No encuentro razones para estar tranquilos. Por las brechas que el bombardeo tecnológico ha abierto, penetra, implacable, la destrucción de aquello que creíamos más sólido para garantizar nuestro bienestar, instalados en la complacencia de que tendríamos, más tarde o más temprano, la solución para todos los problemas que planteaba nuestro impulso irrefrenable de consumir.
Es cada vez más escaso, numéricamente hablando, el pelotón de quienes pueden permitirse vivir mejor. Para la inmensa mayoría, el futuro se presenta con un condicionando brutal: tendremos que acomodarnos a vivir peor. Habrá menos recursos disponibles, serán más caros y, lo que es mucho más cruel, su aprovechamiento generará menos empleo. Es decir, tenemos que arbitrar nuevas formas de distribuir el que sea preciso, que será, además, bipolar: necesitamos gentes de muy alta cualificación -relativamente pocas- y, para ocupar los puestos en lo que llamaríamos sostenimiento de los elementos del bienestar (el que sea), la demanda se desviará hacia empleados en servicios de poca exigencia formativa, aunque especializados.
Tengo desde hace tiempo la convicción de que, al menos en el plano metodológico, no faltan análisis, y ni siquiera respuestas para paliar las consecuencias negativas de lo que nos está sucediendo. Hace falta, sencillamente, seleccionar las mejores y aplicarlas, en la voluntad de que las decisiones habrán de tener una componente adaptativa muy importante, porque las rígidas planificaciones a largo plazo, en un entorno tan cambiante y con tantos agentes interactuando en su propio beneficio, no sirven.
Me ha gustado siempre hurgar en las propuestas que sirven de actuación -al menos, en la parte confesa- a países más desarrollados y, sobre todo, más coherentes y sistemáticos en sus programas estratégicos, que el nuestro. En relación con la muy importante necesidad de creación de empleo, he seleccionado estas ideas generales:
1. Necesidad de mejorar la formación en conciencia social y nuevas tecnologías desde la más temprana edad
Sufrimos del déficit de una juventud mal educada y peor formada. Como siempre, las excepciones son muy importantes y extremadamente valiosas, pero su existencia no desvirtúa la conclusión genérica. La familia no educa o mal educa a los niños y los centros de formación, incluídos, por supuesto, los universitarios, viven en la inopia, desgraciadamente consciente, de lo que sería necesario hacer para conseguir egresados capacitados para integrarse, de forma inmediata, en las formas de actividad eficientes para la sociedad que es, también, aquello que a ellos les sería necesario para conseguir un empleo en ella.
Es imprescindible introducir una nueva concepción pedagógica, y desde la escuela elemental, que inculque principios de conciencia ambiental, solidaridad, aprecio a la tecnología y a los elementos de progreso, al empleo consciente y responsable de los recursos y al papel que cada uno juega y debe jugar en la sociedad. Los niños bien educados en estos principios tienen la base para ser buenos estudiantes, curiosos colaboradores en la generación del tejido social, activos elementos en la contribución a mejorar la sociedad. Cada euro invertido en formación elemental se recupera con creces en la madurez del individuo.
La cifra de ocho veces -¡y hasta veinte veces!- como retorno a lo empleado en educación básica está en las valoraciones de los países más eficientes. Lo que se entrega a infantes de menos de cinco años se recupera, multiplicado, en beneficios globales, a la larga, cuando el joven se convierta en elemento activo de la sociedad. Hay que aumentar la formación de los educadores, reforzar su prestigio social, remunerarlos adecuadamente, y estimularlos de continuo, con el reconocimiento de su labor.
Las familias forman parte de este esquema de intervención, pero también, los estamentos locales, la sociedad en su conjunto. El niño tiene que verse como elemento apreciado por los que le rodean, un valor de futuro. Es la tribu la que educa, en afortunada expresión de José Antonio Marina. La horda y el desorden, desquician, confunden, estropean.
(seguirá)