Este agosto está vencido, y al levantarle el velo con el que solucionamos por unos días nuestra necesidad sicológica de poner distancia con las preocupaciones que forman parte de la necesidad de vivir, quedan al descubierto los problemas que habíamos dejado sin resolver. La mayoría han crecido, incluso.
Fue imposible, además, poner distancia con lo que sucedía alrededor de nuestra vacancia y, superando la barrera intencional de abstraerse por unas fechas, se infiltraron noticias poco alentadoras. Es el vaticinio de que septiembre, como siempre, vendrá duro y que éste, en especial, obligará a dedicarle en su travesía los mejores esfuerzos.
No tenemos resuelto en absoluto la cuestión del deterioro climático, y las evidencias se acumulan: perdemos biodiversidad a manos llenas, los incendios de la Amazonía y en nuestro propio territorio nos dejan sin paisaje, la precariedad de los empleos de verano -con un turismo en decadencia- muestra su verdadero rostro, la economía mundial se tambalea, el egocentrismo de la política de los dirigentes estadounidenses cobra matices incluso bélicos, la pobreza de las colonias exprimidas de África golpea con furor a las puertas del mare Nostrum.
Encaja en este panorama de incógnitas con mal aspecto el que el primer ministro británico, Boris Johnson, capitán de la disidencia europeísta, haya pedido formalmente a la Reina Isabel II la suspensión temporal del Parlamento. durante más de un mes, en un período que terminaría el 14 de octubre. Se interpreta como una añagaza -es decir, una idea brillante en su beneficio-, para no tener que admitir un Brexit duro, al cumplirse el plazo concedido por la Unión Europea para llegar a un acuerdo de salida.
En España, el mes de agosto ha venido a prolongar la incertidumbre política. Seguimos con un gobierno en funciones -con grandilocuentes mensajes políticos, pero sin acción- y todo parece desembocar en unas nuevas elecciones. No serán la solución, desde luego -ningún partido conseguirá la mayoría suficiente para gobernar en solitario-, aunque nuestra clase política estará entretenida y nos mantendrá con el placebo de las magníficas ideas de ejecución imposible.
La Humanidad no tiene remedio, y no seremos los españoles (ni los europeos) los que parecemos dispuestos a administrarnos la panacea. Enzarzados en la inoperancia, las ambiciones personales, el menosprecio a la solidaridad y faltos de ideas brillantes, los europeos asistimos con la boca abierta del papamoscas a la destrucción del modelo de bienestar.
Estamos en el imperio de la disensión, que cierra la capacidad de adoptar soluciones, mientras nos empecinamos en dilucidar quién tiene más razón. Podemos pensar que el culpable es Trump (la visión autárquica de Estados Unidos), la globalización demasiado acelerada (bien aprovechada por Xi Jin Ping) o el incontenible impulso pirogénico de las generaciones pasadas. Por ejemplo.
No lo veo así. El avance descomunal de las tecnologías, con un mercado en crecimiento hiperexponencial, ha puesto el chupete al alcance de todos y, mientras nos deleitamos mamando de un efímero néctar que no podemos pagar, el nivel de destrucción sube por momentos.
Se que no son pensamientos gratos para empezar el nuevo curso. Espero que con la vuelta a la actividad, después de las vacaciones, el entretenimiento de la ocupación inmediata me haga olvidar la nube densa de tormenta tenebrosa que se cierne sobre nosotros. Necesitaríamos un arbitraje, pero para ser árbitro habría que estar fuera del problema, y todos somos parte de él.
El somormujo lavanco, cuando tiene crías, suele ofrecer a alguna de ellas (particularmente, las más débiles), el cobijo de su lomo para trasportarlas por el agua, mientras busca alimento o se traslada a un sitio mejor.
La fotografía está tomada a gran distancia, pero se distingue al ave adulta y a tres juveniles, uno de ellos, aupado sobre la espalda de su progenitor.
Ni tanto ni tan calvo
Onofre, para gustos se hicieron colores. Y cuando hablamos de ver el futuro, cada uno puede ponerse gafas del color que más le apetezca.
Tu pesimismo agosteño, querido Ángel, tras tu análisis de situaciones, sí tiene solución.
El hombre ha de reconvertirse, recordemos a Agustín o Ignacio de Loyola. Cabe pues solución, pero hay que querer!.
Querido Pepe, mi pesimismo no es solo agosteño, aunque quisiera haber podido expresar que entiendo que las situaciones se corrigen, enderezan y mejoran con la colaboración de todos y, especialmente, con el trabajo conjunto de quienes tienen la obligación -porque han elegido esa profesión y porque les estamos pagando como representantes y como funcionarios de las Administraciones del Estado- de amortiguar el impacto de las dificultades y, si es posible, solucionarlas en corto plazo, para que nuestra sociedad se concentre en avanzar.
En cuando a la propuesta de reconversión del hombre, que -a la vista de los ejemplos del santoral cristiano que citas, y porque te conozco y se de tu devoción-, interpreto propugnas en el sentido de cambiar la actitud ante la vida, abandonando los intereses mundanos y eligiendo la vía espiritual, me parece que no tiene aplicación al caso que planteo en mi modesto comentario.
O sea que solo nos queda rezar, pues la esperanza es lo último que se pierde