexionemos sobre esto: ¿Para qué nos sirve la mermelada a la mayor parte de nosotros, que tenemos diabetes?
-No nos precipitemos -decía un tercero, sorbiendo té a poquitos de un termo que portaba-. Dejemos que los expertos en mermeladas realicen los análisis de las muestras que tomaron, y podamos así determinar con exactitud si nuestro amigo y colega ha puesto alguna sustancia en los tarros que, después de todo, estaban destinados a sus propios vasallos, así que nada nos pete, en lo esencial, a nosotros.
Con un manotazo sobre la mesa presidencial, el más importante y temido de los confederados, dejó clara su postura:
-No tendré tolerancia alguna con el infractor, haya o no infringido norma alguna y tanto si la mermelada está envenenada por sus seguidores o por sus contrarios. Hace días he trazado una línea roja infranqueable en este aspecto, porque, por desordenados y ácratas que seamos, debemos dejar claro a los reyezuelos quienes mandamos aquí.
-P…pero -expresó, sin ánimo de interrumpir, en realidad, un rubicundo y algo orondo personaje- Este asunto de la mermelada, ¿no es un tema menor?. ¿No deberíamos preocuparnos más, en realidad, por todas esas muertes verdaderas que se están produciendo en Siriápolis, en donde se masacran a decenas de miles los defensores de que las mujeres no deben tocar con sus manos impuras los tarros de mermelada y los que opinan, por el contrario, de que la mermelada más sabrosa es la que se fabrica en sábado y con canela en rama?
Esta observación, tan pertinente, fue juzgada de inmediato como impertinente por el responsable del país autocalificado como el más democrático y avanzado del orbe, que prosiguió:
-No entra en discusión que debemos tener alguna norma. Porque lo importante es mantener la sartén de las excusas por el mango, porque es necesario garantizar en todo momento la seguridad de nuestros verdaderos amigos, siempre amenazada por los que hoy querrían tener la fórmula para envenenar la mermelada y mañana podrían pretender fabricarla ellos mismos. La sola sospecha de que este reyezuelo petulante haya podido envenenar la mermelada, es suficiente para derrocarlo con las armas, sustituyéndolo de inmediato por una comisión fiel, que siga nuestras directrices, es decir, las mías, sin rechistar.
Los reunidos guardaron un silencio respetuoso ante estas contundentes palabras, y se levantaron sucesivamente, reconociendo que carecían de suficiente poder para tomar una decisión por sí mismos, y que deberían consultar a sus consejos de estado y a sus parlamentos, y a sus almohadas, aunque harían lo posible por convencerles de que lo más importante no era ya la mermelada, sino castigar a quien se había atrevido a mostrarse altanero con los líderes mundiales, y, en especial, había traspasado no se sabe bien qué diablos de línea roja en no se conocía qué cuaderno o bitácora, olvidando, en fin, las precisas enseñanzas recibidas en las escuelas en donde había sido ilustrado, cuando estaba en la edad de aprender.
Cuando ya se marchaban todos, dejando al hipotético superlíder del orbe repitiendo que, por hache o por be, iría solo contra quien había envenenado presuntamente la mermelada, aunque no hubiera mermelada ni veneno, uno de los ujieres tomó el micrófono de la sala, y con voz algo temblorosa gritó:
-¿No estarán ustedes perdiendo una oportunidad de mostrarse coherentes? ¿Quiénes son los productores de veneno? ¿Por qué, en lugar de tanto mirar para la mermelada, no resuelven por qué se están vendiendo tantas cantidades de veneno sin control, solo para favorecer la industria de sus productores locales de veneno.
Pero ya se habían marchado todos cuando terminó su improvisada perorata y, además, como el conserje no sabía inglés, sino en su lengua nativa, la argumentación solo la entendieron la mayoría de los otros ujieres, que eran de su misma nacionalidad y que, desde luego, nada podían hacer por mucho que captaran su sentido.
FIN