La Seguridad Social hace aguas, y no valen paños calientes, ni arreglos del tipo “ténte mientras cobro”, ni apelaciones a subidas tímidas de impuestos, sin resolver el gran problema de fondo de la sociedad tecnológica: pérdida continua de puestos de trabajo de calidad media, en un marco general de incremento de población con disminución de las necesidades de tiempo de trabajo global.
Es duro tener que admitirlo, pero no hay trabajo para todos, ni lo habrá ya nunca, salvo cataclismo tecnológico o guerra total. Los avances tecnológicos han propiciado que se puedan hacer prácticamente todos los cacharros y chupetes tecnológicos que necesitamos para satisfacer nuestra ansia de posesión de sonajeros y juguetes, con menos fuerza de trabajo. La automatización y el saber hacer ha llegado a todas partes -quedan pocos residuos- y, de momento, es mucho más barato completar el ensamblaje de esas cosas que nos proporcionan el espejismo del bienestar en países donde la mano de obra cobra muy poco y no es nada reivindicativa.
Nos dicen ahora aquí en España que la “hucha de las pensiones” se acabará en julio de 2017, y que hay que pactar, bien la salida del sistema de la SS de determinados prestatarios (los no contributivos, fundamentalmente es decir, los que no han cotizado pero padecen estado de necesidad) para que se satisfagan las prestaciones que les corresponda, y pagar éstas directamente desde los Presupuestos del Estado (es decir, con más impuestos), bien la disminución artificial de nuevos prestatarios por haber alcanzado la edad prevista de jubilación (aumentando la edad de retiro o favoreciendo mediante incentivos imaginativos que permanezcan en el limbo de la “jubilación activa”), bien disminuyendo las pensiones, por las bravas o por las buenas.
No veo opciones de llegar a un acuerdo serio por parte de los sesudos varones y no menos sesudas hembras que están reunidos en el empeño oficial de un nuevo Pacto de Toledo, que garantice un período de paz social en este escenario de batalla. No las veo, porque haría falta revisar todo el sistema socioeconomico del país y, ya puestos en lo imposible, del mundo. La sociedad del consumo tenía esas cosas: llevados por el impulso de consumir sin saber dónde se producía, porque creíamos que podríamos pagarlo, nos ha conducido a un pozo negro: no podemos fabricar rentablemente lo que nos hace tilín, lo tenemos que importar de allende los mares, y resulta que no se nos ocurre qué nuevos artefactos podríamos construir (en todo caso, baratos, claro, porque la competencia es atroz) para que nos los compren los que aún no saben cómo hacerlos o prefieren que se los den hechos desde fuera, porque pueden -de momento- pagarlos.
Hay un genio de las finanzas prácticas (el Libro de Petete de la economía para aquellos a los que la sociología les importa un güevo), que ha llegado a ser presidente del país, por ahora, más poderoso de la Tierra. Su programa de actuación, ya suficientemente esbozado, no solo en la teoría sino en las previsiones de aplicación, se basa en los principios de: capitalismo radical, enriquecimiento polarizado, explotación de la mano de obra menos cualificada, clasismo, autarquía en cuanto sea rentable, segregacionismo de los desfavorecidos por la economía, desprecio a las minorías, machismo como argumento de potestad, etc. No me sorprende que casi 60 millones de norteamericanos (incluídos algunos millones de los que conducirá a su Holocausto) le hayan votado: es muy gracioso, tiene mucho gancho de izquierdas ese tipo. Y, además, ha tenido éxito en los negocios: algo se les pegará a sus admiradores.
Mientras tanto, no me queda sino aconsejar, una vez más, que se revisen desde el fondo los programas de producción y consumo de este país. Para que, al menos, sepamos por dónde vamos. Se pueden subir los impuestos a las mayores empresas, a los grandes capitales y a los asalariados que se salen del marco retribucional varios pueblos. No podrá hacerse bruscamente y se corre el riesgo de que sea hambre para mañana si ese dinero se emplea en tapar agujeros.
Hasta aquí puedo leer.
Vuelvo a poner aquí una foto que publiqué hace años en este blog. Los gorriones no saben leer (eso creo), pero los carteles dirigidos a otras especies les sirven de apoyo muy adecuado. Algunos seres humanos utilizan letreros y admoniciones de advertencia para hacer lo que mejor conviene a sus intereses. Desde que el mundo es mundo. Lo más lamentable es que convencen a muchos de los que deberían jugar en su contra de que hacen lo que resulta más conveniente.
Muy buen articulo Angel
Un abrazo Alberto
Gracias, Alberto.. Anima saber que los amigos leéis lo que escribo y, mucha más, cuando manifestáis que os gusta, Un abrazo
Hay q ser más optimistas. Los múltiples desmanes cometidos en Occidente, tienen que acabar y revertir de nuevo en la sociedad.
José Javier, no alcanzo a distinguir si tu consejo se refiere, en general, a mi actitud (y la de quienes eventualmente estén de acuerdo con mis análisis), o solo a lo que expreso en esta entrada/comentario del blog. El optimismo, en cualquier caso, necesita apoyos fácticos, pues la desilusión y el desánimo o la cruel derrota, acechan con sus aristas aceradas a las elucubraciones imaginarias de quien haya creído que todo el monte era orégano y no se haya pertrechado con botas de cuero, polainas y machete.
Si la frase con la que sigues tu comentario guarda relación con la anterior, no me resulta de mucha aclaración. ¿Qué sentido debo dar a los “múltiples desmanes cometidos en Occidente” que “deben revertir de nuevo en la sociedad”?. Debo tener hoy la mente embotada. Ruego me disculpes, pero si quieres ser más claro, te lo agradecería (mos).