Pocos de los grandes científicos y pensadores que la Humanidad ha producido fueron personalidades engreídas, poseídas de su potencia intelectual. Y, de entre los que prefirieron no revestir sus logros de modestia, que es auxiliar de la virtud de la templanza, según Tomás de Aquino, no fueron pocos los que, pasado el tiempo, vieron sus teorías superadas por las pruebas de otros sabios que iban comiendo los altramuces del conocimiento que habían despreciado.
Tengo junto a mí un libro que aconsejaría a todo politólogo, especie surgida de los recovecos del saber y que ahora nos quiere dar lecciones en materias que entienden tenemos descuidadas. Está escrito por el premio Nobel de Física, Steven Weinberg y se titula “Explicar el mundo”. (Editorial Taurus, 2015), a cuya perspicacia y dotes para explicar de forma sencilla lo que sabe, se debe, entre otros, también el libro “Los tres primeros minutos del Universo”, que me leí de un tirón.
Weinberg justifica su propósito de “explicar el mundo”, como resultado de la decisión de “profundizar más, aprender más de una época anterior de la historia de la ciencia” y a que “como es natural en un profesor universitario, cada vez que quiero aprender algo me presento voluntario para impartir un curso sobre el tema”. No es la única joya que puede encontrarse ya en el Prólogo, y, al leer sus explicaciones, no pude menos de recordar a un científico más próximo a mi naturaleza, mi tío Juan Manuel F. Carrio, que no dudaba en dar clases de cualquier disciplina técnica (sic), (1) , aprendiendo en todas ellas hasta desmenuzar sus recovecos y siendo capaz de explicar la materia con meridiana claridad a los alumnos más exigentes.
Escribe Weinberg que dio a su libro el subtítulo de “El descubrimiento de la ciencia moderna”, con el que “también pretendía distanciarme de los pocos constructivistas sociales que quedan: los sociólogos, filósofos e historiadores que intentan explicar, no solo el proceso, sino incluso los resultados de la ciencia como productos de un entorno cultural específico.”
Como no quiero resumir el contenido del libro, porque sería un intento imperdonable de pretender evitar el disfrute total al posible lector, me salto dos centenares de sus páginas para tomar un par de frases del Epílogo: “A lo mejor se nos agotan los recursos intelectuales: quizá los humanos no seamos lo bastante inteligentes para comprender las leyes realmente fundamentales de la física. (…) Por ejemplo, aunque quizá lleguemos a comprender los procesos cerebrales responsables de la conciencia, resulta difícil entender cómo podremos describir alguna vez los sentimientos conscientes en términos físicos”.
Amigos politólogos: cuando leo algunas de vuestras petulantes declaraciones, por las que pretendéis convencernos de que domináis campos tan diversos como la sociología, la economía, el derecho o la ingeniería, no puedo menos de hacer la propuesta de que adoptéis la templanza de los que, sino más inteligentes, su sabiduría se ha visto laureada por Comités internacionales.
Algunos preferiríamos que reconociérais saber mucho menos, pero que os mostrárais honrosamente dispuestos a aprender junto a nosotros. Por supuesto, con transparencia, yendo unos cuantos pasos por delante, y con el esfuerzo y dedicación que corresponde entregar a quienes dedican su tiempo `¡vocacionalmente!- a mejorar lo que tenemos.
Por cierto, si algo no sabéis o no entendéis de cómo funciona el mundo, preguntad a los que venimos de la estepa. Encontraréis a unos cuantos que estaríamos dispuestos de buen grado a exponer nuestra experiencia sobre las dificultades de “alcanzar una teoría física fundamental” (últimas palabras del “Epílogo: La gran reducción” , del libro de Steven Weinberg (2)
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(1) Desde Cursos de Náutica a futuros patrones de pesca, hasta Electrónica, Ampliación de Cálculo o Resistencia de Materiales para ingenieros, o Mecánica de Fluidos para médicos urólogos, por ejemplo.
2) El libro tiene 424 páginas, pero desde la 279 son Notas técnicas y Bibliografía y, por tanto, su lectura tal vez podría obviarse sin desdoro. Más imperdonable se me haría no llamar la atención sobre los versos del poeta metafísico John Donne, que Weinberg recoge a modo de advocación, y que retomo en su versión original (A lecture about the shadow: “These three hours that we have spent,/Walking here, two shadows went/ Along with us, which we ourselves produc’d./But, now the sun is just above our head,/ We do those shadows tread,/And to brave clearness all things are reduc’d.”).
La traducción de Damià Olau, excelente por lo demás, no me convence mucho para estos concretos versos, pero la recojo aquí para quienes no dominen el inglés poético: “En estas tres horas que hemos pasado/caminando, dos sombras nos han acompañado,/que nosotros mismos producimos;/ pero ahora que el Sol ha ascendido,/estas dos sombras pisamos/ y a la espléndida claridad todo se ha reducido. (Disertación sobre la sombra)”
Angel, sigo envidiando tu interés por difundir el conocimiento. Quizá antes debería hacer constar mi admiración por tu capacidad crítica. Y no puedo evitar preguntarme que politólogos no te gustarán, porque para mí tu eres un gran politólogo. Un abrazo
Gracias, Plácido. Como nos conocemos desde hace muchos años, y hemos compartido no pocas vivencias, queda poco por extrañar entre nosotros. ¡Si hasta nos adentramos juntos en los recovecos de la representación teatral en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas de Oviedo, cuando aún no sabíamos que íbamos a permanecer siendo estudiantes y actores toda la vida!.
Como seguro que dedujiste sin problemas, llamo politólogos, -como ellos mismos se autodenominan, al menos, en los últimos tiempos- a quienes han obtenido el título académico en las Facultades de Ciencias Políticas.
Por supuesto, politólogo es también, en la acepción más general, aquél que se preocupa por la política, combinando a su saber y entender los elementos que entraña esta compleja disciplina de gestionar lo público de la mejor manera posible, y poniendo en circulación sus propuestas téorico-prácticas para lograrlo.
No me corresponde contradecir tu desmesura al calificarme como “gran politólogo”, pero no puedo ocultarte, ni ocultar, que me encanta que una persona de tu capacidad se confunda o me aprecie tanto como para deducir que yo pudiera pertenecer a un grupo tan selecto. Tanto, que no acertaría, en este momento, a nombrar un solo miembro con el que sentirme cómodo.
Politologo es el tratadista de la Política, disciplina que de ciencia tiene poco. Pero no me negaras que en tu blog tratas mucho de política, aunque no con un tratamiento científico, como intenta tanto politólogo que no pasa de plumilla comentarista. Cuanto más viejo me vuelvo mas manía les tengo a esos sabelotodo que son los periodistas, muchos de los cuales deben ser los politólogos que coincidimos en criticar. Y es que la Política nunca será una ciencia (ni positiva, ni negativa, ni de ninguna clase), por mucho que se empeñen los licenciados en Ciencias Politicas. Ni falta que hace, por cierto, que a mi la ciencia tampoco me inspira confianza en la cosa pública. Y quizá esta ultima reflexión, un tanto categórica, sea una derivada de la formación técnica que tenemos los ingenieros del Plan 1964, pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre.
Acertado comentario sobre esta “nueva” profesión. M M Sampedro Gallo
Gracias, querido Miguel.