La Cumbre de la OTAN en Madrid ha supuesto la ascensión a los cielos (simbólicos) de Pedro Sánchez y la ruptura de facto, por simple vergüenza política, de su oportunista coalición de Gobierno bifronte, en la que cada facción -e incluso algunos de sus miembros- actúa de manera independiente, incumpliendo la norma legal de actuar de forma colegiada.
La Cumbre ha dejado muchos momentos visuales para el recuerdo fotográfico. El paseo individual de Boris Johnson por el Museo del Prado, las sonrisas Profidén (¿se dirá aún así?) de Felipe VI, Joe Biden y Sánchez ante la menor oportunidad de olvidarse de lo que les había reunido allí: adoptar una posición conjunta frente a la Rusia de Putin, convertida en invasor apestoso de Ucrania y amenaza para la paz y la inflación mundial.
Todos hemos visto la estupenda relación generada entre Biden (actual presidente del país que fue ejemplo democracia mundial y hoy se bandea desmantelado amenazado por una grave crisis interna) y la esposa hiperactiva de nuestro Presidente de Gobierno. La mano puesta del senecto norteamericano sobre la cintura de la segunda y la correspondencia gozosa de la mano de ésta sobre la espalda del primero, me trajeron a la memoria los pies sobre la mesa de Camp David donde Bush yúnior y el ex presidente Aznar celebraron su acuerdo para invadir Irak en busca de inexistentes armas de destrucción masiva.
El éxito de Sánchez como anfitrión, la confirmación oficial de su muy aceptable conocimiento del inglés y el hecho cierto de la hora y media en la que compartió conversación con Biden, más su comparecencia conjunta intercambiando palabras de amor, son relevantes para España.
Que el presidente del Partido Popular, empeñado en hacer una fiel oposición, haya reconocido su labor, el momento dulce generado para nuestro país y su voluntad de apoyar los acuerdos de la Cumbre, debe interpretarse forzosamente en clave de futuro.
Núñez Feijóo ha aprovechado ladinamente la ocasión para estar al lado de ese impulso a la estrategia internacional, a despecho de las manifestaciones en contra de sus coaligados de gobierno, no puede interpretarse como un respaldo a Sánchez, sino un paso al frente para demostrar la disposición a actuar como coparticipe en temas sustanciales de Estado.
A falta del respaldo del Congreso, Sánchez se comprometió a admitir dos portaaviones más con misiles nucleares de alcance en Rota, un dos por ciento del PIB español en Defensa, interpretando además que el perímetro de alcance de la OTAN incluye la protección de Ceuta y Melilla (cuya españolidad había confirmado ya Marruecos en su nueva luna de miel con nuestro país).
Necesita, pues, el cumplimiento de esas promesas, que el Partido Popular sea cómplice de su propuesta, cuando pida la ratificación congresual y Unidas Podemos se la niegue. Momentos de álgido interés, pues, para los analistas políticos. Porque el talante de la fiel oposición ha cambiado y es una buena noticia para la imagen internacional de España y muy mala para la coalición.
Solo que tenemos la inflación en dos dígitos, el combustible por las nubes y del orden de cuatro millones de familias por debajo del umbral técnico de pobreza. La culpa de todo la tiene Putin, que ha respondido a los acuerdos de Madrid expresando que actuará con reciprocidad. Más madera.
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