Gaigé, el País de los Despropósitos, hunde su personalidad colectiva entre la desidia y el desinterés y la avidez suicida con la que, desde las instancias gubernamentales se perpetra un duro golpe contra los entresijos y andamiajes de la convivencia democrática.
La metáfora del fútbol, como otras veces, sirve para ilustrar la necesidad de encontrar una explicación contra el desorden institucional, en la que conviven una feroz actividad legislativa (a la que se puede objetar de falta de rigor, análisis previo y consenso suficiente) y el crecimiento de las tensiones internas en el propio Gobierno. Tiene Gaigé buenos profesionales, el país goza de encantos insuperables, existen las condiciones para recuperar la confianza en el crecimiento sostenido y sostenible a pesar de la elevada inflación y la persistente crisis, pero el banquillo está claramente infrautilizado y la personalidad ególatra del entrenador – y sus condicionantes- ha centrado sobre sí las luces e intereses generales.
Existe la apreciación, no solamente desde la derecha ideológica, también desde la izquierda del ya viejo socialismo nostálgico, de que el Presidente Sánchez (Pedro) maneja una Hoja de Ruta personal cuyas razones y objetivos solo el conoce y administra, en el supuesto de que fueran distintos de los de perpetuarse en el poder, y sin que importen las alianzas para lograr esa permanencia.
Grave es también la realidad de una ruptura irrecuperable con la principal alternativa, el Partido Popular que dirige Núñez Feijóo (Alberto), que últimamente, como la voz que clama en el desierto de su propia ineficacia para revertir la situación u ofrecer alternativas sólidas con una moción de censura convincente -aunque la pierda, dadas las alianzas que sostienen al Presidente, exige unas elecciones anticipadas (que no se darán), y cuyo eje central, como un mantra vacuo, sería que el jefe del Gobierno no ha cumplido sus promesas electorales centrales y que sus connivencias con los separatistas están cobrando el peaje insoportable de la revisión, por la puerta de atrás, de dogmas constitucionales (principio del derecho penal cuya modificación total o parcial exige trámites precisos y pautados; principio de la separación de poderes y de la independencia judicial; principio de la unidad indisoluble de la nación española; principio de la honestidad de la gestión pública al servicio del bien comun; principio de la identidad sexual por nacimiento;…).
La selección de fútbol de Gaigé, perdió ante la de Marruecos sus oportunidades de superar la fase de octavos del Mundial que se celebra hasta el próximo domingo en la satrapía de Qatar. Faltaron empuje, ideas y calidad. Se trata de un juego, aunque advirtiendo la tensión emocional con la que se interpretan los resultados, es inevitable pensar en la trascendencia del envite. Los países que, progresivamente, por mor del propio sistema de selección del campeón a base de encuentros cruzados, son eliminados, trasladan a las poblaciones que se han visto representadas en ellos, grandes dosis de desilusión y un sentido de fracaso. Por el contrario, cada triunfo sobre los rivales (particularmente, para los países más pobres) se traduce en una euforia colectiva que elimina por momentos los rastros de miseria para conducir a los aficionados al éxtasis casi místico.
El caso de Marruecos es paradigmático. Hordas de aficionados inundaron las calles de Casablanca, Rabat y varios barrios europeos. Es de agradecer la contención de las manifestaciones del triunfo en ciudades como Madrid, en donde las celebraciones fueron muy sensatas, a pesar de concentrarse una población marroquí de más de doscientas mil personas, que vibraron serenamente con el inesperado éxito de su selección que ganó, no solo a España sino a la Portugal de Ronaldo, convertido en un líder lloroso.
No habrá, pues, presencia en el palco de autoridades, del Rey Felipe VI, acompañado de Sánchez (Pedro) y varios ministros, haciendo méritos junto a otros mandatarios, convertidos en amigos-rivales a la espera de poder festejar con los futbolistas que representan sus colores nacionales una victoria sobre el césped qatarí, compartiendo la emoción de la victoria con millones de compatriotas, estupidizados por la droga. El entrenador de la selección de Gaigé fue victima inmediata propiciatoria, ajusticiado por el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, un tal Rubiales (Luis), que estaba preparando sus maletas. La sangre ajena (simbólicamente derramada) tiene efecto balsámico y propósito distractor sobre las propias miserias.
El Partido que estuvo a punto de ser alternativa juiciosa a la deriva separatista catalana, muere sin interés alguno, salvo que pueda considerarse espectáculo del duelo sacrílego entre las dos últimas cabezas visibles del invento centrista, Arrimadas (Inés) y Bal (Edmundo). Una pelea de barrio, de egos mancillados, que deja tras sí la desolación a los nostálgicos de un partido que nació para hacer de charnela entre la derecha y la izquierda, más o menos moderadas, tuvo el sueño de ser gobierno en Cataluña y cayó, como Icaro, con sus alas de cera derretidas por el sol del poder cercano.
Ya es imposible reconocer la ideología y sentimientos del actual Presidente de Gobierno, Sánchez (Pedro) y de la mayoría de los miembros de su gabinete. Hay ministros, por ejemplo, que provienen de la judicatura y expertos en leyes, que no tienen reparos en autorizar proyectos de ley que infringen derechos elementales, consintiendo cambios en el Código penal a voluntad de infractores y transformando la Ley de Presupuestos, norma con clara voluntad específica, en una Ley Tranvía, llena de pasajeros alienígenas.
Si aquí cocemos habas, fuera lo hacen a calderadas, aunque no por ello deja de afectarnos. El presidente de Perú, Castillo (Pedro) ha sido destituido fulminantemente por las instituciones del Estado a las que pretendía camelar, y espera mejor destino que la cárcel en la que se encuentra, a las dos horas de haber propuesto que le autorizaran a perpetuarse en el poder.
La vicepresidenta de Argentina, Fernández (Cristina de Kirchner) ha sido condenada por el Tribunal Superior de Justicia de aquel país a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua.
Quizá lo más sorprendente de ambos casos foráneos es que, desde Gaigé, se ha manifestado el apoyo a ambos delincuentes. No por cualquiera, por ministros y socios del Gobierno. La internacional populista, avanzando solidaria.
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