Si se considera la complejidad y variedad de los agentes que pueden provocar amenazas (a los Estados, a bienes públicos privados, a grupos ciudadanos y a individuos), se comprenderá que es imposible realizar un cuadro completo de las defensas que serían razonablemente eficaces para contra-restarlas.
La costumbre -conducida de la mano, en este caso, por la ignorancia- tiende a asociar a las Fuerzas Armadas con el material bélico y el deseo de concretar los peligros puede que conduzca al ciudadano mal informado a que el mayor riesgo actual es el de una guerra nuclear. Puede incluso que encuentre cómodo en definir el perfil de los potenciales enemigos.
En el reparto de papeles, a pesar de su reiterada posición no agresiva, China suele aparecer como un fijo de los conflictos, ya sea contra Estados Unidos (asociada aquella con Corea del Norte y con Rusia), contra Japón o contra la India.
La guerra nuclear no puede descartarse, desde luego, y el creciente potencial en esta dirección, en una escalada sin límites aparentes, parece conducir a ella irremediablemente, pero en el corto plazo, los peligros y amenazas son otros.
En el terreno económico, la globalización ha favorecido a China de manera seguramente previsible, y el potencial de exportación de este país, aunque el coste de la mano de obra suba imparable (asociado al mayor nivel de bienestar) lo convertirá en breve en el actor principal de la economía mundial.
En este sentido, se me ocurre comparar su hegemonía con la conseguida por la Roma clásica en tiempos del Imperio. No se trata de sojuzgar, sino conseguir que los países amigos se conviertan en colaboradores interesados del poder económico chino: no conseguirán los mismos beneficios de la metrópoli, pero disfrutarán de indudables ventajas.
La pasividad con la que las economías occidentales han admitido la suplantación del clásico comercio de cercanías por establecimientos chinos, bien surtidos y homogéneamente gestionados, sorprende. Al volumen de transacciones generadas por esta vía (a la que se añaden también las de tiendas de ropa, peluquerías, jugueterías, etc.) se añade la generación de un empleo para nacionales chinos y una opacidad notable en la concreta realidad de los negocios.
En el tema medioambiental, se produce aquí una amenaza cuya contención (en mi opinión, ya perdida) exigiría la reducción drástica, e inmediata, de la producción de gas invernadero per cápita. Como es sabido, la contribución de Estados Unidos a la generación de CO2 equivalente es aproximadamente igual a la de China.
Permítaseme que deje, de momento, la concreción de estas amenazas reconocidamente no militares (invasiones pacíficas, podrían llamarse), para poner el énfasis sobre otras dos que, aunque se les refiera normalmente como “armas”, no tienen que ver con el soporte bélico tradicional. Me refiero a las armas bacteriológicas y químicas a las actuaciones en el ciberespacio.
Las armas bacteriológicas son una amenaza real y de muy difícil control, ya que son relativamente fáciles de producir (y aunque no lo sean en grandes cantidades, pueden alcanzar una difusión exponencial) y no conocen fronteras. El 20 de marzo de 1995 se produjo el primer ataque químico de envergadura contra la población civil, en las tres principales líneas del metro de Tokio. Aunque hubo más de 5.000 afectados (algunos con secuelas de por vida), solo se contabilizaron doce muertos. El atentado fue perpetrado por la senda “Verdad Suprema” (Aum Shinri Kyo”) y supuso una advertencia muy grave sobre los métodos que pueden emplear los terroristas para amedrentar a la sociedad civil y la dificultad de detectar de manera fiable los agentes biológicos patógenos y su trazabilidad posterior.
La Convención de 1972 sobre Prohibición de Armas Biológicas se preocupó de definir los agentes biológicos “militarizables”; de entre los agentes naturales vivos, el bacillus anthracis está reconocido, desde 1994, como de máximo riesgo; también militan en este grupo el Yersinia pestis (productor de la peste), el agente de la turalemia (Francisella tularensis) y la Rickettsia burnettii (agente de la fiebre Q), entre otros.
Los agentes naturales moleculares pueden producirse con facilidad por ingeniería genética y provocan alteraciones de las funciones biológicas o de los elementos de autodefensa.
Desde 1989 se vienen celebrando Conferencias de examen sobre la prohibición de armas biológicas, que a partir de 1996 incluyen los productos susceptibles de provocar modificaciones genéticas. Lamentablemente, las denuncias de incumplimiento de los protocolos de no utilización se suceden en los conflictos más recientes, poniendo de manifiesto que los Estados .grandes o pequeños- no renuncian a su uso potencial en caso de conflicto. Para unos, la justificación es que deben desarrollar métodos de defensa frente a eventuales ataques, que implican el conocimiento exacto del riesgo. Para otros, es un recurso militar o estratégico, cuyas consecuencias no se valoran con rectitud.
(continuará)