En lo que parecia el momento más dulce de la historia reciente del Partido Popular, con un PSOE debilitado por el contagio ideológico y las zancadillas, pescozones y puntapiés de sus compañeros de Gobierno, se desata una incomprensible situación en la cúpula del partido, con agrias descalificaciones y fatales desencuentros entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso y el presidente del partido, Pablo Casado.
El papel de secundarios activos en esta refriega del alcalde de Madrid, Martínez Almeida, portavoz parlamentario de la formación y del secretario de Organización del PP, García Egea, viene a confirmar una crisis sin precedentes en la cúpula de la derecha española, que pierde su apariencia de civilizada (si alguna vez la tuvo en tiempos recientes) para convertirse, sin paliativos, en una jaula de grillos, un girigay de egos de bajo nivel. Inaceptable cuando se está ventilando el futuro de la formación que, hasta ayer mismo (17 de febrero de 2022) era una firma opción para provocar el cambio ideológico en la gestión de nuestro país.
Como se conocen suficientemente los elementos que han provocado el enfrentamiento entre Ayuso y Casado, tenemos material para concretar un juicio independente de lo sucedido. El contrato de compra de varios cientos de miles de mascarillas FFP2 para la Sanidad de Madrid, en momento álgido de la pandemia, en plena desorientación de la ciudadanía y del Gobierno central sobre lo que había que hacer, y a un precio que, por cierto, no parece excesivo a tenor de lo que se estaba cobrando en las farmacias (cuando tenian el género), parece ser que benefició indirectamente, como inrermedario comercial, a un hermano de Ayuso.
Que una parte de la dirección del PP, con Casado a la cabeza (aunque él ha negado en entrevista en la COPE su participación directa, lo que no resulta creíble) haya querido ver en esa adquisición causa de culpabilidad suficiente para investigar y presionar sobre su activo más valioso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, resulta inconcebible. Que la envidia, la tensión de los egos, los grupos de poder dentro de un partido que tiene la obligación legal de ser democrático, hayan desembocado en una guerra pública, mediáticamente muy atractiva por lo inusual, es la demostración palpable de que el PP no estaba preparado para ser alternativa.
Ignoro cómo se podrá recomponer el destrozo, pues los daños causados son múltiples. Para el votante y simpatizante del PP el desconcierto será, supongo, máximo. Los participantes en esta disputa de niños de colegio -nada que ver con una supuesta corrupción, que, de tener material fundamentado, habría de desembocar en la fiscalía y no en la plaza pública. han quemado su futurp político, su credibilidad o la capacidad de ser aglutinadores de todas las facciones presentes en el Partido.
La unidad se ha roto, y con ello, la opción de ser oposición creíble al PSOE y a la izquierda ideológica. Ha sido puesta de manifiesto la incapacidad de Casado y Rodríguez Ejea para dirigir el Partido con solvencia. Y aunque Ayuso salga vencedora (si bien, tocada del ala, lo quiera o no, pues la mierda mancha aunque se pueda limpiar en la tintorería) y Almeida haya querido aparecer como prudente en el arte de nadar y guardar la ropa, los dos más aparentes (y respetados) gestores de la vida pública que tiene el PP tendrán que verse las caras en el espejo de sus filias y fobias y, entre el estupor general, asearse y limpiarse los plumajes de esta guerra de gallos y gallinas.
Nota: Sobre la otra guerra, la seria, la que Rusia está propiciando en Ucrania con el beneplácito de Estados Unidos y la cara de memos de la diplomacia europea, habrá que escribir mañana. Pero estoy con José María Aznar, la guerra más importante es la del PP, no la de Ucrania.